Toby estaba muy apurado. Sus reflexiones y sentimientos oscilaban de una forma inexplicable que no hubiera podido ni imaginar diez días antes. Lamentaba profundamente haberse comprometido en el absurdo plan de Dora. Ahora le parecía falso, estúpido, absolutamente de mal gusto, y susceptible de acabar en una catástrofe grotesca. Le hubiera gustado retroceder, pero no sabía cómo. Tampoco le dejaba insensible la cólera evidente de Paul y el aire ligeramente escandalizado con que pensaba que le trataban los demás miembros de la comunidad. No había pensado, al buscar aquella ayuda especial de Dora para cubrir su necesidad, que fuese a perjudicar a nadie ni que nadie fuese a preocuparse; ahora empezaba a comprender que, en este terreno, poseía unas implicaciones que él no quería sufrir. Por otra parte, se sentía sumamente disgustado ante la idea de hacer algo que pudiese destruir el lazo tenue, dulce y ambiguo que le unía a Dora; y no le agradaba la posibilidad de defraudarla. Anhelaba verla y, sin embargo, y debido a la confusión de sus pensamientos, la eludía.
Entretanto, sus sentimientos hacia Michael se movían en dirección contraria. El temor insidioso sobre su propia situación que había impulsado a Toby a pensar en Dora no se había desvanecido, aunque sí apagado. Incluso estaba un poco más tranquilo por lo que había pasado entre Dora y él. De hecho, en su angustia seguía encapsulado el júbilo por haberla besado con tanto éxito. Esto dejaba su mente más libre para considerar una vez más a Michael como un individuo y experimentar su relación, a pesar de todas sus peculiaridades, como algo real, interesante, incluso valioso. Empezó a apenarse por Michael y a especular acerca del estado de ánimo que éste podría tener. También empezó a inquietarse por la opinión que tuviese Michael de él, y por el daño que pudiera sufrir ante los ojos de Michael con aquel asunto de Dora, que estaba resultando de mayor calibre de lo que esperaba. Su situación le parecía repentinamente intolerable.
Toby era por naturaleza un chico sincero, y le habían educado en la creencia de que, cualquiera que sea el lío en que nos hemos metido, la mejor forma de salir de él es diciendo la verdad. Pero era muy probable que la verdad resultase difícil en este caso. ¿Qué verdad tenía que decir, y a quién? Se puso a considerar la posibilidad de ir a ver a Michael y contarle todo el plan de la campana antigua. La realización de la primera parte del plan había resultado emocionante; pero llevar a cabo la segunda parecía demasiado costoso. Sencillamente, Toby no se veía a sí mismo ayudando a Dora a efectuar la sustitución de la campana; así las cosas, pensaba cobardemente que estaba exento de intentarlo. Pero sin la sanción de Dora, que tan sencilla y completamente había confiado en él, también era impensable abandonar el proyecto, traicionarla. Tampoco había nadie a quien pudiera confiarse sin que al hacerlo llevase a cabo la traición. Pensó en contárselo a Nick; pero no se fiaba de él, y no había nadie más. Se dijo que, evidentemente, lo que debía hacer era ir a ver a Dora y decirle que abandonaba el empeño. Esto no le dejaría libre de engaño, pero al menos sería sencillo, y más leal para Dora. Pero aunque decidió hacerlo varias veces a lo largo del día, no lo hizo. En su lugar fue a ver a Michael.
Una vez que hubo dirigido sus pasos hacia la habitación de Michael, se sintió como si hubiese entrado en un campo de fuerza magnética. Tuvo que refrenarse para no correr. Llegó a la puerta, sin saber aún qué iba a decir. Llamó, y encontró a Michael solo. Michael se levantó inmediatamente y murmuró un «¡ah, Toby!» que dejaba pocas dudas sobre el placer que experimentaba al ver al chico. Pero, quizá preocupado por sus propios problemas y necesidades, no le preguntó por qué había ido, y Toby tampoco sintió ninguna urgencia por explicarse inmediatamente, puesto que el mero hecho de estar en presencia de Michael era un fin en sí mismo. Se sorprendió suspirando y sonriendo con alivio. Michael se sentó y lo miró solemnemente durante un rato, como si quisiera memorizar su cara. Entonces Toby, inducido por una fuerza que parecía regular sus movimientos, se sentó a los pies de Michael y lo tomó de la mano. En ese momento entró Dora como una exhalación.
