por Gail Gerstner-Miller
Las antorchas del templo ardían lenta y constantemente y parpadeaban cuando alguien pasaba. Su luz iluminaba los rostros de la gente reunida en una pequeña antecámara, cerca de la sala principal. Todos estaban presentes: aquellos con aspecto de personas normales y aquellos que eran extraordinarios, como la mujer gato, el hombre con cabeza de chacal, los que tenían alas, piel de cocodrilo y cabezas de aves.
Osiris, el vidente, habló:
—La alada viene.
—¿Es una de nosotros?
—No lo es en sí —contestó Osiris—, pero en su interior está aquél que tendrá el poder de hacer grandes cosas. Por ahora, debemos esperar.
—Hemos esperado mucho tiempo —dijo Anubis el chacal—. Sólo será un poco más.
Los otros murmuraron en aprobación. Los dioses vivientes se acomodaron a esperar con paciencia.
En la habitación del Luxor’s Winter Palace hacía un calor sofocante, y todavía era temprano por la mañana. El ventilador de techo agitaba el aire indolente con cansancio y el sudor corría en riachuelos cosquilleantes sobre las costillas y los senos de Peregrine mientras ésta reposaba en la cama sobre algunas almohadas, mirando cómo Josh McCoy deslizaba una cinta nueva de película en la cámara. Él la miró y sonrió. —Será mejor que nos marchemos— dijo él.
Ella le devolvió la sonrisa desde la cama, perezosa, agitando las alas con suavidad, aportando más frescura a la habitación que el ventilador de movimientos lentos.
—Si tú lo dices. —Ella se levantó, se estiró ágilmente y vio cómo McCoy la miraba. Se le acercó pero se colocó fuera de su alcance cuando él trató de cogerla.
—¿No has tenido suficiente? —le preguntó en broma mientras cogía un par de pantalones limpios de mezclilla de la maleta. Se contoneó para entrar en ellos, batiendo las alas para mantener el equilibrio—. La lavandería del hotel los debe de haber lavado en agua hirviendo. —Respiró hondo y cerró la terca cremallera—. Ya está.
—Pues te quedan muy bien así —dijo McCoy. Puso sus brazos alrededor de ella desde atrás, y Peregrine tembló cuando él le besó la nuca y le acarició los senos, tan sensibles por haber hecho el amor esa mañana.
—Pensaba que debíamos irnos. —Se dejó caer contra él.
McCoy suspiró y se apartó de mala gana.
—Así es. Tenemos que encontrarnos con los otros en… —Consultó su reloj de pulsera—. Tres minutos.
—Es una lástima —dijo Peregrine y sonrió con malicia—. Conozco a alguien que podría convencerme de pasar el día en la cama.
—El trabajo nos aguarda —dijo McCoy, hurgando en busca de su ropa mientras el as alado se ponía una camiseta de tirantes—. Y estoy ansioso por ver si estos autoproclamados dioses vivientes pueden hacer todo lo que afirman.
Ella lo observó mientras se vestía, admirando su cuerpo delgado y musculoso. Era rubio y estaba en forma, era director de cine y camarógrafo y un maravilloso amante.
—¿Lo tienes todo? No olvides el sombrero. El sol es implacable, aunque sea invierno.
—Tengo todo lo que necesito —dijo ella con una mirada de soslayo—. Vámonos.
McCoy le dio la vuelta al letrero de «no molestar» que colgaba del pomo de la puerta, puso el seguro y cerró. El pasillo del hotel estaba en silencio y desierto. Tachyon debió de oír las pisadas amortiguadas, porque sacó la cabeza cuando pasaron frente a su habitación.
—Buenos días, Tachy —dijo Peregrine—. Josh, el padre Calamar, Hiram y yo vamos a asistir a la ceremonia de la tarde en el Templo de los Dioses Vivientes. ¿Quieres venir con nosotros?
—Buenos días, querida. —Tachyon estaba resplandeciente en su bata de brocado blanco, y asintió con frialdad en dirección a McCoy—. No, gracias. Veré todo lo que necesito ver en la reunión de esta noche. En este momento hace demasiado calor para aventurarme a salir. —Tachyon la miró de cerca—. ¿Te encuentras bien? Estás pálida.
—Creo que el calor me está afectando también —respondió Peregrine—. Eso y el agua y la comida. O más bien los microbios.
—No queremos que te enfermes —dijo Tachyon con seriedad—. Pasa y déjame hacerte un rápido examen. —Se abanicó la cara—. Vamos a descubrir que es lo que te está molestando, y me dará algo útil que hacer durante el día.
—Ahora no tenemos tiempo, los demás nos están esperando…
—Peri —interrumpió McCoy, con una mirada preocupada en su rostro—, sólo serán unos minutos. Voy a bajar a decirle a Hiram y al padre Calamar que vas a llegar un poco tarde. —Ella titubeó—. Por favor —agregó él.
—Está bien. —Le sonrió—. Te veré abajo.
Él asintió y avanzó por el corredor mientras Peregrine seguía a Tachyon a mi suite amueblada con un estilo demasiado adornado. La sala era amplia y mucho más fresca que la habitación que ella compartía con McCoy. «Claro», pensó, ellos dos habían generado una gran cantidad de calor esa mañana.
—Vaya —comentó ella, examinando la habitación decorada con lujo—. A mí me deben de haber dado el cuarto de servicio.
—Es muy especial, ¿no crees? Sobre todo me gusta la cama. —Tachyon señaló una gran cama con dosel cubierta con tul blanco que se veía desde la puerta abierta de la habitación—. Tienes que subir unos escalones para llegar a ella.
—¡Qué divertido!
Él la miró con malicia.
—¿Quieres probarla?
—No, gracias. Ya he tenido mi sexo matutino.
—Peri —se quejó Tachyon en un tono de broma—, no comprendo qué le atrae de ese hombre. —Sacó su maletín médico de cuero rojo del armario—. Siéntate aquí —le dijo, señalando un afelpado sillón de orejas forrado de terciopelo—, y abre la boca. Di «AAAH».
—Aaah —repitió obedientemente tras sentarse.
Tachyon le examinó la garganta.
—Bueno, se ve bien y sana. —Rápidamente le examinó los oídos y le revisó los ojos—. Están bien. Explícame tus síntomas. —Sacó el estetoscopio del maletín—. ¿Náuseas, vómitos, mareos?
—Algo de náuseas y vómitos.
—¿Cuándo? ¿Después de comer?
—No, de hecho, no. A cualquier hora.
—¿Te encuentras mal todos los días?
—No. Tal vez un par de veces a la semana.
—Hmmmm. Le levantó la blusa y sujetó el estetoscopio contra su pecho izquierdo. Ella saltó al contacto del acero frío contra su piel caliente.
—Perdón… El latido del corazón es fuerte y regular. ¿Cuánto tiempo hace que estás con vómitos?
—Un par de meses, creo. Desde antes de que empezara la gira. Pensé que se debía al estrés.
Él frunció el ceño.
—¿Has estado vomitando durante dos meses sin considerar conveniente consultarme? Soy tu médico.
Ella se movió en el asiento, incómoda.
—Tachy, has estado tan ocupado. No quería molestarte. Creo que es el viajar tanto, la comida, el agua, los distintos estándares de higiene…
—Permíteme a mí hacer el diagnóstico, si te parece, jovencita. ¿Duermes lo suficiente, o tu nuevo novio te mantiene despierta a todas horas?
—Me voy a la cama temprano todas las noches —le aseguró.
—No lo dudo —le dijo con sequedad—, pero eso no es lo que te he preguntado. ¿Duermes lo suficiente?
Peregrine se sonrojó.
—Por supuesto que sí.
Tachyon guardó el equipo en su maleta.
—¿Cómo está tu ciclo menstrual? ¿Algún problema?
—Bueno, no me ha bajado la menstruación durante un tiempo, pero eso no es inusual, aunque no estoy tomando la píldora.
—Peri, por favor, intenta ser un poco más precisa. ¿Cuánto tiempo es «durante un tiempo»?
Ella se mordió el labio y aleteó con suavidad.
—No lo sé, un par de meses, creo.
—Hmmmmm. Ven aquí. —La guió hacia su habitación, y sus alas se curvaron sobre su cuerpo por instinto. El aire acondicionado estaba funcionando a la máxima potencia y el cuarto se notaba unos veinte grados más frío. El alienígena señaló la cama—. Quítate los pantalones de mezclilla y recuéstate.
—¿Estás seguro de que esto es un examen médico? —le preguntó bromeando.
—¿Quieres que llame a una carabina?
—No seas ridículo. ¡Confío en ti!
—No deberías. —Tachyon le dirigió una mirada lasciva. Enarcó una ceja mientras Peregrine se quitaba las Nike a puntapiés y se bajaba los pantalones—. ¿No llevas ropa interior?
—Nunca. Me estorba. ¿Quieres que me quite la camisa también?
—Si lo haces, ¡puede que no te marches nunca de esta habitación! —Le amenazó Tachyon.
Ella rió y le besó la mejilla.
—¿Qué problema hay? Me has examinado un millón de veces.
—En el entorno adecuado, contigo en una bata de hospital y una enfermera en la habitación —contestó él—. Nunca contigo desnuda, casi desnuda —corrigió—, en mi habitación. —Le arrojó una toalla—. Ten, cúbrete.
Tachyon admiró sus piernas largas y bronceadas y sus nalgas bien definidas mientras ella se acomodaba en la cama y envolvía la toalla discretamente sobre sus caderas. La ráfaga de aire refrigerado que salía del aparato que estaba funcionando le puso la piel de gallina en todo el cuerpo, pero Tachyon Ignoró eso.
