CAPÍTULO 4

AURORA, ILLINOIS

12 de diciembre de 2011

8:03 RM. CST

—Unidad Uno en posición.

—Unidad Dos en posición.

—Recibido. Vamos a entrar. —El teniente Dvorak hace un gesto de asentimiento a sus policías. El oficial al mando abre el apartamento 2-D, y el segundo y tercer hombre entran despacio, con las armas y las linternas preparadas.

Un examen rápido del apartamento de dos habitaciones confirma que los ocupantes han abandonado el lugar. Dvorak entra, seguido de otro policía que lleva un kit de forense. Mira alrededor.

El salón, que tiene forma de L, y la zona del comedor son pequeños. Una televisión de plasma de treinta y tres pulgadas está colocada sobre una pared desnuda, frente a un sofá de segunda mano. La lámpara del comedor cuelga sobre un suelo vacío. El balcón, con vistas al aparcamiento, está cubierto por cortinas marrones. La cocina está llena de envases vacíos de comida rápida.

—Teniente, hemos encontrado algo.

Dvorak se dirige a las habitaciones y entra en el dormitorio principal. Uno de sus policías ha levantado el colchón, dejando a la vista el somier… y un ordenador portátil.

TABERNA DEL RESTAURANTE GREEN

Nueva York

8:03 P.M. EST

El comedor está abarrotado, y en su cálido aire circula el aroma de la sopa de langosta y del filet mignon. Las mesas están ocupadas por clientes embutidos en jerséis que almuerzan entre un mar de abrigos, paquetes, delicados cuadros y candelabros. Las heladas ventanas brillan con las luces navideñas, y todo se multiplica en un frenesí de cristal grabado y espejos.

Ace serpentea entre los clientes y camareros mientras se abre paso por el pasillo de espejos hasta la Sala Castaño, uno de los tres comedores con vistas al jardín central.

Kelli Doyle está sentada, sola, en una mesa para dos, mirando su reflejo en un enorme reloj de arena. Lo que queda de su cabello rubio, que una vez fue espeso y rizado, se ha reducido a mechones resecos escondidos bajo una peluca, recogida en una cola de caballo. Su debilitado cuerpo se desploma contra la silla tapizada, buscando un equilibrio contra el dolor. Aún tiene la piel marcada por los abrasantes residuos de la quimio, que quemó el cáncer, al igual que todo lo demás con lo que el claro elixir tuvo contacto.

Mira la tenue decoloración del interior de sus brazos… marcas de las quemaduras de su cuarto y último ciclo. La quimioterapia es una carrera de resistencia contra la muerte en la que el cuerpo se come a sí mismo desde el interior, mientras la mente sale y entra de la demencia, un proceso interrumpido sólo por espasmódicos episodios de vómito. Lo único que la ha mantenido adelante ha sido su autodeterminación, la moralidad de sus elecciones ha sido la que le ha dado una nueva fuerza. Lo que no te mata…

—Hola, desconocida —Ace sonríe a su esposa, pero no obtiene respuesta—. ¿Kel?

La frágil rubia levanta la mirada y en su delgado rostro aparece una sonrisa.

—Hola —se levanta y casi se desploma entre los brazos de su marido—. Has estado lejos tanto tiempo…

—Pero ahora he vuelto a casa para quedarme. ¿Y bien? ¿Qué ha dicho el doctor Eastburn?

Sus ojos brillan.

—El hemograma es normal. Está remitiendo.

Ace la abraza de nuevo, sintiendo cómo se clavan las costillas de su esposa bajo su abrazo. La batalla de Kelli, que ha durado dos años, ha hecho mella emocional en ella, el vivir siempre con la incertidumbre. La remisión… es una pena de muerte conmutada.

—Ace, cariño, ¿estás bien?

Ace se aparta, y el grueso jersey de lana de Kelli deja pelusas en su sombra de barba.

—¿Que si estoy bien? Acabas de darme el mejor regalo de Navidad que un tipo como yo podría esperar.

—Siéntate, hay más. —Busca en su bolso y saca un sobre que coloca sobre la mesa—. Feliz navidad.

