En los pasillos del Congreso un grupo de ministros, diputados y periodistas comenta en clave de humor varias anécdotas de la época de la conspiración republicana:
—Para que se hagan cargo de la debilidad a la que llegó la Monarquía —dice un ministro—, piensen en los siguientes hechos. En la época en la que el comité revolucionario se encontraba en realidad fuera de la ley —entre el 15 de diciembre y la proclamación de la República—, el señor Azaña continuó cobrando su sueldo de funcionario de Gracia y Justicia y «firmando la nómina»[11] de su puño y letra. El señor Domingo, antes de marcharse de España, otorgó poderes ante un notario de Madrid. Por otra parte, uno de los trabajos que más asiduamente ocuparon los ardores del último Gobierno de la Monarquía estuvo dedicado a dar una cátedra en Madrid a don Fernando de los Ríos… Hay gente que se sorprende de que viniera la República. Pero ¿acaso podía no venir…?
Cada vez que oigo a un monárquico quejarse pienso en estos hechos y repito in mente unos versos que oí en el Romea hace muchos años —los versos más tontos del mundo:
Gràcies a l’agricultura
ens trobem al mig del bosc…[12]