—Más vale que tus manos estén calientes —le advirtió Peregrine cuando se arrodilló junto a ella.
—Exactamente igual que mi corazón —dijo Tachyon, mientras le palpaba el estómago—. ¿Te duele esto?
—No.
—¿Aquí? ¿Aquí?
Ella negó con la cabeza.
—No te muevas —ordenó él—. Necesito mi estetoscopio. Esta vez calentó la cabeza de metal antes de ponérsela sobre el estómago. ¿Has tenido mucha indigestión?
—Algo.
Una extraña expresión cruzó el rostro astuto de Tachyon mientras la ayudaba a bajar de la cama.
—Ponte los pantalones de mezclilla. Te tomaré una muestra de sangre y entonces podrás ir a jugar a hacer de turista con los demás.
Preparó la jeringuilla mientras la mujer terminaba de atarse las zapatillas de correr. Peregrine extendió el brazo e hizo una mueca cuando él dilató con eficacia una vena, limpió la piel sobre ella, insertó la jeringa y sacó la muestra.
Lo miró todo con interés y de repente se dio cuenta de que la vista de la sangre le estaba mareando.
—Mierda. —Corrió al baño, dejando tras de sí una ráfaga de plumas, y se inclinó sobre el inodoro, vomitando el desayuno que le habían llevado a la habitación, más lo que guardaba de la cena y del champán de la noche anterior.
Tachyon le sostuvo los hombros mientras ella devolvía, y cuando se dejó caer contra la bañera, exhausta, le limpió la cara con una toallita húmeda y tibia.
—¿Estás bien?
—Eso creo. —La ayudó a levantarse—. Ha sido la sangre. Aunque ver sangre nunca me había molestado antes.
—Peregrine, no creo que debas hacer turismo esta mañana. El lugar adecuado para ti es tu cama; sola, con una taza de té caliente.
—No —protestó ella—. Estoy bien. La culpa es del viaje. Si me encuentro mal, Josh me traerá de regreso.
—Nunca comprenderé a las mujeres. —Sacudió la cabeza con tristeza—. Preferir a un simple humano cuando podrías estar conmigo. Ven aquí y déjame que te vende el agujero que te he hecho en el brazo. —Se puso a trabajar con la gasa estéril y la cinta adhesiva.
Peregrine mostró una suave sonrisa.
—Eres dulce, doctor, pero tu corazón está enterrado en el pasado. Ahora estoy en un punto en el que estoy lista para una relación permanente y no creo que tú me dieras eso.
—¿El sí?
Ella se encogió de hombros y sus alas siguieron el movimiento de su cuerpo.
—Eso espero. Ya lo veremos, ¿no crees?
Cogió el bolso y el sombrero de la silla y caminó hacia la puerta.
—Peri, me gustaría que lo reconsideraras.
—¿El qué? ¿Dormir contigo o ir de turismo?
—Ir de turismo, malvada.
—Ya estoy bien. Por favor, deja de preocuparte. De verdad, nunca he tenido a tanta gente preocupándose por mí como en este viaje.
—Querida, eso es porque, bajo tu glamour neoyorquino, eres increíblemente vulnerable. Haces que la gente quiera protegerte. —Le abrió la puerta—. Ten cuidado con McCoy, Peri. No quiero que te hagan daño.
Ella le besó al salir de la habitación. Sus alas rozaron la puerta y una ráfaga de finas plumas cayó al suelo.
—Maldita sea —dijo, agachándose y recogiendo una—. Se me están cayendo muchas de éstas últimamente.
—¿Ah, sí? —Tachyon la miró con curiosidad—. No, no te molestes. La mucama las limpiará.
—Está bien. Adiós, diviértete con tus pruebas.
Los ojos de Tachyon reflejaban su preocupación mientras seguía el cuerpo grácil de Peregrine por el pasillo. Cuando cerró la puerta, tenía una de las plumas en la mano.
—Esto no pinta bien —dijo en voz alta mientras se acariciaba la barbilla con la pluma—. No pinta nada bien.
Peregrine localizó a McCoy en el vestíbulo del hotel, charlando con un hombre robusto y oscuro que llevaba un uniforme blanco. Sus otros dos acompañantes descansaban cerca. A Hiram Worchester se le veía demacrado, pensó el as alado. Era uno de sus amigos más antiguos y queridos; iba vestido con uno de sus trajes de tela ligera hechos a medida, pero éste le quedaba suelto, como si hubiera perdido algunos de sus más de ciento treinta kilos de peso. Quizá se estaba resintiendo de la presión de viajar sin parar, al igual que ella.
El padre Calamar, el bondadoso pastor de la Iglesia de Jesucristo (Joker), elogiaba que Hiram casi pareciera esbelto. Era tan alto como un hombre normal, y dos veces más ancho. Tenía un rostro redondo y gris, los ojos cubiertos por membranas nictitantes y un racimo de tentáculos le colgaba sobre la boca como un bigote que se retorcía constantemente. Siempre le recordaba a uno de los Profundos que aparecían en la narrativa de Lovecraft, pero él era mucho más agradable.
—Peri —dijo McCoy—. Te presento al Sr. Ahmed. Trabaja en la Policía de Turismo. Señor Ahmed, ella es Peregrine.
—Es un placer —dijo el guía, inclinándose para besar su mano.
Peregrine respondió con una sonrisa y entonces saludó a Hiram y al sacerdote. Se volvió hacia Josh, que la miraba con atención.
—¿Estás bien? —le preguntó—. Se te ve muy mal. ¿Qué te ha hecho Tachyon, sacarte un litro de sangre?
—Por supuesto que no. Estoy bien —dijo, siguiendo a Ahmed y a los demás hasta la limusina que los esperaba. «Y, si sigo repitiéndolo», se dijo a sí misma, «tal vez incluso yo misma lo crea».
—¿¡Qué diablos!? —exclamó Peregrine cuando se detuvieron frente a una estación de vigilancia de metal y vidrio. Había dos hombres bien armados en el interior de la caja, la cual estaba situada junto a un alto muro que rodeaba una media hectárea del desierto que era el Templo de los Dioses Vivientes. La pared encalada estaba rematada con hileras de alambre de púas y había patrullas de hombres vestidos de azul y armados con metralletas. Las cámaras de vídeo inspeccionaban el perímetro de forma permanente. El efecto de la pared de color blanco impoluto contra la arena brillante y el reluciente cielo azul egipcio era deslumbrante.
—Gracias a los Nur —explicaba Ahmed, señalando a la fila de turistas que esperaban les permitieran el paso a los terrenos del templo—, todos tienen que pasar por dos detectores, uno de metales y otro de nitratos. Estos fanáticos están decididos a destruir el templo y a los dioses. Ya han realizado varios ataques, pero hasta ahora les han detenido antes de que hicieran mucho daño.
—¿Quiénes son los Nur? —preguntó el padre Calamar.
—Son los seguidores de Nur al-Allah, un falso profeta dispuesto a unir todas las sectas islámicas bajo su control —dijo Ahmed—. Asegura que Alá desea la destrucción de todos aquellos deformados por el virus wild card y, por consiguiente, el Templo de los Dioses Vivientes se ha convertido en uno de los blancos de su secta.
—¿Tenemos que esperar en fila con los turistas? —Hiram interrumpió de mal humor—. Después de todo, estamos aquí por invitación especial.
—Oh, no, señor Worchester —contestó rápido Ahmed—. La entrada de la villa está por aquí. Pasaremos directamente. Si me permiten…
Mientras se alineaban detrás de Ahmed, McCoy le susurró a Peregrine:
—Nunca he pasado por una entrada VIP, sólo por las puertas para la prensa.
—Quédate conmigo y te llevaré a muchos lugares en los que nunca has estado —prometió ella.
—Ya lo has hecho.
La puerta VIP tenía sus propios detectores de metales y nitratos. Pasaron por ellos mientras los vigilaban los guardias de seguridad, vestidos con las túnicas azules que usaban los seguidores de los dioses vivientes. Examinaron a fondo la bolsa de Peregrine y la cámara de McCoy. Un anciano se acercó mientras le devolvían el equipo al periodista. Era bajo, lucía un bronceado muy marcado y un aspecto saludable, y tenía ojos grises, cabello blanco y una magnífica barba blanca que formaba un agradable contraste con su ligera túnica azul.
—Soy Opet Kemel —anunció. Su voz era profunda y meliflua y sabía cómo usarla para exigir atención y respeto—. Soy el sacerdote principal del Templo de los Dioses Vivientes. Nos complace que nos honren con su presencia. —Miró al padre Calamar, luego a Peregrine, a Hiram, a McCoy y de nuevo a Peregrine—. Sí, mis hijos estarán contentos de que hayan venido.
—¿Les molesta si filmamos la ceremonia? —preguntó Peregrine.
—No, en absoluto. —Hizo un gesto expansivo—. Vengan por aquí y les mostraré los sitios más interesantes.
—¿Puede darnos algunos antecedentes acerca del templo? —preguntó el as alado.
—Por supuesto —respondió Kemel mientras lo seguían—. La epidemia de wild card que atacó Puerto Said en 1948 causó muchas «mutaciones», como creo que las llaman, entre ellas, por supuesto: los famosos Nasr, Al Haziz, Khóf y otros grandes héroes de los últimos años. Muchos hombres de Luxor estaban trabajando en los muelles de Puerto Said en esa época y también fueron afectados por el virus. Algunos lo pasaron a sus hijos y nietos.
