Agosto va mediado. Tengo que hacer, esta mañana, varios artículos urgentes. Me he levantado a las ocho y ahora son las nueve menos cinco. He leído un poco en la Visita a Maquiavelo, de Jiménez Fraud. Jiménez Fraud, por mucho exilio y mucha beatería que le pongamos a la cosa, no era un escritor ni tenía por qué serlo. Consigue que la Florencia de mármol (hay una Florencia de mármol, como hay otra de tierra, otra de palabras, otra de mierda, otra de versos, otra de silencio, otra de gente) siga siendo de mármol en su libro. Qué no habría hecho, qué no hace nuestro Eugenio d’Ors, por ejemplo, con un tema así. El mármol, en su verbo, es siempre más verbo que mármol.

Pero la literatura no se rige por la literatura, sino por la política. Mierda. Tengo la suerte, María (y tú también, aunque no lo sepas), de pertenecer a una generación que ha superado todo eso. Vamos a la escritura por la escritura. Somos la izquierda escéptica o el escepticismo de izquierdas. El fanatismo se ha quedado todo él agazapado, amurado en la derecha. Agosto va mediado y tengo que hacer, hoy, varios artículos, pero primero leo algo sobre los Médicis, poniéndoles yo lo que no les pone el autor, y luego escribo en este libro, es esta carta a mi mujer, interminable carta que espero terminar pronto, no se angustie el lector, que esto tampoco es un psicodrama matrimonial ni aquí se cuentan las penas de amor perdidas, aunque quizá sí, pero a otro modo, que no es precisamente el itálico.

No he vuelto a hablar de los gatos porque han estado en su clínica de gatos, desde que dije que estaban enfermos. Tenían hongos. Ada o el ardor ya está curada y me la he traído. Ahora toma el sol de la convalecencia sobre el mármol de los salones (sin alfombras, por el verano). Es como una infantita azul y boba.

El rojo, mi Rojito, el pelirrojo gato de mis días («todo es tan gato», leo Cortázar), sigue en la clínica, sometido a baños y aerosoles, que le dicen sprais en inglés: el inglés está lleno de onomatopeyas, y aunque yo sepa que la onomatopeya es el origen del habla humana, me cabrea esa elementalidad repentina del inglés, tan rico, por otra parte, en latines mejores que los nuestros, porque los bárbaros del Norte llegaron más tarde, cuando ya el latín se nos pudría, y le dieron nueva savia y vida. Los conquistadores fueron conquistados por una lengua madre, religiosa y profana. María pregunta desde el sueño qué hora es.

La jodí anoche bien jodida, y mujer bien jodida duerme mucho. Se reservan un polvo con amor, como si fuera el posible hijo nacedor de ese polvo. En el salón donde escribo hay un sol blanco que las cortinas de encaje hacen más blanco. Sólo he desayunado whisky con agua muy fresca. Es el mejor desayuno para el corazón y para la cabeza. Y entre el corazón y la cabeza nace lo que se escribe. Prefiero ahora estos whiskies ligeros, dewar’s, que perfuman el agua y nada más. También perfuman el pensamiento y la prosa. ¿No se nota?

Ay si no se nota.