[72] Los jóvenes Taugwalder iban como portadores por deseo de su padre, y llevaban provisiones suficientes para tres días en previsión de que la ascensión resultara más complicada de lo que anticipábamos. <<

[73] Recuerdo que hace unos años, hablando con un conocido montañero, comenté que un hombre capaz de caminar por término medio treinta millas diarias era un buen andarín. «Aceptable», dijo él. «¿Y a cuál llamaría usted bueno?». «Se lo diré», contestó. «Hace tiempo, un amigo y yo decidimos ir a Suiza, pero poco después escribió para informarme de que le acompañaría un muchacho joven y delicado incapaz de grandes cosas, puesto que no podía recorrer más de cincuenta millas diarias». «¿Y cómo se llamaba su amigo?», pregunté yo. «Charles Hudson». Tengo buenas razones para considerar que hombres capaces de andar más de cincuenta millas diarias no son sólo buenos andarines, sino excepcionales.

Charles Hudson, vicario de Skillington en Lincolnshire era considerado en la fraternidad alpinista como el mejor aficionado de su época. Fue el organizador y líder del grupo de ingleses que en 1855 ascendieron sin guías al Mont Blanc por la Aiguille du Gôuter, y descendieron por la ruta de los Grand Mulets. Su gran experiencia daba seguridad a sus pasos y, en ese sentido, no era inferior a un hombre nacido en la montaña. Le recuerdo como un hombre bien formado de mediana altura y edad, ni corpulento ni delgado, con un rostro agradable, si bien grave, con modales tranquilos y discretos. Aunque atlético, no llamaba la atención, y a pesar de que suyas eran algunas de las mayores hazañas montañeras, era el último en hablar de ellas. Su amigo, el señor Hadow, era un joven de diecinueve años, aunque representaba más edad. Era un buen andarín, pero en 1865 pasaba su primera temporada en los Alpes. Lord Francis Douglas tenía aproximadamente la misma edad que Hadow, y había estado varias veces en los Alpes. Era ágil como un ciervo y se estaba convirtiendo en un experto montañero. Justo antes de nuestro encuentro había ascendido al Ober Gabelhorn (con Peter el Viejo y Jos Viennin), lo que me dio una buena opinión de sus facultades, porque semanas antes yo había examinado todo el contorno de aquella montaña y no intenté escalarla en vista de su dificultad aparente.

Yo conocía poco a Hudson, sin embargo, habría aceptado sus órdenes si él hubiera reclamado el puesto a que tenía derecho. A quienes le conocían no les sorprenderá saber que, lejos de hacer eso, no perdía ocasión para consultar los deseos y opiniones de quienes le rodeaban. Entre ambos compartimos toda la responsabilidad. Recuerdo con satisfacción que no tuvimos ninguna diferencia de opiniones respecto a lo que había que hacer y que entre nosotros hubo siempre perfecta armonía mientras estuvimos juntos. <<

[74] Llegamos a la capilla a las siete y veinte de la mañana, la dejamos una hora después. Nos detuvimos para examinar la ruta a las nueve y media. Salimos de nuevo a las diez y veinticinco y llegamos a las once y veinte al hito levantado por Kennedy en 1862. Allí nos detuvimos diez minutos. Desde el Hörnli hasta aquí seguimos en lo posible la arista del escarpe. La mayor parte del camino era fácil, pero en algunos puntos hubo que recurrir al piolet. <<

[75] Hasta entonces los guías no habían tenido que marchar delante. Hudson y yo guiábamos y cuando era menester trabajar para abrir paso, lo hacíamos nosotros mismos. Esto ahorraba las fuerzas de los guías y les demostraba nuestra diligencia. El lugar donde acampamos estaba a cuatro horas de camino desde Zermatt y al mismo nivel que el Furggengrat. <<

[76] Habíamos pensado dejar atrás a ambos jóvenes, pero vimos que era difícil dividir la comida, así que cambiamos los planes. <<

[77] En otros lugares he hablado de crestones y aristas. Hay poca opción entre las aristas que conducen a la cima desde el Hörnli (lado noreste) y hacia el Col du Lion (lado suroeste). Ambas son desiguales y dentadas, y cualquier escalador experimentado las evitaría de poder encontrar otra ruta. En el lado norte (el de Zermatt), la ladera oriental ofrece múltiples rutas, puesto que pocas partes de la misma son impracticables. Por el lado sur (el de Breuil), sólo es practicable en general la arista de la montaña, y cuando deja de serlo, el escalador se ve obligado a girar hacia la derecha o la izquierda y el avance es muy difícil. <<

