La Calle del Terror no tardó en convertirse en la colección de libros juveniles más popular de Estados Unidos. El primero de la serie, The New Girl (La chica nueva), publicado en 1989, hizo que la colección empezara con buen pie. A esa novela le siguieron los títulos The Surprise Party (La fiesta sorpresa) y The Ovemight (Noche en la isla); ambos se vendieron muchísimo.

Poco tiempo después escribía un libro de La Calle del Terror al mes. ¿Que cómo me sentía? ¡Sorprendidísimo!

Lo cierto es que me parecía increíble la rapidísima aceptación que habían alcanzado mis libros; y me desconcertaba que la colección interesara por igual a chicos y chicas. Tengo que reconocer que aún ahora, después de más de cien títulos publicados, todavía estoy un poco alucinado.

Trabajaba en el primer especial de La Calle del Terror cuando me llamó Joan Waricha, de Parachute Press, porque quería entrevistarse conmigo.

—Hemos pensado que puede que a los niños más pequeños también les gusten los libros de terror —me sugirió—. ¿Por qué no escribes una nueva colección de libros de terror pero que también hagan reír? Ya sabes, con muchos sustos y sobresaltos, pero nada de muertos ni de sangre.

Me pareció una buena idea, pero otra vez se me presentaba el problema del título.

En esa ocasión me costó un poco más. Estuve varios días pensando en él, pero no se me ocurría ninguno. Hasta que, una mañana, mientras leía la guía de la televisión —la leo todos los días; hay montones de ideas para títulos— me llamó la atención un anuncio que decía que el Canal 11 iba a emitir una semana entera de películas de terror, aunque no me fijé en el anuncio por eso, sino por el titular en cursiva, que rezaba: «El fin de semana en Canal 11 te provocará PESADILLAS».

—¡Ya lo tengo! —le grité a Jane—. ¡Ven, rápido!

Jane vino a la carrera para ver a qué se debía todo aquel jaleo; le arrojé la revista y señalé el anuncio.

—¡El título para mi nueva colección! —grité—. ¡Voy a llamarla Canal 11!

Bromeaba, claro, el nombre de la nueva colección iba a ser: Pesadillas.

En poco menos de diez días ya había escrito un libro: La casa de la muerte, el primer título de la colección.

Quería que Pesadillas produjera las mismas sensaciones a los lectores que subir a una montaña rusa: escalofríos, sobresaltos y giros bruscos; pero siempre con el alivio de saberse a salvo. Deseaba que cada una de las novelas fuera tan emocionante como ir en la más rápida y aterradora de las montañas rusas.

Siempre me acuerdo de cuando monté en La Bestia, en King’s Island, el parque de atracciones de la Paramount, cerca de Cincinnati. La Bestia es una de las montañas rusas más largas y rápidas de Estados Unidos: estábamos amarrados a nuestros asientos, en el primer vagón de la atracción, y Matt disfrutaba como un loco.

—¡Levanta los brazos, papá! —chillaba.

Yo también chillaba, pero por una razón diferente.

«¿Qué hago aquí? —me decía mientras nos acercábamos a la parte más alta de la montaña—. Que alguien pare esto, por favor. ¡Quiero bajarme!»

Nadie la paró, por supuesto, así que no me bajé. Y mientras bajaba por la montaña rusa a toda velocidad, me dije: «Soy hombre muerto». Pero no. Lo único que pasó es que sentí un escalofrío inolvidable. Justo lo que espero conseguir con cada número de Pesadillas.

Pesadillas se ha convertido en la colección de libros más vendida de todos los tiempos. A partir de ella han hecho un programa de televisión, varias películas de vídeo, camisetas, juegos, puzzles y los productos terroríficos más increíbles que os podáis imaginar.

Los chavales siempre me preguntan qué se siente al ser famoso, pero no sé muy bien qué responder, yo no me siento diferente. Supongo que lo que más ha cambiado es que ahora tengo muchísimo trabajo: escribo dos libros cada mes.

Una de las cosas más agradables de mi profesión es que me llegan un montón de cartas maravillosas. Recibo una media de más de dos mil cartas por semana. El cartero debe de odiarme, pero a mí me encanta saber la opinión tanto de los lectores, como de los padres, los profesores y los propietarios de librerías.

Me parece muy amable por su parte tomarse la molestia de escribirme. A veces las cartas son divertidísimas. La semana pasada, un chico me escribió: «Cuando te mueras ¿podré encargarme yo de la colección?»

Una de mis cartas preferidas es la de un muchacho que decía así:

Apreciado señor R. L. Stine:

He leído cuarenta libros suyos y opino que son aburridísimos.