27 DE ABRIL. OTRO ASPECTO

Volviendo a las reflexiones de ayer, se me ocurre pensar en lo curioso que sería descubrir la intervención que la vieja rivalidad con Barcelona ha tenido en la transformación de Madrid. Este aspecto es muy interesante y quizá podría ayudar a fijar y aclarar el proceso político y social contemporáneo de este país.

Hay muchos madrileños sedentarios, que jamás se han movido de la ciudad, pero también hay muchos más que han ido a Barcelona y han vuelto, si no enamorados, llenos de interés por lo menos. Hay muchos que hablan de ello con un punto de envidia, que ven a Barcelona como una ciudad de confort, de placer, de sensualidad, de vida fácil; es decir, como una subespecie hedonística. A mi modesto entender, Barcelona ha sido siempre una ciudad muy erótica, y quizá sea ésta una de las claves de nuestra historia, tan llena de locura. Esta mezcla tan acusada de vida de familia y de vida erótica de Barcelona es una de sus características más típicas. Hacer más que Barcelona, ser más que Barcelona —ésta ha sido una de las pasiones de Madrid—. Es una pasión pueril —pero que lo sea no significa en absoluto que la preocupación no exista hoy día, ni que no haya existido anteriormente.

Pues bien: ha habido un gobierno dictatorial que ha puesto todos los medios al servicio de esta obsesión de Madrid. Madrid, tal vez la ciudad mejor administrada del país, pudo dar, con esta ayuda, un paso considerable, desde el punto de vista hedonístico y progresivo. El centro se transformó. Se modernizó. Tomó un aire absolutamente distinto de aquella ciudad residencial, burocrática y popular de trece años atrás, con señoras con mantilla y mujeres del pueblo con mantón de Manila. «Ya verán los catalanes de lo que somos capaces también nosotros», dijo la clase dirigente.

Fue éste un poderoso motor de progreso. Para progresar hay que ir contra algo, y se halló el contraste. Al cabo de pocos años se habían erigido, como setas monstruosas entre los tejados bajos, de color chocolate, de Madrid, algunos edificios altos. La mediocre placidez de la Castellana y de Recoletos —yo aún he llegado a ver allí marqueses de patillas pintadas— se había convertido en un tráfico muy activo y exigente. La transformación de los espíritus era muy visible. El hedonismo estaba muy extendido. A los arquitectos se les consideraba gente importante. El arte de la construcción mantenía al socialismo madrileño. La organización familiar de las grandes familias, con una clientela numerosa, se deshacía con una gran cantidad de matices. Se empezaba a salir fuera, hacia la sierra. Barcelona pesaba: «Ya verán los catalanes de lo que somos capaces también nosotros», iba diciendo la gente importante. Y así, tras la Dictadura, que inició el progreso, llegaron a la República para hacer lo mismo que Barcelona, a su juicio, representaba.

En la entrada de Madrid —hoy por hoy— en el movimiento republicano, las cosas de Barcelona han sido un despertador que ha movilizado a mucha gente.