En efecto, ésa es la pregunta que más me hacen: «¿De dónde sacas tantas ideas?»
Es una pregunta difícil. Siempre me dan ganas de responder: «¿Y tú, de dónde las sacas?» Al fin y al cabo, a todos nos vienen ideas. ¿O no?
En mi caso, necesito tener suficientes para escribir veinticuatro libros al año, y eso son muchos libros, así que me paso casi todo el día pensando en cosas horripilantes.
Por suerte siempre me han gustado los relatos. Toda la vida me ha gustado inventarme historias cortas y novelas. Es más, muchos de mis recuerdos infantiles se refieren a cuentos y narraciones. Por ejemplo, me acuerdo que, de niño, mi madre me leía Pinocho. Yo era muy pequeño, tendría tres o cuatro años, y ella me leía un capítulo cada día, antes de dormir la siesta, pero se trataba del cuento original, no de la versión de Disney.
Concretamente, tengo grabada en la memoria dos escenas del libro: en una, Pinocho se cansa de los continuos sermones de Pepito Grillo, coge un gran mazo de madera y lo aplasta contra la pared; en otra, Pinocho se duerme con los pies apoyados sobre el horno de leña encendido y se le queman. Yo era muy pequeño, pero aún tengo presentes aquellas dos inquietantes imágenes.
Siempre me atrajo la idea de que una marioneta de madera tuviera voluntad propia. He escrito tres libros titulados La noche del muñeco viviente sobre muñecos de ventriloquia que cobran vida. Estoy seguro de que esas historias surgieron del libro de Pinocho que me leía mi madre cuando era niño.
Desde el principio, quise leer más y más. Durante los primeros años de colegio, me leí todos los cuentos de hadas, mitos griegos y leyendas nórdicas que había en la biblioteca. Los personajes de esas historias eran mis superhéroes. Tenían superpoderes. Algunos hasta volaban. Devoraba estanterías enteras de libros y aún le pedía más a la bibliotecaria.
Cuando la mujer me sugirió que leyera otro tipo de historias, como biografías o cosas así, rechacé la oferta. Nunca me ha gustado leer sobre gente o sucesos reales. Sólo me gustan las historias inventadas. Para mí el mundo de verdad no es ni de lejos tan interesante o emocionante como el de fantasía. Me encantaban los libros de relatos fantásticos, así como los programas de radio y de televisión. Nunca tenía bastante.
La fiesta que más me gustaba de niño era Halloween, pero nunca me puse el disfraz que me hubiera gustado. Siempre quise ser un monstruo, una momia o algo aterrador; pero mi madre me compró un disfraz de pato, y cada año tenía que ir de casa en casa disfrazado de palmípedo. Otros chavales pensaban que mi disfraz era muy gracioso, pero yo no opinaba igual. Yo quería dar miedo, no ir vestido de pato tonto.
Cuando escribí La máscara maldita para Pesadillas, me acordé de lo avergonzado que me hacía sentir el dichoso disfraz, así que decidí vestir a la protagonista del relato, Carly Beth, con un atuendo como el mío.
Uno de los primeros libros de terror que escribí se llamaba Jenny, la niñera. Saqué la idea de la época en que mi hermano Bill y yo les hacíamos de canguro a nuestros dos primos pequeños. Nos pagaban dos dólares la hora, lo que en aquella época me parecía muchísimo. ¡Pero nos los ganábamos a pulso!
Nuestros primos eran muy traviesos. Cuando estaban con sus padres, parecían tranquilos y afables, pero a la que ellos se iban, los dos niños se convertían en monstruitos que dejaban la casa hecha un desastre; cuando acababan con la casa, saltaban encima de nosotros y también nos hacían trizas. Les encantaba pelear y hacer luchas. Nunca querían irse a la cama, estaban despiertos hasta medianoche y se entretenían en golpearnos a mi hermano y a mí. Cuando por fin se dormían, Bill y yo nos las veíamos negras para poner la casa en orden.
Al volver mis tíos a casa siempre nos preguntaban qué tal se habían portado, a lo que nosotros siempre respondíamos que estupendamente, que no había habido ningún problema; no queríamos perder nuestro bien pagado trabajo.
En consecuencia, siempre he considerado que hacer de canguro es algo realmente aterrador. Aquellos días me inspiraron las cuatro novelas sobre canguros que he escrito.
¿Que de dónde saco las ideas? Como veis, muchas de ellas se gestaron hace mucho tiempo, cuando tenía la misma edad que mis lectores actuales.
Escribir este libro sobre mi vida me ha hecho mirar atrás con una mezcla de orgullo y fascinación: me enorgullezco de lo que hecho pero al mismo tiempo me sorprende que todo eso haya sido posible.
Estoy en deuda con mis lectores. Me parece estupendo que os gusten mis relatos de terror. Últimamente corren rumores de que voy a retirarme, pero no son ciertos: no tengo intención de dejar de escribir libros. Si vosotros los leéis, yo seguiré escribiéndolos. Aún me quedan muchas historias que contar.
Y ahora ya sí que sólo me quedan dos cosas por decir, muchas gracias a todos y, sobre todo, que tengáis un día ATERRADOR.