WEST PALM BEACH, FLORIDA
8 de octubre de 2012
9:22 P.M. EST
Jennifer Wienner está en su oficina, revisando una serie de vuelos de asociaciones exentas de impuestos, cuando su ayudante, Collin Bradley, irrumpe con rudeza, apaga el DVD y sintoniza la CNN
—El dispositivo nuclear explotó a las 6:14 hora de la costa oeste, hace tan sólo ocho minutos, destruyendo la mayor parte del centro de Los Ángeles.
Jennifer se queda aturdida.
—No…
—El presidente Biden no se ha pronunciado todavía, pero nuestra corresponsal Teri Smith está ahora frente a la Casa Blanca. Teri, ¿sabe ya el presidente que ha habido una explosión?
La reportera de pelo rojo parecía estar llorando.
—Katherine, acabamos de recibir la información que nos dice que el presidente acaba de ser informado del ataque, y que tanto él como su familia están siendo trasladados a unas instalaciones más seguras. Comparecerá ante la nación tan pronto como sepa más de lo que ha ocurrido.
—¿Algún indicio de que se trate de un ataque de Al-Qaeda?
—Lo único que se nos ha dicho es que ha sido un ataque terrorista en el que se sospecha que están implicados varios extranjeros que vivían en nuestro país, y que…
—Teri, mantente… estamos recibiendo ahora una noticia de última hora en la que se nos dice que un segundo ataque terrorista puede haberse visto frustrado. Bill West en Chicago… ¿Bill?
El corresponsal es una isla de calma entre un caos de decenas de miles de fans del fútbol saliendo en desbandada del Soldier Field.
—Katherin, aún nos estamos enterando de qué es lo que está pasando, pero esto es lo que sé por ahora. Aproximadamente a las 5:30 de esta tarde, hora local, un oficial del Departamento de Seguridad Nacional reconoció a un sospechoso con una orden de búsqueda del FBI. El sospechoso es un árabe que ronda los veinticinco años de edad. El oficial siguió el vehículo del hombre, lo detuvo y desactivó un tipo de explosivo. No se nos ha comunicado si se trataba de una bomba nuclear, sólo que había podido ser desactivada. Como precaución, el partido entre los Bears y los Giants ha sido suspendido, pero la gente ha empezado a irse en cuanto la noticia del ataque en Los Ángeles ha llegado a Internet.
—Bill, quiero que te mantengas ahí. Hablando con nosotros vía satélite. Desde su casa en San Diego tenemos al Analista de Terrorismo Dr. John Rogers. Doctor Rogers, usted vive a dos horas de Los Ángeles. ¿Ha podido ver la explosión?
—No, estaba en mi oficina en ese momento, pero algunos de mis vecinos vieron el hongo nuclear. Ahora mismo, si observa, detrás de mí, el horizonte está cubierto por un humo espeso y negro procedente de los incendios descontrolados. Con los vientos prevalecientes que vienen del noroeste, tendremos que ser evacuados tan al este como sea posible para huir de la lluvia radioactiva.
—Doctor, acabamos de enterarnos de que en Chicago han conseguido abortar un ataque similar. ¿Están siendo nuestras ciudades asediadas?
—Bueno, no me había enterado de lo de Chicago, pero, si es cierto… sí, es más que posible.
El analista de repente se ha puesto muy pálido.
—A lo largo de este último mes en Internet ha habido una miríada de blogs y avisos anónimos que predecían este ataque, apuntando como culpables al movimiento neoconservador y su influencia en el medio oriente.
—Katherine, creo que no sería correcto intentar buscar culpables aún; todavía no conocemos todos los hechos. En esta situación, nuestra primera responsabilidad es confirmar que todas nuestras ciudades están seguras y que nuestros puertos están siendo registrados.
—Con el debido respeto, ¿no es eso lo que hicimos en el 2001?
