14 DE OCTUBRE. AZAÑA

Azaña se ha calzado hoy la Presidencia del Consejo con el discurso realizado sobre el artículo 26 de la Constitución. La escalada ha sido de lo más normal y acorde en todo con el casuismo que rige el sistema parlamentario que hemos instaurado.

La gente no se explica la rápida ascensión de don Manuel Azaña, no muy conocido en España en este momento. Sin embargo, no puede haber carrera política más coherente y más normal. La República está colocada sobre un trípode. En primer lugar, es un régimen que ha surgido como reacción a la Dictadura y el predominio militar. Azaña, primer ministro de la Guerra del nuevo régimen, ha servido a estos intereses con una intención vivísima. Ha hecho la reforma militar, le ha cortado la cresta al gallo. Manipulando este asunto, Azaña me ha recordado a menudo a un cirujano chino implacable y glacial manejando el bisturí con aire suave y delicado. Esta dimensión de la figura de don Manuel Azaña lo ha convertido en ídolo de todo aquel sector de opinión que sigue la corriente republicana por un sentido antidictatorial.

La República ha sido, además, un movimiento de sentido anticatólico y anticlerical. Otra parte favorable de la opinión, en efecto, es partidaria del movimiento republicano porque está convencida de que este régimen puede dar la batalla a los curas y cerrar un tanto por ciento de confesionarios. Toda esta corriente ha sido un deseo formulado vagamente hasta el día de hoy en que Azaña, tras una disquisición histórica para fundamentar su punto de vista, ha declarado que España ha dejado de ser católica, algo que, pese a la recensión de los periódicos, tal vez no haya dicho. Este hecho lo ha convertido en el ídolo del sentido laico. Azaña va a plantar cara a la Iglesia, por las mismas razones de coherencia histórica que le han llevado a encararse con la cuestión militar. Con el bisturí en la mano va a hurgar en la herida —sin dar mucha importancia al pinchazo— con suavidad.

La República tiene un tercer aspecto: el deseo, poco formulado asimismo, de justicia social. Azaña va a formular este deseo y a articular una reforma agraria. Será, por este motivo, el hombre de los socialistas agrarios de Andalucía, Extremadura y La Mancha, que son los que tienen un mayor peso humano. La formación del bloque Azaña-socialistas va a producirse fatalmente. Así pues, Azaña va a convertirse en el ídolo de una tercera corriente pública muy importante. Esta corriente, sumada a las dos que acabamos de mencionar, hará de él el propio trípode republicano. El régimen va a confundirse con el propio Azaña durante largo tiempo.

La política republicana es, pues, la propia política de Azaña, y tiene este triple aspecto: es una lucha contra el militar tradicional, contra el cura preponderante y contra el señorito feudal. ¿Con qué medios pretende llevar a cabo esta política el señor Azaña? Es muy sencillo: mediante el parlamentarismo y los métodos liberales. Parlamentarismo a la francesa, es decir, procurar tener detrás, en todos los asuntos, a la mitad más uno de los diputados. Liberalismo clásico, aquel repertorio de frases que rezan así: Los daños de la libertad, con la libertad se curan… Máxima libertad, máxima autoridad… No nos espantan, señores de la extrema izquierda, sus utopías…

La finalidad de la política de Azaña es la misma que la de los liberales del siglo pasado. Durante el presente siglo, han sido sobre todo los intelectuales quienes han sostenido la necesidad de semejante política. Por sí misma, esta finalidad no es ni buena ni mala; es como todas las utopías, y ya veremos si el país puede digerirla. No obstante, lo que me parece flojísimo es el procedimiento utilizado para implantar este programa. La democracia, el parlamentarismo, no ha producido en España más que un enorme papeleo. Ahora puede que ocurra igual. Si Azaña hubiese sido un hombre completo, se habría erigido en dictador y habría impuesto su sistema con la suavidad que a veces pueden permitirse los dictadores. Ahora, a través del batiburrillo parlamentario, el procedimiento para implantar esta política se va a convertir en un enorme excitante de las pasiones nacionales, y el liberalismo, por aquella paradoja que siempre funciona en España, va a hacer correr mucha sangre. En Francia, el liberalismo y la democracia son una doctrina inocua, porque el pueblo francés vive desinteresado de estos problemas al estar embrutecido por un hedonismo agrícola, sensual y gastronómico de una consistencia turbadora. En Inglaterra este desinterés se debe a la timidez y al sentido del ridículo que llevan a los ingleses a un gregarismo total. En España, país de hambrientos, de onanistas y de perturbados, el liberalismo se le va a subir a la cabeza a la gente y la pureza utópica de la doctrina va a causar estragos.

