WASHINGTON D.C.
14 DE JUNIO DE 2009
La habitación del hotel está suntuosamente decorada con tejidos en color crema y alfombras a juego. Las cortinas turquesa están cerradas, bloqueando la vista del centro de Washington y de ojos entrometidos. Hay una pequeña mesa lateral repleta de bandejas calientes con fuentes cubiertas de aluminio, y el aroma de los huevos revueltos, el beicon y los bocaditos de patata invade la habitación. Ignorando las punzadas de hambre que gruñen en su estómago, el coronel Grame Turnbull, «el Toro», del ejército de los Estados Unidos, dirige su dura mirada azul a los dos civiles que hay sentados justo al otro lado de la mesa de conferencias. Ryan Gessaman, un cuarentón de facciones duras vestido con un traje oscuro y una pajarita a juego, había sido el asistente principal de Richard Perle, el antiguo presidente del Consejo Político de Defensa[7]. En los círculos de poder de Washington se le conoce como «el Príncipe de las Tinieblas», es íntimo amigo y consejero del antiguo secretario de Defensa, Ronald Rumsfeld, y un importante inversor de un gran número de compañías de defensa. Perle es, además, cofundador del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC), un comité de expertos políticos neoconservadores establecido en 1997 que promueve el predominio americano en los sucesos del mundo.
Turnbull no reconoce a la acompañante de Gessaman, una aún inidentificada mujer con un espeso cabello rubio rizado hasta los hombros y unos penetrantes ojos color avellana, cuyo traje azul marino oculta parcialmente una estructura atlética.
—Coronel, ¿está seguro de que no podemos ofrecerle algo para desayunar?
—No, gracias, señor.
—Bueno, si cambia de idea… —Gessaman abre un documento sellado—. Sé que actualmente está estacionado en el campamento Anaconda. ¿Cuánto tiempo ha estado en Irak?
—Desde el principio. Comencé en Afganistán con el batallón de combate 187 del regimiento aerotransportado, los «Rakkasans». Las nuestras fueron las primeras botas que pisaron aquel suelo. Y lo mismo en Irak. Ne Desit Virtus[8]…
—Que no falte el valor —traduce la mujer—. ¿Cuándo le reclutó Inteligencia Militar?
—El día que los de Operaciones Psicológicas[9] descubrieron que hablaba árabe con fluidez.
—De modo que estuvo con Inteligencia Militar dos años, y después pasó a Contraespionaje. Parece que ha estado bastante ocupado… más de un centenar de interrogatorios… —La mujer entorna los ojos—. Dígame, coronel, ¿qué es lo más interesante que ha descubierto hasta ahora de esas sesiones?
Turnbull frunce el ceño.
—No quiere saberlo.
—Póngame a prueba.
—En 2005, informé de que Bin Laden había escapado a Haudhramaut, en Yemen, y de que estaba siendo protegido por los sayyides. La información subió la cadena alimenticia, pero nunca pasó nada. Parece que los sayyides de Hadhramaut eran aliados de algunos miembros de la familia real saudí… ir tras él hubiera sido un insulto para nuestros amigos saudíes. Era mejor fingir que el enemigo número uno estaba escondiéndose en una cueva de Afganistán que enfrentarse al enemigo real, ¿eh?
La mujer asiente.
—Comparto su frustración, coronel. Extraoficialmente, la CIA llevó a cabo una valoración del impacto que supondría la captura de Bin Laden. A veces, los malos están mejor vivos que muertos.
—¿Es por eso por lo que estamos financiando a insurgentes sunitas que tienen lazos con Al-Qaeda? —Turnbull ve que sus expresiones cambian—. Sí, lo sé todo sobre eso, igual que el resto de Inteligencia Militar. No hay que ser cirujano cerebral para descubrir de dónde están sacando el dinero y las armas esos tipos.
—Es una situación complicada, coronel —contesta Ryan Gessaman.
—No cuando te están disparando.
—Los radicales chiitas deben ser contenidos.
