Era la hora de comer del día siguiente. Como de costumbre, la comida se realizaba en silencio, mientras un miembro de la comunidad leía. Por lo general, el almuerzo duraba veinte minutos, durante los cuales el lector se sentaba a una mesa lateral, en tanto que los demás comían en la mesa larga y estrecha del refectorio, Michael en un extremo y la señora de Mark en otro. Hoy le tocaba a Catherine, y el libro que leía era las Revelaciones de Julián de Norwich. Catherine leía bien, con una voz ligeramente temblorosa, con un profundo sentimiento y evidentemente conmovida por el tema de la lectura.
—Este es el Gran Acto ordenado por Dios nuestro Señor desde los comienzos, atesorado y oculto en su bendito pecho, sólo conocido por Él mismo; por el cual ordenará todas las cosas. Porque al igual que la bienaventurada Trinidad hizo todas las cosas de la nada, así la misma Trinidad bendita ordenará todo lo que no está bien.
»Y ante esta visión, yo me maravillé grandemente y contemplé nuestra Fe, y de este modo me maravillé: nuestra Fe está basada en la palabra de Dios, y corresponde a nuestra Fe creer que la palabra será preservada en todas las cosas; y un punto de nuestra Fe es que muchos seres se condenarán: como los ángeles que cayeron del cielo por orgullo, que son ahora demonios; y también el hombre en la tierra que muere fuera de la Fe de la Santa Iglesia; es decir, aquellos que son paganos; y también el hombre que ha recibido el bautismo y no lleva una vida cristiana y así muere alejado de la caridad, todos ellos serán condenados al infierno sin final, como me enseña a creer la Santa Iglesia, y siendo así, creí que era imposible que todas las cosas estuvieran ordenadas, como mostró nuestro Señor al mismo tiempo.
»Y no tengo otra respuesta para mostrar la actuación de Dios nuestro Señor que la siguiente: Lo que es imposible para ti no es imposible para mí; preservaré mi palabra en todas las cosas y todas las cosas ordenaré. Así me enseñaron, por la gracia de Dios, que debo mantener constantemente la Fe como la había entendido previamente, y, por tanto, que debo creer firmemente que todas las cosas se cumplirán, como mostró nuestro Señor al mismo tiempo.
Toby, que había terminado pronto de comer, se quedó sentado; desmigajaba el pan y metía las migas en las hendiduras de la vieja mesa de roble. No se atrevía a volver la cabeza por si encontraba la mirada de Michael. Se sentía cansado y apático tras haber pasado una mala noche. El trabajo de la mañana había sido pesado. No escuchaba la lectura.
Toby había recibido, aunque aún no la había digerido, una de las primeras lecciones de la vida adulta: que nunca se está seguro. En cualquier momento se nos puede apartar de un estado de serenidad inocente y sumirnos en el opuesto, sin situación intermedia; tan por encima de nosotros se elevan las aguas de nuestra propia imperfección y de la de otras personas. Toby había pasado, a él se le antojaba que en un instante, de una alegría que parecía inexpugnable, a una agitación que apenas comprendía. Durante la larga noche y al despertarse por la mañana de un sueño intermitente, no pudo decidir si había ocurrido algo muy importante o no; al menos en la superficie de su mente, lo dudaba. En lo más profundo, sabía que había sucedido algo extraordinario, aunque no sabía qué era.
Mientras regresaba caminando con Nick a la casa de los guardas, después de la brusca partida de Michael, se sentía sumamente confuso, pero logró hablar tranquilamente con Nick y contestar a las preguntas sobre el viaje. Pensó que quizá Nick hubiera visto el incidente, pero llegó a la conclusión de que no era así. Toby y Michael estaban bien ocultos tras los faros, y Nick, incluso si hubiera salido por la puerta del jardín a tiempo, habría quedado deslumbrado por el haz de luz. Podía haber adivinado por el extraño comportamiento de Michael que algo pasaba; pero no había razón para que adivinase que se trataba de algo tan notable como eso. Quizá Nick sintiera curiosidad, y Toby observó que durante la conversación que siguió, había mostrado un interés agudizado por él y un deseo de hacerle hablar. Pero Toby mantuvo la calma e interrumpió la conversación, aunque sin brusquedad, y se apresuró a acostarse. Quería apasionadamente estar a solas.
