AEROPUERTO INTERNACIONAL DE FILADELFIA
Filadelfia, Pensilvania
8 de octubre de 2012 (Día de la Hispanidad[54]).
Lunes, 10:38 A.M. EST
—Aruba... Jamaica... oooohhh quiero llevarte a las Bermudas, a las Bahamas... vamos nena, enróllate, Cayo Largo, Montego. ¡Nena!, ¿por qué no vamos y nos metemos unas rayas bajo aquel cocotero?
Michael Tursi se ríe de su propia variación de la canción, siguiendo el ritmo de los Beach Boys mientras da golpecitos en el volante y sigue la señal que le indica el camino hacia la zona de devolución de coches alquilados del aeropuerto. Sonríe a la empleada de Avis y en el autobús que va hacia la terminal le ofrece su asiento a una madre afroamericana y sus dos pequeños hijos, para luego darle los «buenos días» a los agentes de seguridad del aeropuerto.
Llega con noventa minutos de adelanto al vuelo que le va a llevar a las Caimán. Se compra una rosquilla salada, un tarro de crema de queso y el Philadelphia Inquirer, y se sienta a disfrutar de su desayuno en la puerta de embarque E-22.
Después de unos cuantos minutos, Tursi dobla el periódico por la mitad. Su mente está demasiado confusa, está demasiado nervioso como para leer.
«Veintidós millones en el banco, y todo va sobre ruedas. Si Rummy me hubiera escuchado hace diez años, ahora habría un McDonalds en cada esquina de Bagdad.»
Como un niño en la mañana de Navidad, abre su portátil y accede a Internet. Entra en su cuenta de banco una vez más, introduciendo su código y su contraseña.
Balance: $0.00
—¿Qué demonios...?
Lo intenta de nuevo, tecleando nerviosamente.
—¡Joder!
Ante el improperio, algunas cabezas se giran y miran al hombre.
Tursi se pone histérico. Reinicia el portátil y marca el número de atención al cliente del banco desde su móvil. Maldice e insulta al sistema de contestador automático, casi golpeando con su puño el teléfono mientras marca de nuevo su número de cuenta. Presiona luego cero una y otra vez, y un sudor frío empapa de repente todo su cuerpo, hasta que el servicio de atención al cliente de la zona de la India finalmente responde.
—Buenos días, ¿cómo puedo...?
—Mi cuenta, ¡necesito saber el balance ahora mismo!
—Enseguida señor, pero antes tendré que realizarle un par de preguntas de seguridad.
Le dice su nombre, su número de cuenta, el nombre de soltera de su madre...
—Gracias, señor Tursi. Su saldo es de cero.
—¿De qué coño está hablando, Ghandi? Mira el historial de la cuenta, ¿acaso no hay un depósito reciente por valor de veintidós millones de dólares?
—Sí, señor. Esta mañana se ha realizado una transferencia por valor de 22.347.890 dólares, siguiendo sus instrucciones.
—Yo no... —dice, bajando la voz al ver que dos policías se aproximan—. ¡Yo no he transferido ni un centavo! ¡Ni un centavo, maldita estúpida!
De repente, la línea se corta.
Tursi lanza otra palabrota y marca el número de Gary Schafer, para escuchar el mensaje «esta línea está fuera de conexión...». Casi vomita su desayuno.
Corre hacia el servicio de caballeros, se para frente al lavabo y se refresca la cara con manos temblorosas.
«Piensa, Turco, piensa. No puedes contactar con El Coronel, y él nunca me la jugaría... nunca. Eso nos deja con Schafer. Puerco incompetente, está cubriéndose las espaldas, dejándome a mí con el culo al aire.»
El Turco se queda mirando su pálido reflejo en el espejo.
—Esto todavía no ha acabado. Ni hablar.
Michael Tursi sale del cuarto de baño a toda velocidad y se dirige hacia el mostrador de la línea aérea que hay una planta más abajo para cambiar su pasaje por uno hacia un nuevo destino.
CHICAGO, ILLINOIS
—¿Qué os dije chicos? Sue es el T-Rex más grande del mundo.
Mitch Wagner hace de guía a Leigh y Sam Futrell a través del Field Museum de Chicago mientras su esposa, Yvonne, se encuentra en la taquilla.
—Sammy, ¿qué opinas? Está guay, ¿no?