—Sí, absolutamente. Los expertos han estado avisándonos de esto desde hace años, pero el Congreso ha rechazado repetidas veces aceptar la situación o subvencionar debidamente la seguridad portuaria. Ha preferido concentrar su atención en la guerra de Irak. Esta noche, por lo visto, hemos pagado un muy alto precio por tener unas miras tan cortas.
—Una última pregunta, doctor Rogers, sé que tiene que dejarnos. ¿Tiene idea del tamaño que podría tener un dispositivo nuclear que causara esa explosión y cuánta gente puede haber muerto en ella?
—Hasta que inspeccionemos el lugar, no podemos predecir cuán grande era la bomba, pero en bases comparativas, el dispositivo que fue lanzado sobre Hiroshima era una bomba de quince kilotones, y luego hubo otra que impactó sobre Nagasaki con una fuerza de veinte kilotones. Veinte kilotones equivaldrían a veinte mil toneladas de TNT. Compare esto ahora con nuestras bombas de hidrógeno modernas, las cuales tienen la capacidad de destrucción de cincuenta millones de toneladas de TNT, y se podrá hacer una idea del peligro potencial que significa una guerra nuclear. Basándome en los daños que he visto, pondría la explosión de Los Angeles dentro del grado de la de Hiroshima. Tenga en cuenta que las explosiones japonesas fueron en el aire, con bombas lanzadas desde aviones. Éste ha sido un claro impacto terrestre, y los efectos, así como la concentración de radiación, son totalmente diferentes. Los muertos se podrán contar… por millones.
BLUEMONT, VIRGINIA
El helicóptero de transporte que lleva al presidente Biden, al Director de Seguridad Nacional, Howard Lowe, a Joseph Kendle y al secretario de Defensa se dirige rumbo oeste hacia la ciudad de Bluemont y Virginia por la carretera 601. En la distancia, las luces del puesto de aterrizaje iluminan la noche, guiando al helicóptero hacia un complejo enrejado.
Esto es Mount Weather, una base militar de alto secreto sita a setenta y cinco kilómetros a las afueras de Washington D.C. y dirigida por el Departamento de Seguridad Nacional. Se encuentra dentro de un perímetro de trescientos cincuenta mil metros cuadrados que contienen una auténtica ciudad subterránea, con apartamentos, cafeterías y hospitales, así como sistemas de purificación de agua y conducción de aguas residuales, una planta de energía, un sistema de tránsito masivo, un sistema de comunicación por televisión, e incluso un lago subterráneo. Si bien ningún miembro del Congreso ha reconocido públicamente la existencia de estas instalaciones, muchos representantes de la Casa son, de hecho, miembros con contrato fijo de esa capital subterránea del «Gobierno en espera». Nueve departamentos federales han sido replicados dentro de este complejo, así como cinco agencias federales. Secretamente, varios oficiales de alto rango sirven por periodos indefinidos, sin la aprobación del Congreso, y lejos de los ojos del público. Su propósito, gobernar los Estados Unidos en el caso de que hubiera un ataque nuclear masivo.
El helicóptero se posa. El equipo de Biden es escoltado a través de un edificio de seguridad. Luego montan en un ascensor que desciende hasta las entrañas de las instalaciones. Los ojos del presidente están enrojecidos por la emoción. Sabe que su familia está a salvo en otra parte de la ciudad subterránea, y que los Obama están en camino, junto al resto de su gabinete. A pesar de que no tiene tiempo de diseccionar la situación, también sabe que el mundo ha cambiado, y que la respuesta a esta crisis tendrá efectos devastadores.
Apenas saluda a la gente mientras sale del ascensor; deja que el director Lowe lo conduzca a través del equivalente del Ala Oeste de la Casa Blanca de Mount Weather, hacia su «Despacho Oval».
Joseph Kendle cierra la puerta tras él.
El presidente en funciones por fin reacciona.
