21 de marzo / Camino a Seúl
En Tokio me encontré cara a cara con un rostro proveniente de mi pasado, lo cual me ha obsesionado desde entonces. Hace dos días decidí que lo ignoraría tanto a él como a los conflictos que me planteó su presencia, y que no lo mencionaría en este diario.
He arreglado las cosas para que este volumen sea publicado después de mi muerte. No espero que sea un bestseller, pero me inclino a pensar que el gran número de celebridades que se encuentran a bordo del Carta Marcada y la diversidad de acontecimientos de interés periodístico que hemos generado despertarán algún interés en el gran público estadounidense, así que mi manuscrito podría encontrar sus lectores. Cualquier regalía que genere, por modesta que sea, será bien recibida por la LADJ, la cual heredará todo mi patrimonio, como indica mi testamento.
Sin embargo, aunque con toda seguridad estaré muerto y enterrado antes de que alguien lea estas palabras, y, por lo tanto, no me encontraré en posición alguna de salir lastimado por cualquier afirmación personal que él pueda hacer al respecto, me siento reacio a escribir sobre Fortunato. Llámenlo cobardía, si así les parece. Los jokers son notorios cobardes, según las bromas crueles que se transmiten en la televisión. Yo podría justificar mi decisión de no mencionar a Fortunato: mis tratos con él a lo largo de los años han sido asuntos privados, que tienen poco que ver con la política, los asuntos mundiales o los temas que he intentado abordar en este diario, y nada que ver en absoluto con esta gira.
No obstante, en estas páginas me he sentido libre de reflejar los chismes que inevitablemente han circulado por el avión, de redactar las diversas debilidades e indiscreciones del doctor Tachyon, Peregrine, Jack Braun, Diggei Downs y el resto de los viajeros. ¿Puedo pretender que sus debilidades sean de interés público y las mías no? Quizá podría…: al público siempre le han atraído los ases y repelido los jokers; pero no lo haré. Deseo que este diario sea honesto y auténtico. Y deseo que los lectores comprendan lo que ha sido vivir cuarenta años como un joker. Y para hacer eso debo hablar sobre Fortunato, sin importar con qué intensidad me avergüence de ello.
Él vive ahora en Japón. De algún modo que desconocemos, ayudó a Hiram cuando abandonó el viaje de manera repentina y bastante misteriosa. No tengo intención de conocer los detalles; todo fue silenciado con cuidado Worchester parecía ser el mismo cuando regresó con nosotros en Calcuta, pero se ha vuelto deteriorar rápidamente, y se le ve peor cada día. Se ha vuelto inestable y desagradable, además de reservado. Pero esto no es sobre Hiram, cuyos problemas ignoro. La cosa es que Fortunato estuvo envuelto en el asunto de alguna manera y vino a nuestro hotel, donde hablé breves instantes con él en el pasillo. Eso fue todo lo que sucedió… hace poco. Pero en años anteriores, Fortunato y yo tuvimos otro tipo de tratos.
Antes de empezar, pido disculpas: contar esto me resulta difícil. Estoy viejo y soy un joker, de manera que la edad y la deformidad me han vuelto más sensible en las últimas fechas. Mi dignidad es todo lo que me queda, y estoy a punto de renunciar a ella.
Pensaba escribir sobre el odio hacia uno mismo.
Éste es un momento para contar las verdades, por duras que sean, y la primera de ellas es que muchos nats sienten asco por los jokers. Algunos de ellos son unos fanáticos, siempre preparados para odiar todo lo que sea diferente. En ese aspecto, los jokers no somos distintos de otras minorías oprimidas; todos somos odiados con el mismo veneno sincero por aquellos que están predispuestos a odiar.