—Sí, si viajáramos veinte años en el pasado, antes de que se estrenara Parque Jurásico.
—¿Qué? ¿Ni tan siquiera vas a darle una oportunidad y echar un vistazo?
—Ya hemos estado aquí.
—De hecho, es la tercera vez para mí —dice Leigh.
Yvonne se une al grupo.
—De acuerdo. ¿Estamos listos?
—Ahora no quieren ir.
—¿De qué estáis hablando? Acabo de comprar las entradas para el IMAX. Misión en las Profundidades: Las Fosas Marianas. Se supone que está muy entretenido.
—Ya vimos esa película el año pasado, con la escuela —dice Sammy—. Ya se lo dije ayer al tío Mitch.
—Bueno, es que nosotros, los viejos, sufrimos de un mal que se llama NRM... No Recuerdo una Mi...
—¡Mitch! —dice Yvonne, dándole unos toquecitos a Sam en el hombro—. Ve con tu tío Mitch y devolved estas entradas mientras tu hermana y yo pensamos qué hacer hasta que empiece el partido.
LOS ÁNGELES, CALIFORNIA
1:45 P.M. PST
Susan Campbell entra en el estudio. Su nivel de azúcar ha bajado, ya que esta mañana ha dado cuatro clases de aeróbic. Coge una botella de zumo de naranja de la nevera y da unos cuantos tragos seguidos. Mientras lo hace, se da cuenta de que en la puerta de la despensa hay una nota pegada.
Susan:
Por favor, perdóname. Nunca debí perder la compostura de esa manera contigo. Tengo algo muy importante que decirte. Me gustaría que nos pudiéramos encontrar en el zoo de San Diego a las 5:30, en la zona de los gorilas. Te lo explicaré todo, y te estaré eternamente agradecido. Tráete equipaje para una noche, tengo una sorpresa especial para ti.
Te quiero,
Omar.
SOUTH BEND, INDIANA
4:37 P.M. EST
Shane Torrence conduce con una mano mientras sostiene una lata de gaseosa con la otra. Tiene la esperanza de
que el azúcar y la cafeína le den las fuerzas suficientes para aguantar. El oficial del Departamento de Apoyo Estratégico está agotado. Ha estado siguiendo a Jamal al-Yussuf en su Chevy Trailblazer desde hace doce horas, a lo largo de mil doscientos kilómetros, los últimos ochenta a través de la Interestatal 80. Hacia el Oeste, las carreteras de peaje delimitan la frontera entre Ohio e Indiana antes de empezar a girar hacia Chicago. La Ciudad del Viento está a otras dos horas, y es el momento de más tráfico.
Torrence tiene dos teléfonos móviles encima. El número que hará detonar las EEDA está guardado en la agenda de teléfonos de ambos, por si acaso.
Las señales hacia South Bend van pasando mientras él, instintivamente, repasa su línea de actuación desde cero.
«Las haremos detonar a las 8:11. Para eso aún quedan tres horas y media, tiempo más que suficiente para coger el 65-Sur que sale de Gary, incluso en hora punta. A menos que haya un accidente. Si hay un accidente, la habré cagado, pero tendría que tener un accidente muy, muy gordo para no moverme durante horas. ¿Y el viento? Si los vientos soplan del sur, puede que la radiación me alcance. Aun así, para entonces estaré muy, muy lejos, por lo menos en Indianápolis. Eso tendría que ser distancia suficiente.»
Acelera y acorta la distancia con el coche de Jamal, que está a seis vehículos.
«Maldito bastardo, me pregunto si aún cree que se trata de una bomba sucia. Deja el coche, busca cobertura y disfruta del espectáculo. Si se imaginara lo que va a pasar... La explosión barrerá a Masoud Ali Masoud y al resto de los musulmanes... de rebote. Malditos islamistas radicales ateos.»
SOLDIER FIELD
Chicago, Illinois
5:05 P.M. CST
Dough Dvorak conduce su carrito de golf a través de una multitud de descerebrados, manteniéndose alerta de los fans excesivamente borrachos. La Policía de Aurora había supervisado la seguridad en todos los partidos de los Bears durante los últimos tres años, trabajando a la vez para el Departamento de Seguridad Nacional. Nunca había vigilado el partido de los lunes por la noche, pero le habían dicho que aquel bullicio de 61.500 personas sería mucho más ruidoso que el de los partidos de los domingos.
