Del Diario de Xavier Desmond


10 de abril / En Estocolmo

Estoy muy cansado. Me temo que mi doctor estaba en lo cierto: este viaje quizá haya sido un gran error por lo que a mi salud se refiere. Siento que aguanté extraordinariamente bien los primeros meses, cuando todo era fresco, nuevo y emocionante, pero durante este último mes se ha apoderado de mí un gran agotamiento y la rutina diaria se ha vuelto casi insoportable. Los vuelos, las cenas, las líneas de recepción interminables, las visitas a los hospitales, a los barrios marginales jokers y a las instituciones de investigación: todo amenaza con convertirse en un gran borrón de dignatarios, aeropuertos, traductores, autobuses y restaurantes de hoteles.

No logro mantener la comida en el estómago y he perdido peso. El cáncer, la tensión del viaje, mi edad… ¿Quién puede decir a qué se debe? A todo, supongo.

Por fortuna, el viaje casi termina. Tenemos programado regresar el 29 de abril, y sólo nos faltan unas cuantas paradas. Confieso que espero con ansias volver a casa, y no creo ser el único en esta situación. Todos estamos cansados.

Aun así, a pesar del efecto que ha tenido, no habría cambiado este viaje por nada. He visto las pirámides y la Gran Muralla, he caminado por las calles de Río, Marrakech y Moscú, y pronto añadiré Roma, París y Londres a la lista. He visto y experimentado de qué están hechos los sueños y las pesadillas, y he aprendido mucho, en mi opinión. Sólo espero sobrevivir lo suficiente para hacer algo de provecho con ello.

Suecia representó un cambio vigorizante en relación con la Unión Soviética y las otras naciones del Pacto de Varsovia que hemos visitado. No tengo sentimientos fuertes hacia el socialismo, pero me fui cansando de los modélicos «albergues médicos» para jokers que nos mostraban una y otra vez, y de los modélicos jokers que los ocupaban. No cabe duda de que la medicina y la ciencia socialistas conquistarían el wild card, de hecho, ya estaban realizando grandes pasos —nos dijeron en repetidas ocasiones—, pero aunque uno de crédito a esas afirmaciones, el precio es una vida de «tratamiento» para el puñado de jokers que los soviéticos admiten tener.

Billy Ray insiste en que los rusos en realidad tienen miles de jokers encerrados en enormes y grises «almacenes joker», que llevan el nombre de «hospitales» pero que en el fondo son prisiones en toda regla, excepto por el nombre, cuyo personal se compone por un montón de guardias y muy pocos médicos y enfermeras. Ray también afirma que hay una docena de ases soviéticos, todos ellos empleados en secreto por el gobierno, el ejército, la policía o el partido. Si todo eso es cierto la Unión Soviética niega todas las acusaciones, —por supuesto—, no estuvimos cerca siquiera de la verdad, gracias a que Intourist y la KGB controlaban al detalle cada aspecto de nuestra visita, a pesar de las promesas del gobierno a las Naciones Unidas de que esta gira autorizada por la ONU recibiría «todo tipo de colaboración».

Decir que el doctor Tachyon no se llevó bien con sus colegas socialistas sería quedarse corto de manera considerable. Su desdén por la medicina soviética sólo lo supera el desprecio de Hiram por la cocina soviética. Ambos parecen aprobar el vodka, sin embargo, el cual han consumido bastante.

Hubo un divertido debate en el Winter Palace, cuando uno de nuestros anfitriones explicó la dialéctica de la historia al doctor Tachyon, diciéndole que el feudalismo debe, de manera inevitable, dar paso al capitalismo, y el capitalismo al socialismo, a medida que la civilización madura. El alienígena le escuchó con admirable cortesía y le dijo;

—Mi querido amigo, hay dos grandes civilizaciones que realizan viajes interestelares en este pequeño sector de la galaxia. Mi propia gente, desde tu punto de vista, debe considerarse feudal, y la Red[3] constituye una forma de capitalismo más voraz y virulenta que cualquier cosa que hayas soñado. Ninguna de nuestras civilizaciones muestra signo alguno de madurar hacia el socialismo, gracias. —Hizo una pausa y añadió—: Aunque, si lo enfocas bajo la luz adecuada, quizá el Enjambre que nos atacó no hace mucho pueda calificarse de comunista, a pesar de que apenas pueda considerarse civilizada.

Fue un pequeño e inteligente discurso, debo admitirlo, pero opino que habría impresionado más a los soviéticos si no hubiera ido vestido con el traje cosaco completo de gala. ¿Dónde consigue esos trajes?

