Un día quedé con Jean Feiwel para comer. Jean es una amiga mía que trabaja en Scholastic como productora asociada. Cuando llegamos a los postres, se inclinó hacia mí y me preguntó:

—¿Has pensado alguna vez en escribir una novela de terror JA?

—¿El qué? —repliqué.

JA quiere decir «Jóvenes Adultos»; hablo de una novela de terror para adolescentes —repitió.

—Bueno… siempre me ha gustado el género de terror —contesté— pero nunca he pensado en escribir una novela de ese estilo.

—¿Por qué no pruebas? —me sugirió—. Ve a casa y escribe algo que se titule «Cita a ciegas».

—De acuerdo. Ningún problema —declaré—. La tendrás.

¿Una novela de terror para jóvenes adultos? No tenía ni idea de cómo me saldría, pero en aquella época no rechazaba ningún trabajo.

Cuando salimos del restaurante me dirigí a una librería. No había demasiados libros de terror en la sección juvenil, pero compré unos cuantos de autores como Lois Duncan, Christopher Pike y Joan Lowry Nixon, y me fui a leerlos a casa.

—Debe de ser muy agradable tener tiempo para tumbarse a leer —bromeó Jane a la mañana siguiente mientras salía de casa para ir a la oficina.

—Esto es trabajo —repuse, y volví la última página de uno de los libros.

«Tal vez haya llegado el momento de probar con una novela de terror», pensé con decisión. Me habían gustado los libros que compré, pero tenía otras ideas en la cabeza, así que me puse manos a la obra y esbocé un borrador.

Un mes después tenía un argumento para Blind Date (Cita a ciegas) y tres meses más tarde había escrito la novela. Entonces, una tarde le pasé el borrador a Jane.

—Léelo —dije—, es horrible.

—Si es tan horrible, ¿por qué me lo haces leer? —inquirió.

Le expliqué lo que quería decir con «horrible». Cita a ciegas cuenta la historia de un chico que recibe unas llamadas telefónicas muy extrañas de una chica que afirma querer tener una cita con él. Sin embargo, no tarda en enterarse de que la chica en cuestión lleva tres años muerta.

A Jane le gustó el libro, pero, como siempre, tenía muchísimas sugerencias para mejorarlo, así que pasé un mes más revisándolo.

Me sorprendió mucho que Cita a ciegas se convirtiera en un éxito de ventas al poco tiempo.

Al cabo de un año, en la editorial Scholastic me pidieron que escribiera otra novela de terror. Entonces escribí Twisted (El raro), la historia de una chica que se une a una hermandad universitaria femenina sin saber que dicha hermandad tiene un pequeño secreto: todos los años sus miembros cometen un asesinato. A El raro le siguió La canguro (The Baby-sitter). Estos dos libros también se convirtieron en éxitos de ventas.

Empezaron a llegarme muchas cartas de lectores que pedían más libros de terror. Me di cuenta de que había encontrado algo que de verdad entusiasmaba a los adolescentes. Mientras leía aquellas cartas, pensé que tal vez fuera una buena idea iniciar una colección de libros de terror. Lo hablé con Jane y una compañera suya de Parachute Press, Joan Waricha, y opinaron que era una idea estupenda. Sólo nos faltaba el nombre de la colección.

Lo cierto es que desde que me dedico a escribir libros siempre empiezo por el mismo sitio: el título. Una vez tengo el título del relato, el resto de la historia me sale rodada. De modo que mi nueva colección necesitaba un título.

Cogí un bloc de notas amarillo de mi escritorio, llevé la silla a la ventana y me dispuse a quedarme allí sentado hasta que se me ocurriera un buen título. No había acabado de arrellanarme cuando la frase «La Calle del Terror» me vino a la cabeza.

No sé por qué pensé en esas palabras, no tenía ni idea de cómo se me habían ocurrido, habían salido de la nada: miré por la ventana y un momento después tenía el título. «La Calle del Terror» resonaba en mi cabeza una y otra vez.

Cuando Jane volvió a casa del trabajo, me apresuré a decirle el título.

—La Calle del Terror —repitió y, casi sin pensar, añadió—:… donde residen tus peores pesadillas.

¡Ya teníamos un nombre!

Generalmente, en las colecciones de libros aparecen siempre los mismos personajes, pero yo decidí probar algo diferente. ¿Acaso no sería buena idea que los libros sólo tuvieran en común el lugar, que sucedieran todos en el mismo pueblo? O mejor aún, en una sola calle, siempre la misma, una calle maldita. Jane y Joan llevaron la idea de la colección La Calle del Terror a Pat MacDonald, de Pocket Books. El primer contrato fue por tres libros. Luego vinieron tres más.

Mi carrera como profesional del terror acababa de empezar. No tenía ni idea de todas las cosas horribles que me esperaban.