Secándose una lágrima pérdida, se quita el abrigo y acerca su silla a la de Kelli.

—¿Qué es esto?

—Ábrelo.

Ace abre el sobre y mira fijamente los billetes.

—¿Un crucero?

—A las Bahamas. Sólo tú y yo. Mi madre dice que ella cuidará de los niños.

—¿Estás lo suficientemente fuerte para viajar?

—Me las apañaré. Necesito salir un poco.

—Ambos lo necesitamos.

Kelli estudia su expresión.

—¿Qué ha pasado en Washington?

—Nada.

—Mentiroso. Lo contaste todo, ¿verdad? Sabía que lo harías. ¡Bien por ti!

—No ha servido para nada. La mitad de mis comentarios fueron eliminados de la emisión publica, y la otra mitad refutados por los senadores que están siendo financiados por el lobby petrolero.

—Quizá yo pueda ayudarte a entregar el mensaje. —Aprieta la mano de su marido—. Ace, he escrito un libro.

—¿Un libro? ¿Qué clase de libro?

—Unas memorias que lo cuentan todo.

Su corazón da un salto.

—¿Cosas de la CIA, o de los días en la Casa Blanca?

—Ambas. Principalmente, me concentro en el periodo que pasé trabajando en la sucursal de Apoyo Estratégico.

—Nunca me has contado demasiado sobre aquello.

—Apoyo Estratégico era el brazo de espionaje clandestino del Pentágono, y fue creado por Rumsfeld y Cheney después del 11-S. Básicamente, éramos un ala independiente de Operaciones Especiales que no tenía supervisión del Congreso. Cheney nos usaba como si fuéramos sus asesinos privados.

—¿Tú has matado a alguien?

—Yo, personalmente, no, pero mis manos están manchadas de sangre. Todo aquello fue una iniciativa conservadora impulsada por Dick Cheney, que creía que la Irán-Contra fracasó sólo porque la CIA y el Pentágono estaban involucrados y el secreto no pudo mantenerse.

—A esos tipos no les importaba un comino la Constitución ni la ley, ¿no?

—Digamos que tenían una visión muy concreta del modo en el que el Medio Oriente debía ser reordenado, e Irak era sólo el principio. Apoyo Estratégico permitió que los neo-conservadores operaran en secreto, fuera de la jurisdicción de la CIA. Justo después de que Cheney abandonara el poder, me hicieron encargada de la organización de un… Bueno, llamémosle plan de contingencia de Medio Oriente. Es suficiente con decir que no era algo bueno.

—¿Cómo era de malo?

Ella lo mira directamente a los ojos.

—Tan malo como es posible.

Ace siente que su vello se eriza.

—¿Y estás segura de que quieres hacer pública esa información?

—Mi alma ya está manchada, Ace. No me di cuenta de ello hasta que empecé a estudiar la Cábala. El cáncer… su causa y efecto. Estas memorias serán un modo de advertir a la gente, de exponer el complot antes de que suceda lo que nunca debería ocurrir.

—¿Qué complot?

—No puedo contártelo.

—¿No puedes contármelo, pero vas a publicarlo?

—Sí… Es decir, no, no voy a publicarlo… voy a distribuirlo en Internet. Pero no puedo hacerlo aún. Todavía estoy reuniendo detalles. Llevo fuera de juego los últimos ocho meses.

—Entonces, ¿cómo sabes que aún está ocurriendo?

—Por la misma razón por la que tú sabes que nos estamos quedando sin petróleo. Estás en las trincheras… oyes cosas. Para poder hacer lo que quiero hacer, voy a necesitar tu ayuda.

—¿Mi ayuda? ¿Contra Apoyo Estratégico, contra los neoconservadores? ¿Contra la industria de combustibles fósiles al completo? —Ace se masajea el creciente dolor de sus sienes—. Kelli, no soy Supermán, sólo un tranquilo Clark Kent, un tipo normal que intenta sacar adelante a su familia.

—Cada Clark Kent lleva un Supermán en su interior.

—¿Más Cábala?