Además, había un extra. El presidente Obama y su familia asistirían al partido. Aquella noche sería la primera vez que el presidente haría una aparición pública desde su ataque. Aún se mueve en silla de ruedas, y sus palabras resultan casi incomprensibles, a pesar de que su recuperación supera los mejores pronósticos de su médico. Además, es fan de los Bears.
Doug comprueba la hora en su reloj. Las 5:15. Todavía faltan tres horas para el saque, y aquello ya parece un zoo. Acelera el carrito de golf a través de las filas de hinchas y se dirige hacia la parte sur, para comprobar el Parking de Waldron. El tráfico en las afueras del estadio está de bote en bote.
U.S. BANK TOWER
Los Ángeles, California
3:37 P.M. PST
La furgoneta blanca conducida por Marco Fatiga entra en el aparcamiento subterráneo del edificio. El agente sigue bajando la rampa hasta llegar al nivel inferior. Luego se vuelve hacia una plaza vacía, próxima a unos bidones de basura, apaga el motor del vehículo, abre las puertas traseras y se dirige hacia un Lincoln Town de color plateado aparcado a unas cuantas filas de distancia. Introduce la llave y baja un poco el asiento del conductor, sin dejar de vigilar el montacargas.
«El tráfico que salga a esa hora de la ciudad pondrá las cosas más difíciles. Suma a eso dos horas hasta San Diego... Joder, ¿dónde demonios se ha metido?»
Pasan quince minutos hasta que las puertas del montacargas se abren para dejar salir a Omar, que empuja un bidón de basura de cuatro ruedas. A continuación, lanza un montón de bolsas de basura en su interior, y luego empuja de nuevo el bidón hasta la furgoneta blanca. Mira a su alrededor antes de abrir la puerta trasera.
Un momento después, el iraquí saca una de las EEDA del vehículo. La envuelve con tres bolsas de basura y luego la deja en el fondo del bidón, donde la cubre con otro montón de bolsas.
Omar empuja entonces el carro hasta el montacargas y presiona el botón de llamada.
Cuando llega, el coche plateado ha desaparecido.
SOLDIER FIELD
Chicago, Illinois
6:22 P.M. CST
El pulso de Jamal al-Yussuf se acelera al salir de la autopista Dan Ryan hacia la carretera Lake Shore. Mira maravillado el enorme estadio que se alza ante él. Sus luces brillantes crean casi un efecto de halo sobre la estructura, gracias a la oscuridad del cielo que la rodea.
«Esta noche moriré shahid. Esta noche iré al lugar que me corresponde en el cielo, junto a los otros mensajeros de Dios, y a pesar de que pereceré, mi cuerpo no se enfriará, ni se pudrirá. Seré conducido al paraíso, donde setenta y dos vírgenes me estarán esperando para servir a cualquiera de mis necesidades por toda la eternidad.»
Ignorando el bramante claxon de un conductor furioso, Jamal recita el sura Aal-e-Imran del Corán, en el verso 169.
—No pienses en esos que mueren por Alá tan sólo como en muertos. De ningún modo, pues viven, encontrando su sustento en presencia de su Señor.
* * *
A dos coches de distancia, Mitch Wagner pulsa de nuevo el claxon. El tráfico se mueve lentamente.
Yvonne le lanza una mirada.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Qué crees que estoy haciendo? Estoy intentando aparcar el maldito coche.
—Te dije que deberíamos habernos ido antes del restaurante.
—Bueno, yo ni tan siquiera quería irme. Estaba dándome un festín.
En el asiento de atrás, Sammy mira a su hermana, sintiéndose un tanto perdido.
Leigh le aprieta la mano en respuesta.
U.S. BANK TOWER
Los Ángeles, California
4:25 P.M. PST
El montacargas se detiene en la planta cincuenta. Omar empuja el bidón fuera del vestíbulo. Las últimas veinte plantas son sólo accesibles a través de otro grupo de ascensores.
—¡Oye, tú!
Omar se da la vuelta y se encuentra de frente a su supervisor, Cleve Wilson.
—¿Dónde has estado? Te he estado llamando por el walkie-talkie durante veinte minutos. Vuelve a la inmobiliaria que hay en la planta treinta y seis. Hay un extintor que se ha disparado solo y lo ha dejado todo hecho un estropicio.
