6 DE MAYO. CARÁCTER DE DON JOAN MARCH

Me encuentro con don Joan March en el hall del Hotel Palace. Un gran habano colgando, el sombrero en el cogote, las gafas medio desmontadas encima de una nariz importante, la vista un poco vaga pero persistente, flaco y enjuto, con las manos en los bolsillos. Da la impresión de estar buscando siempre a alguien —que no está—. Debe de ser una aspiración, un deseo.

Don Joan March me dice, con aire febril y agitado que su falta de expresividad no hace sino acentuar, que el Gobierno le persigue por culpa de no sé qué cosas del pasado. No hay duda. Ha empezado —basta con abrir los periódicos para darse cuenta— la persecución contra el señor Joan March.

—¿Usted se lo cree, esto de las corrupciones? —me pregunta en un mallorquín delicioso—. Usted que conoce mis relaciones con los republicanos del Gobierno, que tuvieron lugar en París, en el Grand Hôtel y en el Pavillon d’Armenonville, donde hube de pagar tantas cenas y tantos almuerzos… ¿se da usted cuenta?

Me acuerdo perfectamente de que el señor Joan March pagó muchas cenas y almuerzos en los lugares mencionados. Ahora, no tengo la menor idea de lo que se habló en estas cenas y almuerzos, puesto que mi presencia en estas comidas fue extremadamente marginal y fronteriza. No tengo ninguna dificultad en recordar a algunos de los actuales ministros de la República que asistieron con March a varias cenas y almuerzos suculentos.

—¿Usted se lo cree, se lo repito, esto de las corrupciones? —me dice agarrándome la solapa de la americana—. ¿Cree usted que tengo el dinero fácil? ¿Le voy a dar yo nada a nadie sin estar completamente seguro? Usted ha hecho artículos para mi periódico de Mallorca, a tres duros cada uno. Yo jamás le he dado nada a nadie. Pero ¿qué se ha creído esta gente? Se deben de pensar que me he vuelto loco, ¿se da usted cuenta?

Considero que el argumento de don Joan March es de una fuerza dialéctica extremadamente importante y decisiva.