—Mire, amigo, vamos a dejar algo claro: no me interesa la política, y el viejo principio de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» no va conmigo, a menos que su definición de la historia sea un periodo de tiempo de menos de cinco años. Apoyamos a Bin Laden para mantener a los soviéticos a raya. Apoyamos a Saddam para mantener a los iraníes a raya. ¿Ahora estamos apoyando a Al-Qaeda para evitar que Irak se convierta en un país chiita? ¿Aún os preguntáis por qué hoy en día no nos abrazan, precisamente?
La mujer fija la mirada directamente al frente, sin decir nada, aunque su silencio lo dice todo.
—Concentrémonos en Irak —dice Gessaman—. El presidente ha decidido enviar a las tropas a Afganistán. ¿Qué opina?
Una mirada glacial cruza los ojos de Turnbull.
—¿Quiere saber lo que pienso?
—Extraoficialmente.
—Extraoficialmente… —Turnbull sonríe con suficiencia—. El último oficial a cargo comenzó un incendio forestal; el nuevo parece ser mucho más listo y entiende lo que pasa si tiras cerillas. Aun así, los problemas continúan siendo los mismos. ¿De dónde va a sacar el presidente esas tropas adicionales? ¿De los Boy Scouts? Estoy trabajando con soldados que han sido reciclados tantas veces que están empezando a demandar millas de vuelo. Mis hombres están tan quemados que un tercio de ellos no quiere tener que llevar un arma nunca más, y menos participar en operaciones de combate donde su presencia haga peligrar el bienestar de una sección militar entera. ¿Y los soldados de la guardia nacional, y de las reservas? Qué agradable sorpresa no decirles que el despliegue no comienza oficialmente hasta que sus botas golpean la arena, y eso quiere decir que los seis meses que su unidad pasó en la base de operaciones no cuenta.
—Dejando a un lado los principios morales, coronel, estamos preguntándole por su valoración de…
—¿Dejando a un lado los principios morales? La desilusión y la moral no hacen una buena mezcla en el campo de batalla. Nuestros chicos quieren terminar la misión, porque ya no están seguros de cuál es la misión. El mes pasado, mis soldados mataron a un tipo que estaba colocando una bomba al borde de la carretera. ¡Resultó que era un sargento del ejército iraquí, los tipos a los que se supone que estamos entrenando para que sean nuestro reemplazo! ¿Para quién demonios estamos luchando? En los últimos noventa días se han suicidado tres de mis cabos. Y eran valientes, extraordinarios soldados… cuando llegaron, hace tres periodos de servicio. Dos tomaban antidepresivos, y el tercero ya había intentado suicidarse diez semanas antes. Su oficial de salud mental y yo habíamos firmado personalmente una recomendación para que el soldado no volviera al servicio activo. La respuesta del oficial al mando fue que teníamos escasez de tropas, y la petición fue denegada.
—Lo sé, coronel —dijo la rubia—. Entendemos la gravedad de la situación, por eso es por lo que está usted aquí. Bien, si pudiera concentrar sus comentarios en las actividades del enemigo…
—Lo siento, señora, no recuerdo su nombre.
—No se lo he dicho. Los insurgentes, coronel.
—Los insurgentes son una pequeña pieza de un gran puzle. Hace dos años estábamos en mitad de una guerra civil sunita-chiita, y ahora estamos viendo señales cada vez mayores de un movimiento chiita diseñado para liberar un baño de sangre a escala nacional y dirigido contra las tropas americanas. El objetivo de la milicia es sacarnos de la zona verde con un señuelo, y después inmovilizarnos en barrios hostiles usando lanzagranadas propulsados de fabricación iraní. Como resultado, hemos cesado todas las patrullas militares. Mientras tanto, la población local sunita está siendo asesinada lentamente, o expulsada. Con la invasión de Irak, esencialmente hemos radicalizado a la comunidad musulmana por completo. Hemos convertido una sociedad secular en un país chiita.
—En su opinión, coronel, ¿qué grupo está provocando la mayor parte del daño?
Turnbull mira con dureza a Gessaman.
«Están jugando conmigo, guiándome a alguna parte…».
