TSUNAMI

gran ola en el puerto

Y, de repente, a veces,

sin previo aviso, la palabra odio crecía entre nosotros

con sus oscuras

inundaciones. Una gran ola, una gran mancha

oleaginosa, un gran golpe de mar

ácido, devorándonos. ¿No ves? Arranca los cimientos

del que somos —que fuimos

ya—, sacude las consideraciones

del amor, el viento alegre

que oreaba tu casa. Todo lo arruina

a su paso, en lodo, en fango: todo

lo encharcó vil. Sobrepasa los más altos

balcones, la azotea más alta. Ruge su honda

violencia. Al comienzo, parece

no tener nunca fin, el maremoto inmenso

del odio… (Y ha declarado guerras,

devorado ciudades; deja ruinas,

desahucios, huecos, devastaciones).

Estábamos en esa calma

de ser,

ser más, dentro el uno del otro, y llegó este gran golpe

de horror, la terrible palabra.

Ese charco tan sucio, con sus oscuras

inundaciones. Solo ha dejado mierda, cosas

inútiles, ropa vacía, nadie;

la nada siendo ahí, lo que llamamos restos

del naufragio. La enorme ola en el puerto

ahogándonos, golpeándonos.

A veces nos cegaba, a veces golpeaba —sí—

el odio, el odio, el odio.