Entramos en esa fábrica, en esta nave
vacía: sus paredes, tal vez
levemente escoradas, el yeso ennegrecido
que el olvido decora, techos altos,
caídos ya; los metales gastados
como cuerpos gloriosos que refulgieron
confusos —todo eso—. Eso, todo
lo que subyace debajo de esta tarima
flotante, detrás
del abandono de lo que un día fuimos. Añoranzas,
recuerdos, sordos y mudos que hablan y esa afonía
del tiempo, donde el silencio es ya este
—sin embargo— penetrante alarido,
el alarido entero de la noche abierta.
Difícilmente explicable
este agudo vacío que nos deja, va
dejando un hondón, un sonido golpeando en
lo callado, en el vientre
de las cosas. Un desgarro
de repente ahí, zumbándonos, como el de esos
aviones que velocísimos pasan
quebrantando el silencio, el reposo
del olvido —eso
mismo, sí: como aviones
a reacción.