Cuando se quedó solo se sentó en la cama y se cubrió la cara. Su primera emoción fue de total sorpresa. No se le ocurría algo que pudiera haber esperado menos. El conocimiento de Toby sobre la homosexualidad era insignificante. La academia no le había proporcionado ninguna experiencia de este tipo, ni siquiera la más remota aproximación a semejantes experiencias. Este tema había sido objeto de algunos chistes simples entre sus compañeros de colegio, pero su ignorancia era tan grande como la de Toby, y de esta fuente podía obtener poca información. Como su educación había incluido el latín pero no el griego, su conocimiento de los excesos de los antiguos era fragmentario; pero en cualquier caso, todo era diferente para ellos. Lo que sabía procedía principalmente de los periódicos más populares, y de los comentarios que había oído hacer a su padre sobre los «maricones». Lo poco que había reflexionado sobre esta tendencia le había llevado a considerarla como una extraña enfermedad o perversión, con refinamientos misteriosos y repugnantes, que padecía un pequeño número de personas desgraciadas. También sabía, y en esto difería de su padre, que era más adecuado considerar a estas personas más dignas de ser tratados por el médico que por la policía. Y aquí acababan sus conocimientos.
Como todas las personas inexpertas, Toby tenía tendencia a emitir juicios extremos. En tanto que antes consideraba a Michael como dechado de virtudes y no se le ocurría que en su vida pudiese haber tacha ni fallos, ahora le atribuía la homosexualidad tout court con todo lo que implicaba de antinatural e innombrable. Al menos, ésta fue su primera reacción. Descubrió que sus pensamientos se tornaban cada vez más complejos. Su emoción inmediata fue de sorpresa. Pronto fue reemplazada por asco y un temor casi alarmante. Sentía una repugnancia física definida porque le hubiesen tocado de esa forma. Se sentía amenazado. Quizá debiera decírselo a alguien. ¿Lo sabrían los demás? Evidentemente, no. ¿No debían enterarse? Pero, sin duda, no era él quien tenía que decirlo. Además, también era cuestión de protegerse a sí mismo. Estaba muy asustado al haber descubierto que era el tipo de persona que atraía esa clase de atención. Se preguntó si eso demostraba que le ocurría algo, una tendencia inconsciente en ese sentido que otra persona igualmente afectada pudiera adivinar.
Al llegar a este punto empezó a acusarse de exageración. Sin duda, el asunto no era tan importante como todo eso; y al preocuparse tan estúpidamente, ¿no estaría poniendo en evidencia su ingenuidad y falta de sofisticación? A Toby le horrorizaba que le creyeran ingenuo. Empezó a desnudarse y decidió no pensar más en ello hasta la mañana siguiente. Apagó la luz. Pero no le venía el sueño. Y mientras yacía tumbado en la oscuridad, Toby descubrió que, después de todo, lo que había ocurrido tenía su lado interesante. Sin duda, constituía una aventura, aunque un tanto repelente. Y lo que experimentó entonces, aunque en el momento no lo reconociera como tal, era una sensación de placer por encontrarse de repente en una situación de poder frente a alguien a quien había aceptado incondicionalmente como su superior espiritual.
Este pensamiento lo llevó a consideraciones más humanas; y en este punto comenzaron las complicaciones serias. Empezó realmente a formarse una idea de Michael. ¿Cómo se sentía Michael? ¿Qué pensaba Michael en ese momento? ¿Estaba despierto, abatido, deseaba que no hubiese ocurrido? ¿Qué haría mañana? ¿Le hablaría a Toby sobre ello? ¿O lo ignoraría por completo y se comportaría como si no hubiese sucedido? Toby pensó que no podía soportarlo. Ya empezaba a embargarle la fuerte sensación de que era algo que había que terminar. Por primera vez se sentía profundamente interesado por Michael. También experimentó, al evocar la imagen de aquella persona evidentemente complicada, una nueva emoción con respecto a Michael. Descubrió que se sentía curiosamente protector hacia Michael. Y con estos pensamientos por fin se quedó dormido.
Al día siguiente simplemente se sentía desgraciado. Había vuelto el asco, pero ahora, por alguna oscura razón, iba dirigido contra él. Se sentía como si la noche anterior hubiese tomado parte en una orgía agotadora. Pero, aunque recordaba con repulsión no disminuida el incidente en cuestión, se le antojaba que lo que había constituido la orgía eran principalmente sus propios pensamientos. Sin embargo, estaba lejos de desear poner su mente en otras cosas. Mientras que antes disfrutaba con entusiasmo en la huerta, hoy le parecía pesado y una pérdida de tiempo, puesto que le distraía de pensar en Michael. Le hubiera gustado pasar la mañana paseando por el bosque. En su lugar, tuvo que mantener una conversación con James, y después con Patchway, y después con la señora de Mark, con quien le habían asignado pasar la última parte de la mañana embalando verduras en redes y cajas. Michael lo eludió.