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De las otras naciones del Bloque del Este y colindantes hay poco que informar. Yugoslavia fue la más cálida, Polonia la más sombría, Checoslovaquia la que más se asemejaba a casa. Downs escribió un artículo fascinante para Ases, especulando que los relatos de campesinos acerca de vampiros contemporáneos que se encuentran activos en Hungría y Rumanía eran, en realidad, manifestaciones del virus wild card. Fue su mejor trabajo: un reportaje excelente y de mayor mérito aún si consideramos que su fuente consistió en una conversación de cinco minutos con un chef pastelero de Budapest. En Varsovia encontramos un pequeño barrio marginal joker y una extendida creencia en un «as solidario» que se mantenía oculto, el cual pronto saldría de su escondite para guiar a cierto sindicato ilegal hacia la victoria. Por desgracia, no salió de su escondite durante nuestros dos días en Varsovia. El senador Hartmann, con grandísimas dificultades, se las arregló para concertar una reunión con Lech Walesa, y creo que la foto del noticiario de la AP de su reunión ha aumentado su estatus de vuelta en casa. Hiram nos dejó durante un breve tiempo en Hungría —debía atender otra «emergencia» en Nueva York— y regresó justo cuando llegábamos a Suecia, de mejor humor.

Estocolmo es una ciudad más agradable, en comparación con muchos de los lugares que hemos visitado. Casi todos los suecos que hemos conocido hablan un inglés excelente, somos libres de ir y venir donde nos plazca (dentro de los confines de nuestro horario despiadado, por supuesto) y el rey fue de lo más amable con todos nosotros. En esta zona, tan al norte, los jokers son bastante raros de ver pero el rey nos saludó con completa ecuanimidad, como si toda su vida los hubiera recibido como visitantes.

Aun así, a pesar de lo agradable que ha sido nuestra corta estancia, hay tan sólo un incidente digno de ser registrado para la posteridad. Creo que hemos descubierto algo que hará que los historiadores del mundo entero se enderecen en sus asientos y tomen nota, un hecho hasta ahora desconocido que pone gran cantidad de la historia reciente del Oriente Medio bajo una nueva y sorprendente perspectiva.

Ocurrió durante una tarde de lo más ordinaria en que varios delegados estuvieron con los fideicomisarios del Nobel. Creo que el senador Hartmann era a quien ellos querían conocer en realidad. Aunque terminó de manera violenta, aquí, su intento de reunirse y negociar con el Nur al-Allah en Siria está muy bien visto, por lo que fue: un esfuerzo sincero y valiente a favor de la paz y el entendimiento; y eso, en opinión de muchos, lo hace un candidato legítimo para el Premio Nobel de la Paz del próximo año.

En cualquier caso, otros delegados acompañaron a Gregg a la reunión, la cual fue cordial pero no muy estimulante. Uno de nuestros anfitriones resultó que había sido secretario del conde Folke Bernadotte cuando negoció la paz de Jerusalén, y tristemente también había estado con Bernadotte cuando fue asesinado por terroristas israelíes dos años más tarde. Nos contó varias anécdotas fascinantes del conde, por quien sentía una clara y gran admiración, y también nos mostró algunos de sus recuerdos personales de esas difíciles negociaciones. Entre las notas, diarios y borradores provisionales había un libro de fotos.

Le di un rápido vistazo y se lo pasé a los demás, como hicieron la mayoría de mis compañeros. El doctor Tachyon, quien estaba sentado junto a mí en el sofá, estaba aburrido por los procedimientos y hojeó las fotografías con mayor cuidado. Bernadotte aparecía en la mayoría, por supuesto: de pie con su equipo de negociadores, hablando con David Ben-Gurión en una fotografía y con el rey Faisal en la siguiente. Los diversos colaboradores, incluido nuestro anfitrión, aparecían en poses menos formales, intercambiando apretones de mano con soldados israelíes, comiendo en una tienda llena de beduinos, y así sucesivamente. Lo usual en estos casos. La fotografía más llamativa con diferencia mostraba a Bernadotte rodeado por los Nasr, los ases de Puerto Said, quienes habían cambiado tan dramáticamente el curso de la batalla cuando se unieron a la Legión Árabe de élite de Jordania. Khóf está sentado junto a Bernadour en el centro de la fotografía, todos vistiendo de negro: parecen la encarnación de la muerte, rodeados por ases más jóvenes que ellos. De manera bastante irónica, de todos los rostros de la foto, sólo tres siguen vivos, entre ellos el siempre joven Khóf. Incluso una guerra no declarada tiene consecuencias.

Pero esa no fue la fotografía que captó la atención de Tachyon. Fue otra, una instantánea muy informal, que mostraba al conde y a varios miembros de su equipo en la habitación de un hotel, con la mesa frente a ellos llena de papeles. En la esquina de la imagen aparecía un joven que yo no había notado en ninguna de las otras fotografías: delgado, de cabello oscuro, de mirada intensa y sonrisa bastante zalamera. Estaba sirviendo una taza de café. Todo muy inocente, mas el doctor se quedó mirando un buen rato la fotografía y entonces llamó a nuestro anfitrión y le preguntó en privado:

—Discúlpeme si le impongo un reto a su memoria, pero me interesa mucho saber si recuerda a este hombre. —Lo señaló—. ¿Era miembro de su equipo?

Nuestro amigo sueco se inclinó, estudió la fotografía y soltó una risita.

—Ah, él —dijo en excelente inglés—. Era un chico que hacía recados y trabajos esporádicos…

—Un correveidile.

