DOMINGO, 17

Don Miguel Maura se halla en el centro de todas las miradas. Ha tenido la desgracia de ser el ministro de Gobernación de la quema de conventos, y esto le da una popularidad dispar. Maura es un hombre moreno, alto, fuerte, esbelto, con ojos negros y brillantes, pelo perfectamente engomado, nuca y espalda perfiladas. Casi todos los Maura tienen, desde el punto de vista físico, una espesa y monstruosa humanidad, una plácida, gruesa y hebraica personalidad. De todos los Maura, don Miguel es el que puede llevar una americana cruzada sobre la raya vertical del pantalón con la mayor y más elegante naturalidad. Cuando don Miguel Maura se abrocha su americana cruzada con aquellas facciones enérgicas en la cara, parece que algo importante está a punto de suceder. Mucha gente cree que el temperamento apasionado, la valentía personal y la combatividad febril de este hombre contribuyeron más que cualquier otra cosa a la llegada de la República. Debe de ser verdad.

Maura es discutido. Hay quien lo considera un genio de la política. Otros lo juzgan de un modo más ecuánime. Un conocido aristócrata, que es también un financiero importante, compara a don Miguel con su padre, don Antonio Maura.

—Los he conocido muy bien a ambos —dice haciendo saltar con el dedo la ceniza del puro—, y lo que más me sorprende al compararlos es que haya podido salir un hijo tan ligero de un padre tan pesado.