Era probable que Michael aprovechase la oportunidad del almuerzo para llamarle aparte. Pero acabó la comida sin que ni siquiera se hubiesen mirado. Toby anhelaba no dar la impresión de que quería un téte-a-téte, y desapareció durante el corto período de tiempo que seguía al almuerzo hacia un rincón lejano del huerto de frutales en que le habían pedido que colocase alambres cuando tuviera un momento libre. Pero al llegar allí, no tuvo ánimos para realizar aquella tarea. Se sentó en el sendero, dando vueltas con los dedos a las piedrecillas hasta la hora en que se volvía a iniciar el trabajo oficialmente.
Por la tarde se ocupó una vez más del eterno azadonar. Al menos allí estaba solo. El tiempo era aún muy caluroso y los vigorosos esfuerzos pronto le hicieron sudar copiosamente. Siguió trabajando tenazmente con la cabeza baja. A lo lejos se oía el ronroneo del cultivador mecánico, que había entrado en acción inmediatamente bajo la dirección de Patchway, quien había experimentado a este respecto una conversión iluminadora. A medida que avanzaba la tarde, Toby empezó a sentirse completamente abatido, y la confusión de sus pensamientos se resumió en un intenso deseo: hablar con Michael.
Asistió a la merienda-cena aturdido, y tras quedarse un rato ostensiblemente sentado en el salón, se obligó asimismo a volver al huerto de frutales para colocar los alambres. Allí fue donde lo encontró alrededor de las ocho la señora de Mark, portadora del recado de que Michael quería verle en seguida.
***
Al llegar a su habitación, Michael se tumbó inmediatamente en el suelo y durante un rato fue como si, en un deseo absoluto de esconderse, le abandonase todo sentido de su propia personalidad. El choque de lo que había ocurrido y la intensidad de su arrepentimiento por ello le habían dejado atónito. Haberlo pensado, haberlo soñado, sí…, ¡pero haberlo hecho! Y mientras Michael consideraba la minúscula distancia existente entre el pensamiento y la acción, era como una hendidura sumamente estrecha que, a medida que la contemplaba, se agrandaba hasta convertirse en un abismo. Se cubrió la cara e intentó rezar, pero pronto se dio cuenta de que aún estaba completamente borracho. Su actual postración era infructuosa e innoble. Ni siquiera se encontraba en una situación adecuada para reconocer su propia desgracia. De todas formas pronunció unas palabras, palabras convencionales y familiares, agrupadas para tales fines por otros hombres. No encontraba palabras ni pensamientos propios. Se levantó del suelo.
Fue al lavabo y se frotó la cara con un paño húmedo. Le ardía la piel. Debía recobrarse y pensar como es debido. Pero, con el paño goteante en la mano, lo que le asaltaba con un dolor aún más agudo era el deseo de que Nick no lo hubiese visto, y el temor de que así hubiese sido. Al preguntarse por qué le importaba tan desesperadamente, la respuesta fue extraña. No quería que Nick se sintiera traicionado o abandonado por la preferencia de Michael por un hombre más joven. Pero sabía que era una emoción completamente disparatada, puesto que asumía que el tiempo se había detenido. Era lógico que no quisiera que Nick lo considerase corrompido o malvado, por Nick y por él mismo. Pero lo que al parecer le angustiaba tan profundamente era la idea de que Nick pudiese creerle infiel.
Michael encontró este pensamiento tan sorprendente que no supo cómo enfocarlo. Tiró el paño al suelo. El agua fría le goteaba por el cuello y discurría por la espalda. Volvió a tomar conciencia del dolor de cabeza y de unas sensaciones desagradables en el estómago. Se sentó en la cama e hizo un violento esfuerzo por calmarse. Cuando lo logró, hasta cierto punto, reconoció que era terrible no haberse preocupado en primer lugar por Toby. Su reacción instintiva había sido una especie de autoconservación, un temor por sí mismo que aún no se había atrevido a examinar con detenimiento, junto con aquella insensata reacción hacia Nick, mientras que lo que debía considerar era el daño que había hecho al chico.