Hay otras personas normales, sin embargo, que están abiertas a la tolerancia, que intentan ver más allá de la superficie y encontrar al ser humano debajo de ella. Gente de buena voluntad, sin odio hacia los demás, generosa y con buenas intenciones como… bueno, como el doctor Tachyon y Hiram Worchester, por mencionar dos ejemplos que tengo a mano. Ambos caballeros han demostrado con el paso de los años que, en abstracto, se preocupan de verdad por los jokers: Hiram a través de sus obras de caridad anónimas, el doctor a través de su trabajo en la clínica. Y, a pesar de ello, ambos se sienten tan asqueados por la deformidad física de la mayoría de los jokers como Nur al-Allah o Leo Barnett. Puedes verlo en sus ojos, sin importar con cuánta indiferencia se esfuercen en comportarse. Algunos de sus mejores amigos son jokers, pero no querrían que su hermana se casara con uno.
Esto es lo primero que aprendes cuando eres joker. La primera verdad que nadie se atreve a reconocer.
Qué fácil sería despotricar contra esto, denunciar a hombres como Tach y Hiram por su hipocresía y su «formismo»: una palabra horrenda, acuñada por un activista joker particularmente estúpido y tomada por los Jokers de Tom Miller para una Sociedad Justa cuando estaban en su apogeo. Fácil y equivocada. Ellos son hombres decentes pero, a pesar de todo, son sólo hombres, y no se puede tener una opinión más pobre de ellos por tener sentimientos humanos normales.
Porque, como pueden ver, la segunda verdad inmencionable del hecho de ser joker es que no importa cuánto ofendan los jokers a los nat, nosotros nos ofendemos peor aún a nosotros mismos.
El odio autoinfligido es el problema psicológico que caracteriza a Jokertown, una enfermedad que a menudo resulta mortal. La principal causa de muerte entre los jokers menores de cincuenta años es, y siempre ha sido, el suicidio. Esto sin tener en cuenta que el hecho de que casi todas las enfermedades conocidas por el hombre son más graves cuando las contrae un joker, porque la química y la forma misma de nuestro cuerpo cambian de manera tan amplia e impredecible que la evolución de un tratamiento nunca es ciento por ciento segura.
En Jokertown hay que buscar y buscar para encontrar dónde comprar un espejo; pero hay tiendas de máscaras en cada esquina.
Si eso no fuera prueba suficiente, piensen por un instante en los apodos que nos rodean: son más que eso. Son el reflejo de las profundas verdades del odio autoinfligido de los jokers.
Si se publica este diario, tengo la intención de insistir en que se titule El Diario de Xavier Desmond, no El Diario de un Joker o similares. Soy un hombre, un hombre concreto, no sólo un joker genérico. Los nombres son importantes; son más que sólo palabras, dan forma y color a sus referentes. Las feministas se dieron cuenta de esto hace mucho tiempo, pero los jokers todavía no lo han captado.
He insistido durante años en no responder a ningún nombre que no sea el mío, pero conozco a un dentista joker que se llama a sí mismo «Fishface», un excelente pianista de ragtime que responde al nombre de «Catbox» y un brillante matemático que firma sus documentos como «Limoso». En esta misma gira me acompañan personas que se hacen llamar Chrysalis, Troll, y padre Calamar.
No somos la primera minoría en experimentar esta particular forma de opresión, ni mucho menos. Los negros se han encontrado, sin duda, en esta posición; generaciones enteras crecieron con la creencia de que las chicas negras «más bonitas» eran las que tenían la piel más clara y las facciones muy cercanas al ideal caucásico. Al final, algunos de ellos pudieron ver a través de esa mentira y proclamaron que ser negro era hermoso.
De vez en cuando, varios jokers bienintencionados pero insensatos han intentado hacer lo mismo. Freakers, una de las instituciones más depravada de Jokertown, tiene un concurso llamado «Señorita Desfigurada», que se celebra cada año en el Día de San Valentín. Sin importar qué tan sinceros o técnicos sean estos esfuerzos, es incuestionable que están mal orientados.
El problema radica en que cada joker es único.