Tras aquella interrupción, Toby se escabulló por el jardín hasta la hora del culto, al que asistió sumido en un estado de tristeza, indecisión y anonadamiento. Una vez acabado volvió a marcharse, evitando la reunión social del refectorio, y corrió al bosque. Caía una fina lluvia que le caló hasta los huesos al poco tiempo, pero no le concedió importancia. Se dirigió hacia la vieja campana, pero cambió de opinión; deseaba de todo corazón no haber descubierto aquel objeto repelente. Deambuló durante casi una hora; de vez en cuando contemplaba el lago, cuya superficie gris estaba marcada de hoyos por la lluvia. Después emprendió el regreso hacia la casa de los guardas. Pensaba cambiarse de ropa e ir a ver a Dora para contarle que no podía continuar con aquel plan.
Chorreante y con aire de desdicha, se arrastró hasta el cuarto de estar de la casa de los guardas. Ya estaba oscureciendo, y la habitación sin luz estaba oscura e inhóspita. Toby entró a trompicones y apartó los periódicos de una patada. Cayó sobre Murphy, que estaba tumbado, y se encontraba a medio camino de la otra puerta cuando vio a Nick sentado en su lugar acostumbrado, detrás de la mesa. Le saludó entre dientes, y estaba abriendo la puerta cuando Nick dijo en voz clara:
—Espera un momento, Toby. Quiero hablar contigo.
Toby se detuvo y miró a Nick desde el otro lado de la mesa, sobresaltado por la perentoriedad de su tono. Vio que Nick estaba en compañía de su botella de whisky. Un olor a alcohol inundaba la habitación, mezclado con el aire húmedo y fresco del exterior. La estufa estaba apagada.
—Quiero tener una conversación larga y seria contigo, Toby —dijo Nick.
Parecía borracho, pero decidido.
—Ahora no tengo tiempo —dijo Toby.
—Puedes dedicarme media hora, querido muchacho. Y en realidad, así lo harás, tanto si te gusta como si no.
Nick se levantó de la posición que ocupaba detrás de la mesa.
—Lo siento, Nick —dijo Toby—. Tengo que ver a una persona.
Comprendió que convencer a Nick podía llevarle mucho tiempo, así que empezó a retroceder prudentemente hacia la puerta de fuera. Se cambiaría de ropa más tarde.
Con una rapidez que pilló a Toby por sorpresa, Nick atravesó la habitación y se colocó delante de la puerta. En el mismo momento encendió la luz. Examinó a Toby con su sonrisa amplia y fija. Quedaron frente a frente.
Toby frunció el ceño, deslumbrado por la bombilla sin pantalla. Dijo:
—Oye, Nick, no seas tonto. Tengo que ir a la casa. Podemos hablar más tarde.
—Más tarde será demasiado tarde, mi pobre niño iluso —dijo Nick—. ¿Recuerdas que te dije que te daría un sermón, el que los demás no quieren oír? Bueno, en este momento estoy inspirado. ¡Toma asiento!
—Quítate de en medio —dijo Toby.
—Vamos, vamos —dijo Nick—. Que no haya violencia ni enfados. Buscad al Señor mientras pueda encontrársele. Sólo por esa razón es importante el tiempo. Siéntate.
Dio a Toby un empujón repentino que le hizo trastabillar y sentarse bruscamente en el sillón que había junto a la estufa. Tras coger la botella de whisky, Nick se puso a empujar la mesa con una mano por la habitación y la apoyó ruidosamente contra la puerta. Se sentó sobre ella y subió las piernas. Se santiguó.
—Nick, esto no tiene gracia —dijo Toby—. No quiero luchar contigo, pero voy a salir.