Pensar en Toby fue menos doloroso al principio, puesto que era posible ver aquel asunto como un problema e intentar, al menos, delimitarlo. Michael se puso a reflexionar serenamente sobre el estado de ánimo de Toby. Por lo que sabía del muchacho y de su educación, estaba seguro de que Toby no tenía ninguna experiencia y muy pocos conocimientos sobre la homosexualidad, y probablemente consideraba a los «maricas» despreciables, misteriosos y repulsivos. Seguramente, el efecto del abrazo de Michael había sido considerable; e incluso si el propio Michael decidía que era más prudente dejar pasar el incidente y no discutirlo, Toby difícilmente podría cooperar. Querría que se explicara. Necesitaría una continuación. No hablar más sobre ello sería dejar al muchacho en un estado de ansiedad y tensión no aliviadas. Había que hacer algo.
Al reflexionar seriamente sobre Toby, Michael empezó a darse cuenta por primera vez, y observó irónicamente lo tarde que era para esto, que había perjudicado a alguien más que a sí mismo. Imaginó las reacciones de Toby: el choque, el asco, la desilusión, la sensación de algo irremediablemente estropeado. Toby había venido a Imber como a una casa religiosa, como a un retiro. Buscaba inspiración y ejemplo. Que la aureola de Michael hubiese desaparecido bruscamente era lo que menos importaba; pero la experiencia de Imber en su totalidad quedaría destrozada para Toby. Michael examinó amarga e implacablemente las consecuencias de lo que había hecho. ¡Qué algo tan momentáneo y tan trivial pudiese tener tanto significado, pudiese ser tan destructivo! En un sentido, Michael sabía lo que había ocurrido: había bebido demasiado y se había rendido a un impulso inofensivo y aislado de cariño. En otro sentido, aún no sabía qué había ocurrido. Nuestros actos son como barcos a los que podemos ver hacerse a la mar, sin saber cuándo o con qué carga regresarán a puerto.
Con un esfuerzo Michael se dispuso a dormir. Rezó durante un rato, procurando dirigir su atención hacia Toby. Más adelante tendría tiempo suficiente para autoexaminarse. Al verlos, por así decirlo, con el rabillo del ojo, fue consciente de que existían unos demonios en su interior que su acción había puesto en libertad. El pensamiento insensato y atormentador sobre Nick aún estaba presente en su mente. Al arrastrarse hasta la cama y empezar por fin a perder consciencia, su última reflexión fue que, aunque había hecho algo malo a Toby, se había hecho algo peor a sí mismo. Lo que fuese ese algo aún estaba por ver.
Al día siguiente se aplicó a la tarea de decidir qué hacer. Fue entonces cuando descubrió otro rasgo de la situación. Se encontró tremendamente ansioso por ver de nuevo a Toby, y por hablar con él sobre lo que había ocurrido. A la hora del desayuno ambos se sentaron con los ojos bajos, y Michael huyó inmediatamente después a su despacho. Estaba frenético por hablar con Toby. Recordó que el día anterior, durante el trayecto de regreso, había sentido que su corazón se inundaba de ternura hacia el muchacho, y que había tenido la seguridad de que semejante manantial de sentimientos no podía ser totalmente malo. Hoy, con mayor cinismo, se preguntó si no sería mejor jugar la baza más segura para él, sin tener en cuenta la confusión y la angustia de Toby, y olvidar el asunto por completo. Una conversación sentimental, cualquier cosa parecida a una excusa, sólo contribuiría a prolongar el incidente. Michael también descubrió que deseaba que Nick le tranquilizase; en tanto que la idea de preguntar a Toby sobre Nick le producía una extraordinaria agitación. Si hablaba con Toby, debía mostrarse muy frío y reservado; pero ¿sería capaz de hacerlo?
En el transcurso de la mañana encontró un rato para ir a la capilla de los visitantes, y se quedó allí sentado en medio de la oscuridad y el silencio. En aquel lugar no resultaba difícil convencerse de la cercanía de Dios. Los afanes más puros de otros habían excavado, por así decirlo, un sendero, una sima. Allí se calmó al fin la fiebre de su mente, y experimentó con todo su ser el deseo de hacer únicamente lo que complaciese a Dios, y la confianza de que esto era algo que podía saber y hacer. Al mismo tiempo, en aquel estado de recogimiento podía juzgar mejor la pobreza de los pensamientos que le habían afligido la noche anterior y aquella mañana. Con qué rapidez se había atemorizado, qué lejos estaba de cualquier clase de auténtico arrepentimiento, qué poco dispuesto a buscar la verdadera buena voluntad hacia Toby, que debía ser su guía. Rezó por obtener la más lejana y difícil de las intuiciones, la de la sobria comprensión de que se ha pecado; y mientras miraba el altar a través de la verja, se sintió en calma, ayudado y protegido. Tenía trabajo que hacer, y Dios, en última instancia, no le dejaría naufragar. Decidió que debía hablar con Toby.