»El significado real de estas mutaciones me golpeó hace más de una década, cuando vi que un niño pequeño hacía que las nubes dejaran caer una muy necesaria lluvia sobre los campos de su padre. Me di cuenta de que era una encarnación de Min, el antiguo dios de las cosechas, y que su presencia era un presagio de la vieja religión.
»Yo era arqueólogo en aquel entonces, y acababa de descubrir un complejo de templos intactos —señaló sus pies— justo debajo de la tierra donde estamos ahora. Convencí a Min y a otros de que se nos unieran: Osiris, un hombre declarado muerto, que regresó a la vida con visiones del futuro; Anubis, Taurt, Thoth… A través de los años, han venido con frecuencia al Templo de los Dioses Vivientes para escuchar las oraciones de los creyentes y realizar algunos milagros.
—Exactamente, ¿qué tipo de milagros? —preguntó Peregrine.
—De muchos tipos. Por ejemplo, si una mujer embarazada está sufriendo, le rezará a Taurt, la diosa del embarazo y el parto. Taurt se asegurará de que todo vaya bien. Y así será. Thoth resuelve disputas, ya que sabe quién dice la verdad y quién miente. Min, como ya he dicho, puede hacer que llueva. Osiris ve pequeños fragmentos del futuro. Todo es bastante sencillo.
—Ya veo —dijo Peregrine. Las afirmaciones de Kemel le parecían razonables, dadas las habilidades que el virus podía despertar en la gente—. ¿Cuántos dioses hay aquí?
—Tal vez veinticinco. Algunos no pueden hacer nada, en realidad —dijo Kemel en tono confidencial—. Ellos son lo que ustedes llaman jokers. Sin embargo, se parecen a los antiguos dioses (Bast, por ejemplo, está cubierto por una piel peluda y tiene garras) y reconfortan en gran medida a quienes vienen a rezarles. Pero véanlo por ustedes mismos. La ceremonia casi está a punto de iniciarse.
Los guió más allá de los grupos de turistas que posaban junto a las estatuas de los dioses, de los puestos que vendían desde un rollo Kodak, llaveros y Coca-Cola hasta réplicas de joyería antigua y pequeñas estatuillas de los dioses mismos. Fueron más allá de esa sección, a través de una estrecha puerta, y llegaron hasta un muro de bloques de arenisca situada contra una pared del acantilado, y allí bajaron por unos desgastados escalones de piedra. A Peregrine se le puso la piel de gallina. Dentro de la construcción hacía frío y la iluminación consistía en unas luces eléctricas que parecían antorchas. El hueco de la escalera estaba decorado con bellos bajorrelieves que mostraban la vida diaria en el antiguo Egipto, inscripciones jeroglíficas detalladas de manera intrincada y representaciones de animales, aves y dioses de todo tipo.
—¡Qué maravilloso trabajo de restauración! —exclamó Peregrine, encantada con la hermosa frescura de los bajorrelieves.
—En realidad —explicó Kemel—, todo lo que ven está exactamente como se hallaba cuando lo descubrí hace veinte años. Agregamos algunas comodidades modernas, como la electricidad, por supuesto. —Sonrió.
Entraron en una gran cámara: un anfiteatro con un escenario y, frente a éste, bancas de piedras ubicadas en pendiente. Las paredes de la estancia estaban recubiertas con vitrinas en las que se exhibían los objetos descubiertos en el templo.
McCoy los grabó al detalle. Dedicó varios minutos a filmar un grupo de estatuas de maderas pintadas que parecían tan frescas como si las hubieran pintado el día anterior; también había collares, gargantillas y petos incrustados de lapislázuli, esmeraldas y piezas de oro, cálices tallados en alabastro traslúcido, tarros de ungüentos hechos de jade intrincadamente labrados en formas de animales, cofres diminutos con incrustaciones muy elaboradas, tableros de juego y sillas… Los tesoros exquisitos de una civilización muerta se exhibían ante ellos, una civilización que Opet Kemel restauró con su Templo de los Dioses Vivientes, consideró Peregrine.
—Ya hemos llegado. —Kemel señaló un grupo de bancos al frente del anfiteatro, cerca del escenario, hizo una breve reverencia y se marchó.
El anfiteatro no tardó mucho tiempo en llenarse. Las luces se atenuaron y la gente guardó silencio. Una luz brilló en el escenario y sonó una música extraña, tan antigua y misteriosa como el templo mismo, y comenzó la procesión de los dioses. Estaba Osiris, el dios de la muerte y la resurrección, y su consorte, Isis. Detrás de él venía Hapi, cargando un estandarte dorado. Thoth, el juez con cabeza de ibis, era el siguiente, con su babuino domesticado. Shu y Tefnut, hermano y hermana, dios y diosa del aire, flotaban sobre el suelo. Sobek los seguía con una oscura y agrietada piel de cocodrilo y una boca protuberante, un hocico, en realidad. Hathor, la gran madre, tenía los cuernos de una vaca. Bast, la diosa gata, se movía delicadamente, con la cara y el cuerpo cubierto de un rojizo pelaje y las garras sobresaliéndole de los dedos. Min parecía un hombre ordinario, pero una pequeña nube se cernía sobre él, siguiéndolo como un perrito obediente dondequiera que iba. Bes, el enano guapo, hacía volteretas y caminaba sobre las manos. Anubis, el dios del inframundo, tenía la cabeza de un chacal. Horus lucía unas alas que recordaban a las de un halcón.
Y así siguieron llegando, cruzando el escenario poco a poco y después sentándose en tronos dorados mientras eran introducidos al público en inglés, francés y árabe.
Tras las presentaciones, los dioses demostraron sus habilidades. Shu y Tefnut se estaban deslizando por el aire, jugando a tocar la nube de Min, cuando el inesperado y ensordecedor sonido de unos disparos acabó con la pacífica escena, provocando gritos de terror entre los espectadores. Cientos de turistas se levantaron y se arremolinaron en todas direcciones del anfiteatro, como reses aterrorizadas. Algunos corrieron hacia las puertas de la parte trasera, y las escaleras pronto quedaron obstruidas por personas que gritaban presas del pánico. McCoy, quien había empujado a Peregrine al suelo y la había cubierto con su cuerpo al primer sonido de los disparos, la arrastró tras uno de los enormes pilares de piedra labrada que flanqueaban el escenario.
—¿Estás bien? —jadeó, antes de asomarse al otro lado de la columna, hacia los sonidos de locura y destrucción, mientras su cámara zumbaba.
—Sí. ¿Qué sucede?
—Hay tres tipos con metralletas. —Sus manos estaban firmes y había una gran emoción en su voz—. Creo que no disparan a la gente, sólo a las paredes.
Una bala pasó silbando junto a la columna. El ruido de unos cristales haciéndose añicos llenó el aire mientras los terroristas destruían las cajas llenas de objetos de incalculable valor y barrían las paredes bellamente labradas con ráfagas de metralleta.
Los dioses vivientes habían huido al sonido del primer disparo. Sólo uno se quedó atrás, el hombre al que conocían como «Min». Cuando Peregrine se asomó por detrás de la columna, una nube apareció de la nada para detenerse sobre las cabezas de los terroristas. De golpe, llovió a cántaros sobre ellos, y estos no tardaron en resbalarse y caer sobre el suelo de piedra mojada. Se dispersaron de inmediato e intentaron ponerse a cubierto del cegador chaparrón. Peregrine, escarbando en el bolso en busca de sus garras metálicas, notó que Hiram Worchester estaba de pie, solo, con una mirada de intensa concentración en el rostro. Uno de los atacantes soltó un grito angustiado cuando la pistola se le escapó de las manos y aterrizó en su pie. Se desplomó, gritando, salpicando sangre con su extremidad destrozada. Hiram dirigió la vista hacia el segundo terrorista mientras Peregrine se ponía las manoplas.
—Voy a tratar de llegar por encima de ellos —le dijo a McCoy.
—Ten cuidado —le dijo, decidido a filmar la acción.
Ella flexionó los dedos, ahora enfundados en guantes de piel que terminaban en garras de titanio con bordes afilados. Al principio, mientras daba media docena de pasos rápidos, sus alas temblaron y entonces batieron estruendosamente cuando se impulsó hacia adelante, se lanzó hacia el aire… y cayó de pronto en el suelo.
Aterrizó sobre manos y rodillas, de manera que se despellejó las manos al rozarlas contra las piedras ásperas. También se golpeó la rodilla izquierda con tanta fuerza que sintió cómo se le entumecía después de una punzada inicial de un dolor intenso e insoportable.
Durante un largo segundo, Peregrine no quiso creer lo que acababa de ocurrir. Se agazapó en el suelo, con las balas silbando en torno a ella, después se levantó y batió las alas de nuevo, con fuerza. Pero nada sucedió. No podía volar. Se detuvo en medio de la pista, ignorando los disparos a su alrededor, intentando descubrir lo que sucedía, lo que estaba haciendo mal.
—¡Peregrine! —le gritó McCoy—. ¡Tírate al suelo! —El tercer terrorista le apuntó, gritando incoherencias. Una súbita expresión de horror le desfiguró el rostro antes de ser lanzado hacia el techo. El arma se le escapó de la mano y se estrelló en el suelo. Con indiferencia, Hiram dejó que el hombre cayera de nueve metros de altura, mientras que los otros terroristas recibían los porrazos de los guardias de seguridad del templo hasta que quedaron tirados en el suelo. Kemel se acercó rápido, con una expresión de horror e incredulidad en el rostro.
