Fiesta Nacional en Francia. Apertura —con soldados por las calles— de las Cortes Constituyentes. Veo entrar, desde dentro del Congreso, a la comitiva política. Todo el mundo ríe y enseña los dientes.
Subo luego a la tribuna de prensa y oigo el discurso del señor Alcalá-Zamora. Buen discurso, oración abrumadora, virtuosismo verbal que me deja largo tiempo atónito. Oigo el discurso entero, a pesar de los empujones, el calor, el sudor de la gente. Al salir, siento la satisfacción de haber hecho un sacrificio por la patria. Le pregunto a Julio Camba, que anda abrumado a mi lado:
—¿Me permite una pregunta?
—Dígame.
—¿Qué le gusta más, las cataratas del Niágara, las guerras púnicas, los discursos del señor Alcalá-Zamora o las fuentes luminosas de la Exposición de Barcelona?
Camba se para un rato y medita. Luego me dice, rascándose el cogote:
—El lío es tremendo… De todas maneras, creo que don Niceto ha batido todos los récords…
Encontrar a don Julio Camba me llena de satisfacción. Le pregunto por las ilusiones diplomáticas que tenía semanas atrás.
Me mira entre irónico y entristecido. Cuando le hablo de la gran cantidad de nombramientos de altos cargos llevados a cabo y de embajadores nombrados, todavía se entristece e ironiza más:
—¡No! —me dice—. No he sido nombrado. Al parecer, hay otro criterio. ¿Usted me comprende?
Le pregunto cuál es, según él, este criterio —si puede saberse, claro.
—El criterio consiste en volver a las andadas. Nombrar a los de siempre…
Le recuerdo que han nombrado a muchos intelectuales para las embajadas.
—En realidad, todos son intelectuales. Los intelectuales han triunfado totalmente. Y esto será la muerte de la República. Los intelectuales no saben más que escribir libros y papeles. No saben nada de nada. El relumbrón de la letra impresa, generalmente copiada, se ha impuesto. Antes en las embajadas había unos viejos routiers administrativos que sabían el sistema. Ahora, nada: ignorancia total, sistemática y definitiva.
—Entonces, usted, señor Camba, ¿no ha sido considerado intelectual?
—No, señor. He sido considerado un insignificante humorista…