10 DE JULIO. SÍNTOMAS

Veo de lejos a un señor que lleva sombrero hongo. Me quedo sorprendido. Me acerco a él. Es un señor con cara de extranjero. Desde que se proclamó la República, no he visto en Madrid ningún sombrero hongo. Yo soy un viejo admirador del sombrero hongo. Creo que es un elemento que contribuye a la coherencia mental de quien lo lleva. Por otra parte, es un sombrero confortable y el más fresco que existe.

Me acuerdo de que al llegar a Madrid en el mes de abril entré en una sombrerería a comprarme un sombrero.

Un sombrero ordinario, flexible, claro… —me dijo el vendedor con una sonrisa comercial.

¡No, no! Hongo, si me hace el favor…

Al conocer mis pretensiones, la gente de la casa me miró con una extraña conturbación. «Pensarán que no soy precisamente el hombre más indicado para llevar semejante sombrero», me dije. En ésas, observo que el joven que me lo prueba lo hace sin entusiasmo, como si tuviera alguna reserva mental que exponer. Le pido que me explique su disposición de ánimo:

Es que, verá usted… Esta temporada se llevan muy poco estos sombreros. Con esto de la República, comprenderá…

Pero ¿es que son incompatibles la República y los hongos? Los hongos se han hecho republicanos…

El dependiente me mira, sonríe, pero me doy cuenta de que no lo he convencido y de que las reservas siguen fondeadas en su ánimo, como antes. Decido plantear el asunto a las claras.

¿Usted cree —le digo— que estos sombreros son peligrosos en las actuales circunstancias? Hábleme usted con absoluta sinceridad…

Peligrosos, peligrosos… El sombrero tiene en todo caso, como usted puede ver, una resistencia asegurada. La garantía de la casa es absoluta…

En este caso, deme usted un sombrero flexible y no hablemos más…

Renuncio con pena al sombrero hongo. Al salir, sin embargo —estando como estoy rodeado por un mar de gorras y sombreros flexibles más bien sudados—, siento que esta renuncia me lleva a interesarme, en la medida de mis pobres fuerzas, por la revolución general en la que nos hemos metido.

Todo se ha politizado. Los sombreros se han politizado. El único que lleva sombrero hongo en Madrid es Nicolau d’Olwer.