[11] Alpine Journal, 1863, pág. 82. <<

[12] Tyndall y Bennen estaban equivocados al suponer que la montaña tiene dos cumbres, sólo tiene una. Parecen haber sido confundidos por el aspecto de la arista suroeste, que se llama «L’Epaule» («El Hombro») tal y como se ve desde Breuil. Desde allí, el extremo meridional tiene ciertamente la apariencia de un pico, pero al contemplarlo desde el Col Théodule u otro punto en esa dirección, la ilusión se desvanece. En Mountaineering in 1861, págs. 86 y 87. <<

[13] Forbes se encontró en una situación similar al cruzar el mismo paso en 1842. Describe los sonidos como silbidos, susurros y siseos (ver sus Travels in the Alps of Savoy, segunda edición, pág. 323). El doctor R. Spence Watson experimentó el mismo fenómeno en la parte superior del glaciar Aletsch en julio de 1863 y describió esos sonidos como cantos o silbidos (ver Athenaeum, 12 de septiembre de 1863). Al parecer, ambos grupos sufrieron una elevada electrificación en cada ocasión. Forbes dice que sus dedos «emitían un ruido siseante», y Watson dice que «su pelo se puso de punta de un modo muy molesto, aunque divertido», y que «el velo de uno de los presentes se irguió en el aire». <<

[14] Describo minuciosamente esta tienda ya que, a menudo, se me ha pedido información sobre el tema. Recomiendo a toda persona que desee tener una, y que desee utilizarla frecuentemente, que la haga confeccionar bajo su supervisión y que compruebe cuidadosamente los palos. La experiencia me ha demostrado que los palos (afirmados por sus extremos) soportan un peso de hasta cincuenta kilos y resistirán cualquier viento al que puedan estar sometidos. <<

[15] Las alturas que se dan a lo largo de la narración siguen las medidas del barómetro de mercurio de F. Giordano en 1866 y 1868. Me atrevo a diferir sólo respecto a la altura de la segunda plataforma de nuestra tienda, y le he asignado una elevación algo menor que la calculada por él. <<

[16] Durante este tiempo ascendí el Monte Rosa. <<

[17] No eran guías profesionales. <<

[18] Las que recogí fueron las siguientes.- Myosotis alpestris, Gm., Veronica alpina, L, Linaria alpina, Desf., Gentiana bavarica, L, Thlaspi rotundifolium, Gaud., Silene acaulis, L. (¿?),Potentilla, s. p., Saxifraga, s. p., y Saxifraga muscoides, Wulf. Debo estos nombres a William Carruthers, del Museo Británico. Las plantas crecían entre los 3200 metros y los 4000, o algo menos, elevación máxima en la que he visto vegetación en los Alpes. En las partes superiores ele esta montaña se ven muy pocos líquenes, debido sin duda a la constante desintegración de las rocas y a la consecuente desprotección de superficies nuevas. La especie de mayor altitud recolectada por De Saussure en sus viajes por los Alpes fue la Silene acaulis. Menciona que encontró unas matas «cerca del lugar en que dormí a mi regreso (en su ascenso al Mont Blanc), a unos 3475 metros sobre el nivel del mar».

William Mathews y Charles Packe, que han estudiado durante muchos años la botánica de los Alpes y los Pirineos, me han ofrecido los nombres de las plantas de mayor altura que han recogido en sus excursiones. Su lista es interesante, aunque no exhaustiva, ya que muestra los límites extremos que consiguen algunas de las más robustas plantas alpinas. Las mencionadas por Mathews son: Campanula cenisia, L. (Grivola, 3674 metros); Saxifraga bryoides, L., y Androsace glacialis, Steud. (cumbres del monte Emilio, 3561 metros y del Ruitos, 3500 metros); Renunculus glacialis, L., Armeria alpina, Willd., y Pyrethrum alinus, Willd., (Monte Viso, 3000 a 3200 metros); Thlaspi rotundifolium, Gaud., y Saxifraga biflora, All., (Viso, 2900 metros), Campanula rotundifolia, L., Artemisia spicata, Jacq., Aronicum Doronicum, Rehb., y Petrocallis Pyrenaica, R. Br. (Col de Seylières, 2890 metros).

