Unos recién casados, afiliados a Esquerra y de Granollers, siguen desde la tribuna pública una de las sesiones más espesas de las Constituyentes. Detrás de la pareja, escucho la conversación con aire distraído.
—¡Cuánto me gusta! ¡Qué bonito…! —dice ella, entusiasmada, con los ojos brillantes y las posaderas que no paran ni un momento.
—Mira, ¿ves aquel? —dice el marido señalando a un señor del hemiciclo con poco pelo, cuello de goma y gafas—. Es Bordas de la Cuesta…
—¡Sopla! —contesta la mujer, abriendo los ojos y con la cara llena de interés.
—Y aquel otro señor con bigote rubio y aire de buena persona y de idealista, sentado al lado del aquel señor redondo y gordinflón, es Riera i Puntí…
—Quién lo diría…
—Y aquel que lleva el vestido claro es un Xirau, no sé cuál…
—¡Con lo simpático que es!
—Simpático e inteligente.
Así van pasando revista y, de repente, él adopta un tono confidencial. Se acerca al oído de ella:
—Aquel señor pequeñito, colorado, con cara de haber leído mucho, es Puig i Ferreter…
Ella cierra un poco los ojos y le da un pellizco…
¡El señor Macià! ¡El señor Macià! La enorme cantidad de diputados que Cataluña ha enviado a las Cortes Constituyentes ha producido en Madrid, claro está, el efecto de la novedad, pues esta ciudad es sensible a lo nuevo. Aunque esta impresión ha durado tan sólo un momento: lo justo para conocerlos superficialmente. En general, el aspecto ha sido deprimente. En primer lugar, la expresividad de la inmensa mayoría de estos parlamentarios es escasa —y en castellano, que es la lengua del Parlamento, es nula—. La inmensa mayoría de estos señores no tienen ningún interés por la política real y positiva. No les interesa —¡qué le vamos a hacer!—. Por otra parte, desplazados a Madrid, muchos se aburren, se añoran, divagan más o menos embobados, sin saber qué hacer. ¡Señor Macià! La Esquerra catalana ha enviado a Madrid una cantidad de diputados que no tienen ningún interés en serlo. Su origen fue una falsa alarma —como los prostáticos, que a veces tienen ganas de orinar y no orinan—. El fenómeno es indescriptible.