—¡Demos gracias a los misericordiosos de que no resultaras herida! —exclamó, corriendo hacia Peregrine, quien todavía estaba aturdida y confundida por lo que le había ocurrido.
—Sí —dijo ella vagamente, y en ese momento sus ojos enfocaron las paredes de la cámara—. Pero ¡mire este destrozo!
Una pequeña estatua de madera bañada en oro y con incrustaciones de loza y piedras preciosas yacía en fragmentos a los pies de la mujer alada. Se detuvo y la levantó con cuidado, pero la frágil madera se convirtió en polvo al tocarla, dejando detrás una concha retorcida de oro y joyas.
—Había sobrevivió tanto tiempo…, sólo para ser destruida por esta locura… —murmuró.
—Ah, sí. —Kemel se encogió de hombros—. Bueno, las paredes pueden restaurarse, y tenemos más objetos para poner en las vitrinas.
—¿Quiénes eran esas personas? —preguntó el padre Calamar, sacudiéndose imperturbable el polvo de la sotana.
—Los Nur —dijo Kemel. Escupió en el suelo—. ¡Fanáticos!
McCoy se apresuró hacia ellos, con la cámara colgada del hombro.
—Creo haberte dicho que tuvieras cuidado —reprendió a Peregrine—. ¡Estar parada en medio de una habitación con idiotas disparando con metralletas a diestro y siniestro no es mi idea de ser cuidadosa! ¡Gracias a Dios que Hiram estaba vigilando a ese tipo!
—Lo sé —dijo Peregrine—, pero no debería haber sucedido así. Intenté volar pero no pude. Nunca me había ocurrido nada parecido. Es muy extraño. —Se retiró un largo mechón de cabello que le caía frente a los ojos, con gesto preocupado—. No sé qué pasa.
El cámara aún estaba conmocionado. Los terroristas podrían haber asesinado a cientos de personas si hubieran elegido dispararle a la gente en lugar de a los símbolos de la antigua religión; con todo, varias decenas de turistas había sido alcanzados por balas perdidas o se habían hecho daño al intentar escapar. Los guardias de seguridad del templo intentaban ayudar a los heridos, pero eran demasiados, y la mayoría yacía desplomada sobre las bancas de piedra, gimiendo, llorando, gritando, sangrando…
Sintiendo que el mareo regresaba, Peregrine se alejó de McCoy y de los otros y se inclinó para vomitar, pero no tenía nada en el estómago que devolver. McCoy la sujetó mientras la sacudían las arcadas. Cuando dejó de temblar, se apoyó en él, agradecida.
Él le tomó la mano con suavidad.
—Será mejor que te lleve al Dr. Tachyon.
En el camino de vuelta al Winter Palace, McCoy la rodeó con un brazo y la acercó a él.
—Todo irá bien —la tranquilizó—. Puede que sólo estés cansada.
—¿Y si no es eso? ¿Y si me pasa algo malo de verdad? ¿Y… —preguntó en un susurro horrorizado— si nunca vuelo de nuevo? —Escondió la cara contra el hombro de McCoy, pues los demás los miraban con muda compasión. Sus lágrimas le empaparon la camisa mientras él le acariciaba el largo cabello castaño.
—Todo irá bien, Peri. Te lo prometo.
—¡Mmm!, debí haberlo imaginado —dijo Tachyon cuando Peregrine le contó la historia entre lágrimas.
—¿Qué quiere decir? —preguntó McCoy—. ¿Qué le pasa?
Tachyon miró al hombre con frialdad.
—Es una cuestión privada, entre una mujer y su médico. Así que…
—Todo lo que se refiere a Peri es de mi incumbencia.
—No me digas, ¿de verdad? —Le dedicó una mirada hostil a McCoy.
—Está bien, Josh —dijo Peregrine. Lo abrazó.
—Como quieras. —McCoy se volvió para marcharse—. Te espero en el bar.
El doctor cerró la puerta tras él.
—Ahora, siéntate y sécate los ojos. No es nada serio, en realidad. Estás perdiendo plumas debido a cambios hormonales. Tu mente ha reconocido tu condición y ha bloqueado tu poder como medio de protección.
—¿Condición? ¿Protección? ¿Qué es lo que tengo?
Peregrine se sentó en el borde del sofá. El alienígena se sentó junto a ella y tomó sus manos frías entre las suyas.
—No es nada que no se arregle en unos cuantos meses. —Sus ojos violetas miraron directamente a los suyos azules—. Estás embarazada.
—¿Qué? —El as alado se dejó caer contra los cojines del sofá—. ¡Eso es imposible! ¿Cómo voy a estar embarazada? ¡Siempre he tomado la píldora! —Se enderezó de nuevo—. ¿Qué va a decir la NBC? Me pregunto si esto está cubierto en mi contrato.
—Te aconsejo que dejes de tomar la píldora y cualquier otro tipo de droga, incluido el alcohol. Después de todo, querrás que el bebé nazca feliz y saludable, ¿verdad?
—Tachy, ¡esto es ridículo! ¡No puedo estar embarazada! ¿Estás seguro?
—Bastante. Y al juzgar por tus síntomas, diría que llevas unos cuatro meses de embarazo. —Señaló con la cabeza hacia la puerta—. ¿Qué opinará tu amante acerca de convertirse en padre?
—Josh no es el padre. Sólo hemos estado juntos un par de semanas. —Se quedó boquiabierta—. ¡Ay, Dios!
—¿Qué pasa? —preguntó Tachyon, con la preocupación reflejada en la voz y en la cara.
Ella se levantó del sofá y se dedicó a caminar por la habitación, agitando las alas con aire distraído.
—Doctor, ¿qué le pasaría al bebé si ambos padres fueran portadores del wild card? Madre joker, padre as, ese tipo de cosas. —Se detuvo junto a la repisa de mármol de la chimenea y jugueteó con los adornos polvorientos que había sobre ella.
—¿Por qué? —preguntó Tachyon con recelo—. Si McCoy no es el padre, ¿quién es? ¿Un as?
—Sí.
—¿Quién?
Ella suspiró y dejó a un lado la figurilla con la que estaba jugando.
—No creo que importe, en realidad. Nunca le veré de nuevo. Fue sólo una noche. —Sonrió al recordar—. ¡Menuda noche!
Tachyon de pronto recordó la cena en el Aces High del Día Wild Card. Peregrine se había marchado del restaurante con…
—¿Fortunato? —gritó—. ¿Fortunato es el padre? ¿Te acostaste con ése, con ese chulo? ¿Dónde está tu buen gusto? ¡No te acuestas conmigo pero sí con él! —Dejó de gritar y respiró hondo varias veces. Caminó hasta el bar de la habitación y se sirvió un brandy. Peregrine lo miró, asombrada.
—No lo puedo creer —repitió el taquisiano, tomándose casi todo el vaso de un trago—. Yo tengo mucho más que ofrecer.
«Claro», pensó ella. «Otra marca en el poste de tu cama. Aunque tal vez yo fui lo mismo para Fortunato».
—Seamos realistas, doctor —dijo Peregrine con ligereza, molesta por su egocentrismo—. Él es el único hombre con el que me he acostado que me ha hecho brillar. Fue absolutamente increíble. —Sonrió por dentro ante la expresión de furia en el rostro de Tachyon—. Pero eso no importa ahora. ¿Y el bebé?
Una multitud de pensamientos pasaron corriendo por su mente: «Tendré que renovar el piso. Espero que hayan reparado el techo. Un bebé no puede vivir en una casa sin techo. Quizá debería mudarme al norte del estado, tal vez, fuera lo mejor para un niño». Sonrió para sí misma. «Una casa grande con una amplia zona de césped, árboles y un jardín. Y perros. Nunca pensé en tener un bebé. ¿Seré una buena madre? Este es un buen momento para descubrirlo. Tengo treinta y dos años y el reloj biológico sigue corriendo. Pero ¿cómo sucedió? La píldora siempre ha funcionado. Los poderes de Fortunato se basan en su potente sexualidad», pensó. «Tal vez eludieron de algún modo los anticonceptivos. Fortunato… ¡Y Josh! ¿Cómo reaccionaría ante esta noticia? ¿Qué pensaría?»
La voz de Tachyon interrumpió aquel ensimismamiento.
—¿Me estás escuchando? —tronó.
Peregrine se sonrojó.
—Lo siento. Estaba pensando en cómo será convertirme en mamá.
El doctor gruñó.
—Peri, no es tan sencillo —dijo con suavidad.
—¿Por qué no?
—Tanto tú como ese hombre tenéis el wild card. Por lo tanto, el bebé tendrá un noventa por ciento de probabilidades de morir antes del parto, o durante; un nueve por ciento de ser un joker, y el uno por ciento, uno por ciento —enfatizó—, de ser un as. —Bebió más brandy—. Los porcentajes son terribles, terribles. El bebé no tiene oportunidad alguna. Ninguna en absoluto.
Peregrine volvió a caminar de un lado a otro de la habitación.
—¿Hay algo que puedas hacer, algún tipo de prueba, que pueda decirnos del bebé está bien ahora?
—Bueno, sí, puedo hacer un ultrasonido. Es más que primitivo, pero nos dirá si se está desarrollando con normalidad o no. De no ser así, te sugiero…, no, te ruego, muy encarecidamente, que abortes. Ya hay suficientes jokers en este mundo —dijo con amargura.
—¿Y si el bebé es normal?
Tachyon suspiró.