—Quiero saber quién ha perpetrado este desastre. ¿Ha sido Al-Qaeda? ¿Terroristas domésticos? ¿O tal vez ha sido algún ataque de falsa bandera, de esos nazis neoconservadores, tal y como anunciaban esos rumores en Internet?
Kendle y Lowe intercambian miradas.
—Señor, los informes preliminares indican que hay dos terroristas, ambos entrenados, financiados y armados por las fuerzas Qod de Irán. Nuestros expertos están examinando los residuos de partículas de la detonación de Los Ángeles, junto al uranio enriquecido encontrado en la bomba capturada. Si rastreamos la procedencia del uranio y éste nos lleva hasta un reactor nuclear iraní, entonces se tratará de un ataque terrorista subvencionado por Teherán.
—¿Y si ése fuera el caso?
—Entonces usted comparece ante la nación, conecta los puntos y desmilitarizamos Irán de una vez por todas, señor, cambiando el mundo.
—¿Cambiar el mundo? ¿Cómo Bush y Cheney lo cambiaron? ¿Es que acaso no hemos aprendido nada del 11-S?
Ahora es el general el que reacciona.
—Con el debido respeto, señor, un recuento preliminar estima que en Los Angeles han podido perder la vida más de dos millones de personas. Añada otro millón por aquellos que se vean expuestos a la lluvia radioactiva, eso sin contar la radiación, ni el hecho de que una de nuestras más grandes ciudades ha sido destruida.
Lowe interviene.
—Señor, estamos tratando con regímenes militares islamistas que controlan una parte muy significativa de las reservas petrolíferas del mundo. Estados que nos desafían suministrando material nuclear a los terroristas. Necesitamos actuar de manera decisiva inmediatamente, antes de que más bombas caigan sobre Londres y Tel Aviv, o en otra docena de ciudades americanas más, haciendo que nuestra economía se colapse.
—El director Lowe tiene razón, señor. Puede apostar que tanto Clinton como Prescott, como el pueblo americano al completo, exigirán una respuesta militar. Será mejor que actuemos según las variantes que tenemos disponibles, o nos veremos abocados a convertirnos en una de las suyas.
El presidente mira a su alrededor, en aquella habitación sin ventanas.
—Odio este lugar. Al menos déjenme hablarle a la nación desde el verdadero Despacho Oval.
Lowe niega con su cabeza.
—Estamos siendo atacados, seguimos el protocolo. La última cosa que necesitamos es otro incidente como el de los niños en la lectura de aquel cuento junto a Bush. El pueblo americano necesita ver que su líder está plenamente activo en momentos como éste. Necesitan de su fuerza, señor.
Biden asiente.
—De acuerdo —dice mirando a Kendle—. Deme un informe completo de la Operación Libertad Reinante.
—Si señor.
ARABIA SAUDÍ
Andando a gatas, Ace avanza a través del desierto, delirando por la fiebre, muy próximo a morir. La arena arde bajo sus pies desollados mientras las ampollas de sus dedos se abren y explotan. El sol despiadado quema la piel de su espalda desnuda, y su brazo izquierdo le arde como si estuviera metido en ácido.
Finalmente cae, rodando sobre su espalda, cuando el dolor se hace indescriptible.
—Futrell
No, déjame morir.
—¡Futrell!
Ace abre los ojos. Está de vuelta en su celda. Su mano derecha está vendada, pulsando de dolor. Las uñas de tres de sus dedos han sido salvajemente arrancadas con unos alicates.
—¿Futrell? Sé que aún estás vivo, te he oído gemir.
La voz del hombre suena de detrás del muro.
—Vete al infierno.
—Ya estamos en el infierno.
Scott Santa yace en un catre en la celda contigua. Tiene ambas manos vendadas, y la cuenca, ahora vacía, de su ojo izquierdo está rellena con una gasa sanguinolenta.
—Yo no la maté, Futrell.
—Estaba allí, yo te vi —dice Ace, examinando su brazo izquierdo. El pincho aún se encuentra allí, oculto bajo su piel. Apretando los dientes, empieza a sacarlo muy lentamente de la profunda herida que él mismo se ha causado.