—Sí, señor —contesta él, empujando el bidón de nuevo en el montacargas.
—Bueno, hombre, deja el bidón de basura aquí. ¡Te necesitan ahí abajo ahora mismo!
Omar asiente.
—Deje que aparque esto en su sitio antes.
Sin esperar una respuesta, empuja el bidón a lo largo de un corredor hacia la zona de descanso. Abre una de las taquillas de mantenimiento y rebusca luego entre las bolsas de basura para sacar el pesado maletín. Esconde el maletín en el interior de la taquilla.
AEROPUERTO INTERNACIONAL DE LOS ÁNGELES
Los Ángeles, California
4:43 P.M. PST
El jet Lear toma suelo, frena y gira rápidamente hacia un helicóptero de los SWAT Momentos después, la puerta se abre y el Director del FBI Gary Lee Schafer baja corriendo la escalinata.
J.C. Rodríguez, el Director del FBI de Los Ángeles, estrecha la mano de su supervisor mientras éste le dirige hacia el helicóptero.
—Hemos sellado un área de dos manzanas. Nadie podrá entrar o salir. Señor, ¿cómo está usted seguro de que...?
—Hemos estado siguiendo a los sospechosos desde hace diez meses, coordinando sus actividades con mensajes interceptados desde Teherán. Tuvimos que esperar hasta estar seguros de cómo y de dónde iban a venir las bombas. Han llegado en un contenedor hace dos días, desde el puerto de Baltimore. Perdimos a los sospechosos por veinte míseros minutos.
Los dos hombres suben a bordo del helicóptero y se colocan unos auriculares para facilitar la comunicación mientras el helicóptero toma vuelo.
—Señor, discúlpeme, pero ¿está usted absolutamente seguro de la hora de la detonación? Porque aún estamos a tiempo de realizar una evacuación...
—A las seis y once según la hora del Pacífico, 9:11 según la hora de la costa este, y sí, estamos seguros. Hemos interceptado una comunicación entre los dos sospechosos hace alrededor de dos horas. Además, necesitaría un mínimo de doce horas para evacuar Los Angeles, con todos los problemas de tráfico que sufre la ciudad.
—Señor... ¿Y respecto a la segunda bomba?
SOLDIER FIELD
Chicago, Illinois
7:26 P.M CST
Jamal al-Yussuf avanza con su todoterreno. Baja la ventanilla para hablar con el guardia de tráfico.
—Disculpe, quisiera buscar aparcamiento en esta zona.
—El párking del muelle está lleno. Vaya a la zona sur.
—Pero es que debo...
—¡Zona sur, por ese camino! Muévase amigo, está bloqueando el tráfico.
A unos tres metros, Doug Dvorak observa al conductor del Trailblazer. Su piel tiembla por una súbita subida de adrenalina.
«Mierda, ¡es él!, ¡el iraquí!»
Con tres pasos rápidos, Doug se acerca un poco más mientras el conductor vuelve al tráfico, siguiendo rumbo sur hacia la carretera de Lake Shore.
—¡Ey! ¡Deténgalo! ¿Hacia dónde se dirige ese coche? —pregunta Doug, girándose hacia el policía.
—Hacia la Zona sur.
Doug ahora corre hacia su coche de seguridad y envía un mensaje por radio.
—Central, aquí unidad Uno. ¡Código Rojo! El sospechoso es un hombre árabe de veintipocos años que conduce un Chevy Trailblazer negro. La última vez que ha sido visto se dirigía con rumbo sur hacia la carretera Lake Shore, con destino al parking de la Zona Sur. La posibilidad de que se produzca algún acto terrorista es alta, repito. ¡Alta!
Dvorak acelera su carrito de golf en dirección sur a lo largo del paseo peatonal, con sus luces intermitentes encendidas y tocando el claxon.
—Unidad Uno, aquí Unidad Siete, dirigiéndonos hacia la entrada sur.
—Central, aquí Unidad Uno. Avise a la policía, y que lleven una unidad de artificieros al parking de la Zona Sur.
—Uno, aquí Siete. Estoy a la entrada de Lake Shore. No hay signos de ningún Chevy Trailblazer, debe haberse desviado.
—¡Maldita sea!
