CAPÍTULO 7

AEROPUERTO INTERNACIONAL

WASHINGTON DULLES

Dulles, Virginia

16 de diciembre del 2011

2:35 P. M. EST

El avión Boeing 747 aterriza con dos ruidos sordos, ruidos que son causados por los spoilers (pequeñas laminas articuladas situadas a lo largo de la parte superior de las alas) al suspenderse en la corriente de aire para ahogar la elevación del avión y mantener la aeronave en el suelo. Para evitar entrar en la terminal principal del aeropuerto, el piloto hace que el vehículo ruede por la pista de aterrizaje hasta un hangar privado… una embajada temporal para el importante visitante y su séquito de viaje.

Sultan bin Abdel Aziz (gobernante de Arabia Saudí, cabeza de la familia Al Saud, monarca absoluto del país con mayor producción de petróleo del mundo y guardián de los dos santuarios sagrados del Islam) se relaja en el interior de la sauna privada del jumbo con dos de la docena de «azafatas» que lo han acompañado en el viaje desde Riad. Mientras el 747 aminora la velocidad hasta detenerse, el monarca sale de la sauna y entra en la ducha, donde sus seguidoras desnudas lo lavan y después lo secan.

Ya refrescado, Sultan se desliza en una bata de seda y entra en la suite principal, una cámara completa con una gigantesca cama, una televisión con pantalla plana de cincuenta y dos pulgadas y una lámpara de araña de cristal. Habla en árabe con su hijo, el príncipe Bandar bin Sultan, embajador de los Estados Unidos, a través de su sistema de comunicación interno.

—¿Está ahí?

—Sí. Está en el hangar, esperándote para la reunión.

—Dile que estoy terminando un asunto importante. Despiértame en dos horas.

* * *

Scott Swan termina de comprobar el correo en su Blackberry y mira la hora: 4:47. El presidente de Industrias Tech-Well, un funcionario de defensa reclutado recientemente por el Grupo Carlyle, lleva esperando en el hangar del aeropuerto casi tres horas, y su paciencia se está agotando.

«Asquerosos saudíes bastardos… No tienen ningún respeto por el tiempo de los demás».

* * *

El Grupo Carlyle es una firma privada de inversión de valores cuyos activos financieros, estimados entre treinta y cincuenta mil millones de dólares, son superados sólo por la habilidad de sus miembros para influir directa e indirectamente en la política mundial. Fue fundado en 1987 por David Rubenstein, un consejero de política interior del presidente Carter, junto con sus compañeros William E. Conway, Daniel A. D'Aniello y Stephen L. Norris. La lista de socios, consejeros y asociados del Grupo Carlyle es como un Quién es quién global de ricos y bien conectados. Sus poderosos jugadores incluyen a los ex presidentes George H. W. Bush y a su hijo George; a los antiguos secretarios de Estado James Baker III y Colin Powell; al que fue primer ministro de Gran Bretaña, John Major; a Park Tae Joon, el antiguo primer ministro de Corea del Sur; al ex ministro de defensa Donald Rumsfeld y a Frank Carlucci (ex director de la CIA), así como a una amplia lista de embajadores, jefes de estado y agencias reguladoras de todo el mundo.

Aunque la influencia política ayudó a lanzar la compañía, fue el dinero de la Casa de Saud el que propulsó al Grupo Carlyle a su altura actual.

La primera transacción de Carlyle con la familia real tuvo lugar en 1991, cuando el príncipe Al-Waleed bin Talal, el mayor accionista individual de Citicorp, compró casi seiscientos millones de dólares de acciones de Carlyle. Esta inversión abrió las compuertas a los saudíes, que fueron guiados por el ex presidente Bush, James Baker y John Major, tres líderes mundiales que habían apoyado a Arabia Saudí durante su estancia en el poder. Desde ese momento, el Grupo Carlyle comenzó a vender de todo, desde aviones de vigilancia aérea hasta sistemas bélicos. Los beneficios de estas operaciones les permitieron comprar LTV, Harsco y BDM International, y venderlos más tarde a TRW, Boeing y Lockheed Martin. Durante la primera guerra del Golfo, los funcionarios de defensa de Carlyle consiguieron importantes contratos para apoyar a la Fuerza Aérea Real Saudí mientras a la Corporación Vinnell, al borde de la bancarrota, le caía del cielo un gran contrato para modernizar la Guardia Nacional Saudí (después de un viaje de Carlucci a Arabia Saudí). Reclutando jugadores clave de antiguas administraciones de la Casa Blanca, así como subordinados actuales del Pentágono y la CIA, el Grupo Carlyle se ha convertido en algo más que una exitosa firma inversora; se ha convertido en todo un sistema de arbitraje político… en una entidad de operaciones bursátiles que confía en su información interna y en su

«persuasión de acceso» para pronosticar la estabilidad política de sus actividades en el extranjero.