Nunca fui un hombre guapo, tampoco antes de mi transformación, pero ni siquiera después del cambio soy del todo espantoso. Mi nariz es una trompa de más o menos medio metro de largo, con dedos en el extremo. Mi experiencia ha sido que la mayoría de la gente se acostumbra a mi aspecto si está a mí alrededor algunos días. Me gusta decirme a mí mismo que tras convivír conmigo toda una semana, apenas adviertes que soy diferente, y quizá haya algo de verdad en ello.
Si el virus hubiera tenido la amabilidad de darle trompas a todos los jokers, el cambio podría haber sido mucho más sencillo, y una campaña indicando que «las trompas son bellas» hubiera ayudado bastante.
No obstante, hasta donde sé soy el único joker con trompa. Puedo esforzarme en ignorar el concepto estético de la cultura nat en la que vivo, convencerme de que soy un demonio guapo y que los demás son los que tienen un aspecto extraño, pero nada de eso ayudará la próxima vez que encuentre a esa patética criatura llamada Snotman durmiendo en el basurero de detrás de la Casa de los Horrores. La horrible realidad es que los casos más extremos de deformidad joker me revuelven el estómago tanto como imagino que le sucede al doctor Tachyon y, en todo caso, me siento aún más culpable al respecto.
Lo cual me lleva, de manera indirecta, de regreso a Fortunato. Él es, o era, un proxeneta. Dirigía un círculo de prostitutas de alto nivel. Todas sus chicas eran bellísimas, hermosas, sensuales, expertas en todas las artes eróticas y en general personas agradables, una delicia tanto en la cama como fuera de ella. Las llamaba geishas.
Durante más de dos décadas fui uno de sus mejores clientes.
Creo que él hacía muchos negocios en Jokertown. Me consta que Chrysalis a menudo intercambia información por sexo, en el piso superior de su Palacio de Cristal, siempre que un hombre que necesitara sus servicios le resultara atractivo. Conozco un puñado de jokers realmente acomodados, ninguno de los cuales está casado, pero casi todos ellos tienen amantes nats. Los periódicos estadounidenses que hemos recibido durante el viaje dicen que las Cinco Familias y los Puños de Sombra combaten en las calles, y sé por qué: junto a las drogas y las apuestas, la prostitución es un gran negocio en Jokertown.
Lo primero que un joker pierde es su sexualidad. Algunos en su totalidad: se vuelven impotentes o asexuados. Pero incluso a quienes el wild card no afectó a sus órganos sexuales ni a su impulso sexual se encuentran privados de su identidad sexual. Desde el momento en que uno se transforma ya no es un hombre o una mujer, es tan sólo un joker.
Un instinto sexual normal, un odio anormal hacia sí mismo y una nostalgia de lo que se ha perdido, ya sea masculinidad, femineidad, belleza o cualquier otra cosa. Estos son los demonios más comunes en Jokertown, y los conozco bien. El inicio de mi cáncer y la quimioterapia se han combinado para matar todo mi interés en el sexo, pero mis recuerdos y mi vergüenza permanecen intactos. Me avergüenza acordarme de Fortunato. No por haber frecuentado a sus prostitutas o roto unas estúpidas leyes (las cuales desprecio). Me avergüenza porque, sin importar cuánto lo haya intentado durante años, nunca he conseguido desear a una mujer joker. Conocí a varias dignas de ser amadas; mujeres buenas, amables, cariñosas, mujeres que necesitaban un compromiso, ternura y, por supuesto, sexo, tanto como yo; algunas de ellas llegaron a ser preciadas amigas mías. Sin embargo, nunca pude responderles en el ámbito sexual. Permanecieron tan poco atractivas a mis ojos como yo debí de serlo a los suyos.
Así son las cosas en Jokertown.
La luz del cinturón de seguridad acaba de encenderse y no me encuentro muy bien en este momento, así que aquí me despido.