—El virus por lo regular no se manifiesta hasta el nacimiento. Si el bebé sobrevive el trauma del nacimiento sin que el virus se manifieste, entonces hay que esperar. Esperar y preguntarse qué pasara, y cuándo. Peregrine, si permites que este niño nazca, te pasarás toda la vida en agonía, preocupándote y tratando de protegerlo de todo. Ten en cuenta la tensión de la infancia y de la adolescencia, cualquiera de esas etapas puede detonar el virus. ¿Es eso justo para ti? ¿Para tu hijo? ¿Para el hombre que te espera allá abajo? Si es que —agregó Tachyon con frialdad— todavía quiere ser parte de tu vida una vez sepa esto.
—Tendré que arriesgarme con Josh —dijo rápidamente, llegando una vez más al pensamiento que predominaba en su mente—. ¿Cuándo puedes hacerme el ultrasonido?
—Veré si puedo hacer los arreglos en el hospital. Si no podemos hacerlo en Luxo, entonces tendrás que esperar hasta que regresemos a El Cairo. Si el niño es anormal, debes plantearte el aborto. De hecho, deberías abortar en cualquiera de los casos.
Ella lo miró fijamente.
—¿Destruir a un posible ser humano saludable? Podría ser como yo —argumentó—. O como Fortunato.
—Peri, no tienes idea de lo benigno que fue el virus en tu caso. Las alas te sirvieron para alcanzar fama y éxito económico. Fuiste una de las pocas afortunadas.
—Por supuesto que lo soy. Quiero decir, soy bonita, pero nada fuera de lo común. Hay muchas chicas bonitas. De hecho, tengo que darte las gracias a ti por mi éxito.
—Esta es la primera vez que alguien me ha agradecido que ayudara a destruir la vida de millones de personas —dijo Tachyon con gravedad.
—Intentaste detenerlo —dijo ella tratando de reconfortarlo—. No es tu culpa que Jetboy lo echara todo a perder.
—Peri —dijo el alienígena con seriedad, cambiando el tema como si los errores del pasado fueran demasiado dolorosos para obsesionarse con ellos—, si no interrumpes el embarazo, se te notará dentro de muy poco tiempo. Será mejor que empieces a pensar qué le vas a decir a la gente.
—Bueno, la verdad, por supuesto: que voy a tener un bebé.
—¿Y si preguntan por el padre?
—¡Eso no le incumbe a nadie más que a mí!
—Y diría que a McCoy.
—Supongo que tienes razón. Pero el mundo no tiene que enterarse de lo de Fortunato. Por favor, no se lo digas a nadie. Odiaría que lo leyera en los periódicos. Preferiría decírselo yo misma. —«Si lo vuelvo a ver alguna vez», agregó en silencio—. ¿Me harás ese favor?
—No me corresponde a mí informarle —contestó él con frialdad—. Pero tienes que contárselo. Tiene derecho a saberlo. —Frunció el entrecejo—. No sé lo que viste en ese hombre. Si hubiera sido yo, esto nunca habría pasado.
—Ya has dicho eso antes —dijo Peregrine, con el fastidio reflejado en la cara—. Pero es demasiado tarde para hablar de lo que pudo haber sido. Al final, todo estará bien.
—No todo estará bien —repuso el doctor con firmeza—. Lo más probable es que el bebé muera o sea un joker, y no creo que seas lo suficientemente fuerte para manejar cualquiera de estas posibilidades.
—Tendré que esperar y ver qué ocurre —dijo Peregrine, pragmática. Se giró para marcharse—. Creo que será mejor que le dé la noticia a Josh. Se alegrará de que no sea nada serio.
—¿Y de que estés embarazada de otro hombre? —preguntó Tachyon—. Si dadas las circunstancias mantenéis la relación, entonces McCoy es un hombre inusual.
—Lo es, doctor —aseguró, para él y para ella misma—. Lo es.
Peregrine caminó poco a poco hacia el bar, recordando el día en que ella y McCoy se conocieron. Su interés por ella quedó patente desde la primera vez que los presentaron en las oficinas de la NBC en noviembre. Como el talentoso camarógrafo y productor de documentales independientes que era, tomó al vuelo la oportunidad de filmar la gira y, como le confesaría más tarde a Peregrine, de tener un trato más cercano y personal con ella. Peregrine casi había superado lo de su obsesión con Fortunato y las atenciones de McCoy fueron de gran ayuda. Coquetearon y se hicieron sufrir el uno al otro hasta que terminaron acostándose en Argentina. Desde entonces habían compartido habitación.
Pero McCoy no podía despertar en ella la misma pasión sexual que Fortunato. Dudaba que ningún hombre pudiera. Peregrine le deseó de nuevo tras la noche loca en que estuvieron juntos. Él era la droga que ella anhelaba. Cada vez que el teléfono sonaba o alguien picaba a la puerta, esperaba que fuera él; pero Fortunato nunca regresó. Con la ayuda de Chrysalis, encontró a su madre y se enteró de que el as se había marchado de Nueva York y estaba en algún lugar de Oriente, probablemente en Japón.
Enterarse de que la había abandonado sin más la ayudó a sobreponerse, pero ahora él irrumpía de nuevo en su mente. Se preguntó cómo reaccionaría al conocer su embarazo, al saber que sería padre. ¿Llegaría a saberlo? Suspiró.
«Josh McCoy es un hombre maravilloso, y lo amas», se dijo a sí misma con severidad. «No eches a perder esto por un hombre al que es probable que nunca vuelvas a ver. Pero, si lo viera de nuevo, ¿cómo sería?» Por enésima vez, revivió sus horas con Fortunato. El simple hecho de pensar en él hizo que lo deseara de nuevo. O a McCoy.
Josh estaba tomando una cerveza, una stella. Cuando la vio, le hizo una seña al camarero y ambos llegaron a la mesa al mismo tiempo.
—Sírvame otra —le pidió—. ¿Quieres algo de vino, Peri?
—¡Mmh, no, gracias! ¿Tiene agua embotellada? —le preguntó al camarero.
—Claro, madame. Tenemos Perrier.
—Esa me vale.
—¿Y bien? —preguntó McCoy—. ¿Qué tenía que decirte Tachyon? ¿Estás bien?
«No soy tan valiente para decirle esto», Peregrine se dijo a sí misma. «¿Qué pasará si no puede aceptarlo?» Decidió que lo mejor sería simplemente decirle la verdad.
—No me ocurre nada malo, no es nada que el tiempo no cure. —Bebió un trago del agua que el camarero colocó frente a ella y murmuró—. Voy a tener un bebé.
—¿Qué? —McCoy casi dejó caer su cerveza—. ¿Un bebé?
Ella asintió, mirándole a la cara por primera vez desde que se sentó. «Te quiero mucho», dijo en silencio. «Por favor, no hagas esto más difícil para mí de lo que ya es».
—¿Mío? —preguntó con calma.
Ésa iba a ser la parte difícil.
—No —admitió.
Josh se tomó el resto de su botella y cogió la segunda.
—Si no soy el padre, ¿quién es? ¿Bruce Willis? —Peregrine hizo una mueca—. ¿Keith Hernández? ¿Bob Weir? ¿El senador Hartmann? ¿Quién?
Ella arqueó una ceja en dirección a él.
—A pesar de lo que piensen las revistas de los quioscos, y, al parecer, tú también, no me acuesto con cada hombre que relacionan con mi nombre. —Bebió un poco de Perrier—. De hecho, resulta que soy bastante particular a la hora de elegir a mis compañeros de cama. —Sonrió maliciosamente—. Te escogí a ti, después de todo.
—No intentes cambiar de tema —advirtió él—. ¿Quién es el padre?
—¿De verdad quieres saberlo?
Josh asintió con sequedad.
—¿Por qué?
—Porque —suspiró—, resulta que te amo y considero que es importante saber quién es el padre de tu hijo. ¿El ya lo sabe?
—¿Cómo va a saberlo? Acabo de enterarme.
—¿Le quieres? —preguntó McCoy, frunciendo el ceño—. ¿Por qué rompisteis? ¿Fue él?
—Josh, no hubo ninguna relación. Fue una sola noche. Conocí a ese hombre, nos acostamos y nunca lo volví a ver —le explicó Peregrine con paciencia. «Aunque no por falta de ganas», agregó para sus adentros.
El ceño de McCoy se frunció aún más.
—¿Tienes la costumbre de acostarte con cualquiera que se te antoje?
Peregrine se sonrojó.
—No. Te acabo de decir que no. —Colocó su mano sobre la suya—. Por favor, compréndelo. No tenía ni idea de que estarías en mi futuro cuando lo conocí. Sabías que no eras el primero cuando hicimos el amor la primera vez y, después de todo —lo desafió—, no creo que sea la primera mujer con la que te acuestas, ¿o sí?
—No, pero esperaba que fueras la última. —McCoy se pasó una mano por el cabello—. Esta situación entorpece de veras mis planes.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, ¿qué hará el padre? ¿Va a quedarse ahí sin más mientras me caso con la madre de su hijo?
—¿Quieres casarte conmigo? —Peregrine empezó a sentir que todo saldría bien.
—¡Sí, sí quiero! ¿Qué tiene de extraño? ¿Ese tipo se va a convertir en un problema? Y ¿quién es, por cierto?
—Es un as —dijo ella lentamente.
—¿Quién? —insistió McCoy.
«Demonios», pensó. «Josh conoce bien el ambiente de Nueva York. Seguro que ha oído hablar de Fortunato. ¿Y si reacciona igual que Tachyon? Tal vez no debería decírselo, pero tiene derecho a saberlo».
