VIERNES, 15

Esta semana de la quema de conventos ha habido en Madrid cuatro corridas de toros en la plaza grande y una o dos corridas de novillos en la plaza de Tetuán. Todo ha ido admirablemente. Mucha gente.

En esta tierra puede ocurrir cualquier cosa, incluso algo muy grave, el acontecimiento más sensacional, uno de aquellos acontecimientos que en otro país preocupan durante mucho tiempo y en los que, al cabo de poco de producirse, buena parte de la gente toma primero un aire de suficiencia, luego de real o fingida indiferencia, para acabar glosando la última ocurrencia del momento. No creo que exista en el mundo imaginación suficiente para describir las dimensiones que tendría que tener una desgracia o un simple hecho como para llegar a interesarnos de verdad durante un tiempo prolongado. Lo único que realmente interesa es la sensación momentánea, el instante instantáneo e inmediato. Podríamos contemplar un hundimiento de considerables dimensiones con impávida insensatez, a poco que el espectáculo nos pareciera lo suficientemente cómodo y divertido. Dicen que España es un país con mucha profundidad, intensidad, apasionamiento. No sé… A veces creo que no es verdad. A veces creo que España es un país tan superficial, tan lleno de cosas superficiales, tan desordenadamente superficial, que puede que sea el trompel’oeil de este desorden y de esta confusión, y esta abundancia sensorial, lo que produzca la ficción de la profundidad.

A medida que han ido transcurriendo las horas posteriores a la quema, Madrid, quiero decir el centro de la ciudad, parece haberse entristecido un tanto. He oído decir a mucha gente que la luna de miel de la República había terminado. Esta historia de los conventos ha hecho reflexionar a mucha gente. «¿Adónde va la República?», se pregunta esta gente. Reflexionar sobre algo tan complicado como la política resulta siempre embarazoso. Sea como sea, esta primavera de Madrid es magnífica. El clima es excelente; los árboles, las acacias, tienen un verde elegante; el aire de la sierra, seco y vivo, suaviza los primeros calores, Castilla presenta su luz más lujosa y más fina; los parques, las avenidas, invitan a salir y a caminar. Por otra parte, los acontecimientos que estamos presenciando dan a la vida de café una vivacidad inusitada. La quema de los conventos ha sido un espectáculo de los que no se ven cada día, y este pueblo paladea las novedades. Por si la variedad no fuera suficiente, acaban de suspender las garantías constitucionales. «¡No le busquemos tres pies al gato!», dice la gente. «Mañana será otro día y lo que fuere sonará».