—No te rías. Esa ha sido mi cuerda de salvación. Y no cambies de tema. Te conozco, Ace. Estás tan cansado de esos políticos inútiles como yo. ¿Cuántas veces has testificado ante el Congreso? ¿Cuántas veces los has advertido? El sistema se ha roto. Y nos hundirá con él… a menos que actuemos.

—¿Y cómo propones exactamente que hagamos eso? Los federales poseen los bancos, los bancos se van a la cama con las grandes petroleras, los neoconservadores se van a la cama con los funcionarios de defensa, que a su vez se acuestan con los medios de comunicación… Y el resto del mundo está haciendo cola para acostarse con el rey Sultán. Elimina a Sultán, y encontrarás otros quinientos reyes haciendo cola, con dagas envenenadas, para ocupar su lugar, respaldados por casi un trillón de dólares en activos saudíes, un cuarto del petróleo que queda en este planeta, y, oh, sí, ¿he mencionado a la Casa Blanca? ¿O también vas a reescribir sesenta años de política estadounidense en tus memorias?

—Admito que es todo un desafío.

—No, ir a la luna fue un desafío. Esto es más parecido a una masacre.

—¿Como lo de tu primer partido? ¿Georgia-Tenessee?

—Ahórrate el discurso.

—Menudo partido. Primero Gary Archer se rompe la pierna, después la defensa se derrumba, y el entrenador se ve obligado a sacar al quarterback suplente, Clark Kent.

—Vale, ya es suficiente.

—Perdíais diecisiete a tres, y la defensa de los Vol te atacaba en cada jugada. Ace, te lo juro, tenías a tantos tipos persiguiéndote que parecía una fuga de prisión. El juego estaba terminado, y todos los que estábamos en el estadio Sanford lo sabíamos… excepto mi hombre. Cada vez que te tumbaban conseguías levantarte, dando palmadas y gritando, animando a las tropas.

—En serio, si lo que pretendes es una noche de sexo, conmigo ya la tienes asegurada.

—Entonces todo cambió. Tercera base, y desde la nada, ¡boom!, echas a correr… cincuenta y dos yardas… ¡primer down! Ni siquiera lo vieron venir, al flacucho chico blanco de West Virginia.

—Yo no era flacucho.

—Otra carrera, otro primer down, y dejaste a la defensa de Tennessee tiritando. La cobertura sobre tus compañeros se alivió, Mark se quedó solo detrás, y tú lo clavaste con un láser de treinta yardas… ¡touchdown! Todo el mundo se volvió loco, pero tú eras la calma en la tormenta, porque viste todo aquello antes de que ocurriera. El público volvió a implicarse en el juego, nuestra defensa aguantó, y tú conseguiste la pelota de nuevo. A veinte segundos del final aseguraste el partido. Nos resucitaste de entre los muertos.

—Perdimos en la prórroga.

—Yo creo que el esfuerzo de un hombre contra los pronósticos no sólo cambió el partido, sino que cambió la temporada. El equipo, de repente, creyó en sí mismo de nuevo, y conseguisteis llegar a la Orange Bowl. No es poco. No tuviste miedo. Y yo adoraba esa parte de ti.

—¿Adorabas?

—Adoro. Quería decir adoro.

—Ambos sabemos lo que querías decir. —Se mira las mangas y las tres pequeñas cicatrices blancas que atraviesan el interior de sus muñecas. Cinco centímetros de largo. Veintitrés años de edad… su letra escarlata.

—Supongo que todos los Supermán tienen su kriptonita, ¿eh, Lois?

—Ace… No pretendía…

—Sí, lo pretendías. Has dicho todo lo que ha cruzado ese confabulador cerebrito tuyo, y has pretendido decir todo lo que has dicho.

Se apartan el uno del otro cuando el camarero los interrumpe,

—Buenas noches, señor. ¿Desea algo para beber?

—Arsénico. Deje la botella.

Kelli le lanza una mirada.

—Coca-cola.

—¿Señora?

—Otro botellín de agua, por favor.

El camarero se marcha.

—Ace…

—Eso fue hace mucho tiempo, Kelli, una vida entera. Las cosas cambian. Yo no soy la misma persona, esto no es un partido de fútbol, y no hay ninguna «S» en mi pecho. Cuéntaselo a la gente equivocada, y las balas empezaran a volar… y éstas vendrán del lado americano de la ecuación.