—Se llama Fortunato…
—¡Fortunato! —McCoy explotó—. ¿El tío ese de las putas? ¡«Geishas», las llama! ¿Te acostaste con ése? —Tomó más cerveza.
—No creo que eso importe ahora, la verdad. Sucedió y punto. Y, por si te interesa saberlo, es encantador.
—Está bien, está bien. —McCoy echaba chispas por los ojos.
—Si vas a estar celoso de todos los hombres con los que me he acostado, nos quedan dos telediarios. Y el matrimonio queda más que descartado.
—Vamos, Peri, dame un respiro. Esto es muy inesperado.
—Bueno, también es un shock para mí. Por la mañana pensaba que era cansancio. Esta tarde me entero de que estoy embarazada.
Una sombra cayó sobre la mesa. Era Tachyon, en un traje de seda color lila del mismo tono que sus ojos.
—¿Os importa que me una? —Cogió una silla sin esperar respuesta— ¡Brandy! —se dirigió bruscamente al camarero. Los tres se examinaron mutuamente hasta que el empleado hizo una pequeña y precisa reverencia y se marchó—. He hablado con el hospital local —dijo finalmente—. Podemos hacer la prueba mañana temprano.
—¿Qué prueba? —preguntó McCoy, mirando primero a Peregrine y después a Tachyon.
—¿Se lo has dicho? —preguntó Tachyon.
—No he tenido oportunidad de contarle lo del virus —dijo Peregrine en un susurro apenas audible.
—¿Virus?, jokers…
—Josh —le interrumpió Peregrine con suavidad—, yo soy un joker.
Ambos hombres se volvieron hacia ella.
—Lo soy —insistió—. Los jokers tienen deformidades físicas. —Agitó las alas—. Como éstas. Yo soy un joker.
—Esta discusión no nos lleva a ningún lado —dijo el taquisiano tras un largo silencio—. Peri, te veré esta noche. —Se alejó sin haber tocado el brandy.
—Bien —dijo McCoy—. La pequeña noticia de Tachyon sin duda arroja una luz diferente sobre el tema.
—¿Qué quieres decir? —preguntó la mujer, mientras un escalofrío se apoderaba de ella.
—Odio a los jokers —explotó McCoy—. ¡Me ponen los pelos de punta! —Los nudillos que agarraban la botella de cerveza se pusieron blancos—, mira, no puedo continuar con esto. Voy a llamar a Nueva York para decirles que te envíen a otro cámara. Sacaré mi equipo de tu habitación.
—¿Te vas? —preguntó atónita.
—Sí. Mira, ha sido muy divertido —dijo con deliberación—, y he disfrutado de veras al estar contigo. Pero ¡ni en sueños voy a pasarme la vida criando al bastardo de un chulo! ¡Y menos —agregó aquello como una ocurrencia de último minuto—, uno que se va a convertir en una especie de monstruo!
Peregrine hizo una mueca de dolor. Como si la hubiera abofeteado.
—Creía que me amabas —dijo, con voz y alas temblorosas—. ¡Acabas de pedirme que me case contigo!
—Supongo que me equivoqué. —Terminó su cerveza y se levantó—. Adiós, Peri.
Peregrine no pudo mirarlo a la cara mientras se marchaba. Bajó la vista hacia la mesa, sintiéndose helada y alterada; no percibió la mirada intensa y prolongada que le dirigió McCoy mientras salía del bar.
—Ejem.
Hiram Worchester se sentó frente a ella, en la silla que había desocupado McCoy un instante antes. Peregrine se estremeció. «Es verdad, se ha ido», pensó. «Nunca, nunca me involucraré con otro hombre. ¡Nunca!», se dijo a sí misma acaloradamente.
—¿Dónde está McCoy? El padre Calamar y yo nos preguntábamos si nos acompañaríais en la cena. —Al ver que ella no respondía, agregó—: Aunque, si tenéis otros planes…
—No —dijo ella con voz débil—, no hay otros planes. Me temo que sólo seré yo. Josh está, ehm…, fuera, filmando algo del color local. —Se preguntó por qué le mentía a uno de sus más viejos amigos.
—Por supuesto. —Hiram estaba radiante—. Busquemos al padre y vayamos al comedor. Usar mi poder siempre me da hambre. —Se levantó y le retiró la silla a la mujer.
La cena era excelente pero ella apenas la probó. Hiram devoraba enormes porciones y se expresaba poéticamente acerca del batarikh —caviar egipcio— y el shish kebab de cordero servido con un vino llamado Rubis d’Egypte. Instó con ahínco a Tachyon a probar un poco cuando se les unió, pero éste declinó la invitación con un movimiento de cabeza.
—¿Estás lista para la reunión? —le preguntó a Peregrine—. ¿Dónde está McCoy?
—Fuera, filmando —respondió Hiram—. Sugiero que vayamos sin él.
Peregrine murmuró su aprobación.
—No estaba invitado, de todas maneras —comentó Tachyon con malicia.
El Dr. Tachyon, Hiram Worchester, el padre Calamar y Peregrine se encontraron con Opet Kemel en una pequeña antecámara cerca del anfiteatro que había sido tan severamente dañado durante el ataque terrorista.
—Debe de haber espías Nur entre nosotros —exclamó Kemel, mirando alrededor de la habitación—. Es la única manera de que esos perros hayan podido pasar el cerco de seguridad. Eso, o sobornaron a uno de los míos. Estamos tratando de dar con el traidor. Los tres asesinos se suicidaron tras ser capturados —dijo Kemel; el odio en su voz hizo que Peregrine dudara de la estricta verdad de sus palabras—. Ahora son shahid, mártires de Alá, instigarlos por ese loco de Nur al-Allah, que ojalá tenga una muerte lenta y dolorosa. —Kemel se volvió hacia Tachyon—. Ya lo ve, doctor, por eso necesitamos su ayuda para protegernos…
Su relato continuó y no parecía tener fin. De vez en cuando, Peregrine oía a Hiram, al padre o a Tachyon participar en la conversación, pero en realidad no estaba escuchando. Sabía que la expresión de su rostro era educada e inquisitiva. Era la expresión que usaba en el programa cuando tenía invitados aburridos que no dejaban de decir tonterías. Se preguntó cómo le estaría yendo a Letterman en «Peregrines Perch». Probablemente bien. Su mente se negaba a entretenerse en temas sin importancia, y vagó de regreso hasta Josh McCoy. ¿Qué podría haber hecho ella para convencerle de que se quedara? Nada. Quizá era mejor que se marchara si ésa era su verdadera actitud hacia los aquejados por el wild card. Los pensamientos se remontaron a Argentina, a su primera noche juntos. Ella había reunido todo su valor, se había puesto su vestido más sexy y había ido a su habitación con una botella de champán. Resultó que McCoy estaba ocupado con una mujer que se había ligado en el bar del hotel. Peregrine, sumamente avergonzada, se escabulló en su habitación y abrió la botella. Quince minutos más tarde, McCoy apareció. Había tardado tanto porque tuvo que deshacerse de la mujer, le había explicado Peregrine estaba impresionada por la suma seguridad que exhibía. Era el primer hombre con el que estaba desde que desapareció Fortunato, y su contacto era maravilloso. Habían pasado juntos cada noche desde entonces, haciendo el amor al menos una vez al día. Hoy estaría sola. «Te odia porque eres un joker», se dijo a sí misma. Colocó la mano izquierda sobre su abdomen. «No le necesitamos», le dijo Peregrine al bebé. «No necesitamos a nadie».
La voz de Tachyon interrumpió su ensueño.
—Informaré de esto al senador Hartmann, la Cruz Roja, y la ONU. Estoy seguro de que podremos ayudarles de alguna manera.
—¡Gracias, gracias! —Kemel se estiró sobre la mesa para tomar las manos de Tachyon en señal de gratitud—. Ahora —dijo, sonriendo—, ¿les gustaría conocer a mis hijos? Han expresado su deseo de hablar con todos ustedes, en especial con usted. —Dirigió su penetrante mirada hacia Peregrine.
—¿Conmigo?
Kemel asintió y se puso de pie.
—Por aquí, por favor.
Pasaron entre las largas cortinas doradas que separaban la antecámara del auditorio, y Kemel los guió a otra habitación, donde los dioses vivientes los esperaban.
Min estaba ahí, y el barbado Osiris, Toth el de la cabeza de ave, el hermano y la hermana flotantes, al igual que Anubis, Isis y una docena más cuyos nombres Peregrine no recordaba. Rodearon de inmediato a los americanos y al Dr. Tachyon, hablando todos al mismo tiempo. Peregrine se encontró cara a cara con una mujer de gran complexión que le sonrió y le habló en árabe.
—Lo siento —dijo Peregrine, sonriéndole a su vez—. No entiendo.
La mujer hizo un gesto hacia el hombre con la cabeza de ave que estaba de pie cerca de ellas, y se les unió al instante.
—Soy Thoth —dijo en inglés; su pico le daba un extraño acento, con chasquidos—. Taurt me ha pedido que le diga que el hijo que tendrá nacerá fuerte y saludable.
La mirada de Peregrine fue de uno a la otra, con la incredulidad reflejada en el rostro.
—¿Cómo saben que estoy embarazada? —inquirió.
—Ah, lo supimos desde que oímos que vendría al templo.
—Pero ¡este viaje se decidió hace meses!
—Sí. Osiris sufre la maldición de tener visiones del futuro. Su futuro, su hijo, estaba en una de esas visiones.
Taurt dijo algo y Thoth sonrió.
—Ella dice que no se preocupe. Será una madre muy buena.