Para que el comercio «normal» sea legal, debe estar basado en la publicación de la información disponible. Sin embargo, en lo que se refiere a los antiguos presidentes y secretarios de Estado, la zona blanca y negra a veces se vuelve gris. El Grupo Carlyle usa esta área gris como una coraza contra lo desconocido en sus inversiones en bonos de gobiernos extranjeros, o en los contratos relacionados con el petróleo y las armas en zonas que son susceptibles de entrar en un conflicto bélico. Gracias a su acceso directo a la Casa Blanca, los consejeros de Carlyle no sólo obtienen información interna, sino que tienen la capacidad de influir en la política interior y exterior. Como árbitro del juego, Carlyle ha minimizado los riesgos que supone comprar empresas en apuros, a las que levanta y después vende con enormes beneficios.

* * *

Scott Swan guarda su Blackberry y coge un ejemplar de la revista Times de hace dos meses. La portada publicita la continua lucha mundial para controlar la Gripe Aviar, que de nuevo amenaza con convertirse en una pandemia global. Lee por encima el artículo, y una sonrisa crece en su rostro cuando descubre que las compañías farmacéuticas afirman que están ahora trabajando en una vacuna.

«Las acciones suben otro dólar, y el virus seguramente mutará el próximo abril…».

Aparta la revista Times cuando el príncipe Bandar bin Sultan entra en el despacho del hangar.

—Señor Swan, mi padre se reunirá con usted ahora. Lamento profundamente la espera.

El ejecutivo fuerza una sonrisa.

—Los negocios son los negocios. —Swan besa el hombro cubierto de seda del príncipe. Agarra su maletín, lo sigue hasta el exterior del despacho, y ambos suben la escalerilla portátil que guía al interior del 747.

Sultan bin Abdel Aziz, que ahora lleva su tradicional thobe blanca con ghotra a juego, recibe a su invitado en el estudio.

—Señor Swan. Masaa al-Khair.

—Masaa an-noor.

—¿Qué tal está su jefe?

—Le envía sus saludos.

—Pero el presidente ha decidido no recibir a su mayor inversor en persona.

—Debido a la naturaleza de esta reunión, creyó que sería mejor que viniera yo solo. Oficialmente, esto es sólo una visita de cortesía entre ambos. No tiene nada que ver ni con Tech-Well ni con Carlyle.

—Comprendido. —El rey hace un gesto a su hijo y al visitante para que tomen asiento—. Aun así, me incomodan ciertos elementos de esta transacción. Si vamos a seguir adelante necesito garantías adicionales.

—Recuerde que fue usted quien acudió a nosotros.

—Me preocupa la coordinación.

—¿Preferiría esperar hasta que su país sea invadido por Irán o aplastado por una revolución islámica?

—Me sentiría más cómodo si el presidente Obama no estuviera en el Despacho Oval.

—Se aproximan las elecciones.

—¿Está de broma?

Swan mira los avariciosos ojos del rey.

—Obama no será un problema.

Sultan levanta una ceja.

—¿Hay algo que deba saber?

—Los acontecimientos cambian las elecciones, su Alteza. El mundo está en una encrucijada, y su emirato necesita estabilidad. Estamos en un momento delicado, y las cosas empeorarán a menos que actuemos ahora. Nos hemos visto forzados a tomar decisiones difíciles… decisiones terribles, pero haremos lo que tengamos que hacer. Historiadores aún no nacidos alabarán nuestro valor.

—La casa de Saud no puede verse implicada…

—No habrá cabos sueltos.

—¿Y si algo sale mal?

—No lo hará.

—¿Ahora eres un enviado de Alá?

Scott enrojece.