U.S. BANK TOWER
Los Angeles, California
5:48 P.M. PST
Solo, en el interior del ascensor, Omar mira la hora en su reloj, maldiciéndose a sí mismo. Va con retraso, después de haber tenido que pasar la última hora limpiando el desastre de la planta treinta y seis.
El ascensor se para en la azotea. Omar empuja el bidón de basura a lo largo de todo el helipuerto, con el perímetro perfilado por una enorme «corona» de cristal, que se asienta en lo alto de la torre mientras sus luces iluminan la noche. Acelera el paso y se aproxima a una serie de antenas parabólicas situadas en la parte más alejada de la azotea. Con esfuerzo, saca el pesado maletín del bidón.
—Buenas noches.
Michael Tursi sale de detrás de las antenas parabólicas, con el silenciador de su arma apuntando a Omar.
—Llegas tarde.
La pistola escupe tres resplandores de luz que impactan en el pecho de Omar. El iraquí, aturdido, observa la pechera de su uniforme, donde se agrandan tres manchas de color escarlata. Las piernas del ya cadáver se doblan y el cuerpo se derrumba inerte sobre el suelo.
El Turco escupe sobre el cadáver.
—Si quieres que algo salga bien, no se lo confíes a un árabe.
SOLDIER FIELD
Chicago, Illinois
7:56 P.M. CST
—A todas las unidades, tenemos un Código Rojo. Estamos buscando a un hombre de raza árabe, de veintipocos años, que conduce un Chevy Trailblazer color negro. Toda la policía y el personal de seguridad del estadio están barriendo la zona del aparcamiento y las calles contiguas, en un radio de cinco manzanas desde Soldier Field.
Doug Dvorak está en la Zona Sur, aproximadamente a un kilómetro de la entrada sur del estadio. Una docena de policías inspeccionan concienzudamente la zona a través de las filas de coches.
«Algo va mal. Ya deberían haberlo encontrado. ¡Piensa! Suponiendo que sea una bomba sucia, querrá llevarse por delante a tantas personas como le sea posible, así que eso significa que...»
—¡Debe haber vuelto hasta una posición más cercana al estadio!
Dvorak acelera el carrito de golf y sale disparado en dirección norte por el paseo del Museo.
* * *
El Chevy Trailblazer está aparcado al lado de una boca de incendios junto al Soldier Field, con el parachoques apuntando hacia oriente, hacia la Meca.
Jamal al-Yussuf comprueba la hora en su reloj. 8:04. Siete minutos. Sigue rezando a voz en grito.
* * *
—Esos cuatro de ahí, chicos —dije Mitch Wagner mientras señala cuatro asientos vacíos que hay a su derecha—. Justo en la línea de treinta y cinco yardas. No está mal, ¿eh, Sammy? Apuesto a que a tu viejo le hubiera encantado ver este partido.
—¡Mitch!
Al oírle, los ojos de Sammy se llenan de lágrimas.
—Oh, caray —dice Wagner, apretándole el hombro al chaval—. No quería decir eso, tío. Estoy seguro de que verás a tu padre muy pronto. Oye, mira, en la pantalla gigante, es el presidente Obama.
La gente ovaciona a Barack Obama cuando éste saluda con la mano desde su silla de ruedas. Su familia se reúne tras él, todos vestidos con trajes de noche.
* * *
A ciento cincuenta kilómetros de distancia, al sur, Shane Torrence saca su coche de la autopista y se dirige hacia una zona de descanso, preparándose para realizar una llamada de teléfono que hará historia.
* * *
—Salga del coche. ¡Ahora! —dice Doug Dvorak mientras incrusta el cañón de su revólver contra la ventanilla del conductor del vehículo, apuntando al rostro de Jamal al-Yussuf.
El iraquí observa la cara del policía, totalmente sorprendido, mientras en su boca se dibuja una media sonrisa que muestra sus dientes.
Dvorak dispara a la ventanilla. Ésta estalla en pedazos por todo el asiento delantero. Con un solo movimiento, saca al sospechoso de su coche y lo tira contra el asfalto. Inmediatamente le esposa las manos a la espalda.
—Unidad Uno a Central, tengo al sospechoso. En el Paseo del Museo, a unos cien metros al norte de Waldron.
Doug inspecciona los asientos delanteros mientras el sospechoso yace a sus pies. A su alrededor se empieza a congregar una multitud.
