4 DE AGOSTO. ROMANONES

De las elecciones salieron algunos diputados monárquicos —bien pocos—. Uno de los que salieron fue Romanones, que lo hizo por Guadalajara.

Romanones todavía es muy escuchado en el Congreso. Se halla entre dos fuegos. Los monárquicos creen que su política escéptica hundió la Monarquía. Los republicanos no le toleran que se haya inscrito en el Congreso con la filiación de monárquico. Romanones se ha vuelto muy sordo y grita mucho. La sordera le va la mar de bien: le sirve para llevar la conversación al terreno que más le conviene. Aparte de esto, tiene una salud magnífica, la mirada viva, la piel curtida por el sol, la nariz insolente y personal. Es el tipo de cazador castellano, experimentado y astuto.

Romanones es un conversador inagotable, con un picante delicioso, sin respetabilidad, sin cobardía. Hoy los periodistas le referían la consideración que tiene a derecha y a izquierda. El conde encogía los hombros y contaba la siguiente anécdota:

Hace pocos días iba a Guadalajara con su secretario, Brocas. Viajaban en coche. En un momento dado, se les acaba la gasolina y tienen que detenerse en un despoblado. Avería de pobre. Descubren a un chaval que apacentaba a unas cabras veinte pasos más allá. Lo llaman y le preguntan si estaría dispuesto a ir, cobrando lo que fuera, al pueblo más cercano, a por unos bidones de gasolina. El chaval no puede ir, pero sugiere la posibilidad de llamar a un labrador que trabaja en el otro extremo del campo. Brocas le dice que lo llame.

¡Romanones! —grita el chaval.

¿Y por qué le llamáis Romanones al labrador?

¿Que por qué le llamamos Romanones? —dice el chaval—. Pues porque es un hijo de p…

Romanones ríe sin parar mientras cuenta la anécdota a voz en grito.

Hoy, en la sesión nocturna, Romanones pronuncia el discurso defendiendo al Rey. Resulta curioso: la gente lo escucha con deferencia, con admiración, casi con una chispa de envidia en los ojos. Intento explicarme este éxito. El discurso era difícil, enormemente difícil. Puede que Romanones haya deslumbrado a la gente. Se ha presentado en el Congreso admirablemente vestido con un Locke formidable, gran abrigo de pieles, chaqué de lo más confortable, calzado reluciente, la mirada viva y un aspecto de espléndida salud. Cuando los diputados —la mayoría tan descuidados, sin afeitar, con aquella palidez causada por la estrechez económica— lo vieron llegar y tomar asiento, se produjo un movimiento de admiración irreprimible. En su escaño, con los brazos cruzados, Romanones parecía un pájaro de lujo disecado. Hizo un discurso corto, claro, gracioso, sin cargar nunca las tintas. Cuando invitó, con aire indiferente, a los diputados que supiesen algo inmoral del ex Rey a levantarse y denunciarlo, se produjo un silencio glacial. El orador acabó el discurso con una amarga sonrisa…

El multimillonario March produjo asimismo un movimiento de admiración parecido, aunque de orden diferente. Fue cuando dijo, para defenderse, que había nacionalizado cinco millones de esterlinas. ¡Cinco millones de esterlinas! Dos periodistas se hicieron repetir la cifra y se desmayaron al instante. Muchos diputados miraron a March como quien contempla un objeto precioso, lejano, inalcanzable.