El deseo de ver al muchacho era aún sumamente intenso. Al salir de la capilla decidió posponer la entrevista hasta el día siguiente. Aquella pequeña abstinencia le enfriaría aún más, y además, esperaba encontrarse mucho más calmado por la mañana. A la hora de la comida, todavía evitando la mirada de Toby, escuchó la lectura con atención, conmovido por la evidente devoción que Catherine profesaba a la autora; recordó que en una ocasión ella le había dicho que la dama Julian había influido en su decisión de hacerse monja. Cuántas almas no habría consolado y animado aquella dulce mística, con su sencilla comprensión de la realidad del amor de Dios. Michael se aplicó la lectura a sí mismo; reflexionó que sus innumerables dudas, su incapacidad para actuar con sencillez y naturalidad, eran señales de su falta de fe.
Por la tarde fue a un rincón alejado del huerto y se dedicó a una dura labor física. Renunció a las delicias de la excavadora mecánica en favor de Patchway. De todas formas, el placer que experimentaba ante aquel juguete de alegres colores se había estropeado. Mientras removía la tierra, le obsesionaban diversos pensamientos. A la hora del té estaba nervioso y apático y no tenía apetito. Después del té trató de aplicarse en su despacho a la tarea de redactar un borrador para la recaudación de ayuda financiera, pero su mente estaba embotada. Empezaba a derrumbarse la anterior complejidad de sus pensamientos. Le parecía que posponer la entrevista con Toby era absurdo y gratuitamente desconcertante para el muchacho. Experimentaba un deseo violento y sordo, con una mezcla de dolor y placer que en sí mismo no era desagradable, de dar por terminado el asunto. Por encima de todo, necesitaba librarse de una desazón que le impedía cualquier otra actividad.
Michael resolvió no ver a Toby en su despacho ni en su habitación. Pensativo, ahora que había decidido no esperar más, quería que la entrevista fuese formal, no íntima. Se sorprendió planeándola y decidiendo lo que iba a decir, con una especie de satisfacción. Recordó su promesa de enseñar a Toby dónde anidaban los chotacabras, y pensó que al hablar con el muchacho mientras cumplía aquella promesa tocaría la nota exacta de normalidad. De ese modo dejaría claro a Toby que nada había cambiado y que no existía una discontinuidad terrible entre el antes y el después de aquel desafortunado momento de la noche anterior. Se enteró por Margaret Strafford de que Toby estaba en el huerto de frutales, y como la señora de Mark tenía que ir allí, le dio el recado.
Michael le esperó al otro lado del embarcadero. Quería acortar la parte del viaje que iban a hacer juntos. También quería asegurarse de que Nick no se encontrase cerca. Por suerte, no se veía rastro de él en el prado ni en el bosque. Al regresar hacia la orilla, Michael vio a Toby que descendía a la carrera el montículo herboso desde la casa. Saltó al bote y casi lo hundió. Lo propulsó por el lago con toda la rapidez que permitía su peso inerte y llegó sin aliento al embarcadero de madera, donde le esperaba Michael.
—Hola, Toby —dijo Michael con frialdad; inmediatamente después se dio la vuelta para encabezar la marcha por el sendero que llevaba al bosque—. Voy a enseñarte los chotacabras. Recordarás que te lo dije. No está muy lejos de aquí. ¿Sabes algo sobre los chotacabras?
Toby, que miraba con resolución al suelo mientras andaba, negó con la cabeza.
—El chotacabras —dijo Michael— es un ave migratoria. Nos dejará de un momento a otro, y siempre canta con especial fuerza antes de marcharse. Es un ave muy poco corriente, como verás. Su nombre latino es caprimulgus, chupacabras, porque antiguamente se pensaba que se alimentaba de leche de cabra. Su canto principal, que espero que oigas, es una especie de sonido burbujeante de dos notas. Sólo vuela durante el crepúsculo, y su vuelo es muy extraño, extraordinariamente rápido, aunque irregular y como de murciélago. Posee otra característica, que consiste en que, cuando está posado en una rama, palmotea con las alas juntas por detrás del lomo.
