MONTAUK, NUEVA YORK
16 de diciembre de 2011
5:22 P. M. EST
La aldea costera de Montauk representa una extensión de tierra de veintisiete kilómetros cuadrados que limita al sur con el océano Atlántico y al norte con el estrecho de Long Island. El hogar de los Doyle-Futrell es un moderno edificio de dos plantas, con tejas de madera de cedro, ubicado en Hither Hills, a poca distancia de la playa. En el interior, las paredes de arce y los suelos de bambú mantienen una decoración playera, mientras que las dos chimeneas crean cierto efecto de estación de esquí… Una estética práctica a la que han dado buen uso durante los duros meses de invierno de Montauk.
Los dolientes se han reunido en el salón. Se calientan junto a la chimenea principal mientras comen y se consuelan los unos a los otros con recuerdos de la fallecida. A menudo el nombre de Ace aparece en un susurro:
—Viaja demasiado. ¿Quién va a quedarse con los niños? ¿El ama de llaves?
—¿Y la enfermera de Kelli?
—No, era parte de un servicio temporal. Ace tendrá que conseguir una de esas niñeras internas.
—Deberían mudarse. Un pueblo costero no es buen lugar para criar a unos niños.
* * *
El estudio está en la segunda planta. Hay estanterías en tres de las paredes, y un escritorio con forma de L situado entre dos ventanas con vistas al océano. El viento aúlla, amenazando tormenta, tras el cristal. Un reloj Zaanse holandés continúa su relajante cadencia desde su lugar sobre un gastado sofá cama. La inscripción en el reloj dice: Nu Elck Syn Sin. Escrito en holandés arcaico, el refrán fue traducido por quien se lo regalo como «A cada uno lo suyo».
Ace sigue aislado en su despacho, a solas con sus pensamientos. Se echa hacia atrás en su sillón de cuero y sus ojos se posan en una fotografía familiar navideña que fue tomada años atrás y que descansa en una esquina de su escritorio.
«Todos sonriendo. Todos sanos. ¿Por qué no aprecié esos momentos cuando debería haberlo hecho? Si pudiera dar marcha atrás al reloj…».
Llaman dos veces y Jennifer abre la puerta.
—¿Puedo entrar?
Ace señala el sofá. Jennifer cierra la puerta tras ella y toma asiento.
—¿Estás escondiéndote?
—Los amigos de los chicos están por ahí. Necesitaba un respiro.
—Es comprensible. ¿Te traigo algo de comer?
—Quizá más tarde.
—Siento lo de antes. Quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites. Ya sabes, con los chicos.
—Gracias.
—¿Qué vas a hacer? Quiero decir, sé que Kelli y tú habíais hablado sobre ello. Estoy segura de que hicisteis planes.
—Hablamos sobre ello.
—¿Y?
—Las cosas han cambiado. —Sus ojos se clavan en ella, entregando el mensaje.
—Ace, estás enfadado, y tienes derecho a estarlo, pero deja que la policía se ocupe de esto.
—La policía no se está ocupando de nada. Es el FBI el que está a cargo. Caso cerrado.
—¿Qué se supone que significa eso?
—¿Tengo que explicártelo? —Ace se levanta. Cierra la puerta—. Fue sancionada, Jennifer. Alguno de sus viejos compañeros de Washington, sin duda. Quizá alguno de los buitres que estaban volando en círculo en el funeral.
—¿Es por eso por lo que has explotado? Ace, esto es ridículo. ¿Por qué iban a ir contra Kelli?
—¿Me lo dices tú?
—Esto es una locura.
—Entonces supongo que estoy loco.
—No, pero estás bajo un montón de estrés. ¿Qué te parece si me mudo aquí un par de semanas? Podría ayudarte con los chicos, y tú podrías volver al trabajo…
—Me han despedido.
—¿Qué?
—Me han llamado esta mañana. Dejaron el mensaje en el contestador. Aparentemente, he cabreado a los tipos de Washington. Ha sido muy amable por su parte esperar hasta el día del funeral, sabiendo que no estaría en casa.
—¿Qué vas a hacer? ¿Necesitas dinero?
—Estaremos bien. Tu prima se ganaba bien la vida. Pagó por ello al final.
—¡Ya es suficiente! No existe ninguna conspiración…
Una llamada en la puerta. El pomo cerrado de la puerta se mueve.
—Ace, ¿estás ahí dentro?
Ace quita el seguro de la puerta y abre a Bruce Doyle. Su suegro está pálido.
—Hijo, creo que será mejor que bajes.
