DOMINGO, 10 DE MAYO. ABERTURA DE LA VÁLVULA

Por la mañana tienen lugar los sucesos del Círculo Monárquico de la calle de Alcalá, que queda devastado en gran parte, y el fuego graneado frente al periódico Abc. Después de comer, suben de los suburbios grupos populares que andan de acá para allá por el centro de Madrid. Alguien quema el quiosco de El Debate. «¡La República está en peligro!», se oye decir en los cafés. En otras tertulias la opinión difiere. Se adivina enseguida que hay quien trata de aprovechar las ligerezas cometidas por cuatro monárquicos cabeza de chorlito —parecen ligerezas verbales— para abrir una válvula. Pero ¿por qué no actuó la policía si los monárquicos habían estado excesivamente incorrectos?

Por la noche tomo asiento en la terraza de uno de los cafés de la Puerta del Sol. Hay mucha gente. El Gobierno está en el Ministerio de Gobernación, deliberando. El edificio entero está iluminado y con las puertas cerradas. A las nueve de la noche, la muchedumbre no parece muy enardecida. Bajo cada arco voltaico hay un orador que expone, de forma desaforada, los peligros que acechan a la República. Puedo contemplar con mis propios ojos cómo se produce el glissement à gauche. Los oradores, a las nueve de la noche, son meramente republicanos. Hacia las diez y media, unos oradores distintos han ocupado el sitio de los anteriores y predican en un sentido socialista. A la una, los oradores socialistas apenas tienen a nadie enfrente, y quienes los han sustituido arrastran a la gente blandiendo el léxico y la temperatura del comunismo libertario. A las tres de la madrugada, la gran concentración humana de la Puerta del Sol está bajo la influencia de la anarquía pura y dura. ¿Qué es el comunismo libertario? No se lo sabría decir. Por lo que oigo en la terraza del café, en el comunismo libertario existe todavía cierta forma de autoridad. ¿Qué es la anarquía pura y dura? Aún lo sé menos. Es un asunto que me produce una gran confusión mental.

Cuando uno adopta ante la autoridad una postura meramente crítica —es decir, la postura llamada aquí revolucionaria— aparece siempre alguien que es más revolucionario que quien más lo pueda ser en un momento dado. Este segundo desbanca fatalmente al primero, con suma facilidad; posteriormente, el triunfante es desbancado a su vez por un tercero, más revolucionario. Si esta noche los agentes extremistas hubiesen estado dirigidos por un hombre audaz, el asalto al Ministerio de Gobernación se habría producido sin lugar a dudas, y este asalto se habría llevado a cabo con una concentración humana que a las nueve de la noche era republicana y a las tres de la madrugada anarquista.

Existe la impresión de que el Gobierno provisional va siguiendo desde el Ministerio lo que ocurre en la plaza. Llega un momento en que parece que el Gobierno va a pisar el freno. De repente, sale al balcón del café Colonial un hombre alto, seco, con un gran bigote negro. Es el general Queipo de Llano, gobernador militar de Madrid. El general hace un discurso republicano sentimental. Nadie lo escucha. La inapetencia es total. Más tarde, a las dos, sale don Miguel Maura al balcón del Ministerio. Intenta hablar…

En el momento en que Maura aparece en el balcón se oye un grito que parece provenir de alguien situado debajo mismo del balcón. Se produce un torbellino humano que forma como un grumo de gente frente al portal del Ministerio. El que ha gritado debe de haber dicho algo que la gente ha considerado subversivo, porque el pueblo se abalanza sobre él. Bastan tres segundos para que el insensato quede con el cráneo separado del cuerpo, horriblemente destrozado.

El muerto es un gitano… —le dice, ante mí, un señor a otro.

¡Ah! —contesta el otro señor, como si le quitaran un gran peso de encima.

Se ve que para este último los gitanos no tienen tanta importancia.

De madrugada —ya clarea y la gente tiene una blancura fosfórica en la cara— aparece, sin que se sepa muy bien de dónde viene, una palabra que llena rapidísimamente la Puerta del Sol. ¡Los conventos! ¡Los conventos! —se oye decir—. Serán las tres y media. Al principio, los grupos no saben qué hacer. Por dónde hay que empezar. Los grupos enfilan las calles adyacentes. Pasadas las cuatro, queda poca gente en la plaza. La que queda parece muy cansada. Los timbres del Ministerio —en el silencio relativo, que va en aumento— se oyen desde la calle. Después oí decir que fue entonces cuando se comunicó a algunas órdenes religiosas que el Gobierno no podría garantizar nada. ¿Esta información es cierta? ¿Es interesada? Lo ignoro. Los jesuitas tienen un convento, al que llaman de la Flor, en el tercer tramo de la Gran Vía. Me aseguran que los jesuitas del convento de la Flor dicen la última misa a las ocho de la mañana. A las nueve, el edificio queda en su mayor parte abandonado.