Packe recolectó en la cima del pico Mulhacén, Sierra Nevada de Granada (3530 metros) Papaver alpinum, L. (var. pyrenaicum), Artemisia nevadensis (utilizada para dar sabor al vino de Jerez), Viola nevadensis, Boiss., Galium pyrenaicum, Gouan, Trisetum glaciale, Boiss., Festuca Clementei, Boiss., Saxifraga groenlandica, L., Erigeron alpinum, L., y Arenaria tetraquetra, L. En el pico Veleta (3470 metros) y la Alcazaba (3459 metros) recogió las mismas plantas, excepto la primera. A 3500 metros, en estas montañas, recogió Ptilotrichum purpureum, Lepidium stylatum y Biscutella saxatilis; y a 3000 metros, Alyssum spicatum y Sideritis scordiodes. Packe dice que las siguientes plantas crecen entre los 3000 y los 3500 metros en los Pirineos: Cerastium latifolium, Draba Wahlenbergii, Hutchinsia alpina, Linaria alpina, Oxyria reniformis, Ranunculus glacialis, Saxifraga nervosa, Saxifraga oppositifolia, Saxifraga groenlandica, Statice Armeria y Veronica alpina.

La información sobre la botánica de Val Tournanche se encuentra en un pequeña publicación de Canon G. Carrel titulada La Vallée de Valtornenche en 1867, y una lista de las plantas recolectadas hasta ahora en el glaciar que conecta el Cervino con el Col Théodule se encuentra en Matériaux pour l’etude des Glaciers, de Dollfus-Ausset, vol. VIII, primera parte, 1868.

En la sección de Illustrated Europe sobre Zermatt (publicada en Zurich por Orell Füssli and Company), F. O. Wolf afirma que encontró varias plantas en flor en la cara norte del Cervino casi a la altura de «El Hombro». <<

[19] Ya he tenido ocasión de mencionar los rápidos cambios de la meteorología en las alturas alpinas, y tendré ocasión de volver sobre ello en capítulos posteriores. Nadie lamenta más que yo la variabilidad que aflige a esa hermosa cadena de montañas o la necesidad de hablar de ello. Sus cimas sufren constantemente el azote del viento y las tormentas. Al parecer, esta inestabilidad no existe siempre en las regiones elevadas. Se dice que hay algunos lugares afortunados favorecidos con una calma casi perpetua. Tal es el caso de Sierra Nevada, en California, que ofrece numerosas cimas de 4000 a 6000 metros. Whitney, de San Francisco, afirma (en su Guía del valle de Yosemite y alrededores): «A gran altura, en las montañas, las condiciones atmosféricas en verano son casi siempre las mejores posibles para viajar. Hay tormentas ocasionales en las altas montañas pero son normalmente escasas, y uno de los inconvenientes de las excursiones en los Alpes, la inestabilidad del tiempo, es prácticamente inexistente aquí». Es probable que un conocimiento más profundo de esa región modificara su opinión, porque debe admitirse que resulta difícil juzgar el estado de la atmósfera a gran altura desde los valles, y, a menudo, ocurre que una terrible tormenta se ha desatado en la altura mientras hay calma a menos de cinco kilómetros. Un caso así se describe en el capítulo cuarto de este libro y aquí podemos mencionar otro. En el preciso momento en que yo contemplaba el Dent Blanche desde 3873 metros de altura en el Cervino, Kennedy intentaba el primer ascenso de aquella montaña. Describió su escalada en un pintoresco artículo en el Alpine Journal (1863) y por él supe que había sufrido mal tiempo. «El viento aullaba sobre nuestra ladera produciendo una música salvaje y terrible entre los desolados riscos… Hacía imposible oír una voz normal y no se veía nada a una distancia superior a los cincuenta metros… Una espesa niebla y errabundas nubes de nieve nos envolvían y pasaban sobre nosotros». El termómetro descendió hasta los 7 grados bajo cero y el pelo de su compañero se convirtió en una masa de carámbanos. En ese momento, Kennedy se encontraba a sólo seis kilómetros de mí, y donde yo estaba, y en mis alrededores inmediatos, el aire estaba perfectamente en calma y la temperatura era agradable. Incluso durante la noche sólo bajó a dos o tres grados bajo cero. Durante la mayor parte del día el Dent Blanche se veía perfectamente despejado, con sólo ligeras volutas de nubes por encima de sus últimos 600 metros. Nadie habría supuesto por las apariencias que mi amigo estaba sufriendo una tormenta como la que ha descrito. <<

[20] CAMBIOS EN LA ZONA MERIDIONAL DEL CERVINO. En agosto de 1895 ascendí la ladera suroeste hasta la base de la Grand Tour para fotografiar lugares que me interesaban. Habían transcurrido más de treinta años desde mi última visita y descubrí que habían ocurrido grandes cambios durante ese tiempo. La cima del Col du Lion estaba más baja que antes por la disminución de la nieve y el paso a través de él resultaba más breve. Durante los cincuenta metros siguientes había pocas alteraciones, pero, de ahí en adelante, el crestón se había fragmentado y muchos lugares familiares resultaban irreconocibles. Ningún lugar de aquella arista estaba más firme en mi memoria que La Chimenea. De ella sólo quedaban restos, y desde ese punto en adelante todo estaba alterado. Los pasos difíciles se habían hecho fáciles, y viceversa. El ángulo en el que hoy cuelga una gruesa cuerda con nudos, uno de los pasos más difíciles de la ascensión, no existía en 1864.