[78] Pocas piedras cayeron en los dos días que estuvimos en la montaña y ninguna pasó cerca de nosotros. Otros que han seguido la misma ruta no han sido tan afortunados, tal vez no tomaron las mismas precauciones. Se sabe que el borde lateral de la margen izquierda del glaciar Furggen es poco mayor que el de la derecha, a pesar de lo cual el primero recibe todas las piedras que caen de las paredes de 1200 metros que forman la falda oriental del Cervino, mientras que al otro sólo van a parar laderas insignificantes. Ninguno de los dos bordes es grande. Hay numerosas pruebas de que las piedras no caen a gran distancia de la ladera oriental y ésta parece sometida a una mayor desintegración. En realidad, el manto de piedras caídas protege a la montaña contra un desgaste mayor. En la vertiente meridional, las piedras caídas se desprenden y ruedan lejos, dejando las laderas desnudas y expuestas a nuevos desprendimientos. <<

[79] Esta parte estaba menos inclinada que su correspondiente en la cara este. <<

[80] No apunté el tiempo que nos ocupó. Debió ser cosa de hora y media. <<

[81] Los puntos más altos se encuentran hacia los dos extremos. En 1865, el septentrional era algo más alto que el meridional. En años anteriores, Carrel y yo habíamos comentado la posibilidad de llegar a arriba y vernos separados de la cumbre por una hendidura de la cresta visible desde el Théodule y Breuil. Esta abertura parece grande desde abajo, pero, una vez en la cumbre, apenas se advierte y puede ser superada sin dificultad. <<

[82] Después supe por J. A. Carrel que habían oído nuestros primeros gritos. Se encontraban entonces en la arista suroeste, cerca de La Corbata, a 380 metros por debajo de nosotros, o sea, un tercio de milla a vuelo de pájaro. <<

[83] Al salir del campamento, nuestros hombres confiaban tanto en el éxito que cogieron uno de los palos de la tienda. Yo protesté diciendo que eso era tentar a la Providencia, pero no me hicieron caso. <<

[84] A Giordano, naturalmente, le decepcionó el resultado y quiso que los guías lo intentaran de nuevo. Todos se negaron, menos Jean-Antoine. El 16 de julio salió otra vez con otros tres, y el 17 alcanzó la cumbre siguiendo al principio la arista suroeste y luego volviéndose hacia el Z’Mutt, en el lado noroeste. El día 18 regresó a Breuil.

Cuando nos encontrábamos en el extremo meridional de la cumbre, fijamos nuestra atención en la parte de la montaña que nos separaba de los guías italianos. Parecía que no tenían la menor posibilidad si intentaban asaltar el pico final directamente desde el final de El Hombro. En esa dirección los precipicios caen verticalmente y, a cierta distancia, ya no veíamos nada. Quedaba la ruta de la que Carrel y yo habíamos hablado a menudo, es decir, ascender directamente al principio desde el final de El Hombro y después girar hacia la izquierda, o sea, hacia el Tiefenmatten, y completar la escalada por el noroeste. Pero una vez en la cumbre nos reímos ante esa idea. La parte de la montaña que antes he descrito no era fácil, aunque su pendiente era moderada. Si la inclinación fuera de diez grados más, su dificultad se incrementaría mucho. Doblar la inclinación sería hacerla impracticable. La pendiente que desde el extremo sur del risco de la cima caía hacia el noroeste era mucho más empinada que la que habíamos superado, y era absurda la idea de intentar subir en aquella dirección cuando la ruta norte era tan fácil. Sin embargo la cima fue alcanzada por aquella ruta por el intrépido Carrel. Conociendo la ladera final que nosotros superamos y el relato de F. C. Grove, no vacilo en definir la ascensión de Carrel y Bich en 1865 como la escalada más temeraria jamás realizada. En 1869 pregunté a Carrel si alguna vez había hecho algo igual de difícil. Su respuesta fue: «No creo que se puedan hacer cosas mucho más difíciles que ésa». <<

[85] La arista de la cima estaba muy descompuesta, pero no tanto como las aristas de las caras suroeste y noreste. La roca superior, en 1865, era un bloque de esquistos de mica, y el fragmento que nosotros arrojamos no sólo contenía esos elementos, que caracterizan al pico, sino que imitaba a la perfección los detalles de su figura. <<