DÍA 16. CATALUÑA

Me cuentan una anécdota muy divertida y absolutamente auténtica de Barcelona.

Los primeros días de gestión del señor Lluís Companys en el Gobierno Civil de Barcelona fueron infernales.

Agitado, enervado, soñoliento, medio muerto, el gobernador se quedaba dormido de madrugada en una cama cualquiera de la casa. A primera hora de una mañana de esta etapa, un amigo entró en la habitación para comunicarle algo urgente a la máxima autoridad.

Companys estaba tendido en la cama, desabrigado, en camiseta. En la cama de al lado, Grau Jasanes, también en camiseta, roncaba divinamente.

—¡Lluís, Lluís! —dice el amigo.

Ninguna respuesta. Ni el menor movimiento. Companys duerme a pierna suelta.

—¡Lluís, Lluís! —insiste, más fuerte, el visitante.

Nada. El amigo tiene prisa y sacude un poco al dormido. De repente, Companys pega un brinco, abre los ojos desmesuradamente, no conoce al que trata de despertarlo y se pone a gritar con las manos en la cabeza, como un sonámbulo enloquecido:

—¡Grau! ¡Grau! Despierta. Nos han descubierto. Tenemos que huir…

El visitante le coge la cabeza con ambas manos y le dice:

—Pero ¿te has vuelto loco? Eres el gobernador, el gobernador civil de Barcelona…

Companys permanece todavía un momento medio dormido, se pasa una mano por la cabeza y, por fin, esboza una sonrisa de fatiga.

—¡Es verdad! Creía que nos habían descubierto… Compréndelo… He tenido que huir tantas veces…

En estos momentos, la preocupación general en Madrid son los asuntos de Cataluña. El señor Nicolau d’Olwer no ha tomado aún posesión del Ministerio de Economía porque, en principio, todo está pendiente de la solución de la cuestión catalana. Macià ha proclamado en Barcelona la República Catalana. ¿Quiere ello decir que queda prejuzgada la forma que va a tomar la República, es decir, que la República será federal?

Me da la impresión de que, en Madrid, las cosas de Cataluña se aceptan hoy por hoy mucho más en la calle que en las esferas gubernamentales.

Macià es un hombre muy idealista, muy interesante —oigo decir de forma voluble, más en los cafés que en las antesalas de los Ministerios.

En este momento de gran entusiasmo, el aspecto que presentan los acontecimientos de Barcelona puede entrar, poco o mucho, en contradicción con las ideas de la opinión pública española. Los representantes del Estado son más bien partidarios de que las cosas se expandan a través de su proceso biológico natural. Macià es un hombre muy idealista, muy interesante —hoy por hoy—. ¿Cómo será el día de mañana? Las cosas de Barcelona, a lo menos, se van expandiendo a través del hilo telefónico que une en estos momentos al señor Macià con don Niceto Alcalá-Zamora, presidente del Gobierno provisional. Estas conversaciones se producen en medio de una borboteante y febril cordialidad. La dificultad expresiva del señor Macià choca con la lana del colchón retórico y jurídico de don Niceto, y de este modo el Estado sale ganando.

De plenipotenciario del presidente de la Generalidad ha venido a Madrid el señor Carrasco i Formiguera. Lo encuentro medio tumbado en un sofá de la Presidencia del Consejo, muy fatigado. El señor Carrasco está notoriamente deslomado y se le nota en la voz toda la ronquera del cambio de régimen en Barcelona. Veo que el señor Carrasco no sabe lo que le ocurre. Ha llegado a Madrid con un bastón de caña bajo el brazo y un cigarrillo en los labios. Me dice que necesitaría los precedentes de la cuestión catalana y los papeles precisos para reforzar y cumplir la misión que le ha sido encomendada. Me dirijo a la oficina de la Lliga[2] (calle Lealtad) y puedo proporcionarle toda la documentación deseable.