—¿De verdad?
Taurt le entregó una pequeña bolsa de lino con jeroglíficos bordados. Peregrine la abrió y encontró un pequeño amuleto hecho de piedra roja. Lo examinó con curiosidad.
—Es un achet —chasqueó Thoth—. Representa el sol elevándose al este. Le dará la fuerza y el poder de Ra el Grande. Es para el niño. Cuídelo hasta que el niño tenga edad suficiente para usarlo.
—Gracias. Lo haré. —Abrazó a Taurt en un impulso, y la mujer correspondió el gesto y desapareció en la habitación llena de gente.
—Venga —dijo Thoth—, los otros desean conocerla.
A medida que Peregrine y Thoth circulaban entre los dioses, todos y cada uno la recibían con afecto.
—¿Por qué actúan así? —preguntó tras un abrazo especialmente aplastante de Hapi, el toro.
—Están felices por usted —le dijo Thoth—. El nacimiento de un niño es algo maravilloso, sobre todo el de un niño con alas.
—Ya entiendo —dijo, aunque no era así. Tenía la sensación de que Thoth estaba ocultando algo, pero el hombre con la cabeza de ave se deslizó entre la multitud antes de que ella pudiera hacerle más preguntas.
Entre los saludos y discursos extemporáneos, de súbito se dio cuenta de que estaba exhausta. Peregrine llamó la atención de Tachyon desde donde se encontraba conversando con Anubis. Ella señaló el reloj y él le hizo señas indicándole que se acercara. Al reunirse con ellos, escuchó cómo el doctor le preguntaba a Anubis acerca de la amenaza de los Nur. El padre Calamar estaba cerca, discutiendo de teología con Osiris.
—Los dioses nos protegerán —respondió Anubis, dirigiendo sus ojos al cielo—. Y, por lo que he entendido, la seguridad alrededor del templo se ha reforzado.
—Disculpen la interrupción —intervino Peregrine, dirigiéndose a Tachyon—, pero ¿no tenemos una cita mañana temprano?
—Por todos los cielos, casi se me olvida. ¿Qué hora es? —Levantó las cejas cuando vio que era más de la una—. Será mejor que nos marchemos. Nos llevará una hora regresar a Luxor, y usted, señorita, necesita dormir.
Peregrine entró con aprensión a su habitación del Winter Palace. Las cosas de McCoy ya no estaban. Se dejó caer en un sillón y brotaron las lágrimas que la habían amenazado toda la noche. Lloró hasta que se le secaron los ojos y la cabeza le empezó a doler por el esfuerzo. «Ve a la cama», se dijo a sí misma. «Ha sido un largo día. Alguien te intenta disparar, descubres que estás embarazada y el hombre que amas te abandona. Sólo te falta enterarte de que la NBC cancelará “Peregrines Perch”. Al menos sabes que tu bebé va a estar bien», pensó mientras se desvestía. Apagó la luz y se metió en la solitaria cama matrimonial.
Sin embargo, su cerebro no dejaba de funcionar. «¿Y si Taurt se equivocara? ¿Y si el ultrasonido revela una deformidad? Tendré que abortar. No quiero hacerlo, pero no puedo traer a otro joker a este mundo. El aborto va en contra de todo lo que me enseñaron a creer mientras crecía.
«Pero ¿deseas pasar el resto de tu vida cuidando a un monstruo? ¿Puedes acabar con la vida de un bebé, aunque sea un joker?»
Se revolvió de un lado a otro hasta que al fin se quedó dormida. Su último pensamiento coherente fue acerca de Fortunato. «¿Qué querría él?», se preguntó.
La despertaron los golpes de Tachyon en la puerta.
—Peregrine. —Escuchó vagamente que la llamaba—. ¿Estás ahí? Son las siete y media.
Se levantó de la cama, se envolvió en la sábana y abrió la puerta que estaba cerrada con llave. El doctor estaba ahí parado, con una cara que dejaba claro el enfado.
La fulminó con la mirada.
—¿Sabes qué hora es? Se suponía que nos veríamos abajo hace media hora.
—Lo sé, lo sé. Grítame mientras me visto.
Recogió su ropa y se encaminó al baño. Tachyon cerró la puerta tras él y dirigió una mirada apreciativa a su cuerpo envuelto en las sábanas.
—¿Qué ha sucedido aquí? —preguntó—. ¿Dónde está tu amante?
Peregrine asomó la cabeza desde detrás de la puerta del baño y le contestó con el cepillo de dientes en la boca.
—Se ha ido.
—¿Quieres hablarme de eso?
—¡No!
Echó un vistazo al espejo mientras se cepillaba el cabello rápidamente y frunció el ceño ante un rostro exhausto e hinchado y unos ojos rojos. «Menudas pintas», se dijo a sí misma. Se vistió, metió los pies en un par de sandalias, cogió el bolso y alcanzó a Tachyon, que la esperaba junto a la puerta.
—Siento mucho haberme quedado dormida —se disculpó mientras se apresuraban a cruzar el vestíbulo en dirección al taxi que los esperaba—. Me costó una eternidad conciliar el sueño.
Tachyon la observó con atención mientras la ayudaba a subir al taxi. Viajaron en silencio; tenía la mente ocupada con el bebé, McCoy, Fortunato, la maternidad, su carrera. De repente, preguntó:
—Si el bebé… Si la prueba… —respiró hondo y empezó de nuevo—. Si la prueba muestra que existe alguna anormalidad, ¿podría abortar hoy mismo?
Tachyon tomó sus manos frías entre las suyas.
—Sí.
«Por favor, por favor, que no le pase nada malo al bebé», rogó. La voz de Tachyon interrumpió sus pensamientos:
—¿Qué? Peri, ¿qué ha ocurrido con McCoy?
Ella miró por la ventana y retiró sus manos de las de Tachyon.
—Se ha ido —dijo con un hilo de voz, retorciéndose los dedos—. Creo que ha regresado a Nueva York. —Parpadeó para alejar las lágrimas—. Todo parecía estar bien, me refiero a mi embarazo y Fortunato y lo demás. Pero tras oír que si el bebé vivía probablemente sería un joker, bueno… —Sus lágrimas empezaron a brotar de nuevo. Tachyon le entregó su pañuelo de seda con bordes de encaje. Peregrine lo cogió y se secó los ojos—. Bueno —prosiguió—, cuando Josh escuchó eso, decidió que no quería tener nada que ver conmigo o con el bebé. Y se marchó. —Enrolló el pañuelo del doctor hasta convertirlo en una pelota pequeña y húmeda.
—Le quieres de verdad, ¿no? —le preguntó un amable Tachyon.
Peregrine asintió y se enjugó más lágrimas.
—Si abortas, ¿volverá?
—Ni lo sé ni me importa —estalló—. Si no puede aceptarme como soy, entonces no lo quiero.
Tachyon negó con la cabeza.
—Pobre Peri —le dijo suavemente—. McCoy es un idiota.
Pasó una eternidad antes de que el taxi se detuviera frente al hospital. Cuando Tachyon fue a consultar a la recepcionista, Peregrine se apoyó contra la pared fría y blanca de la sala de espera y cerró los ojos. Intentó poner la mente en blanco, pero no podía dejar de pensar en McCoy. «Si él viniera a ti, lo aceptarías de nuevo», se acusó a sí misma. «Sabes que lo harías. Sin embargo, no lo hará, no mientras lleve en mi vientre al bebé de Fortunato». Abrió los ojos cuando alguien le tocó el brazo.
—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Tachyon.
—Sólo estoy cansada. —Intentó sonreír.
—¿Estás asustada? —preguntó él.
—Sí —admitió—. Nunca había pensado en serio en tener hijos, pero ahora que estoy embarazada deseo un bebé más que nada en el mundo. —Peregrine suspiró y cruzó los brazos protectoramente sobre el abdomen—. Espero que el bebé esté bien.
—Están llamando al doctor que realizará el procedimiento. Espero que tengas sed. Tienes que tomar varios litros de agua. —Cogió una jarra y un vaso de una bandeja que sostenía la enfermera parada junto a él—. Puedes empezar ahora mismo.
Peregrine bebió. Ya llevaba seis vasos cuando un hombre bajito con bata blanca se les acercó a toda prisa.
—¿Doctor Tachyon? —preguntó tomando la mano de Tachyon—. Soy el doctor Ali. Es un gran placer conocerle y darle la bienvenida a mi hospital. —Se volvió hacia Peregrine—. ¿Ella es la paciente?
Tachyon realizó las presentaciones.
El doctor Ali se frotó las manos.
—Empecemos —dijo, y lo siguieron a la sección de obstetricia y ginecología del centro.
—Usted, jovencita, en esa habitación. —Señaló—. Quítese toda la ropa y póngase la bata que encontrará ahí. Siga tomando agua. Cuando se haya cambiado, vuelva aquí y realizaremos la ecografía.
Cuando Peregrine regresó junto a Tachyon, que ahora llevaba una bata blanca sobre sus galas de seda, y al doctor Ali, le dijeron que se recostara sobre una mesa de exploraciones. Ella obedeció y apretó el amuleto de Taurt que llevaba en la mano. Una enfermera le levantó la bata y le frotó un gel transparente sobre el estómago.
—Es gel conductor —explicó Tachyon—. Ayuda a conducir las ondas sonoras.
La enfermera empezó a mover un pequeño instrumento con forma de un micrófono sobre el vientre de Peregrine.
—El transductor —dijo Tachyon mientras él y Ali estudiaban la imagen en la pantalla de vídeo frente a ellos.