* * *
Las cuatro furgonetas están aparcadas en su patio delantero. Los ocupantes, todos vestidos con chaquetas negras con las letras «FBI» en amarillo, están ya descargando el equipo. El jefe del equipo espera impaciente en la puerta delantera.
—Señor Futrell, soy el agente especial Geordie McGillivray, del FBI. Tengo órdenes de registrar la propiedad.
—¿Órdenes de quién?
—Del Departamento de Seguridad Nacional.
—¿Seguridad Nacional? ¿Por qué? ¿De qué va todo esto?
—No tengo libertad para dar esa información.
—Entonces dígame qué están buscando.
—No tengo libertad para dar esa información.
—¡Entonces será mejor me que enseñes una puta orden de registro!
—Seguridad Nacional no necesita tener orden de registro cuando se refiere a actos que pretenden intimidar o coaccionar a la población civil.
Jen agita la cabeza.
—Maldita Ley Patriótica[19].
—¿Crees que mi familia va a coaccionar a la población civil?
—Lo siento, señor, no tengo libertad para dar esa información.
Ace siente que su presión sanguínea está a punto de estallar.
—No dejas de usar la palabra «libertad». Me pregunto si realmente sabes lo que significa.
Jennifer entra en la conversación.
—¿Esto está relacionado de algún modo con la muerte de mi prima?
—Lo siento, señora, no puedo responder ninguna de sus preguntas en este momento. Ahora, sean tan amables de retroceder y dejarnos realizar nuestro trabajo. —Hace un gesto de asentimiento a los dos agentes armados del FBI que se disponen a entrar, cada uno con un pesado maletín.
—Hoy ha sido el funeral de mi esposa. Tengo la casa llena de invitados.
—Mis condolencias. Aun así, sea consciente de que todos los invitados que se encuentren actualmente en la propiedad serán registrados. Cooperen e intentaremos hacer esto lo menos invasivo posible.
—¿Cooperar? ¿Invadís mi hogar, os negáis a decirme por qué estáis aquí, o qué estáis buscando, y queréis que coopere? ¿Has escuchado hablar de la Constitución alguna vez, colega? ¡No se escribió para que la usaran como felpudo!
El agente McGillivray toca el walkie-talkie que lleva en su hombro derecho.
—Seguridad, tenemos una situación difícil. Entrada norte.
Antes de poder reaccionar, otro agente aparece en la puerta con un táser en la mano. Apunta a Ace con la negra arma aturdidora y dispara.
¡Zap!
El rayo azul de electricidad penetra instantáneamente en la piel a través de la ropa de Ace y sacude su sistema nervioso como un cubo de agua helada. Su visión se llena de relámpagos violetas, y su cuerpo se convierte en una gelatina electrificada al golpear el suelo.
El agente especial McGillivray mira al círculo de invitados que se ha reunido.
—¿Alguien más tiene algo que objetar? Bien. Entonces, en orden, me gustaría que formaran una línea contra aquel muro, con un brazo de distancia entre cada uno. No hay nada que temer. Esto es un asunto de seguridad que probablemente no tiene nada que ver con ustedes.
La sensibilidad vuelve. Ace consigue sentarse en el suelo, pero aún nota calientes impulsos eléctricos en las puntas de los dedos. A través de sus ojos llorosos, ve que su hija baja corriendo la escalera.
—¡Papá! ¿Por qué están haciendo esto? Papá, ¿estás bien?
Ace asiente, pero aún es incapaz de formar palabras.
—Señorita, póngase contra la pared con los demás.
—Papá, ¡están llevándoselo todo! ¡Mi ordenador, y todos mis CD y DVD! ¿Por qué están haciendo esto?
—Todo va a ser inspeccionado y devuelto. Ahora, alinéese con los demás —el agente del FBI agarra a la chica de trece años por el brazo.
—¡Quítame las garras de encima! —Leigh se libera y retrocede hasta la escalera.
El hombre de seguridad gira, apuntando a la adolescente con su arma aturdidora.
«¡No!». Una oleada de adrenalina levanta a Ace del suelo. Sus manos temblorosas agarran el arma, giran el cañón en el momento en el que se produce la descarga… y el rayo azul golpea al agente McGillivray, que cae al suelo entre espasmos.
Un codo golpea a Ace en la cara. El antiguo quarterback consigue zafarse y empuja al agente del FBI contra el espejo del pasillo. Sus reflejos se hacen añicos.
Y entonces todo se vuelve negro y Ace Futrell se hunde en un mar de terciopelo a medianoche.