—Tengo algo en mente.

—Y yo te he dicho que no estoy interesado. —Se frota los párpados—. Mira, estoy cansado. Ambos lo estamos. Ahora mismo, lo único que quiero es que estemos juntos.

—Eso no funciona así. Tengo acceso a información que podría cambiar las vidas de un montón de personas. Tengo una responsabilidad…

—Mi primera responsabilidad es mi familia.

—Con más razón…

—Joder, Kelli, ¡he dicho que no!

Ace aparta la mirada.

Kelli mira a su marido.

«Quizá estaba equivocado. Algunas cicatrices son tan profundas que nunca desaparecen».

Kelli coge su mano.

—Oye, lo siento.

—Nunca sabes cuándo parar.

—He dicho que lo siento. ¿Vas a estar de morros toda la noche?

—Esto es peligroso. Debido a mi pequeña diatriba en Washington, van a vigilarme de cerca. Y, técnicamente, tú aún eres parte de la maquinaria de Cheney.

—Exactamente. Sé dónde están escondidas las minas, y dónde están enterrados los cuerpos.

—No vamos a seguir discutiendo eso, fin de la historia.

Los ojos de Kelli se endurecen.

—No, Ashley Futrell, déjame decirte cómo va a terminar de verdad la historia. Van a pasar cosas. Cosas malas. Cosas como las que ocurrieron el 11-S, pero a una escala distinta. El mundo se ha convertido en un yesquero, y hay gente en ambos bandos de la ecuación tirando cerillas.

—Y a alguna de esa gente tú y tu prima los ayudasteis a llegar al poder.

—Ya me he declarado culpable, y ahora quiero hacer algo al respecto. Algo radical. El reloj está avanzando, Ace, la cuestión es… ¿Estás preparado para volver al partido?

* * *

Una hora después están en el exterior, respirando el frío aire de invierno. El aperitivo de conversación ha convertido su cena en algo desagradable, y apenas han hablado una palabra durante el plato principal.

Ace levanta el brazo para llamar un taxi.

—No, caminemos, por favor.

Se dirigen al norte, con Central Park a su derecha. La noche bulle con el tráfico de Manhattan y las luces festivas.

—Ace, siento haber estropeado la noche. Es sólo que… he estado pensando en cosas.

—Ya lo veo. Es una pena que no pensaras en esas cosas mientras trabajabas para Dick y Rummy.

—Ya basta. —Bloquea su camino—. Basta de golpes bajos esta noche, ¿de acuerdo? Vamos a pasar juntos esta noche. Arreglaremos el resto por la mañana.

Ace ve la urgencia en sus ojos.

—Vale. Basta de peleas.

Ella señala al otro lado de la calle, a la esquina noroeste de la 72 y el edificio Dakota.

—Ahí fue donde dispararon a John Lennon. Demos un paseo por el parque. Quiero ver el monumento conmemorativo.

Antes de que Ace pueda hacer alguna objeción, ella ya está dirigiéndolo hacia el este, a través de Central Park. Siguen un estrecho camino que se abre a un claro, un jardín estéril por el frío. Un mosaico compuesto por piedras de todo el mundo yace ante ellos, un tributo al músico y activista de paz. La palabra Imagine es visible bajo la luz de la luna.

Dos mujeres están dejando flores, colocándolas entre otras que se han acumulado desde el último aniversario de la muerte de Lennon, sólo una semana antes. Las mujeres asienten a Ace y Kelli, y después se alejan por el camino.

Ace mira el monumento.

—Todavía puedo recordar el día que murió.

Kelli aprieta su mano.

—Tuvo la idea correcta. ¿Qué crees que haría Lennon si estuviera vivo todavía? ¿Crees que se mantendría firme? ¿Se mudaría a Montana?

—Seguramente daría un concierto y haría que la gente se concienciara. Organizaría un mitin político, o algo así.

—¿Crees que conseguiría algo?

—No lo sé. Quizá contra Nixon tendría una oportunidad, pero no contra estos tipos. Tienen las raíces demasiado profundas.

Kelli se acerca más.