—¿Qué grupo es el peor? Los escuadrones de la muerte chiita, el ejército Mahdi, la organización Badr… elija uno. Esencialmente, los grupos son entrenados por los iraníes. Van y vienen a su antojo, controlan los barrios, a veces las ciudades enteras, y la milicia iraquí y la policía les dan rienda suelta. Los civiles están demasiado asustados para aventurarse a salir de sus casas, y las zonas que solían ser mixtas ahora están segregadas por necesidad. Añades a eso la escasez perpetua de agua y electricidad, más un éxodo de diez mil iraquíes al día, y consigues una situación casi intolerable. Pero ya sabe todo eso, ¿no, señor Gessaman?
Gessaman no dice nada.
—Hablemos sobre usted, coronel. —La rubia ojea los documentos de su carpeta—. Sus progenitores son de las Tierras Altas de Escocia. Su familia llegó a América justo después de la Segunda Guerra Mundial. Su abuelo fue un héroe de guerra…
—Sí, señora. Luchó contra Rommel en el norte de África.
—De acuerdo con su biografía, desciende de un largo linaje militar.
—El clan Turnbull ha luchado en todas las guerras desde que Piernas Largas[10] invadió Escocia —el coronel sonríe—. Somos una especie salvaje, el único grupo de pendencieros que alguna vez ha tenido una recompensa sobre la cabeza de todo el clan.
—Hábleme de John Turnbull —la rubia le dedica una sonrisa alentadora.
—John Turnbull… era un loco bastardo. De acuerdo con la tradición popular escocesa, John era famoso por haber matado más ingleses durante los asaltos de William Wallace que cualquier otro paisano que vistiera el kilt. Solía llevar a un mastín de cien kilos al campo de batalla. Una vez, decapitó a cuatro caballeros ingleses mientras su perro les mordía los brazos. Esa historia es cierta. Un tiempo después de eso, un pequeño bobo inglés de los llamados Kerr decapitó al perro, y John se perdió. Olvidó todo su entrenamiento y le cortaron el brazo, y después perdió la cabeza. Literalmente. La guerra es el infierno, ¿eh?
La rubia hizo un gesto señalando sus notas.
—De acuerdo con la historia escocesa, durante los siguientes doscientos años los Turnbull hicieron la guerra en territorio Kerr.
—Así es. Mire, nosotros, los de las Tierras Altas… nunca olvidamos una deuda.
—Mataron a un montón de gente en el proceso, imagino.
—Nada de lo que esté orgulloso. Pero a veces hay que hacer lo que hay que hacer.
—¿A mujeres y niños también?
El coronel sube la guardia.
«Ella es una infiltrada. De la CIA, seguramente. Cuidado, Toro, éste es un lobo con piel de cordero…».
Ryan Gessaman interrumpe antes de que pueda contestar.
—Coronel, tiene razón sobre Irak. Se está convirtiendo en un lodazal. ¿Fue un error meterse ahí? Dejaremos que la historia decida. Pero el problema que se niega a permitir que la democracia arraigue en Irak es el mismo problema que amenaza a América… los radicales islámicos. Y todo está saliendo de Irán.
—¿Alguna vez ha escuchado el término «Waqf Islámico»? —pregunta la rubia—. Se refiere a un viejo precepto islámico que establece que los musulmanes tienen derecho a reclamar cualquier territorio que su gente conquiste a través de la fuerza. Cualquier conquista, incluyendo aquellas datadas un millar de años atrás.
—Ésa es una interpretación radical —contesta el coronel—. El waqf es el acto de entregar una propiedad a los líderes del Islam para ayudar a los pobres.
—Estamos tratando con los radicales, coronel. América tropezó en Irak, y los radicales islámicos aprovecharon el momento para extender sus tentáculos a través del mundo musulmán. Claro, la presencia de Obama puede haber afectado los resultados electorales del Líbano, pero Ahmadinejhad está aún vivito y coleando en Irán, avivando las llamas de una peligrosa ideología en la que no importa masacrar a civiles musulmanes y no musulmanes por igual para conseguir sus objetivos. Estos radicales se han infiltrado en al menos cincuenta y cinco países distintos, y no estarán satisfechos hasta que hayan retomado o recapturado cada trocito de tierra, desde Madrid hasta el Medio Oriente. Su influencia se está extendiendo rápidamente a través del mundo árabe; cuanto más radical es la violencia, más poder ejercen.
