Se oyen decir muchas cosas.
Ahora que en Madrid, por la fuerza de la costumbre, las cosas se van calmando un poco y la gente empieza a hablar de política con algo de seriedad —sin que esto signifique que el país se enfríe—, todo el mundo está de acuerdo en que el máximo error de la última etapa de la vieja política fue que Berenguer no convocara elecciones generales tras la caída de la Dictadura. Ante la posibilidad de esta convocatoria, muchas personas protestaron diciendo que el censo electoral era viejo, falsificado y anticuado. Casi todas las secretarías de los partidos políticos trabajaron en este sentido. Berenguer, hombre discreto, fue fácilmente desbordado.
Estelrich me cuenta esta historia y veo que la conoce a fondo. Estelrich ha llegado a Madrid atolondrado. Durante la campaña electoral, la juventud democrática, liberal y humanitaria del Ampurdán lo ha apedreado.
—Saltaban piedras que daba gusto… —me dice Estelrich.
—De todas formas, aparte de esto…
—Aparte de esto, aparte de esto… ¿Qué insinúa? No creo que puedan pasar muchas cosas más.
—Perdón. Pueden pasar muchas más. Son los gajes del oficio, y los gajes pueden ser de naturaleza distinta. A veces, pueden ser más graves…
—Entonces, ¿qué debemos hacer? —me pregunta Estelrich, molesto.
—Usted y yo, Estelrich, podríamos ir a los países escandinavos a hacer política. En aquellos rincones no creo que lo apedrearan…
—Dejemos a un lado la imaginación. Le preguntaba qué debíamos hacer en este país.
—En este país debemos hacer lo que dicen en mi tierra: vendre la casa i anar a lloguer…[9]