Cuarta parte
MARTES 1 DE ENERO DE 1987, SUDÁFRICA
La noche era fría. Más allá de la amplia veranda del hotel, el paisaje arrugado de la cuenca de la sabana arbolada de África del Sur era casi pastoril. La última luz del día delineaba las colinas cubiertas de hierba con violeta y naranja quemado; en el valle, las aguas perezosas y oscuras del río Olifants tenían un toque dorado. En la arboleda de acacias que delimitaban el río, los monos se acomodaban para dormir, entre ocasionales llamadas ululantes.
Sara sintió náuseas al ver todo aquello. Era tan condenadamente bello, y escondía tanta enfermedad.
Tuvieron demasiadas dificultades para mantener reunida a la delegación en el campo. La celebración de Año Nuevo que habían planeado quedó anulada por el jet lag y los problemas al entrar a Sudáfrica. Cuando el padre Calamar, Xavier Desmond y Troll intentaron comer con los demás en Pretoria, el maître se negó a sentarlos y señaló un letrero escrito en inglés y en afrikaans: «SÓLO BLANCOS».
—No servimos a negros, gente de color o jokers —insistió.
Hartmann, Tachyon y varios de los miembros de alto rango de la delegación protestaron de inmediato ante el gobierno de Botha; se llegó a un acuerdo. Se le otorgó a la delegación el uso exclusivo de un pequeño hotel en la reserva de Loskop; una vez aislados, allí podrían entremezclarse si querían. El gobierno les hizo saber que la idea les parecía de mal gusto.
Cuando al fin abrieron las botellas de champán, el vino les dejó un sabor amargo a todos.
La comitiva oficial había pasado la tarde en una destartalada y pequeña aldea granjera, en realidad poco más que un barrio marginal. Ahí vieron de primera mano la espada de doble filo del prejuicio: el nuevo apartheid. En otros tiempos había sido una lucha de dos bandos: los afrikáners y los ingleses contra los negros, los de color y los asiáticos. Ahora los jokers eran los nuevos uitlanders[2], y tanto blancos como negros los despreciaban. Tachyon contempló la suciedad y la miseria de aquel Jokertown y Sara vio cómo su rostro noble y esculpido se ponía blanco de ira; Gregg parecía enfermo. La delegación completa se volvió contra los oficiales del Partido Nacional que los habían acompañado desde Pretoria, y despotricó contra las condiciones de vida de aquel lugar.
Los oficiales recitaron lo que les habían ordenado, «por eso tenemos el Acta de Prohibición de Matrimonios Mixtos», dijeron, ignorando con deliberación a los jokers que había en el grupo. «Sin una separación estricta de razas, produciremos más jokers, más gente de color, y seguro que ninguno de ustedes quiere eso. Por eso existe una Acta de Inmoralidad y una Acta de Prohibición de Interferencia Política. Permítanos hacer las cosas a nuestra manera, y nosotros nos encargaremos de nuestros propios problemas. Las condiciones son malas, sí, pero han mejorado. Ustedes han sido influenciados por el Congreso Nacional Africano de Jokers (CNAJ). El CNAJ está legalizado, su líder, Mándela, no es más que un fanático, un alborotador. El CNAJ les ha guiado al peor campamento que pudo encontrar; si el doctor, los senadores y sus compañeros se hubieran cernido a nuestro itinerario, habrían visto la otra cara de la moneda».
Visto lo visto, el año había empezado de manera terrible.
Sara subió un pie en la barandilla, bajó la cabeza hasta que la apoyó en sus manos y fijó la mirada en la puesta de sol. «En todos lados es igual. Aquí se pueden ver los problemas con mayor facilidad, pero no es muy diferente, en realidad. Es horrible en todos lados, siempre que miras más allá de la superficie».
Oyó unas pisadas pero no se dio la vuelta. El barandal tembló cuando alguien se paró junto a ella.
—Es irónico, ¿no cree? ¡Qué bonita puede ser esta tierra! —Era la voz de Gregg.
—Es justo lo que estaba pensando —dijo Sara. Ella le dirigió una rápida mirada; él observaba las colinas. La única otra persona en la veranda era Billy Ray, apoyado en la barandilla a una discreta distancia.