Gessaman asiente.
—Esto es la Alemania nazi de nuevo, excepto que están matando por Alá, que es una causa mucho más poderosa que el Führer. Los radicales islámicos están ganando la guerra de mentes a través de un amplio programa de propaganda. Los niños en Palestina, Jordania, Irán y Arabia Saudí están siendo instruidos desde muy pequeños para despreciar Occidente. Los libros de texto y los vídeos musicales representan a los judíos y a los cristianos como animales chupadores de sangre, a los occidentales como adoradores de Satán. Tenemos vídeos de niños de primaria coreando por la Jihad y la oportunidad de inmolarse en nombre de Alá. Y por muy mal que estén las cosas, van a ponerse mucho peor. De aquí a tres años podríamos ser testigos de ataques que, cual Armagedón, guiarían al final de las sociedades abiertas tal como ahora las conocemos.
—Tres años, coronel —repite la rubia—. En tres años Irán podría producir uranio enriquecido. Piense en cómo podría cambiar el Medio Oriente un Irán nuclear. Los saudíes demandarían armas nucleares, y después Egipto, Jordania, Siria… la distensión nuclear. Pero eso ni siquiera es lo peor de todo. ¿Cómo evitaríamos que Irán suministrase armas nucleares a los grupos terroristas? ¿Hay alguna duda de que estos radicales islámicos llegarían a usarlas? ¿Recuerda lo impotente que se sintió el 11 de septiembre? Imagine que se despierta un día y descubre que un arma nuclear acaba de borrar del mapa Manhattan, o Chicago, o Filadelfia, o Miami…
—¡O a todas ellas a la vez! —dice Gessaman—. Secuestrar aviones y hacerlos volar hasta rascacielos requiere una larga planificación y habilidades especificas, y aun así no pudimos evitar que ocurriera. Meter a escondidas una docena de bombas de quince kilotones sería pan comido. Una docena de Hiroshimas, coronel. ¿Cree que Seguridad Nacional lo detendría? ¿Qué pasa con la inmigración? No podemos evitar que se cuelen por la frontera un millar de mexicanos al día, y ocho años después del 11-S nuestros puertos siguen estando virtualmente desprotegidos. Y usted sabe cómo son en Washington en lo que se refiere a las amenazas terroristas; los políticos siempre esperan hasta que algo malo ocurre antes de reaccionar. ¿Cree que los demócratas van a mantenernos a salvo?
Turnbull cierra los ojos, intentando imaginar ciudades americanas ardiendo lentamente, decenas de millones vaporizados, millones de muertos y agonizantes, la economía destruida, pánico en las calles.
—Esto es una pesadilla —dice la mujer—, e Irán es su eje primordial. Rumsfeld la jodió en Irak, sin duda, pero los neoconservadores tienen razón en una cosa: hay que ocuparse de las amenazas antes de que lleguen, y los patrocinadores del terror tienen que hacerse responsables. Sencillamente, no podemos consentir que el genio nuclear salga de la botella en el Golfo Pérsico.
El corazón del coronel Turnbull se desboca.
—¿Por qué estoy aquí?
—Está aquí porque conoce al enemigo, porque ha visto lo que puede hacer. Está aquí porque tiene acceso a los recursos que podríamos necesitar. —Ryan Gessaman cierra su carpeta—. Por un momento, coronel, quiero que se imagine que es el ministro de defensa. Mejor aún, el presidente Obama. Sus consejeros le acaban de decir, en unos términos que no dejan lugar a la duda, que, de aquí a tres años, Irán tendrá uranio enriquecido para construir y suministrar bombas nucleares a los radicales extremistas. ¿Cómo evitaría que los terroristas usaran esas armas para diezmar nuestro país y la sociedad occidental?
—Una invasión preventiva, supongo.
