Me despierto, sacudido por el coche cama, me visto y me voy a desayunar al vagón restaurante. El señor Cambó, en la mesa del fondo, habla con un señor desconocido. Me hace una señal, me acerco y tras la presentación de rigor me siento para desayunar. El señor es un gran nombre de la burguesía catalana, un industrial importante.
En el vagón, todos hablan de lo que va a ocurrir. Nos envuelve un ambiente de profecía. El industrial sufre. Querría plantearle una cuestión al señor Cambó, pero no se atreve. Hablan del tiempo, de Barcelona, de Madrid, de la crisis mundial… El señor Cambó, que tal vez haya dormido poco, está muy pálido, esquiva las alusiones políticas con sus estiramientos de cuello —el tic de su juventud—. En ésas, pasamos Guadalajara. Las extensiones de los campos de Castilla, tan ligadas a las formas políticas tradicionales, tan característicamente unidas al monarquismo castellano, se pierden de vista franjeadas por las verdes fajas del trigo tempranero, bajo un cielo enorme, puro, claro, azul.
El industrial contempla un rato el paisaje que huye y, de repente, la cara le sonríe.
—¿Qué quiere que le diga? —suelta, dirigiéndose al señor Cambó con una tartine au beurre en la mano—. Este paisaje no parece muy republicano.
—¡Coma y cállese! —contesta rápido el señor Cambó, con una cara dura y embarazada.
El industrial, asustado, moja nerviosamente la tartine en el bol de café con leche. El señor Cambó, tras arreglar sus cosas, se pone de pie para irse y dice con una sonrisa forzada:
—De todo esto ya hablaremos más tarde.
De vuelta a mi coche, paso por delante del compartimento del industrial. La puerta está entreabierta. Lo veo sentado en la cama del sleeping, con una cara de dolor de muelas…