4 DE JUNIO. COMIENZOS DE ALBORNOZ

A Nicolau, Raventós, Barbey y Cuito, que forman el bloque del Ministerio de Comercio, los llaman en Madrid, bondadosamente, los cuatro de la infantería. Suelen ir juntos. Cuando salen del comedor del Palace y entran en el hall a tomar un café parecen en verdad la infantería —pero una infantería democrática, una infantería de las que van realmente a pie, la infantería de Andorra, para entendernos—. Son buenos chicos, toman siempre el café juntos y se admiran mutuamente. Es el Ministerio más compacto y unido de Madrid. Dan todos la impresión de sentirse forasteros.

Nicolau me cuenta que cuando Albornoz llegó a Madrid, con su señora, tuvo unos comienzos difíciles. Era un abogado muy pobre, muy arribista, que jamás consiguió tener un pleito. Se fueron a vivir a una pensión. Los primeros días, el actual ministro salía con la caña de pescar a ver si encontraba algo. El resultado fue siempre negativo. Ante tan mala suerte, marido y mujer decidieron hacer algo. Se les estaban acabando por momentos las últimas pesetas. Decidieron no levantarse de la cama. Compraron un jamón y lo colgaron del techo con una cuerda, de modo que estuviera a cuatro palmos de la almohada. Cuando tenían hambre, sin necesidad de moverse cortaban un bocadillo muy fino, y así fueron tirando mucho tiempo…

En este régimen, este tipo de cosas se destacan y se aprecian. Algunos las aprecian —los que creen en la redención humana—. Los demás no creo que las aprecien en absoluto.