«Los procedimientos normales de la AFF para responder a la menor desviación en los protocolos de control del tráfico aéreo se siguieron rutinariamente, y sin complicación, sesenta y siete veces entre septiembre del 2000 y junio del 2001, antes de que el Pentágono desarrollara una enrevesada nueva norma el 1 de junio de 2001. Esta orden daba el poder de toma de decisiones y protocolos de acción, que normalmente ostentaban comandantes del ejército, al ministro de Defensa. ¿Por qué? Cuando el avión del golfista Payne Stewart no respondió a las transmisiones de radio durante apenas unos minutos (25 de octubre de 1999), los cazas llegaron en sólo unos minutos. ¿A qué se debe la enorme diferencia entre las respuestas de 1999 y 2001, si era obvio que existía una grave emergencia que había sido además sobradamente reconocida? Parte de la explicación yace en unos ejercicios de instrucción bélica, dirigidos por varias agencias gubernamentales, que fueron deliberadamente superpuestos el día 11 de septiembre y que insertaron señales falsas en las pantallas de radar del Sector de Defensa Aérea Noroeste (NEADS). Estos ejercicios eran ejercicios de vuelo real con aeronaves que simulaban ser aviones comerciales secuestrados, y, efectivamente, confundieron y paralizaron la respuesta de los leales pilotos interceptores que podrían haber asumido la iniciativa aquel día, a pesar del protocolo, si hubieran sabido a dónde ir».
Michael C. Ruppert, de Crossing the Rubicon: The Decline of
the American Empire at the End of the Age of Oil.
Extracto del libro:
Al borde del infierno:
Una disculpa a los supervivientes
por Kelli Doyle,
Consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca
(2002-2008).
Antes de entrar a trabajar en la Casa Blanca, y mucho antes de mis años en la CIA, tuve que decidir entre licenciarme en Historia o en Relaciones Internacionales. Aún puedo recordar a mi primer profesor recitando de memoria el manido cliché, «La historia está escrita por los vencedores». Entonces era joven e impresionable, y creía en ello.
Ya no. En la guerra que se avecina no habrá vencedores, sólo supervivientes.
Es para ellos para quienes escribo estas memorias. Si saben cómo comenzó todo, entonces no repetirán nuestros errores. El hecho de que fuera yo quien tomó muchas de esas decisiones me da una perspectiva única para arrojar luz sobre lo que ocurrió en realidad.
Eso no me exonera, en modo alguno, de lo que hice.
La política nunca me interesó, pero el poder… eso era otra cosa. Aspiraba a estar entre la élite. Llevaba la competición en la sangre. En la universidad era una atleta, y tanto mi equipo de hockey como el de lacrosse estaban siempre entre los veinte mejores. Durante cuatro gloriosos años, mi mundo consistía en entrenamientos, partidos, viajes, más entrenamientos, clases, fiestas y esfuerzos para mantener mi calificación media, para poder continuar la carrera.
Durante mi último año en la universidad de Georgia desarrollé un terrible temor a graduarme y tener que entrar en el mundo real. ¿Qué iba a hacer?
El matrimonio era una opción. Mi prometido era una fulgurante estrella del equipo de fútbol, pero, aunque lo quería mucho, él estaba pasando por sus propias tribulaciones, lo que ponía nuestra relación en un segundo plano. La facultad de derecho era una posibilidad, pero mi ego, alimentado por la competición, demandaba algo fuera de lo ordinario. Cuando llegó la jornada de orientación profesional fui de caseta en caseta, y sólo una opción destacaba sobre el resto, una que no había considerado nunca: la CIA.
La CIA era, y aún es, la organización más poderosa y secreta del mundo. Su presupuesto se oculta incluso al Congreso, y pocos entienden realmente la extensión de su poder. Tiene su propio ejército de mercenarios. Tiene sus propias corporaciones que influyen en las guerras, y en Wall Street. Seducido por mi próxima licenciatura en Relaciones Internacionales (y mis tres semestres de árabe), el encargado de admisiones me prometió un régimen de instrucción que supondría un reto físico para mí, así como viajes a tierras exóticas y la posibilidad de servir a mi país.
Esa última parte selló el trato. Había competido en las Olimpiadas júnior y en los mundiales, y mi alma estaba envuelta en estrellas y barras. Dos semanas después de graduarme en la universidad de Georgia, me trasladé a Washington para realizar los exámenes necesarios para recibir mi autorización como agente de campo. En otoño comencé mi instrucción. Para primavera, ya estaba en «la Granja».
