Me pasé los siguientes dieciséis años en Scholastic, escribiendo y editando revistas: el sueño de mi vida.
Al principio comencé escribiendo noticias y artículos sobre temas históricos para la revista Junior Scholastic. Pocos años después tenía mi propia revista de estudios sociales, Search, de la cual era el editor.
Mientras, Jane también estaba trabajando para Scholastic. Entrevistaba a famosos para la revista Scope, como por ejemplo a John Travolta y a Michael Jackson; ella sí que habló con ellos de verdad, no tuvo que inventarse las entrevistas como había hecho yo antaño.
Me encantaba el trepidante ritmo de trabajo que se respira en la redacción de una revista. Las revistas en que yo trabajaba se publicaban semanalmente, es decir, que siempre estaba ocupado con cuatro revistas al mismo tiempo.
Teníamos que hacer muchas cosas a la vez: simultaneábamos la planificación de un número de una de las revistas con la escritura de otra, la producción de la tercera y la lectura de las galeradas de la cuarta.
Mucha gente me pregunta en la actualidad cómo puedo escribir tantos libros y tan rápido; les cuesta creer que sea capaz de redactar dos libros al mes. Pero yo les contesto que esto es lento en comparación con las revistas.
Publicar revistas supuso una práctica que me vino como anillo al dedo, aprendí a escribir rápido y a terminar una cosa enseguida para comenzar la siguiente. Creo que soy un escritor con suerte, pues escribo a toda velocidad y, normalmente, en el primer borrador ya me sale todo tal como lo quiero.
Los niños suelen preguntarme qué hago para superar el miedo a la hoja en blanco. Debo confesaros que nunca me ha ocurrido algo así. Simplemente, me siento y me pongo a escribir; cuando trabajas en una revista ¡no puedes andar perdiendo el tiempo en bloqueos mentales!
En la década de los setenta Jane comenzó a trabajar como editora de la revista juvenil más famosa de Estados Unidos en aquellos tiempos, Dynamite. Contenía entrevistas, chistes, rompecabezas, pósters y todo tipo de locuras; causaba sensación: vendía un millón y pico de ejemplares cada mes.
Muy poco tiempo después, ideé una revista de humor desbordante para adolescentes llamada Bananas. Es difícil contar cómo era, pero para que os hagáis una idea contenía artículos del siguiente estilo: «Cómo transformar a tu tío en una mesita de café» y «Cómo saber si eres un alienígena del espacio» o «Cómo transformar tus poemas en comida para perros».
La revista tenía una sección de consejos varios escrita por un perro y una página dedicada enteramente a una mosca horrible que se llamaba Phil Fly y que rogaba a sus lectores que no la aplastaran.
Junto con Bob Feldgus, un buen amigo además del director artístico de la revista, lo pasábamos increíblemente bien trabajando como locos para que cada número nuevo de Bananas superara en chifladura al anterior. Incluíamos anuncios inventados de agua de régimen (con un 50% menos de calorías) y de helados que se comen puestos en la cara. También escribíamos artículos de suma utilidad como, por ejemplo, «Veinte cosas que se pueden hacer con un patito de goma».
Me sentía muy feliz con mi trabajo. Los cientos de revistas que de colegial había inventado en mi habitación me habían llevado a donde estaba: editando mi propia revista de humor a nivel nacional. Era el sueño de mi vida.
Durante aquella época fui el primero en varias cosas, y aquello me enorgullecía mucho. Fui el primer editor de Scholastic en no llevar corbata para ir a trabajar y el primer empleado en tener un patito de goma colgado del despacho.
Cuando no estaba entretenido en escribir o editar Bananas, me dedicaba a volver locos a mis compañeros de trabajo. Una de mis actividades preferidas era enviar circulares «oficiales» falsas y de aspecto similar a las auténticas que nos solían llegar. Las notas eran totalmente estúpidas, pero siempre había alguien que picaba.
Como en la editorial teníamos problemas de espacio, un día envié una nota que decía: «Mañana a primera hora todos los empleados deberán cambiar de despacho y ocupar el despacho que tienen a mano derecha. Con esto se logrará vaciar una hilera de despachos a la izquierda y los problemas de espacio quedarán resueltos».
Os parece absurdo, ¿verdad? Pues mucha gente al día siguiente se quejó de que había personas que se resistían a cambiar de despacho. Varias semanas después, hice aparecer una circular muy bien falsificada que anunciaba: «Mañana será necesario vestir impermeable dentro de la oficina y cubrir todos los papeles de forma adecuada ya que procederemos a la comprobación del sistema de aspersores anti incendio durante todo el día». Esa vez también hubo mucha gente que se lo creyó. Me parece que no acababan de captar mi sentido del humor, un tanto cáustico.
Un día, estaba trabajando tranquilamente en mi despacho en uno de los números de Bananas, cuando sonó el teléfono. Al tomar el auricular no tenía ni la más mínima idea de que aquella llamada iba a significar para mí iniciar una nueva profesión.