CO2

Respiramos gas, gases

contaminantes, ese aire asfixiado, lo que llaman

efecto invernadero, aunque sea verano

todavía. La culpa y su estertor,

el pecado y la muerte, y la eterna condena

—tanto infierno ya antes—. El horror,

el horror, el corazón

de las tinieblas, del que habló Conrad.

Gangrenada la vista, la alegría y sus máscaras

y esa falta de oxígeno. Combustiones oscuras,

emisiones nocivas: para la fe forjaron normas, mansiones,

burkas, ritos, pero la fe es un precipicio

donde caer sin fondo, un rascacielos traslúcido

iluminado en la noche. La fe es el sitio ese

que no tiene final, sin adiós

ni despedida. El lugar del amor.

La columna de fuego. La partícula inmensa, por pequeña

que sea, de esta luz en los labios. Es la espina dorsal

de estas vagas palabras.

Lo contrario, lo justa-

mente a la inversa de esa opaca

mirada, su palabra temible en un aire

ya sucio. Son

como peces metálicos, boquiabiertos,

ahogándose. Como peces sin agua.

¡Esa falta de oxígeno…!