—Yo sólo soy un intermediario. Sin embargo, he oído que existen planes… de contingencia, por si se producen imprevistos. No tengo permiso para decir nada más.

—Señor Swan, yo también tengo un plan de emergencia… La economía de Estados Unidos es mi plan de emergencia. Si algo sale mal… si un blogger empieza a vender teorías conspiratorias, por ejemplo, o si un antiguo agente de la CIA escribe un libro contándolo todo… —Los ojos del rey brillan—. Entonces, la Casa de Saud reevaluará la permanencia de América en Medio Oriente… y la OPEP no seguirá vendiendo petróleo en dólares americanos.

El rostro de querubín del rey ofrece una sonrisa glacial.

Swan se aclara la garganta.

—Disfrute de su visita con el presidente.

BALTIMORE, MARYLAND

Jamal al-Yussuf yace en una cama extraña, en una habitación extraña, mirando el techo, y el desasosiego que siente le recuerda su propia infancia en Irak. Desde que puede recordar, su padre le hizo dormir debajo de la cama, porque era el mejor lugar donde se podía estar en caso de que la casa se desplomara, o de que los jets americanos rompieran la barrera del sonido. Debajo de la cama, Jamal estaría protegido de los cristales que podrían salir disparados. Debajo de la cama, estaría seguro.

Era el año 1991, y Jamal tenía siete años. Cuando estaba debajo de su cama, noche tras noche, intentaba pensar en qué había hecho mal para merecer aquello. Cuando los aviones americanos se acercaban, y las sirenas comenzaban a sonar, se metía los dedos en las orejas y cantaba sus canciones favoritas tan alto como podía, como su madre le había enseñado. Una vez le había preguntado cuándo podía dejar de cantar. Ella había respondido: «Cuando yo vaya a por ti, Jamal».

Los inviernos eran lo peor, porque se hacía de noche más rápido, y hacía mucho frío. Saddam había cortado la electricidad para entorpecer la puntería del enemigo, y Jamal ni siquiera tenía permitido encender una linterna para leer. Noche tras noche, la familia se acurrucaba junta mientras escuchaba la BBC en la radio, esperando oír nuevas noticias sobre la guerra. En cierto momento comenzó a racionarse el agua, y, cuando las tuberías explotaron en uno de los bombardeos, la madre de Jamal tuvo que empezar a hervirla para hacerla potable… sin electricidad.

También estaban los viajes para hacer compras. Toda la familia se apiñaba en un coche y se recostaba en el asiento trasero mientras el padre de Jamal conducía a través de calles diezmadas para encontrar víveres. En una ocasión había visto la masacre por la ventanilla, los cuerpos envueltos en sanguinolentas sábanas blancas junto a la carretera, y la gente llorando y gritando junto a ellos. Mientras volvía a esconderse en el asiento, comenzó a cantar, deseando estar de nuevo en su lugar seguro.

Veinte años más tarde, Jamal nota ese mismo miedo familiar mordiéndole los intestinos. Agarra su almohada y la manta, se tumba en el suelo, se hace un ovillo bajo el somier metálico de la cama y murmura su canción favorita hasta que cae dormido.

«Siempre puede conseguirse que la gente haga lo que los líderes quieran. Es fácil. Lo único que tienes que hacer es decirles que están siendo atacados y acusar a los que buscan la paz de poco patriotas y de estar poniendo el país en peligro. Y esto funciona igual en todos los países».

Herman Goering, en los Juicios de Nuremberg.

«Podría ocurrir mañana, podría ocurrir la semana que viene, podría ocurrir el año próximo, pero lo que es seguro es que seguirán intentándolo. Y tenemos que estar preparados».

Vicepresidente Dick Cheney.

«El 13 de agosto de 2002, la CIA terminó un análisis clasificado de seis páginas (apodado "Tormenta Perfecta") que describía los peores escenarios que podían tener lugar después de la eliminación de Saddam Hussein por parte de los estadounidenses. De acuerdo al entonces director de la CIA, George Tenet, esto fue relegado al fondo de un grueso libro de referencia que fue entregado al equipo de Seguridad Nacional del presidente Bush para una reunión que había de tener lugar el 7 de septiembre de 2002, y donde la guerra de Irak era el tema principal».

Walter Pincus, The Washington Post, junio de 2007.