Encontré trabajo en una revista llamada Soft Drink Industry (La industria de los refrescos). Mi trabajo consistía en escribir artículos y más artículos sobre refrescos, sifones, jarabes y la gente que los fabricaba.

¿Os parece aburrido? A mí también me lo pareció, pero, por lo menos estaba trabajando en una revista.

Escribí artículos sobre temas tan interesantes como el de las vallas publicitarias a todo color con las que la empresa Squirt se anunciaba. Emocionante, ¿verdad? El mejor de todos se titulaba «Avances en la tecnología de la producción de chapas». Es una pena que no haya espacio aquí para publicar todo el artículo. Estoy convencido de que os hubiera encantado leerlo.

No quiero que os quedéis con la impresión de que durante aquella época de mi vida me dedicaba exclusivamente a buscar trabajos para luego perderlos. No es verdad, también buscaba chicas y luego las perdía. Hasta que conocí a Jane.

Me fue de un pelo no conocerla. Es una larga historia… (y por eso aquí no cabe el artículo sobre las chapas).

Conocí a Jane —su nombre de soltera era Jane Waldhorn— en una fiesta en Brooklyn a la que por poco no fui. Lo digo porque estaba lloviendo a cántaros, nunca me ha gustado salir cuando llueve, y además nunca me lo paso muy bien en las fiestas con mucha gente porque soy demasiado tímido.

El caso es que mi amigo Chuck y yo cogimos el metro hacia Brooklyn y nos plantamos en el piso de mi amigo. Aquello estaba lleno de gente y había mucho ruido. Chuck y yo estábamos juntos conversando cuando de repente se nos acercaron dos chicas a hablar con nosotros. Una de ellas era Laurie, una amiga de Jane, y la otra Jane, una pelirroja de pelo largo, unos ojos gris azulado preciosos y el peor resfriado de la historia: tenía la nariz roja, los ojos llorosos, y no paraba de disculparse por tener que sonarse la nariz a cada momento.

¿Que si fue amor a primera vista? No del todo. Dos semanas más tarde el resfriado de Jane había desaparecido y decidimos casarnos.

Estoy muy contento de haber salido aquella noche de lluvia torrencial… No puedo ni imaginarme qué hubiera sido de mi vida sin Jane a mi lado. Y es que mi esposa es la persona más lista que conozco. ¿Cómo de lista? Pues bien, llevamos veintisiete años casados y en todo este tiempo jamás he logrado ganarle una apuesta.

Aquella noche pasada por agua fue la que me trajo más suerte de mi vida. ¡Y os diría lo mismo aunque Jane no fuera la editora de este libro!

Era una maravilla ser joven y vivir en Nueva York. Aunque Jane y yo pensábamos que nuestra realidad podía ser todavía más maravillosa si encontrábamos un empleo que nos gustara. Ella acababa de terminar la universidad y comenzaba a buscar trabajo. Yo tenía uno, pero escribir sobre las burbujas de los refrescos no era mi máxima aspiración, estaba empeñado en buscar otro empleo a pesar de que el editor de Soft Drink Industry me llevara a su despacho y me dijera lleno de emoción:

—Bob, hay todo un mundo de comunicación en las chapas de los refrescos. —Y me pasó una chapa para que leyera la propaganda que había en su interior.

Seguramente, mi jefe se dio cuenta de que yo no estaba botando de alegría ante esa idea, pero lo que desde luego no había observado era que en mis ratos libres me dedicaba a leer las ofertas de empleo.

No sólo mi vida estaba llena de cambios positivos, lo mismo ocurría con el resto de la familia Stine. Por aquel entonces mi hermano Bill conoció a Megan, su futura esposa. Los dos estudiaban en la Universidad de Ohio y los dos trabajaban en el Sundial. Bill era el editor y deseaba ganarse la vida como escritor, igual que yo. Vivieron en Columbia durante unos meses, luego se mudaron a San Francisco por un tiempo y después a Nueva York.

Cuando mi padre se jubiló, él y mamá se fueron a vivir al norte de California, junto con mi hermana Pam. Nada más terminar la carrera se casó con Kelvin y los dos viven todavía en la Costa Oeste.

A todo el mundo le iba bien, cosa que me complacía mucho. Pero al mismo tiempo, en el fondo de mi corazón, sabía que todos esos cambios significaban que el hogar donde pasé mi niñez había pasado a la historia y que ahora vivía en Nueva York, dependía de mí mismo y no tenía vuelta atrás.

Por fin, mi constancia en leer las ofertas de trabajo dio su fruto: un día, en el descanso del mediodía, encontré un nuevo empleo. Lo único que quedaba por hacer era comunicárselo a mi jefe.

—¿De verdad piensas dejar todo esto? —preguntó, sorprendido por mi elección.

—Es una decisión muy difícil —repuse—, pues me encantan los refrescos, desde pequeño.

—Bueno, siempre puedes cambiar de idea.

—No. Creo que debo probar algo diferente —afirmé con un suspiro—. Pero le aseguro que voy a echar mucho de menos la máquina de refrescos gratis de la oficina.

Ahora trabajaba en la editorial Scholastic, como escritor para la revista juvenil Junior Scholastic.

Aquel diciembre de 1968, cuando me senté al escritorio de mi minúsculo despacho, no tenía ni la menor sospecha de que mi vida estaba a punto de cambiar por completo.