—Será mejor que no luches conmigo —dijo Nick—, a menos que quieras que te haga daño. Como tienes prisa, suprimiremos los himnos y las oraciones e iremos directos al sermón. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Queridos hermanos, procedemos todos de una raza caída; todos y cada uno de nosotros somos pecadores. Lejos están los días del Jardín del Edén, los días de inocencia en que nos amábamos los unos a los otros y éramos felices. Ahora cada hombre está en contra de su semejante y llevamos la marca de Caín en nosotros, y con nuestro pecado viene la aflicción y el odio y la vergüenza. ¿Qué puede iluminar nuestra oscuridad? ¿Qué puede aliviarnos del dolor? Esperad; existe un consuelo y un remedio, la mismísima Palabra de Dios, el alba de las alturas. Nos esperan un destino y un júbilo más elevados que cualquiera conocido por nuestro papá primitivo, cuando yacía sin culpa bajo el manzano. Vendrá, vendrá, y nos convertirá a todos en dioses. Me refiero, queridos hermanos, a las alegrías del arrepentimiento, a las delicias de la confesión, al maravilloso placer de retorcerse y arrastrarse por el polvo. ¡O felix culpa! Porque si no hubiéramos pecado, nos habrían privado de este placer supremo. ¡Y ved cómo pueden transformarse milagrosamente nuestro dolor y nuestra vergüenza! Qué dulce entonces la culpa, qué bien recibida la transgresión, que pueden proporcionarnos las punzadas de una alegría tan intensa. Abracemos nuestro pecado, queridos hermanos, y caigamos al suelo para copular con él. Superemos nuestra vergüenza y tornemos nuestra pena en alegría; proclamemos nuestras malas obras, arrodillémonos y postrémonos en el polvo, y clamemos para ser juzgados, embelesados, arrepentidos, redimidos.
—¡Nick, estás desvariando! —gritó Toby, alzando la voz para refrenar el discurso de Nick, cada vez más alto y excitado—. ¡Déjame salir!
—Te quedarás hasta el final —dijo Nick—. Acaba de empezar lo más interesante. ¿Crees que voy a hablar para las paredes? De ninguna manera. Lo que tengo que decir afecta muy íntimamente a todos mis feligreses, y como tú eres mi único feligrés, aparte de Murphy, que no está en pecado, te afecta muy íntimamente a ti.
Bebió con avidez un trago de la botella. Toby se había levantado de la silla.
—Escúchame —dijo Nick, hablando con mayor rapidez y señalando con el dedo—. ¿Crees que no conozco los trucos que te traes entre manos, Toby, todos tus jueguecitos? Me tratas como si fuera un mueble, piensas que no me doy cuenta de lo que ocurre delante de mis narices, pero te he hecho objeto de amoroso estudio, Toby. Y cómo compensas ese estudio, querido muchacho; créeme. Tan puro, tan guapo cuando llegaste; te sentías tan bueno, y que formabas parte de la comunión de los santos. Qué placentero era, sin duda; me hacía mucho bien verte disfrutarlo tanto. Pero entonces, ¿qué ocurre, con qué nos topamos? Con qué rapidez aprende el inocente. Se le trastorna la cabeza, se le despierta la vanidad. Ha encontrado algo más placentero que la emoción religiosa. Un flirteo entre los muros de un convento de monjas; ¿qué podría ser más fascinante? Así que primero desempeña el papel de mujer, y después, para asegurarse de que puede hacer ambas cosas, ¡desempeña el papel de hombre!
—¡Ya está bien, Nick, ya está bien! —gritó Toby.
Estaba frente a él, con los puños apretados y la cara ardiendo.
—Te he visto en plena acción —dijo Nick—. He visto tu vida amorosa en el bosque; te he visto tentar a nuestro virtuoso dirigente a la sodomía y a nuestra encantadora penitencia al adulterio. ¡Qué hazaña! ¡Tan joven y tan sumamente versátil!
Bebió un poco más de la botella.
—¡Quítate de en medio! —dijo Toby. Casi balbuceaba de angustia y rabia y miedo—. No tiene nada que ver contigo.
—¿Ah, no? —dijo Nick—. Al fin y al cabo, tenemos que cuidarnos el uno al otro, ¿no es así? Somos miembros uno de otro. Tú nunca te has molestado en cuidarme, pero yo acepto mis responsabilidades con más seriedad. Puedo hacerlas frente como el que más. ¿Qué vas a hacer? Eso es lo que quiero saber. ¿Y qué me dices de tu travesura con la campana? Ah, sí; también sé todo lo de la campana y ese milagro ficticio que planeas realizar con tu bien amada.