—¡Que todo el mundo se mantenga apartado! —dice Dough al mismo tiempo que sale por la puerta del conductor. Luego, coge al iraquí por la parte de atrás del cuello y le aplasta la cara contra el lateral del todoterreno. El iraquí queda bastante aturdido y Dough aprovecha para inspeccionar la parte trasera del vehículo.
La multitud se queda boquiabierta. Algunos empiezan a grabar la escena con sus teléfonos móviles.
Doug aparta varias mantas y deja al descubierto el maletín de plomo. Lo alcanza y saca la pesada EEDA de la parte de atrás del vehículo.
—Uno a Central, ¡necesitamos una unidad de artificieros cuanto antes!
—¡Es una bomba!
La noticia se extiende rápidamente y, con la misma velocidad, la multitud se dispersa.
Dvorak deja la bomba en la parte de atrás y vuelve a apuntar a la cara del árabe con su arma.
—¿Tiene un temporizador o se detona por radio? ¿Cuándo va a explotar?
Los ojos de Jamal miran a Dvorak.
—Sonuva...
Doug le golpea en la cara. Le rompe la nariz y lo deja inconsciente. Vuelve a centrar toda su atención en la EEDA y abre el maletín.
—¡Dios me asista!
8:09
El rugido de la multitud enardece el estadio cuando los Gigantes hacen el saque.
Dough Dvorak examina el dispositivo nuclear. Ve el teléfono móvil que tiene conectado...
8:10
E, instintivamente, lo apaga.
U.S. BANK TOWER
Michael Tursi aparta el cadáver de Omar Kamel Radi a un lado, abre el EEDA y apaga el teléfono móvil. Cierra de nuevo el maletín y lo vuelve a meter en el bidón de basura, mientras el estampido de unos rotores retumba por la azotea en todas direcciones.
El Turco mira hacia arriba. Las siluetas oscuras llegan a toda velocidad desde el suroeste, pero el sol de poniente apenas le permite ver bien la escena.
—¡Moveos!
Al empujar el bidón tan rápido como puede a lo largo del helipuerto, el peso del maletín nuclear hace que el bidón se tumbe hacia un lado y bolsas de basura caen por todos lados.
—¡Maldita sea!
Intenta coger de nuevo el maletín, pero algo le muerde en el tendón. Intenta cogerlo de nuevo, pero de repente está boca abajo en el suelo y la sangre empieza a derramarse en grandes cantidades bajo su cuerpo. El helicóptero de los SWAT aterriza y bolsas llenas de basura se esparcen a lo largo de toda la azotea, como si fueran hojas de otoño, pero de plástico.
Los minutos pasan. Una bota militar le da la vuelta. Al mirar hacia arriba, ve los rostros que lo rodean. Entre ellos puede ver el de Gary lee Schafer y el de Marco Fatiga.
El equipo SWAT conversa sobre el agente, pero Tursi tan sólo puede oír el machaqueo de las aspas rotativas. Uno a uno, se dan la vuelta para examinar la bomba, dejando allí tan sólo a Marco Fatiga, que se agacha junto a la cara de Tursi.
El Turco se atraganta con un borbotón de sangre
—¿Por qué?
Marco se acerca al oído del moribundo para hablarle.
—Una llamada de última hora. Imagina, yo haciendo de héroe... ¿Qué coño estabas haciendo tú aquí?
—Schafer, nos la ha jugado... nos ha robado todo el dinero...
La cara de Fatiga se torna gris macilenta.
El equipo de expertos en demoliciones del SWAT abre cuidadosamente el maletín de plomo.
—Dios bendito... esto no es una bomba sucia, ¡esto es una bomba nuclear! ¡Qué todo el mundo apague sus radios, no queremos activar este cachivache!
—¡Espere! ¡Deje que le eche un vistazo!
Marco Fatiga se abre paso entre el grupo, y luego, sin mirar. ¡Enciende el teléfono móvil!
Gary Schafer mira a Michael Tursi, quien tiene una siniestra sonrisa en su rostro. Su mano derecha busca algo en su bolsillo, y luego empieza a marcar el número preprogramado en su propio móvil...
Asustado, escucha que el móvil de la EEDA suena una sola vez, parando el tiempo.
«El séptimo ángel tocó la trompeta, y se levantaron grandes voces en el cielo... y hubo relámpagos, gritos y truenos, un terremoto y una fuerte granizada.»
Apocalipsis 11: 15, 19