Toby no dijo nada. Se habían adentrado bastante en el bosque, y aunque en el exterior aún había luz del día, allí ya había oscurecido. La luz debilitada del sol poniente no podía penetrar por entre los árboles, que parecían producir su propia oscuridad. Entraron en una amplia vereda en la que habían plantado numerosas coníferas entre los robles y los olmos. Allí había mayor claridad, pero estaba umbroso, y mientras lo contemplaban, aumentó la oscuridad. La vereda desembocaba en el muro de la abadía, que se veía en lontananza, horadado por una pequeña puerta; el sol aún remoloneaba sobre él.
Michael se detuvo bajo un árbol, cerca del centro de la vereda. Se quedaron en silencio, escuchando la tranquilidad inaudible pero viva y agitada del bosque que se oscurecía. Estuvieron allí largo rato, sin mirarse, adormecidos, como en una especie de coma. Entonces, de entre unos árboles cercanos les llegó, como una señal, un sonido sordo de palmadas. Al poco, a este sonido siguió un chirrido burbujeante en tono bajo; después más palmadas, y las aves se hicieron presentes de súbito en el crepúsculo cada vez más denso de la arboleda. Revoloteaban de un lado a otro entre los árboles; iban y venían en un insistente baile circular, como de murciélago. Era imposible ver cuántas había, pero parecían una multitud al aletear y balancearse en la oscuridad granular; hacían un ruido muy suave al batir las alas, largas y puntiagudas. En las profundidades del bosque continuaba el palmoteo sordo.
Pronto estuvo casi demasiado oscuro para ver. Aún podían distinguirse confusamente los pájaros, como grandes hojas que aleteaban sin caer, hasta que finalmente desaparecieron, recogidos en las tinieblas de la noche inminente. Michael empezó a caminar lentamente por el centro de la avenida. No se volvió hacia Toby, que caminaba a la misma altura, pisando suavemente sobre la hierba crecida. Michael experimentaba una paz extraordinaria, y estaba seguro de que Toby la compartía. Era como si hubiesen presenciado juntos un rito esotérico y liberador. En cierto modo, era una lástima romper el hechizo con explicaciones vulgares. Pero finalmente habló. Parecía pronunciar algo que hubiese aprendido de memoria.
—Toby, quiero hablarte sobre lo que ocurrió anoche. Hice algo estúpido y equivocado, algo que, puedo asegurártelo, no tengo por costumbre hacer. A mí me sorprendió casi tanto como a ti. No quiero convertir esto en una tragedia. No voy a decirte «olvídalo», porque no lo podemos hacer; pero sugiero que lo dejemos a un lado y no ahondemos en ello ni le concedamos una importancia exagerada. En tanto que ha sido una acción errónea, eso me concierne a mí, no a ti. Sólo quería…, bueno, pedirte perdón y rogarte que entierres el asunto. Sé que no hace falta que apele a tu discreción, pero estaba angustiado por si acaso te tenía preocupado. Lamento profundamente haberte molestado y perturbado así, y confío en que hagas un verdadero esfuerzo para no dejar que esto estropee tu estancia en Imber.
Se detuvieron y se dieron la vuelta para mirarse. Ya estaba casi totalmente oscuro, incluso en el espacio más abierto de la avenida, y los árboles eran casi invisibles, presencias opacas de un negro más profundo a cada lado del sendero. Toby miró al suelo y después, con evidente esfuerzo, alzó la cabeza para mirar a Michael. Dijo en voz baja:
—Claro, está bien. Lo siento. Está bien. Ha hecho bien en hablarme así. Lo entiendo. En lo que a mí respecta, este asunto está completamente enterrado.
Al mirar su rostro oscurecido, Michael experimentó repentinamente una extraña sensación de déja vu. ¿Dónde había tenido lugar aquella escena, con su inevitable final? Y mientras hablaba y se movía, recordó la luz evanescente en su habitación del colegio cuando él y el muchacho estuvieron sentados durante tanto tiempo, inmóviles y cara a cara.
—Gracias —dijo Michael, también con mucha suavidad. Ninguna fuerza terrenal hubiera podido impedirle a Michael que tocase en ese momento a Toby. Estiró la mano a ciegas hacia el chico; y como atraída magnéticamente, la mano de Toby se encontró con la suya en un fuerte apretón. Se quedaron juntos y en silencio en la oscuridad.