La Granja es el campamento Peary, una reserva militar ubicada en el condado de York, Virginia. La CIA y Operaciones Especiales usan esta reserva de abundante vegetación como instalación de entrenamiento. Para despejar los 9275 acres que abarcaba, los federales habían tenido que reubicar dos pueblos enteros… Bigler's Mili y Magruder. La Granja tiene su propio aeropuerto y un férreo sistema de seguridad, y a excepción de nuestras reuniones en Buck, hamburguesería y local de striptease, las actividades en el campamento Peary se mantenían lejos del ojo público.
Y por una buena razón. Entre otras cosas, la Granja es el lugar donde la CIA entrena a sus asesinos. El programa combina armas y agudeza mental con ejercicios de entrenamiento clandestino, y para las reclutas femeninas, un trato especial… una celda de interrogación que separa a las Gi-Janes de las Martha Stewarts. Yo era de las primeras, lo soporté, y pronto estuve preparada para la batalla en Medio Oriente.
Era el año 1990.
La CIA no se ocupa de la política. Nuestro trabajo es proporcionar inteligencia al presidente de los Estados Unidos, y a sus consejeros, y, una vez que las normas se han determinado, nuestro trabajo es ejecutarlas.
Sí, los vencedores escriben la historia, pero la historia y la verdad son dos entidades separadas. Entré en la CIA porque creía en América. Creía en la moralidad de la verdad. Justificaba los golpes de estado sobre gobiernos extranjeros, y las tácticas que usábamos porque, oye, nosotros éramos los buenos, ¿no? El fin justifica los medios… y la democracia estaba en juego. Dejemos que la libertad reine.
Es duro aceptar la verdad. Las mentiras no hacen añicos la realidad y los sueños, eso sólo lo hace la verdad. Y la verdad era… que el presidente había mentido.
Todos los presidentes mienten. Roosevelt mintió sobre Pearl Harbor. Lyndon Johnson mintió sobre los torpedos vietnamitas que golpearon los barcos americanos en el golfo de Tonkin. Reagan mintió sobre la Irán-Contra. Clinton mintió sobre sus asuntos personales en el Despacho Oval. Supongo que incluso George Washington mintió (seguramente ni siquiera tenía un cerezo).
Pero fueron las mentiras de Bush y Cheney en la Casa Blanca, tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001, lo que nos guio a la invasión de Irak y a una encrucijada en la civilización occidental que te afectara a ti, y a tus seres queridos, y a mil millones más de personas inocentes.
¿Sabía la comunidad de inteligencia estadounidense que se acercaba un ataque de Al-Qaeda?
Por supuesto que lo sabíamos. Bin Laden estaba en nuestro radar desde el primer bombardeo del World Trade Center. Además del FBI, la CIA y la Casa Blanca recibieron no menos de una docena de advertencias de agencias de inteligencia extranjeras de que los Estados Unidos podrían ser atacados. El servicio de inteligencia alemán especificó la semana del 9 de septiembre. El presidente ruso, Vladimir Putin, incluso envió una delegación a Washington que incluía información de que el World Trade Center sería golpeado por un avión secuestrado.
No sólo se ignoraron estas advertencias, sino que ninguno reconoce haberlas recibido… incluso después de que Putin apareciera en MS-NBC el 15 de septiembre detallando su aviso.
Los inversores de Wall Street sabían a ciencia cierta que algo gordo iba a ocurrir. Un día antes de los ataques, los inversores locales y extranjeros colocaron un numero de «puts» (apuestas financiera de que un stock va a caer) sin precedentes en las compañías aéreas y en otras que sufrirían perdidas devastadoras; en algunos casos más de noventa veces por encima de lo normal. Estas transacciones financieras significaron más de quince mil millones de dólares en compra/venta de acciones con información privilegiada, hecho que fue investigado con poco entusiasmo antes de ser descartado por los investigadores y los medios. Estos últimos, manipulados por la Administración Bush, estuvieron dictando qué historias extender, y cuáles ahogar.
¿Intentamos detener los ataques?
Sí, pero evitaron que lo hiciéramos. Los agentes del FBI, tanto de Minneapolis como de Phoenix, que estuvieron cerca de exponer el complot fueron entorpecidos por un único supervisor (Dave Frasca) que más tarde recibiría un ascenso por sus acciones. A continuación, el día de los ataques, la junta directiva, bajo la dirección personal del vicepresidente Cheney, planeó y dirigió cinco ejercicios de instrucción bélica que deliberadamente apartaron a los cazas interceptores del corredor aéreo noroeste mientras insertaban señales falsas en las pantallas de trafico aéreo para simular, qué casualidad, aviones comerciales secuestrados. Los cazas militares que normalmente interceptaban aviones en cuestión de minutos fueron retrasados unos inconmensurables ochenta minutos. La mayoría ni siquiera entraron en la refriega. Mientras los pilotos y los controladores de tráfico aéreo intentaban desesperadamente distinguir lo que era real de lo que era simulado, un administrador de la AAF destruyó «accidentalmente» las grabaciones de los sucesos de aquel día trágico… y posteriormente, fue ascendido.