—¿Y bien? ¿Qué veis? —exigió saber Peregrine.
—Un momento, Peri.
Tachyon y Ali deliberaron en voz baja.
—¿Puede imprimir eso? —Peregrine escuchó que Tachyon preguntaba. El doctor Ali le dio a la enfermera instrucciones en árabe, y muy pronto ésta regresó con una impresión de la imagen hecha por ordenador.
—Ya puedes bajar —dijo Tachyon—. Hemos visto todo lo que hay que ver.
—¿Y bien? —Peregrine preguntó con ansiedad.
—Todo se ve bien… hasta ahora —dijo Tachyon lentamente—. El bebé parece desarrollarse con normalidad.
—¡Eso es maravilloso! —Ella lo abrazó mientras la ayudaba a bajar de la mesa.
—Si insistes en seguir adelante con este embarazo, insisto en realizar un ultrasonido cada cuatro o cinco semanas para monitorear el crecimiento del feto.
Peregrine asintió.
—Estas ondas sonoras no le dañan, ¿verdad?
—No —dijo Tachyon—. Lo único que puede dañar a este bebé ya se encuentra en su interior.
Peregrine miró a Tachyon.
—Sé que sientes que tienes que repetir eso, pero el bebé estará bien, lo sé.
—Peregrine, ¡esto no es un cuento de hadas! ¡No vas a vivir felizmente para siempre! ¡Esto podría arruinar tu vida!
—Que me crecieran alas a los trece años podría haber arruinado mi vida, pero no lo hizo. Esto tampoco lo hará.
Tachyon suspiró.
—No se puede razonar contigo. Ve a ponerte tu ropa. Es hora de volver a El Cairo.
Tachyon la esperaba afuera del vestidor.
—¿Dónde está el doctor Ali? —preguntó, mirando a su alrededor—. Quiero darle las gracias.
—Tenía otros pacientes que atender. —Tachyon la guió por el corredor, rodeándole los hombros con el brazo—. Volvamos… —Su voz se detuvo. Caminando por el pasillo, en dirección a ellos, estaba Josh McCoy. Peregrine se alegró de ver que parecía estar tan mal como ella misma se sentía. «Tampoco debe de haber dormido mucho». Se detuvo frente a ellos.
—Peri —empezó—, he estado pensando…
—Bien hecho —dijo Peregrine secamente—. Ahora si nos disculpas…
McCoy estiró la mano y la sujetó del brazo.
—No. Quiero hablar contigo, ahora. —La apartó de Tachyon.
Se dijo a sí misma que tenían que hablar; tal vez todo se arreglaría. Albergaba esperanzas.
—Está bien —le dijo con voz temblorosa a Tachyon—. Acabemos con esto.
La voz de Tachyon los siguió.
—McCoy, no cabe duda de que eres un tonto. Y te lo advierto, si le haces daño, de cualquier manera, lo lamentarás por mucho, mucho tiempo.
El cámara lo ignoró y siguió arrastrando a Peregrine por el pasillo, abriendo puertas hasta que encontró una habitación vacía. La hizo pasar adentro y cerró la puerta detrás de ellos. La soltó y caminó de un lado al otro.
Peregrine permaneció de pie junto a la pared, frotándose el brazo, donde las marcas de sus dedos se habían hecho visibles.
McCoy dejó de caminar y la miró fijamente.
—Perdona si te he hecho daño.
—Creo que me has hecho un moretón —dijo ella, revisándose el brazo.
—No podemos permitirnos eso —dijo McCoy burlonamente—: ¡moratones en el símbolo sexual americano!
—Eso ha sido cruel —dijo ella, adoptando un tono seco de voz.
—Es cierto, sin embargo —replicó—. Eres un símbolo sexual. Sales en una página central de Playboy, hicieron una escultura de ti desnuda realizada en hielo en el Aces High. Y ¿qué me dices de ese retrato donde apareces desnuda, El Angel Caído, que te hizo Warhol?
—¡No hay nada malo en posar desnuda! No me avergüenza mostrar mi cuerpo o que otras personas lo vean.
—¡Qué sorpresa! ¡Te desnudas para cualquiera que te lo pida!
Palideció de furia.
—¡Sí, lo hago! ¡Incluyéndote a ti! —Abofeteó el rostro de McCoy y se dirigió hacia la puerta, con las alas temblando—. No tengo por qué quedarme aquí y soportar más tu maltrato.
Estiró la mano para tomar el pomo de la puerta pero McCoy se puso delante de ella y la mantuvo cerrada.
—No. Necesito hablar contigo.
—No estás hablando, me estás maltratando —respondió Peregrine—, y no me gusta nada.
—No sabes lo que es el maltrato —le dijo, sus ojos brillaban del enojo—. ¿Por qué no gritas? Probablemente Tachyon está justo afuera. Le encantaría entrar y rescatarte. Podrías follar con él en señal de agradecimiento.
—¿Cómo te atreves? —gritó Peregrine—. ¡No le necesito para que nos proteja! ¡Ni a él, ni a ti, ni a nadie! ¡Déjame ir! —exigió airadamente.
—No. —Apretó su cuerpo contra la pared. Ella se sintió como una mariposa clavada sobre el terciopelo. Podía sentir su pesada calidez contra ella—. ¿Así es como va a ser siempre, una constante multitud de hombres deseando protegerte? —dijo con furia—. ¿Una multitud de hombres deseando follar contigo sólo porque eres Peregrine? No quiero que nadie más te toque. Nadie más que yo.
»Peri —dijo con más suavidad—. Mírame. —Cuando ella se negó, él le forzó la barbilla hacia arriba hasta que ella lo miró a los ojos, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Peri, siento mucho todo lo que dije ayer. Y todo lo que acabo de decir. No es mi intención perder el control, pero cuando he visto a ese emperifollado afeminado con sus manos encima de ti, no he podido contenerme. La idea de que alguien que no sea yo te toque me pone furioso. —Los dedos en su barbilla se apretaron—. Cuando me dijiste ayer que Fortunato era el padre del bebé, todo lo que podía hacer era verlo a él en la cama contigo, abrazándote, amándote. —La dejó ir y caminó hacia la ventana de la pequeña habitación, con la mirada perdida, abriendo y cerrando las manos—. Fue entonces —continuó—, cuando me di cuenta exactamente contra qué me enfrentaba. Eres famosa, bella y sexy y todos te desean. No quiero ser “el esposo de”. No quiero competir con tu pasado. Quiero tu futuro.
»Lo que dije ayer acerca de los jokers no era verdad. Fue la primera excusa que se me ocurrió. Quería herirte, por cómo estaba sufriendo yo. —Se pasó una mano por el cabello rubio—. Me dolió de veras cuando me dijiste lo del bebé, porque no es mío. No odio a los jokers. Me gustan los niños y amaré al tuyo e intentaré ser un buen padre. Si Fortunato aparece, bueno, lo llevaré de la mejor manera posible. Maldita sea, Peri, te amo. Pasar la noche sin ti ha sido horrible. Me ha mostrado cómo sería el futuro si te dejo ir. Te quiero —repitió—, y quiero que seas mi esposa.
Peregrine lo rodeó con sus brazos y se recargó contra su espalda.
—Yo también te quiero. Creo que anoche fue la peor noche de mi vida. Me di cuenta de lo que significas para mí, y también de lo que significa este bebé. Si sólo puedo tener a uno de vosotros, elijo a mi bebé. Siento decirte algo así, pero tenía que hacerlo. Pero también te quiero a ti.
McCoy se giró y le cogió las manos. Se las besó.
—Suenas muy decidida.
—Lo estoy.
McCoy rió.
—No importa lo que suceda cuando nazca el bebé, lo haremos lo mejor que podamos. —Le sonrió—. Tengo un montón de sobrinos, así que sé cambiar pañales.
—Bien. Puedes enseñarme.
—Lo haré —prometió, y sus labios tocaron los suyos cuando la acercó hacia él.
La puerta se abrió. Una figura vestida de blanco los miró con desaprobación. Tras un momento, el Dr. Tachyon se asomó.
—¿Ya habéis terminado? —preguntó fríamente—. Necesitan la habitación.
—Hemos terminado con la habitación, pero no con nuestra relación. Apenas estamos empezando —dijo Peregrine, sonriendo, radiante.
—Bien, mientras seas feliz —dijo Tachyon, despacio.
—Lo soy —le aseguró.
Se marcharon del hospital con el alienígena. Él se subió solo a un taxi, mientras que McCoy y Peregrine se acomodaron en el coche de caballos que esperaba en la acera, detrás del vehículo.
—Volvamos al hotel —dijo Peregrine.
—¿Me estás haciendo una proposición?
—Por supuesto que no. Tengo que empaquetar para poder reunimos con el grupo en El Cairo.
—¿Hoy?
—Sí.
—Entonces será mejor que nos demos prisa.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —McCoy dibujó un camino de besos sobre su rostro y su cuello—. Tenemos que recuperar el tiempo perdido anoche, por supuesto.
—Ah. —Peregrine le dijo algo al conductor y el coche aumentó la velocidad—. No queremos desperdiciar más tiempo.
—Ya hemos desperdiciado bastante —coincidió McCoy—. ¿Eres feliz? —le preguntó con suavidad mientras ella se acomodaba en sus brazos y descansaba la cabeza sobre su pecho.
—¡Más feliz que nunca! —Pero una vocecita en el fondo de su mente siguió recordándole la existencia de Fortunato.
Sus brazos se apretaron en torno a ella.
—Te quiero.