—Sí, un correveidile, un mensajero, como dice usted. Era un joven estudiante de periodismo. Joshua… algo. Dijo que quería observar las negociaciones desde dentro para poder escribir sobre ellas después. Bernadotte pensó que la idea era ridícula cuando se la presentamos por primera vez, la rechazó de plano, de hecho, pero el mozo era persistente. Al final se las arregló para acorralar al conde y le expuso su caso de forma personal, y de alguna manera lo convenció. Así que no era un miembro oficial del equipo pero estuvo con nosotros en todo momento desde ese instante, hasta el final. No era un recadero muy eficiente, según recuerdo, pero era un joven tan agradable que a todos les caía bien. No recuerdo que haya publicado ningún artículo.

—No —dijo Tachyon—. No lo habría escrito. Era jugador de ajedrez, no escritor.

El recuerdo iluminó a nuestro anfitrión.

—¡Claro, por supuesto! Jugaba sin descanso, ahora lo recuerdo. Era bastante bueno. ¿Le conoce, doctor Tachyon? A menudo me pregunto qué habrá sido de él.

—Igual que yo —respondió Tachyon de manera muy simple y muy triste. Entonces cerró el libro y cambió de tema.

He conocido al doctor durante más tiempo del que puedo recordar. Esa noche, acuciado por mi propia curiosidad, me las arreglé para sentarme junto a Jack Braun y le hice algunas preguntas inocentes mientras comíamos. Estoy seguro de que no sospechó nada, pero estuvo bastante dispuesto a recordar a los Cuatro Ases, las cosas que hicieron e intentaron hacer, los lugares a los que fueron, y lo más importante, los lugares a los que no fueron. Al menos, no de manera oficial.

Más tarde fui a visitar a Tachyon, que bebía a solas en su habitación. Me invitó a entrar y me quedó claro que se sentía bastante taciturno, perdido en sus malditos recuerdos. Vive en el pasado tanto como cualquier hombre que haya conocido. Le pregunté quién era el joven de la fotografía.

—Nadie —dijo Tachyon—. Tan sólo un chico con el que solía jugar al ajedrez. —No sé por qué sintió que debía mentirme.

—Su nombre no era Joshua —le dije, y pareció sorprenderse. Me pregunto si cree que mi deformidad también afecta a mi mente, a mi memoria—. Su nombre era David, y se suponía que no debía estar ahí. Los Cuatro Ases nunca estuvieron involucrados de forma oficial en Oriente Próximo, y Jack Braun dice que para finales de 1948 los miembros del grupo habían tomado caminos separados. Braun estaba haciendo películas.

—Películas malas —dijo Tachyon con cierto veneno.

—Mientras tanto, el Enviado estaba negociando la paz.

—Desapareció durante dos meses. Nos dijo a Blythe y a mí que se iba de vacaciones. Nunca se me ocurrió que estuviera involucrado en eso.

Tampoco se le ocurrió al resto del mundo, lamentablemente. David Harstein, el as conocido como «el Enviado», no era demasiado religioso, por lo poco que conozco de él, pero era judío, y cuando los ases de Puerto Said y el ejército árabe amenazaron la existencia misma del nuevo estado de Israel, actuó por su cuenta. El suyo era un poder en pro de la paz, no de la guerra; no provocaban temor, tormentas de arena ni atraía rayos desde el cielo despejado: tan sólo producía feromonas que hacían que a la gente le agradara su personalidad y quisieran complacerlo con desespero, llevarse bien con él, lo cual hacía de mi simple presencia una garantía de una negociación exitosa. Pero quienes sabían quién y qué era mostraban una tendencia preocupante a repudiar sus acuerdos una vez que él y sus feromonas se hubieron retirado. Él debió de haber reflexionado al respecto y, con tanto en juego, se debió de proponer descubrir lo que podría suceder si su participación en el proceso se mantenía cuidadosamente en secreto. La paz de Jerusalén fue su respuesta.

Me pregunto si Folke Bernadotte llegó a saber quién era su correveidile Me pregunto dónde está Harstein ahora, y qué opina de la paz que fraguó de manera tan cuidadosa y secreta. Y también me encuentro cavilando sobre lo que dijo el Perro Negro en Jerusalén.

¿Qué pasaría con la frágil Paz de Jerusalén si sus orígenes fueran revelados al mundo? Cuanto más reflexiono al respecto, más seguro estoy de que debo arrancar estas páginas de mi diario antes de ofrecerlo para su publicación. Si nadie emborracha al doctor Tachyon, quizá este secreto pueda incluso mantenerse como tal.

¿Lo habrá hecho de nuevo?, me pregunto. Después del HUAC, de la presión, del escándalo y de su célebre reclutamiento y su igualmente célebre desaparición, ¿se habrá sentado de nuevo el Enviado en alguna otra negociación sin que el mundo lo supiera? Me pregunto si algún día lo sabré.

Pienso que es poco probable, y desearía que no fuera así. Por lo que he visto en esta gira, en Guatemala y Sudáfrica, en Etiopía, en Siria y Jerusalén, en India, Indonesia y Polonia, el mundo de hoy necesita al Enviado más que nunca.

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