—Obama nunca hará eso —contesta Gessaman—, y, aun así, no funcionaría, al menos no con fuerzas convencionales. Usted mismo lo ha dicho… Irak es un desastre. Nuestras tropas están quemadas, el ejército tiene una peligrosa escasez de personal y los americanos necesitan salir del Golfo Pérsico. Aunque lo hiciera, necesitaría más de medio millón de soldados para invadir Irán, quizá más para mantener el control, y ninguno de nosotros confía realmente en que eso pueda ocurrir. ¿De dónde saca las tropas?
—Puede llamar a filas —sugiere la rubia, haciendo el papel de abogado de diablo.
Gessaman agita la cabeza.
—La sociedad americana nunca estaría a favor de eso.
—De acuerdo —dice el coronel—, entonces no invadimos, simplemente desmantelamos sus instalaciones nucleares, como hicieron los israelíes con aquel reactor iraquí en el año 81.
—Una buena sugerencia —afirma Gessaman—, si no fuera porque, potencialmente, hay docenas de instalaciones, la mayor parte de ellas desconocidas, muchas bajo tierra. Y además tenemos los campamentos de entrenamiento terrorista, las bases militares… No, si hacemos esto tiene que ser todo o nada. Y recuerde lo que ha dicho antes… invadiendo Irak, lo que hemos hecho, esencialmente, es radicalizar a la comunidad musulmana. Los días de ataques preventivos sobre otro país han terminado… a menos que haya una razón.
—¿Se refiere a que nos ataquen primero?
—Exactamente. —Los ojos de la rubia se posan en Turnbull—. Al mundo le pareció bien que invadiéramos Afganistán después del 11-S. Hace dos años, participé en una reunión secreta entre el presidente Bush y sus principales consejeros de Seguridad Nacional sobre la reescritura de las reglas de la Guerra Fría. Las viejas reglas de disuasión no pueden aplicarse cuando se trata de armas nucleares. Antes de que su presidencia terminara, Bush anunció que, si alguna vez se detonaba un arma nuclear en suelo americano o aliado, los Estados Unidos harían al país que hubiera suministrado el material «totalmente responsable» del suceso. Creo que Obama suscribiría algo así.
El coronel Turnbull se seca una gota de sudor de la frente.
—¿Qué significa exactamente «totalmente responsable»?
—Se utilizó una terminología imprecisa a propósito, para permitir un ataque nuclear… o cualquier otro tipo de represalia. Si un ataque así fuera relacionado directamente con los iraníes a través del análisis forense nuclear, el resultado cambiaría el escenario geopolítico para siempre.
—Habla como Cheney… como si quisiera que nos atacaran.
Gessaman intenta descartar la acusación con una sonrisa.
—El ex vicepresidente sólo está preocupado por no mostrar a nuestros enemigos ninguna grieta en nuestra armadura. No olvidemos que fue la doctrina preventiva de la administración Bush la que mantuvo a salvo este país. Durante su mandato no se produjo ni un solo ataque.
—¿El 11-S no fue durante su mandato?
La rubia pierde la paciencia.
—Irán es una amenaza nuclear real, coronel. ¿Cree que los discursitos de «ciudadano del mundo» de Obama van a alterar los objetivos del Islam radical?
Una ráfaga de ansiedad provoca que el coronel enrojezca.
—¿Para quién trabajas?
La rubia se inclina hacia delante y baja la voz.
—Somos como usted, coronel, americanos leales que aman demasiado a este país como para verlo convertirse en un país socialista… o en una plaza de aparcamiento. Mire la Unión Europea, ellos conocen la importancia de la fuerza. En las últimas elecciones los conservadores han vuelto al poder. España, Bulgaria, Hungría, Letonia, Grecia, Irlanda…
—Vaya al grano.
—Irán está a punto de convertirse en una amenaza nuclear. El único modo en que podemos detenerlos es controlando las variables. Haciendo esto, podemos inutilizar el Islam radical de una vez por todas.
—¿Cómo?
—Minimizando el daño. Permitiendo que una ciudad objetivo sea destruida con armas nucleares.
El coronel Turnbull se echa hacia atrás en su silla, sintiéndose mareado.
—Está loca.