—Hay ocasiones en que desearía que el virus fuera más mortal, que hubiera limpiado el planeta para empezar de nuevo —dijo Gregg—. Ese pueblo de hoy… —Sacudió la cabeza—. Leí la transcripción que enviaste. Me hizo revivir todo de nuevo. Me puse furioso una vez más. Tienes un don para hacer que la gente responda a lo que tú sientes, Sara. A la larga, lograrás muchas más cosas que yo. Quizá tú puedas hacer algo para acabar con los prejuicios; tanto aquí como en casa, con gente como Leo Barnett.
—Gracias. —La mano de Gregg estaba muy cerca de las suyas, y se la rozó; los dedos de él atraparon los suyos y no la soltaron. Las emociones del día, del viaje entero, amenazaban con apoderarse de la mujer; sus ojos ardían por las lágrimas.
—Gregg —dijo ella suavemente—. No estoy segura de que me guste cómo me siento.
—¿Acerca de hoy? ¿Por los jokers?
Ella tomó aliento. El sol cansado le calentaba el rostro.
—Por eso, sí. —Hizo una pausa, preguntándose si debería decir más—. Y en relación a ti también —agregó al final.
El no dijo nada. Esperó, sujetando su mano y observando la caída de la noche.
—Ha cambiado tan rápido la manera en que te veía —continuó tras un momento—. Cuando pensé que tú y Andrea… —Hizo una pausa, su respiración temblaba—. A ti te importa, te duele cuando ves la manera en que tratan a la gente. Dios, yo te odiaba, y juzgaba todo lo que hacía el senador Hartmann partiendo de ahí. Te percibía como un hipócrita incompasivo. Ahora eso se ha esfumado, y miro tu cara cuando hablas sobre los jokers y lo que tenemos que hacer para cambiar las cosas y…
Sara lo hizo girar para estar cara a cara. Lo miró, sin importarle que viera que había estado llorando.
—No estoy acostumbrada a guardarme las cosas. Me gusta que todo quede a la vista, así que perdóname si no es algo que debiera explicar. En cuanto a ti, creo que soy muy vulnerable, Gregg, y eso me da miedo.
—No es mi intención lastimarte, Sara. —Elevó la mano hasta su cara y le retiró con suavidad la humedad del rabillo de los ojos:
—Entonces dime hacia dónde vamos, tú y yo. Necesito saber cuáles son las reglas.
—Yo… —Él se detuvo. Sara, al observar su cara, vio un conflicto interno. Su cabeza se inclinó; ella sintió su aliento cálido y dulce sobre la mejilla. La mano de él sostuvo su barbilla. Sara dejó que él le levantara el rostro, mientras cerraba los ojos.
El beso fue suave y muy dulce. Frágil. La mujer apartó la cara, alejándose, y él la atrajo hacia sí, apretando su cuerpo contra el suyo.
—Ellen… —dijo Sara.
—Lo sabe —susurró Gregg. Le rozó el cabello con los dedos—. Se lo dije. No le molesta.
—No quería que esto sucediera.
—Ha sucedido y no pasa nada —dijo él.
Ella se apartó, y se alegró de que él simplemente le dejara hacerlo.
—Entonces, ¿qué hacemos al respecto?
El sol se había escondido tras las colinas, Gregg era tan sólo una sombra, sus rasgos apenas eran visibles.
—Es tu decisión, Sara. Ellen y yo siempre cogemos una suite doble; yo uso la segunda habitación como oficina. Ahora iré para allá. Si lo deseas, Billy te acompañará hasta allí. Puedes confiar en él, no importa que puedas oír por ahí, saber ser discreto.
Por un momento, la mano de Gregg le acarició la mejilla. Entonces él dio media vuelta y se alejó rápidamente. Sara vio cómo hablaba brevemente con Ray y luego cruzaba las puertas hacia el vestíbulo del hotel. Ray permaneció afuera.
La mujer esperó hasta que la oscuridad se hubiese instalado sobre el valle por completo y el aire hubiese refrescado el calor diurno, sabiendo que ya había tomado una decisión, pero insegura de si quería llevarla a cabo. Esperó, buscando en parte una señal en la noche africana. Entonces se acercó a Ray.
Sus ojos verdes, ubicados de forma inquietantemente dispareja en un rostro extrañamente desigual, parecían mirarla con aprecio.
—Me gustaría subir —dijo ella.