En Madrid, cuando un literato llega a determinado nivel dentro de su profesión, no tiene más remedio que hacer una vida social activa. Ahora bien, este literato, para llegar hasta allí, ha de tener alguna dimensión filosófica. Si el literato no tiene esta dimensión, si se conforma con una capacidad meramente descriptiva, no pasa del rellano. Baroja y Azorín no han pasado del rellano. A Machado se le considera un gran poeta, pero no es un poeta elegante. A Unamuno se le considera un energúmeno de Salamanca. Un hombre del pos-98, el escritor —gran escritor— y filósofo Ortega y Gasset, está considerado como un hombre de la vida social. Las duquesas, marquesas, etcétera, con mayor circulación en Madrid escuchaban cautivadas sus observaciones, estimadas profundas y fascinantes. Un día, en una de las mejores casas del País Vasco, se encontraron el entonces rey Alfonso XIII y el filósofo. Hechas las presentaciones, el ex Rey le preguntó a Ortega qué disciplina o asignatura profesaba en la Universidad Central.
—Metafísica, señor… —contestó con una reverencia el autor de España invertebrada.
—Esto debe de ser muy complicado —dijo el ex Rey con una risita y una nonchalance francesa, borbónica y madrileña.
A Ortega la respuesta le pareció intolerable, y aquello le convirtió en un republicano inflamado. Estos últimos meses, con sus escritos en El Sol ha contribuido realmente a inclinar el fiel de la balanza.
Hoy Ortega está radiante, se encuentra a caballo entre la vieja sociedad aristocrática, que es, como resulta fácil adivinar, monárquica, y sus amigos republicanos, y es muy envidiado.
Ahora en Madrid tienen la suerte —o la desgracia— de contar en la ciudad y en su vida intelectual con don Eugenio d’Ors y Rovira, que, como buen catalán discrepante, es muy apreciado. Como buen catalán —el carácter resulta difícil cambiarlo aunque uno cambie de país—, es un envidioso casi infantil. El objeto de su envidia es, naturalmente, Ortega y Gasset, que conoce muy bien a D’Ors a través de Pijoan. Por debajo de la literatura circula siempre el epigrama, que a menudo está mejor que la literatura corriente. La envidia suele ir muy ligada a las personas de quienes se dice que poseen sensibilidad. Y así, ante el Ortega espumoso de hoy día, se ha resucitado este epigrama:
Ortega, la vida es dura
y exige inventos geniales;
tú has puesto la razón pura
por cifra en la cerradura
de tu caja de caudales.
Cuando esta quintilla, resucitada, llegó a la tertulia de Ortega en la Revista de Occidente, se creyó conveniente contestarla. La respuesta fue:
Esta quintilla tan mala
proviene, si bien se mira,
más que de Pérez de Ayala,
que en esto, a Carulla imita,
de Eugenio d’Ors y Rovira.
Ayer encontré en la antesala de la dirección de El Debate a don Eugenio d’Ors. Gordo, ventripotente[5], considerable, me saludó cordialmente.
—Señor Pla —dijo dirigiéndose a mí en castellano—, tengo mucho gusto en saludarle. ¡Tantos años sin verle! —Tono declamatorio, sentimental, siempre artístico—. No lo he visto desde que usted votó por mí cuando me echaron de la Mancomunidad. ¡Qué años, aquéllos! Y usted, ¿cómo se encuentra?
—Yo bien, ¿y usted?
—Voy navegando: ¡escribiendo siempre! Toda mi obra está en La Veu de Catalunya. La estoy repitiendo y además hago algún refrito. A los intelectuales de aquí les gusta indudablemente. Es para este país una cosa tan nueva…
Una pausa. Luego me dice:
—Sin duda, ¿sabe usted que se declaró la República?
—Sí, señor, más o menos.
—Desearía hacerle una profecía…
—Los filósofos deberían abstenerse de hacer profecías…
—Algunos las hicieron…
—Los presocráticos, ciertamente…
—Esto es lo que yo decía en la Escuela Normal de Cataluña, a la que asistió usted como alumno… Profecías, las hizo Fichte. He cambiado de criterio; los filósofos han de hacer profecías. Le voy a hacer dos profecías. Si la República es de derechas, se mantendrá. Si la República es orteguiana, si la República es catalana, como tiene todo el aire de ser, se hundirá fatalmente…
—Pero esto, señor D’Ors, no es ninguna profecía. Es lo que en Madrid llaman un camelo…
—Los camelos de Madrid son muy importantes. Son la vida del país.
—¿Ahora escribe usted en El Debate, señor D’Ors?
—Sí señor, en El Debate. Tengo una clientela católico-progresista.
—Pero El Debate es un periódico republicano…
—La Iglesia, nuestra madre la Iglesia, señor Pla, ¡se ha equivocado tantas veces!
El tono declamatorio, entre sentimental, pegajoso, artístico y cínico, hizo que le tendiera la mano para despedirnos. Y así lo hicimos.
En uno de los versos aquí reproducidos hay una alusión al famoso Carulla, autor inmortal de la Biblia en verso. Carulla, por el apellido, debía de ser catalán. Su libro, la Biblia en verso, está completamente agotado y resulta difícil de hallar. Carulla puso en su libro una cuarteta inmortal de una gran profundidad humorística. Es aquella que dice:
Nuestro señor Jesucristo
nació en un pesebre.
¡Donde menos se piensa,
salta la liebre!…