—Veinte bombas o una, coronel. Usted elige. La diferencia entre dejar que ocurra y hacer que ocurra podrían ser cincuenta millones de americanos muertos, y una ley marcial permanente. Sí, un ataque nuclear a una ciudad americana es un horrible precio a pagar, pero eso limitaría el daño y volvería las tornas sobre nuestros enemigos, dándonos la excusa perfecta para erradicar el elemento radical del Islam de una vez por todas. Esto cambiaría el mundo.
—A ver si lo he entendido. ¿Quieren permitir el ataque con armas nucleares a una ciudad americana para convertir Irán en una plaza de aparcamiento?
—No, por supuesto que no. Sólo atacaríamos los objetivos iraníes deseados. Las instalaciones nucleares, las bases militares, los emplazamientos de instrucción terrorista… sería un ataque preventivo para evitar una docena de ataques nucleares en ciudades americanas.
—Pero ¿exterminar a un millón de americanos? —El coronel se seca el sudor de la frente.
—Su abuelo luchó en la Segunda Guerra Mundial —le recuerda la rubia—. ¿Imagina lo que habría ocurrido si Roosevelt hubiera esperando otros seis meses antes de entrar en la guerra? Los británicos habrían estado perdidos, y el proyecto Manhattan habría sido postergado. Hitler habría completado sus experimentos con agua pesada[11]. Alemania habría ganado la guerra.
—Pero ¿permitir un ataque nuclear… en suelo americano?
—Nuevas noticias, coronel: Roosevelt sabía que los japoneses estaban preparando un ataque sobre Pearl Harbor, y, adivine… ¡Permitió que ocurriera!
—Eso he oído, pero nunca he querido creerlo.
—Créalo —dice Gessaman—. Los espías estadounidenses consiguieron los códigos enemigos meses antes. Estuvimos monitorizando sus comunicaciones mucho antes del 7 de diciembre de 1941. La guerra mundial fue el Irak de Roosevelt. Sabía que el Congreso y la población americana nunca aceptarían involucrarse en otra batalla en Europa, no a menos que algo drástico ocurriera… Un suceso tan terrible, tan atroz, que incitara una respuesta publica emocional y provocara una llamada masiva a las armas. Cuando descubrimos que los japoneses se estaban acercando, Roosevelt envió a las líneas aéreas al océano y permitió que la devastación de Pearl Harbor tuviera lugar. El presidente sacrificó a miles de americanos inocentes para que nuestro país se viera forzado a entrar en la guerra… Una guerra que la Casa Blanca provocó en secreto para darnos una oportunidad de vencer a un demonio que estaba amenazando al mundo entero.
La mirada del coronel se endurece.
—¿Y Bush? ¿Permitió el que el 11-S sucediera, del mismo modo?
Ryan Gessaman sonríe.
—Honestamente, coronel, no esperaba que alguien de su talla fuera un teórico de la conspiración.
La rubia se inclina hacia delante, y la conversación es tan abrumadora que ni siquiera los turgentes pechos bajo la blusa blanca de la mujer pueden distraer la atención de Turnbull.
—Coronel, esto es poco más que una conversación de un comité de expertos. El Pentágono participa en este tipo de retórica ocho días a la semana. Pero, afrontemos los hechos: los radicales islámicos quieren conseguir armas nucleares, y, con Irán entrando en el juego, las probabilidades hacen que la amenaza sea muy real. Creo que estará de acuerdo conmigo en que hemos sido relativamente afortunados desde el 11-S, pero nuestros puertos continúan desprotegidos, y nuestras patrullas fronterizas suspenden casi todas las pruebas que les lanzamos. Claro, podemos sentarnos y rezar para que nuestra red de inteligencia detenga la próxima oleada de ataques, pero no es necesario un equipo de terroristas para volar una ciudad, sólo se necesita un terrorista suicida con una única bomba atómica. Pero, si controlamos las variables, podemos destruir la amenaza.