—¡Cállate! —gritó Toby.
Avanzó hacia Nick y se puso a empujar la mesa. Nick desdobló las piernas, pero siguió sentado, riendo. Toby era incapaz de mover la mesa.
—Desdichado —dijo Nick—. Te he dicho que tendrías que quedarte hasta el final. ¿Tienes acaso idea del daño que estás haciendo? Por ejemplo, al pobre Michael. Pero con respecto a él, su vaso está casi lleno y pronto rebosará, aunque no en el sentido que le daba el salmista. ¿Crees que puedes jugar así con un hombre de religión? ¿Es que crees que puede cubrirte de besos y acercarse después al altar de la comunión con el corazón alegre? Estás empeñado en destruir la fe de un hombre, en socavar su vida, en preparar su ruina, y encima, no le dedicas toda tu atención, sino que empiezas a jugar a las charadas con una maldita zorra.
—¡Basta ya, basta ya! —chilló Toby.
Se abalanzó sobre Nick y le sujetó por los hombros, con la intención de derribarle. Nick le agarró inmediatamente por el cuello y cayeron al suelo, luchando. Murphy se puso a gañir y a ladrar. Nick era el más fuerte.
—¡Cállate, Murphy, estás en la iglesia! —dijo Nick.
Nick tenía uno de los brazos de Toby retorcido tras él y la rodilla presionada contra la espalda del chico. Apretó la cabeza de Toby hasta hacerla bajar cada vez más.
—Agáchate, agáchate, eso es —le dijo Nick al oído—. Esto es el confesonario, pero no tienes que molestarte en confesar, porque lo sé todo. Es a otra persona a quien tienes que irle con el cuento, alguien que aún no lo ha oído. Te esperan las alegrías de la penitencia, Toby. Entretanto, toma un trago de esto, para que te acuerdes de mí.
Trató de hacerle dar la vuelta a Toby, extendió el brazo para coger la botella de whisky y vertió un poco en los labios del chico.
Toby empezó a luchar, como un muelle suelto. La botella cayó entre los dos y se rompió. Rodaron por el suelo; volcaron el plato del agua de Murphy y se revolcaron en los restos de su cena. Salpicados de agua, whisky y salsas, lucharon entre el caos de periódicos viejos y cristales rotos. Nick seguía siendo el más fuerte.
Toby yacía inmóvil. Estaba tumbado de espaldas, con la cara de Nick por encima de él. Descansaron en aquella posición; ambos jadeaban. Nick le miró y sonrió.
—Pobre niño —dijo—; me duele hacer esto, créeme. Pero estoy destinado a ser el azote de ciertos hombres. Tú no lo puedes comprender. Pero al menos espero que hayas entendido lo que he querido decirte con el sermón. Ahora vas a levantarte y a poner tu ropa como es debido, y después, como un buen chico, vas a confesarte con el único santo disponible, de hecho, con el único hombre disponible, que es James Tayper Pace. Vamos, levántate.
Nick se enderezó y Toby se puso de pie, trastabillando y sacudiéndose la ropa. Miró a Nick, aturdido y aterrado.
—Ojalá pudiera felicitarte por tu sincera disposición —dijo Nick—, pero el hecho es que no tienes dónde elegir. Si mañana no has hablado con James y no le has contado todo, me veré obligado a hacer una declaración. Y por una feliz ley de la naturaleza, por muy bajo que uno mismo quiera arrastrarse, nunca llega uno a pintarse con colores tan negros como puede pintarnos un espectador sin prejuicios ni simpatías. Otro de los encantos de la confesión. ¡Félix culpa, felix Toby! Ahora vete. Y no dejes que tu ira contra mí te impida comprender que lo que digo es justo. Vete, vete.
Nick apartó la mesa de la puerta y la abrió. Toby se quedó unos momentos con la mano en la cara. Nick le dio un ligero empujón entre los hombros. Se inclinó hacia delante, como si fuera a caerse, y salió de golpe a la noche.