—Me llamo Ellen Rudin —dijo una voz al otro lado del aparato—. Soy editora de libros infantiles en E. P. Dutton.
«¿Una editora de libros infantiles? ¿Por qué querrá hablar conmigo?», me pregunté.
—Su revista me parece realmente divertida —continuó—. Apuesto a que también podría escribir libros para niños igual de delirantes.
—¿Cómo dice? ¿Libros para niños? La verdad es que nunca había pensado en ello.
—Bueno, ¿y por qué no lo piensa? —continuó—. Si hiciera algo bueno, me encantaría publicarlo.
La gente siempre me pregunta cómo comencé a escribir libros para niños. Pues así fue como empecé, con una llamada telefónica.
Me pasé varias semanas pensando en ideas divertidas para un libro. Y el producto que salió de ello se llamó How to be Funny (Cómo ser divertido). Mi primer libro resultó ser una guía de lo más absurda. Pretendía que fuera un libro útil, que ayudara incluso al niño más tímido a ser divertido en la mesa a la hora de comer, en una fiesta, en la escuela, en el despacho del director. ¿Para qué recordaros que me consideraba un experto en todos estos temas?
El libro comenzaba con un test:
Primera parte: Reconocer un chiste.
A continuación tienes tres opciones de las que sólo una es un chiste. Marca la opción que creas que es un chiste.
1. ¡Fuego! ¡Socorro! ¡Fuego!
2. ¡Socorro! ¡Policía! ¡Me han robado!
3. —Chico, me alegro de salir de la tisota.
—¿Tisota? ¿Qué es eso de tisota?
—Nada ¿Qué tisotas te ocurre ahora?
El libro estaba lleno de consejos prácticos para ser divertido en el colegio:
«La entrada en clase más aparatosa en sólo diez pasos».
Como favor especial al autor de este libro, Harrison Babble, de trece años de edad, ganador de diecisiete galardones por su labor en el entorpecimiento de las clases, ha aceptado esquematizar en diez pasos su mundialmente famosa Irrupción patosa en clase. A continuación nos detalla en sus propias palabras la ejecución de tal proeza:
Espero hasta que todo el mundo esté sentado en su sitio. Entonces, justo después del último timbre para entrar a clase, aparezco por la puerta y (1) me doy un golpe en la cabeza con el marco de la puerta, (2) lo que hace que se me caigan los libros. A continuación (3) me agacho para recogerlos y (4) se me caen al suelo las monedas que tenía guardadas en el bolsillo de la camisa. Cuando (5) me pongo de cuclillas para recoger el dinero, (6) se me rajan los pantalones, (7) me tropiezo con el libro de mates y (8) se me rompen las gafas, lo que hace (9) que no vea nada, me dé contra la pared (10) y me caiga de cabeza a la papelera.
Está claro que la entrada paso a paso de Babble (que espera algún día convertir en una película) quedará en los anales de la historia como una de las entradas más patosas de todos los tiempos. Sin embargo, a pesar de lo divertida que es, muchos de sus compañeros de clase agradecerían que no la llevara a cabo todas las mañanas del año.
How to be Funny se publicó en 1978.
Por aquel entonces la hermana de Jane, Amy, que trabajaba en una librería de la Quinta Avenida llamada Doubleday, consiguió que me ofrecieran una mesa para firmar mis libros.
Era un día precioso de julio, toda mi familia estaba allí y también mis amigos. Un empleado de la librería había dispuesto los libros en varias pilas y había bolígrafos de repuesto para poder estampar mi autógrafo en todas las copias que iba a vender.
Me puse las orejas de conejo y me senté, preparado para recibir a las multitudes.
¿Orejas de conejo? Sí. Orejas de conejo. Puesto que se me presentaba como Bob Stine el Jovial, se me ocurrió ponerme algo diferente al típico uniforme de escritor: la corbata y el abrigo. ¿Por qué no vestir algo más divertido? Tiempo atrás habíamos comentado en broma posibles títulos para una segunda parte de Cómo ser divertido y yo había sugerido el siguiente Cómo ser un conejo. Así que decidí llevar orejas de conejo para firmar los libros.
Los adultos que se me acercaban se quedaban de piedra, se ve que era la primera vez en su vida que veían a un escritor con orejas de conejo.
Los niños también se quedaban muy sorprendidos y no osaban acercarse; me parece que no les gustó demasiado la idea de ver en una librería a un hombre ya crecidito disfrazado con tamañas orejotas.
La tarde se hizo interminable. ¿A ver si adivináis cuántos libros vendí y cuánta gente me pidió un autógrafo? Uno. Así que decidí que la próxima vez dejaría las orejas en casa…
Este año, hace poco, estuve firmando autógrafos en Virginia en unas galerías comerciales; acudieron más de cinco mil niños. Mientras contemplaba la magnífica multitud, pensé en aquella tarde y en el niño que me compró el libro, y comprendí que unas veces se tiene días buenos y otras días malos.
A continuación os voy a contar lo que me ocurrió el 7 de junio de 1980 y por qué fue uno de los mejores días de mi vida.