—¿Qué variables controlan ustedes? —pregunta Turnbull—. Los republicanos han perdido la presidencia y ambas Cámaras. Obama no puede equivocarse, el partido republicano es percibido como el partido del «no», y los neo-conservadores como Cheney y Rumsfeld pueden considerarse afortunados sólo con mantenerse lejos de la cárcel.
Gessaman sonríe.
—Está malentendiendo el escenario, coronel. Estamos tratando con algunos de los jugadores más importantes.
—Suficiente. —La rubia corta la conversación—. En cualquier caso, esto es hablar por hablar. Antes de que podamos siquiera considerar una acción, debe existir un plan, y nadie conoce esa área del mundo mejor que usted.
El coronel Turnbull se aclara la garganta.
—No es nada personal, señorita, pero tengo una familia que apenas me ha visto en los últimos años. Ya he finalizado mi tiempo en el infierno, así que, si no le importa, creo que será mejor que encuentre a otro hombre para ese trabajo.
La rubia se echa hacia atrás y su rostro enrojece.
—¿Cree que ha estado en el infierno? No tiene ni idea de lo que es el infierno, coronel. Mi tío abuelo falleció hace un par de años. Cuando tenía diez años, los nazis lo rodearon, junto a sus padres y hermanas, sus tíos, tías, primos y el resto de los judíos de su aldea y los metieron en camiones de ganado. Los afortunados se asfixiaron durante el trayecto a Auschwitz. Cuando llegaron al campo de concentración, las mujeres fueron separadas de los hombres y llevadas directamente a las cámaras de gas. Eso fue antes de que los nazis descubrieran que podían tener los hornos encendidos día y noche usando la grasa de la carne humana como combustible.
»Quizá le parezco una bruja sin corazón, coronel, y es posible que lo sea. Pero cuando vuelvo a casa por la noche, abrazo a un marido que me quiere y beso a dos niños pequeños a los que adoro, y si tengo que ser una bruja para asegurarme de que no son incinerados por algún chalado con turbante a quien han lavado el cerebro haciéndole creer que va a ir al paraíso si mata a los infieles… entonces lo seré.
Hace una pausa y mira por la ventana el centro de Washington.
—La semana pasada estaba viendo la CNN… Glenn Beck estaba entrevistando a Benjamin Netanyahu. Preguntaron al primer ministro israelí qué habían aprendido los judíos del Holocausto. ¿Sabe qué dijo? Dijo: «Cuando te dicen que pretenden aniquilarte, debes creerlo».
Fuerza una sonrisa, recuperando la compostura.
—Sé que es un hombre familiar, coronel, y por eso es por lo que está aquí. Quiero que imagine, por un momento, que usted y su familia viven en las Tierras Altas, hace un par de siglos, en el momento en el que Piernas Largas estaba preparando su invasión de Escocia. Si supiera que puede salvar a su país y a sus compatriotas sacrificando a un par de clanes para eliminar para siempre la amenaza inglesa, ¿lo haría?
El coronel Turnbull aprieta los dientes y los dañados nervios de su cuádriceps derecho provocan que su pierna tiemble.
—De acuerdo, señorita, ha conseguido a su hombre.
«Está documentado que todos los oficiales que estaban en la cima de la cadena de mando para responder a un ataque doméstico (George W. Bush, Donald Rumsfeld, Richard Myers, Montague Winfield) encontraron razonable hacer otra cosa durante los ataques, en lugar de asumir su responsabilidad y tomar decisiones. ¿Quién estaba realmente a cargo? Dick Cheney, Richard Clarke, Norman Mineta y la comisión del 11-S emitieron informes contradictorios en respuesta a los sucesos desarrollados, de modo que algunos (o todos) de ellos deben estar mintiendo».
911TRUTH.ORG
«Si quieres llevar a la gente a la batalla, tienes que hacerles creer que hay una amenaza, que están en peligro. Esto es una parte esencial de la propaganda islámica».
Itmar Marcus,
controlador de los medios
de comunicación palestinos.
«Sabemos que está intentando adquirir por todos los medios armas nucleares, y creemos que ya ha reconstituido, de hecho, armas nucleares».
Vicepresidente Dick Cheney,
sobre Saddam Hussein, el 16 de marzo de 2003.