—Escúchame. ¡Ella me pagó para que lo hiciera! Era parte de su plan. Una farsa para hacer que tú llevaras el balón hasta la línea de gol. Ésas fueron exactamente sus palabras.
Ace se queda helado por un momento. Su pulso se acelera.
—¡Estás mintiendo! ¡Ella nunca haría algo así!
—Estaba muriendo, Futrell. El cáncer ya le había llegado al cerebro. Tan sólo le quedaban días, tal vez una semana. Quería que su muerte tuviera significado. Quería que te motivara, que te provocara para que terminaras lo que ella había empezado.
—¡No! —dice Ace mientras saca completamente aquella especie de espeto para torturas del interior de su cuerpo.
A pesar del dolor, se coloca de rodillas para gritarle al muro
—¡Nunca me utilizaría de esa manera! ¡No te creo!
Scott Santa cierra el ojo que le queda, sintiéndose mareado.
—Piensa. Sabía cómo atraparlos, cómo vencerlos. Lo dejó todo dispuesto. El Promis. Ramzi. Su propia muerte. Incluso tiró de los hilos durante años para que subieras de escalafón en la línea de mando en PetroConsultants.
—¿Qué…?
—¿No lo sabías? Eso sí que es gracioso.
Santa empieza a toser descontroladamente mientras Ace gira sobre sus rodillas. Golpea el muro de granito con su cabeza, recordando cómo había ascendido «milagrosamente» dentro de PetroConsultants. Incluso fue idea de Kelli el que se presentara para el puesto, ya que, en primer lugar, él nunca había querido viajar tanto, pero ella insistió, diciéndole que la oportunidad era demasiado buena como para dejarla pasar.
Pensamientos dispersos pasan por su mente a toda velocidad.
«Su prima… Jennifer… ¿Estaría también implicada?».
Santa gime.
—Butch y Sundance. Ellas lo planearon todo.
Unas lágrimas de ira recorren las mejillas de Ace.
—Mujeres… Son tan sutiles como los gatos, e igual de peligrosas. Si les das la mano, te la cogerán y te dirán que bailes, y tú lo harás. Gracias a ti, la Casa de Saud se está desmoronando, y al final todo seguirá el plan preestablecido por los neoconservadores. Irán será arrasada con bombas químicas que barrerán las guaridas de los extremistas mientras el petróleo queda intacto, y así las tierras saudíes serán nuestras.
Ace está demasiado débil, tanto física como psíquicamente, como para poder contestar.
—Tú y yo… estamos en una situación que es peor que la muerte. Nos mantendrán vivos y nos torturarán durante semanas. El gordo… es bueno haciendo su trabajo. Y la chica…
En ese punto, la voz de Santa baja de tono hasta silenciarse.
—¿Qué pasa con la chica?
El agente de la CIA murmura algo, antes de desplomarse, víctima de la inconsciencia por el dolor.
Ace mira el pincho de acero durante un buen rato. Finalmente, limpia la sangre del instrumento y comienza a trabajar en la cerradura de la puerta de la celda.
«La mente política es el producto de los hombres de vida pública que han sido doblemente perjudicados, ya que han recibido demasiadas adulaciones y demasiados abusos. Con ellos, nada es natural, sino todo lo contrario, sumamente artificial».
Presidente Calvin Coolidge.
«Para aquellos que asustan a la gente que desea la paz con el fantasma de la pérdida de la libertad, mi mensaje es éste: "Vuestras tácticas tan sólo ayudan a los terroristas".»
John Ashcroft, Fiscal General.
«Sólo mediante el respeto de las leyes será posible que los hombres libres vivan en paz y progresen… La ley es la fuerza adhesiva que se encuentra en los cimientos de la sociedad, la que convierte el caos en orden, y la anarquía en coherencia».
Presidente John F. Kennedy.