Pero Azaña no tenía otro camino que el emprendido. No es que Azaña sea un gran parlamentario a la española. Se trata más bien de un orador maquiavélico. No tiene aquellos grandes arranques llenos de sublimidad de los grandes parlamentarios del país. Sin embargo, posee una ventaja: que siempre dice algo. Por eso sus discursos, que oídos no tienen mayor interés, leídos producen un gran efecto. Tiene sobre todo un modo de enfocar los problemas paradójico, gracioso y algo desenfocado, que los impregna de vida. Esto es importante y, debido a que estas Cortes son Constituyentes, dará a Azaña una gran superioridad sobre los demás ministros. Todo el mundo sabe que unas Cortes Constituyentes tienen un tanto por ciento muy elevado de chalados, de genios y de anormales. Precisamente por esto se llaman Constituyentes, en contraposición a las demás, que son ordinarias, es decir, normales.

Decíamos, pues, que Azaña no tenía otro camino que el emprendido. Y es que Azaña es un afrancesado. Es el español actual más intencionadamente y más seriamente afrancesado. Sus formas mentales, su manera de plantear los problemas, no son nunca castizamente españoles. Lo único que ahora hay que ver es si este afrancesamiento es superficial, es decir, reducido a las formas externas de la política y la vida francesas, o si es profundo. Toda vez que Azaña considera que las instituciones de un país son transportables a otro país de latitud y temperamento diferentes, sospecho que su afrancesamiento es meramente superficial. Si Azaña ha comprendido que Francia es una dictadura policial permanente disimulada con una retórica humanitaria y vacua, intentará implantar en España el mismo sistema. Si cree, por el contrario, que Francia es la democracia con música de Rameau, no sólo vamos a tener grandes dificultades, sino que el hecho demostrará que el afrancesamiento del señor Azaña es un elemento de su psicología meramente particular.

¿Qué será Azaña? ¿Adónde va a llegar? Un día que en los pasillos del Congreso mi buen amigo y compañero Antoni Pugés trataba de demostrarle que era un gran estadista, Azaña le respondía:

Yo no sé si soy un estadista. Lo que es cierto es que, de la política, lo que me interesa es mandar…

Otros creen que Azaña es un hombre fatal, es decir, uno de aquellos hombres que surgen de vez en cuando en la historia de un pueblo y lo atraviesan con un juego brutal. Me he fijado en que mucha gente del sur de España considera la figura de este hombre desde este punto de vista:

Azaña —he oído decir muchas veces— o hará la República o hundirá España.

A mi entender, Azaña, en un país constituido y en circunstancias tranquilas y normales, habría sido una figura política de primer orden. En las actuales circunstancias, difícilmente su capacidad va a encontrar oportunidades para manifestarse. Lo más probable es que quede como un gran estadista… fracasado. De todas formas, es lo mismo que les ha ocurrido a la inmensa mayoría de los estadistas importantes del país.

Azaña —dice la gente— es un hombre antipático. No es verdad. En el trato personal, Azaña gana mucho por su enorme simplicidad real o ficticia, da igual. Conozco a muy pocos políticos a los que les ocurra lo mismo. Lo que pasa es que es un hombre que va a crearse grandes enemigos por el mero hecho de haber triunfado en un momento de la vida que puede molestar a mucha gente. En España sólo se toleran los triunfos de las criaturas o de los gagás. La gente ya empieza a decir que Azaña tiene la piel de la cara como el queso de Burgos… Y lo que dirán.