Esto son hechos… pero apenas suponen la punta de un sucio iceberg. Por supuesto, nada de esta información se trató en las vistas del 11-S.
Mientras la sociedad permanecía aterrorizada, los miembros clave del congreso que se oponían a los planes de la administración recibieron por correo paquetes de ántrax, cuyas esporas letales, según se determinó más tarde, no se habían originado al otro lado del charco, sino en laboratorios de la CIA.
Una voz de la oposición que se negó a ser intimidada (el senador Paul Wellstone) murió convenientemente en un accidente de avión.
Estas «coincidencias convenientes» tuvieron lugar repetidamente en todos los hechos que condujeron y sucedieron a las actividades del 11 de septiembre. Casi ninguno fue suficientemente investigado; casi todos fueron encubiertos con secretos, bloqueados con castigos. Fueron eliminados reveladores párrafos del informe sobre el 11-S, y a pesar de que éste fue el mayor error en la historia del servicio de inteligencia, nadie fue reprendido o castigado.
Prefieras creer en «teorías de coincidencia», o en «teorías de conspiración», la verdad es que miles de americanos inocentes fueron sacrificados el 11 de septiembre de 2001. Pero el enemigo real no era Osama bin Laden, ni sus islamistas radicales.
Fue nuestra adicción al petróleo.
El petróleo ha pasado de ser una fuente de energía barata que engendró una era industrial, un boom tecnológico y una explosión de población, a un producto que actualmente determina la política exterior… y con ello, la vida y la muerte de millones de personas. Y, aun así, es un recurso que se está agotando, y este tema ha afectado a todos los presidentes desde Jimmy Carter.
Entonces, ¿por qué no reemplazamos el petróleo?
Desafortunadamente, esto no es tan fácil. Las fuentes de energía alternativa han recibido falsas alabanzas y escasas inversiones, mientras que trillones de dólares de nuestros impuestos continúan invirtiéndose en combustibles fósiles y en opciones militares que aseguren que nuestras perforadoras están donde tienen que estar para asegurarse hasta la última gota.
En lo que se refiere al petróleo y sus suministradores, nuestra política exterior se retuerce como un pretzel orwelliano. En su primera declaración tras los sucesos del 11 de septiembre, George Bush declaró: «O estáis con nosotros, o estáis con los terroristas». Esta postura de blancos y negros tomó múltiples tonos de gris después de que los chiitas llegaran al poder en Irak, y después de que Hezbolá se alzara en el Líbano, amenazando a nuestros suministradores principales de petróleo… los saudíes (el país de origen de los secuestradores, no lo olvidemos). En un esfuerzo para bloquear a los chiitas tanto en Irak como en el Líbano, la Administración Bush comenzó secretamente a encauzar miles de millones de dólares para la «reconstrucción» hacia los grupos de resistencia sunita… también conocida como Al-Qaeda.
Esto es correcto. Cinco años después de que atacaran los Estados Unidos, la misma organización terrorista que debimos erradicar fue «contratada» para sofocar el alzamiento chiita desencadenado por nuestra propia invasión de Irak.
No estoy escribiendo estas memorias para hacer una declaración política, o un ataque a un partido político. Pretendo exponer la verdad que rodea a la adicción al petróleo de nuestro país… una adicción que financia a nuestros enemigos, destruye nuestras ciudades y pronto guiará a la aniquilación de millones de inocentes.
«Los hombres, para hacer algo malo, deben convencerse de que lo que están haciendo es bueno».
Alexander Solzhenitsyn,
novelista y ganador del premio Nobel.
«La muerte más honorable es por asesinato. Y el asesinato más honorable y el martirio más glorioso se produce cuando un hombre es asesinado por Alá».
Hassan Nasrallah,
General de Seguridad de Hezbolá.
«La Casa blanca presionó deliberadamente a la EPA para que hiciera unas falsas declaraciones públicas en las que aseguró que era seguro respirar el aire tóxico de la Zona Cero. Esto contribuyó a un número de casos de enfermedad y fallecimientos aún desconocido que demuestra que la administración considera que las vidas de los ciudadanos americanos son prescindibles en favor de ciertos intereses».
911THRUTH.ORG
«Un niño maleducado es un niño perdido».
Presidente John F. Kennedy