30 de noviembre / Jokertown
Me llama Xavier Desmond y soy un joker.
A los jokers siempre los tratan como forasteros, incluso en la calle donde nacieron, y un servidor joker está a punto de visitar algunas tierras extrañas. En el transcurso de los siguientes cinco meses, veré altiplanos sudafricanos y montañas, ciudades como Río y El Cairo, el paso Jáiber y el estrecho de Gibraltar, el outback australiano y los Campos Elíseos…, lugares muy alejados de casa para un hombre que varias veces ha sido llamado «el alcalde de Jokertown». No hay alcalde alguno en Jokertown, claro; es un vecindario (y, por si fuera poco, de un barrio marginal), no una ciudad. Y, sin embargo, Jokertown es más que un lugar: es una condición, un estado mental. Tal vez en ese sentido mi título no sea inmerecido.
He sido un joker desde el principio. Hace cuarenta años, cuando Jetboy falleció en los cielos sobre Manhattan y liberó el virus wild card en el mundo, yo tenía veintinueve años, era banquero especializado en inversiones y tenía una hermosa esposa, una hija de dos años y un brillante futuro. Un mes después, cuando al fin me dieron el alta en el hospital, era una monstruosidad con una trompa rosa elefantina que surgía del centro de mi cara, donde había estado mi nariz. En la punta tengo siete dedos del todo funcionales y a lo largo de los años me he vuelto bastante hábil con esta «tercera mano». Si de repente se viera restaurada la supuesta normalidad de mi humanidad, creo que sería tan traumático como que me amputaran alguna extremidad. Es irónico que mi trompa me haga más humano… e infinitamente menos que eso.
Mi encantadora esposa me abandonó a las dos semanas de salir del hospital, casi al mismo tiempo en que el Chase Manhattan me informó de que ya no requería mis servicios. Me mudé a Jokertown nueve meses después, tras ser desalojado de mi apartamento en Riverside Drive por «razones médicas». La última vez que vi a mi hija fue en 1948. Se casó en junio de 1964, se divorció en 1969 y se volvió a casar en junio de 1972. Al parecer tiene cierta debilidad por las bodas en junio. No fui invitado a ninguna de ellas. Según me informa un detective privado que contraté, ahora ella y su esposo viven en Salem, Oregón, y tengo dos nietos, un niño y una niña, uno de cada matrimonio. Lo cierto es que dudo que alguno de ellos sepa que su abuelo es el alcalde de Jokertown.
Soy el fundador y el presidente emérito de la Liga Anti-Difamación Joker, o LADJ, la organización más antigua y más importante dedicada a la preservación de los derechos civiles de las víctimas del virus wild card. La LADJ ha tenido sus fallos pero, en general, ha hecho mucho bien. También soy un hombre de negocios moderadamente exitoso. Poseo uno de los clubes nocturnos más ilustres y elegantes, la Casa de los Horrores, donde jokers, nats y ases han disfrutado de las más distinguidas representaciones del cabaret de jokers durante más de dos décadas. En los últimos cinco años, la Casa de los Horrores ha ido perdiendo dinero, aunque nadie a excepción de mi contable lo sabe. Lo mantengo abierto porque, a pesar de todo, es la Casa de los Horrores y, si cerrara, Jokertown daría la impresión de ser un lugar aún más pobre.
El próximo mes cumpliré setenta años.
Mi médico dice que no cumpliré los setenta y uno. El cáncer ya se había extendido antes de que lo diagnosticaran. Incluso los jokers se aferran tercamente a la vida, y yo me he sometido a quimioterapia y radiación durante los últimos seis meses, pero el cáncer no da señales de remisión.
Mi médico dice que es probable que el viaje en el que estoy a punto de embarcarme me reste meses de vida. Llevo las recetas y seguiré tomándome las píldoras obedientemente, pero cuando uno está dando brincos por el mundo tiene que renunciar a la terapia de radiación. Lo tengo asumido.
Mary y yo a menudo hablábamos de dar la vuelta al mundo, antes del virus wild card, cuando éramos jóvenes y estábamos enamorados. Nunca me hubiera imaginado que algún día haría ese viaje sin ella: en el ocaso de mi vida, a costa del gobierno, como delegado en una misión de búsqueda de información organizada y financiada por el Comité del Senado para Empresas y Recursos Ases, bajo el patrocinio oficial de las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud. Visitaremos todos los continentes, a excepción de la Antártida, y estaremos en treinta y nueve países diferentes (en algunos tan sólo unas horas), y nuestro deber oficial consiste en investigar el trato hacia las víctimas del wild card en distintas culturas alrededor del globo.
Hay veintiún delegados, de los cuales sólo cinco son jokers. Supongo que mi designación es un gran honor, un reconocimiento a mis logros y a mi condición de líder de la comunidad. Creo que le debo dar las gracias a mi buen amigo el Dr. Tachyon por ello.
En el fondo, le debo dar las gracias a mi buen amigo el Dr. Tachyon por muchísimas razones.