El primer refugio en la ladera meridional del Cervino fue construido en el saliente llamado «La Corbata». Más tarde se erigió una cabaña cerca de la base de la Grand Tour, pero su situación parecía precaria, y en 1893 se construyó otra cabaña unos cincuenta metros más abajo, que entró en servicio al año siguiente. Esta última se encuentra aproximadamente en la posición de mi tercer campamento. Una descripción de este lugar en mi Guide to Zermatt and the Matterhorn, con fotografías tomadas en 1895.

He definido la Grand Tour como «uno de los accidentes más espectaculares de la ladera». En 1864 no había signos de debilitamiento en la base de este enorme pináculo. En 1895 me pareció que no tardaría mucho en derrumbarse. ¡Ay de quienes se encuentren bajo la Grand Tour cuando se desmorone! <<

[21] Una considerable extensión de nieve (señalada como «La Corbata» en el perfil del Cervino, visto desde el Théodule) atraviesa aquella parte de la montaña. Mi máximo punto alcanzado fue algo superior a la cota más baja de esa nieve, y por tanto, a unos 4800 metros sobre el nivel del mar. <<

[22] Recibí los amables cuidados de una dama inglesa, Mrs. J. H. Daniell, que también se encontraba en el hotel. <<

[23] Como rara vez se sobrevive a una caída semejante, puede ser interesante registrar mis sensaciones durante el suceso. Era perfectamente consciente de lo que estaba ocurriendo, y sentía cada golpe, pero igual que un paciente bajo los efectos del cloroformo, no sentía dolor. Cada golpe era naturalmente más severo que el anterior y recuerdo haber pensado claramente: «Bueno, si el próximo es más fuerte será el fin». Al igual que personas que han sido rescatadas cuando se están ahogando, recuerdo que infinidad de cosas me pasaron por la cabeza, muchas de ellas absurdas o triviales que llevaban tiempo olvidadas, y lo más curioso es que esa caída por el espacio no resultaba desagradable. Pero tal vez en un poco más de distancia habría perdido la conciencia y las sensaciones, y en eso me baso para creer que, aunque parezca improbable, la muerte por caída desde gran altura es un final poco doloroso.

Aunque sufrí muchas magulladuras, no me rompí ningún hueso. Los cortes más graneles fueron uno de diez centímetros en la parte superior de la cabeza y otro de siete —que sangraba horriblemente— en la sien derecha. Tenía otro corte de tremenda apariencia y tamaño semejante en la palma ele mi mano izquierda y todos mis miembros tenían cortes o arañazos más o menos serios. La pérdida de sangre fue grande, pero no pareció causarme un daño duradero. Los únicos efectos serios han sido una ligera pérdida de memoria, y aunque mis recuerdos de sucesos anteriores permanecen inalterados, los acontecimientos de aquel día habrían sido borrados de no haber tomado algunas notas antes del accidente. <<

[24] Incidentes como éste hacen que uno mire favorablemente los reglamentos de Chamonix y otros lugares. Tal cosa no habría sucedido en Chamonix ni aquí, de haber habido un «Bureau des Guides». <<

[25] Ésta parecía ser la parte más difícil de la montaña. Nos veíamos obligados a mantenernos en el borde del crestón o muy cerca de él, y en el punto en el que decidimos volver (que estaba casi tan alto como la parte más alta de La Corbata y tal vez treinta metros por encima del alcanzado el día 19), había en todas direcciones rocas lisas y perpendiculares de unos dos metros de altura, insuperables para un hombre solo, y que sólo se podían vencer mediante escalas o la ayuda de compañeros. <<

[26] El profesor Tyndall describe este incidente con estas palabras: «Habíamos recogido nuestros efectos y nos disponíamos a seguir cuando se produjo una súbita explosión. Miramos hacia arriba y vimos en el aire un sólido fragmento de peña disparado desde el Cervino, describiendo una parábola y finalmente desmenuzándose al chocar contra un pináculo rocoso. Los fragmentos bajaron como una lluvia, algo apartados de nosotros pero lo suficientemente cerca para obligarnos a estar alerta. Se produjeron dos o tres explosiones similares, pero elegimos el lomo de la montaña para el ascenso, y así las piedras caídas se desviaban rápidamente a derecha o izquierda». Saturday Review, 8 de agosto de 1863. Reimpreso en Macmillan’s Magazine, abril de 1869. <<