10 DE ENERO DE 1932. MATICES DEL ARRIBISMO

En este mundo —dice el proverbio— quien acierta, acierta… Pensando en esta frase me he dado cuenta muchas veces de su falsedad. Quien acierta siempre en este mundo es el hombre que tiene la frialdad suficiente para saber relacionarse con situaciones coherentes con su propia sensibilidad. Los intelectuales son, por lo general, gente débil. Por esto únicamente pueden prosperar en situaciones conservadoras y estabilizadas. Si se relacionan, por el contrario, con las épocas de torbellino revolucionario, su debilidad provoca que queden aplastados.

Hoy Unamuno parece desinflado. Ha perdido gran parte de su combatividad. Produce el efecto de un pelotari que no dispone de frontón para jugar. El frontón de Unamuno eran las instituciones antiguas. Recuérdense los sonetos que escribió en el exilio. Y bien: se ha encontrado con el cambio de régimen, y esto ha producido que gran parte de sus energías se hayan inmovilizado.

Ha ocurrido algo parecido con gran parte de los negocios que se habían constituido últimamente. Si la Monarquía hubiera resistido una temporadita más, el señor Urgoiti habría hecho, primero con Crisol, luego con Luz, excelentes negocios. Pero lo cierto es que la resistencia se rompió y los negocios han fallado. A muchos escritores políticos les pasa lo mismo. La superficialidad de Félix Lorenzo, Heliófilo, brillaba de forma deslumbrante en la oposición. Ahora, tras el triunfo, el escritor se le cae a uno de las manos. No sabe qué decir. Tiene que defender las cosas más absurdas y los lugares comunes más vulgares. A Bagaría le ocurre lo mismo. Si Bagaría no se pasa a la oposición, dentro de dos años lo habrá olvidado todo el mundo.

A la mayoría de los intelectuales que realizan hoy un papel político tan importante les va a ocurrir lo mismo: su paso por la política será fugaz y saldrán del Parlamento profundamente amargados. Para muchos republicanos, el triunfo de la República habrá sido un fracaso casi personal.

Todo esto pasa porque la gente no se conoce a sí misma. ¡Cuántos disgustos no se habrían evitado si la gente no se hubiera dejado llevar por la vanidad y el propio engaño!

¿Qué ha sido de las grandes personalidades que formaron el partido de los monárquicos sin Rey? Y los del servicio a la República, ¿adónde irán a parar? ¿Dónde están ya?

Pero al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene todo esto? Lo más probable es que no tenga ninguna.