—Ace, el único modo de evitar que la sociedad caiga por el precipicio es un cambio radical. Piensa en ello.

Antes de poder responder, Kelli se inclina y lo besa apasionadamente, sorprendiéndolo.

Después de un largo momento se aparta y lo abraza, con lágrimas en los ojos.

—Te quiero, Ace. Sé que has estado sufriendo, y sé que lo que pasó hace años te ha cambiado, pero la fuerza que te hacía especial… está aún en tu interior, esperando para salir. Sé que suena cursi, pero ¿no es el momento de que encuentres el camino de vuelta a casa?

Ace empieza a responder cuando las sombras se mueven, atrayendo su atención.

El hombre es alto, al menos de uno noventa y cinco. Alto y delgado. Lleva un chubasquero oscuro y las manos enterradas profundamente en los bolsillos. Sus ojos oscuros y sus cejas espesas son apenas visibles bajo el gorro de nieve de lana de los N.Y. Giants. Bien afeitado. Europeo.

El pelo se le eriza cuando el desconocido se acerca. Un intenso olor a aftershave llega primero, seguido por palabras que se deslizan tras un resto de acento ruso.

—Nunca fui fan de los Beatles, ¿sabéis? Me gustaban más los Rolling Stones.

Una falsa sonrisa.

Un cegador destello de luz, acompañado de un doble chasquido en el gélido aire de diciembre, y el sonido se silencia.

La frágil mano de Kelli se suelta del abrazo de Ace. Él la sostiene mientras cae, con la mente a mil por hora. Todo se mueve de modo surrealista y su pulso es un atronador sonido de tambores en sus oídos. La dolorida expresión de su amada queda congelada en el tiempo. Sus ojos, instintivamente, buscan al extraño (desaparecido) incluso mientras un constante hilo de sangre se desliza entre sus dedos, calentando la mano con la que sujeta la espalda de su agonizante esposa. Presiona su rostro contra su mejilla mientras la sangre sube por su laringe, ahogando sus últimas palabras.

Un último latido… y ella muere.

Ace amordaza sus emociones, incapaz de comprender lo que acaba de pasar… lo que está aún pasando. La realidad explota. Hace añicos la noche con un grito gutural, y es incapaz de apartarse del cuerpo roto de su esposa. Sus gritos refutan al huido asesino, maldiciéndolo, enfureciéndose, con el alma rota y su existencia sumida en una tormenta de locura, en un abismo tan profundo que nunca encontrará el camino de vuelta a casa.

Para Ashley Futrell, «Ace», el tsunami acaba de llegar. El mundo tal como lo conocía ha desaparecido… y nunca volverá a ser el mismo.

«Nuestra sociedad está dirigida por dementes con objetivos demenciales. Creo que estamos siendo gobernados por maníacos con fines maníacos, y creo que es probable que se me tome por loco por expresar esto. Ésta es la verdadera locura de todo esto».

John Lennon.

«Un anteproyecto (Reconstrucción de la Defensa de América) escrito en septiembre del 2000 por el comité de expertos neoconservadores, Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, fue aprobado por Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Jeb Bush y Lewis Libby. El plan muestra que el gabinete de Bush pretendía tomar el control militar de la región del Golfo estuviera o no Saddam Hussein en el poder».

Michael Meacher, MP, ministro de Medio Ambiente de

Inglaterra (1997-2003), extracto de

«La guerra contra el terrorismo es una falacia»,

The Guardian, 6 de septiembre de 2003.

«¿Cómo es posible que el Pentágono fuera atacado una hora y veinte minutos después de que comenzaran los ataques? ¿Por qué no hubo respuesta de la base de las fuerzas aéreas Andrews, a sólo dieciséis kilómetros de distancia, y sede de la Guardia Aérea Nacional, responsable de la defensa del cielo sobre la capital del país? ¿Cómo consiguió Hani Hanjour, un hombre que fracasó como piloto de Cessna en su primer vuelo en un Boeing, ejecutar una difícil maniobra acrobática para golpear el Pentágono? ¿Por qué golpeó el ataque el ala recién renovada, que estaba casi vacía y no alojaba ninguna dependencia principal?».

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