Salgo de la estación, encuentro una habitación en un hotel de la plaza de Santa Ana y enseguida me pongo en marcha. Compro los periódicos y entro en el café Riego (antes, Fornos) para leerlos. El café está vacío. Me sorprende la postura de los periódicos, sobre todo la de los más ligados al movimiento republicano. Su punto de vista es que los resultados electorales del 12 de abril son muy importantes, pero que sería prematuro empezar a hablar de triunfo completo. En general, es como si quisieran dar a entender que unas elecciones municipales no pueden tomarse como una plataforma decisiva para cambiar el régimen. Hay que esperar a las elecciones generales para ver qué se debe hacer y, en definitiva, qué pasará.
En ésas, entra en el café mi viejo amigo C…, redactor político de uno de los periódicos más conocidos y leídos de Madrid.
—¿Qué hay? —le digo con la pregunta madrileña habitual.
—Acabo de hablar con don Fernando de los Ríos —me contesta—. Está radiante. Dice que la República va a implantarse en España de manera indefectible antes de dos años.
—¿Es profeta, don Fernando?
—En este país, casi todo el mundo lo es.
Voy al Ministerio de Hacienda. Me pongo en contacto con el entourage del señor Joan Ventosa, ministro del ramo. Ningún nerviosismo. Todos están de lo más tranquilos. Pregunto. Respuestas vagas. Vuelvo a preguntar. Me hago pesado. Tengo la sensación de que hay quien lo sabe todo y de que la consigna es mantener el secreto. Por fin consigo llegar a la mismísima raíz de la información.
—¿Quiere saber si va a venir la República? —me dicen—. Esto está resuelto desde ayer.
—¿Desde ayer a la salida del Consejo de Ministros?
—Exactamente.
Escucho de labios autorizadísimos la historia de estas últimas horas.
Es como sigue:
El señor Ventosa llegó a Madrid procedente de Barcelona el día 13 por la mañana. Se reunió enseguida en Palacio el Consejo de Ministros, bajo la presidencia del Rey. Encima de la mesa había buena parte de los resultados electorales de la víspera. El Rey pidió a los ministros su opinión sobre la situación política creada por los resultados electorales.
La Cierva sostuvo la teoría de la resistencia. Unas elecciones municipales —dijo— no tienen ni pueden tener bajo ningún concepto un aspecto político decisivo. No pueden utilizarse como una palanca para colocar en el terreno de la polémica la cuestión de la forma de Gobierno. Hay que constituir un Gobierno de fuerza, implantar la censura y resistir.
—¿Resistir con qué? —preguntó el Rey.
—¡Con el ejército! —respondió La Cierva.
El general Berenguer, ministro de la Guerra, es el encargado de preguntar a los capitanes generales qué postura adoptarían en caso de tener que aplicar una política de resistencia. Se pone un telegrama circular urgente a las Capitanías. Las respuestas van llegando a medida que va celebrándose el Consejo de Ministros.
Después de La Cierva, habló el marqués de Alhucemas. Hizo el típico discurso del liberaloide tibio. Hay que resistir —dijo—, pero salvando las esencias. Hay que hacer una política de fuerza, pero con guante blanco. Entiéndase: hay que aguantar y al mismo tiempo aflojar…
—No pretenderá, marqués, que pasen otra vez sobre su cadáver… —dijo una voz sardónica.
El marqués hace una sonrisa cortesana, aunque vidriosa, y enmudece definitivamente.
Empiezan a llegar, entretanto, las respuestas de las Capitanías. Las declaraciones monárquicas son visibles; pero todavía lo son más los equívocos acerca de una posible resistencia. Poquísimas Capitanías adoptan una postura franca, clara y decidida.
El señor Ventosa plantea la cuestión en el terreno indefectible.
—Las instituciones —dice— tienen dos caminos. Si se opta por la resistencia, hay que constituir un ministerio de fuerza y prescindir de nosotros (cuando menos, de mí). Nosotros representamos otra política. Si se toma el segundo camino, hay que empezar a negociar enseguida…
Movimiento de asentimiento general que corrobora las palabras del ministro. El Rey se adhiere de forma explícita. Romanones recibe el encargo de negociar con el Comité republicano, o sea, con el ministerio del pacto de San Sebastián. Se acuerda una negociación entre Romanones y Alcalá-Zamora aquella misma tarde —ayer— en el domicilio del doctor Marañón. El propio doctor ha explicado en unos célebres artículos los detalles publicables de estas negociaciones.
El Consejo de Ministros ha terminado. Los ministros saludan al Rey, que durante toda la reunión ha permanecido en un estado de impávida serenidad. Al despedirse del señor Ventosa, le dice:
—Podría, seguramente, resistir. Pero la fuerza material no puede emplearse cuando no se tiene fuerza moral para ello…
Excelente observación. Es un resumen de la mayor parte de un reinado. Resulta curioso constatar que, a veces, los hombres empiezan a volverse sensatos cuando lo tienen todo perdido. Se trata, sin duda, de una buena observación. En política, ante un cúmulo de imponderables, no hay resistencia posible.