Gran discusión en la pensión entre partidarios de la carn d’olla catalana y del cocido castellano. Se trata de saber cuál es, de ambas cosas, la más importante en términos objetivos. Defiende la carn d’olla un periodista catalán que representa en Madrid no sé qué prensa de izquierdas. Un tenor cómico muy estirado de un teatro popular de Madrid defiende el cocido castellano. La discusión se calienta y se produce un gran revuelo. De un bando y de otro se presentan los argumentos con aquella confusión característica de las polémicas del país. En el comedor, los pareceres se dividen dentro de la flotación general.
—¡Aquella col! ¡Y aquella pilota[6]! ¿Quién se atreve a poner en duda las cualidades de aquella pilota? —dice el periodista catalán.
—Y del repollo, ¿qué?¿Y de los garbanzos?¿Qué me dice usted de los garbanzos? —dice indignadísimo el tenor cómico castellano.
A la hora del postre, el tenor cómico gana terreno con rapidez gracias a la presión del ambiente. El periodista apenas si tiene ánimo para retirarse con gracia. En un momento de calma relativa, el periodista, que está sentado a mi lado, se acerca y me dice sotto voce, con cara de ferocidad y como para desviar la conversación hacia un terreno más cómodo:
—Esta gente debe de ser monárquica…
—¡Claro, hombre, claro! —le contesto con toda la seriedad de la que soy capaz en aquel instante.
Ésta es la disposición de ánimo del momento. A todos los que nos molestan por algún motivo, les colgamos el calificativo de monárquicos. Ferran Cuito, director general del Ministerio de Comercio, me contó el otro día que había visto la tarjeta de un señor que ponía: Fulano de Tal —Ingeniero republicano.