CAPÍTULO 39

HOTEL PALACE DEL MAR ROJO

Jiddah, Arabia Saudí

6 de octubre de 2012

Sábado, 1:26 A.M. Hora local

Una brisa fresca sopla a través de las puertas abiertas del balcón, que ofrece unas preciosas vistas del mar Rojo. Scott Santa yace con los brazos abiertos encima de una de las camas de matrimonio de la habitación. Apura un porro mientras ve la retransmisión en directo del debate presidencial. En la segunda cama hay un par de prostitutas asiáticas, abrazadas la una a la espalda de la otra como si fueran cucharas. Una de ellas empieza a roncar, así que le sube el volumen al televisor.

Unos nudillos golpean la puerta de la habitación.

—Servicio de habitaciones.

—Ya era hora.

Deja la colilla del porro en el cenicero y se pone unos calzoncillos para abrir la puerta. La policía saudí entra en tropel en la habitación, con sus armas apuntándole a la cara.

—¡Al suelo! ¡De rodillas!

—¡Americano! ¡Soy americano! ¡Mi compañía trabaja con…!

—¡Silencio! —dice uno de los policías, golpeándole con una porra en la parte de atrás de su cabeza.

Las dos mujeres desnudas se cubren mientras a su cliente lo sacan a rastras y esposado de la habitación.

REFINERÍA DE PETRÓLEO ABQAIQ

Arabia Saudí

4:16 A.M. Hora local

—¡Hoy vamos a cambiar la historia! ¡Primero, reclamaremos los recursos que han sido robados de nuestra nación, y luego reclamaremos la nación árabe al completo!

Cuatro mil trabajadores, la mitad de ellos nacionalistas extranjeros, vitorean la retransmisión en directo por Internet del príncipe Alwaleed bin Talal y sus seguidores, miembros del movimiento Ashraf.

Desde el 2005, Al-Qaeda y otros grupos extremistas islámicos han lanzado una docena de ataques fallidos contra la refinería de Abqauq, el sitio más seguro y protegido de toda Arabia Saudí. El ataque de esta noche ha sido el más efectivo. La combinación de ocho meses de propaganda revolucionaria a los trabajadores (los cuales siempre han despreciado a la Casa de Saud) y tres semanas de trabajo sin cobrar por culpa de unos «Problemas técnicos» en el Banco Nacional ha dado fruto.

Ahora, horas después de la toma, los alzados se han reunido por cientos en el complejo, muchos con armas, lanzando vítores ante la llegada del ejército Saudí y sus vehículos militares.

En Arabia Saudí, la Guardia Nacional, formada por beduinos leales, es quien se ocupa de la protección de la realeza y de las ciudades más importantes del reino. La Fuerza Armada Saudí, mucho menor en número de tropas, está ubicada intencionadamente fuera de los principales centros gubernamentales, para dificultar un posible golpe de estado militar.

Sin embargo, el hecho de que se mantenga a estas levas de soldados descontentos aisladas sólo facilita que los líderes de Ashraf se los lleven a su bando. Con la toma del complejo Abqaiq, los militares se han movilizado, mandando docenas de máquinas de guerra Bradley, así como otros vehículos blindados que entran a través de las puertas abiertas de la refinería.

Mientras tanto, en un edificio de la administración fuertemente protegido, Ramzi Karim tiene una reunión con los consejeros militares que están coordinando la revolución.

—El complejo está asegurado —informa el general al Jaber—. Siete heridos, nada serio, todos miembros del Ministerio de Interior. Los trabajadores americanos siguen retenidos en sus dormitorios, tal y como acordamos. El personal de Aramco que ha mostrado lealtad o simpatía a la realeza ha sido separado del grupo y está bajo vigilancia en la cafetería.

Ramzi asiente.

—¿Y la infraestructura?

—Estamos colocando explosivos en las estaciones de separación y las plantas de gas natural —dice Mohammed Zayed, otro oficial saudí de Aramco descontento—. Los equipos de demolición están saliendo ahora mismo hacia las estaciones de bombeo.

—Asegúrense de que los equipos de televisión graben esto cuando lleguen. Ahora infórmenme sobre las bases militares.

—El mando de la zona oriental informa de que Dhahran ha quedado asegurada.

—El mando de la zona norte en Hafr al-Batin informa de lo mismo. Cuatro pilotos saudíes han sido arrestados, y el resto de los miembros de la realeza no se han presentado a sus puestos desde que las cuentas de banco fueron purgadas.

Ramzi sonríe.

—¿Y que hay de las bases en Tabuk y Khamis Mushayt?

—Los centros de mando de las zonas noroeste y sudeste han quedado asegurados, creemos que las bases no serán un problema. ¿Cómo responderán los clérigos?

—Esperarán y verán que pasa.

—Todavía tenemos a nuestro favor el factor sorpresa —le recuerda el general—. Puede que debamos considerar hacer un movimiento en Riad, con el rey y los ministros en Francia…

Ramzi niega con la cabeza.

—Si entramos en Riad ahora, estaremos invitando a las Fuerzas Armadas estadounidenses a entrar en juego, y una confrontación directa es lo último que queremos. La refinería puede que sea nuestra moneda de cambio, pero esto es tan sólo una batalla, y hay asuntos en América que deben quedar resueltos antes de que demos el siguiente paso en nuestra revolución. La última cosa que necesitamos es parecer un régimen de islamistas radicales. Dejemos hacer ver que la realeza está desesperada. Nuestro primer objetivo será ganar la batalla ante los medios de comunicación occidentales y la confianza de nuestro propio pueblo.

BOCA RATÓN, FLORIDA

6 de octubre de 2012

7:40 A.M. EST

Jennifer Wienner conduce hacia el sur a lo largo de la interestatal A1A. El brillante y azulado Océano Atlántico está a su izquierda, mientras que los condominios están a su derecha. Está feliz de ver el esfuerzo empleado en su campaña, pero aún falta algo para sentirse plenamente satisfecha.

Las últimas encuestas indican que el senador Mulligan ha aumentado su diferencia sobre la secretaria Clinton en un treinta y nueve por ciento, y el gobernador Prescott les sigue a la zaga con un veintiuno por ciento. El cinco por ciento restante corresponde a los indecisos. Aún más importante, el país apoya el retiro inmediato de las tropas destinadas en el Medio Oriente y, además, está de acuerdo en seguir un plan de energía verde.

Pero claro, los datos de las encuestas no significan nada cuando estás tratando con el sistema «haz-como-que-ganamos-siempre», un sistema en el que ella sabe que es capaz de ganar con su propia «Sorpresa de Octubre» en cualquier momento.

* * *

La «Sorpresa de Octubre» originaria data de las elecciones presidenciales de 1980, cuando la liberación de los rehenes americanos de Irán iba a garantizar la reelección al demócrata Jimmy Carter, cuya administración estaba preparando un segundo intento de rescate.

Cuando la noticia del intento de rescate llegó a oídos de la campaña Reagan-Bush, éstos realizaron una maniobra publicitaria, lanzando una advertencia al pueblo en la que se decía que el presidente Carter estaba preparando una «Sorpresa de Octubre» solamente con el fin de ganar las elecciones. Mientras tanto, el antiguo director de la CIA, George Bush, y otros miembros del equipo Reagan se reunieron en secreto con un representante iraní y otro israelí en un hotel de París, forjando un acuerdo en el que se prometía recompensar a Irán con armamento y repuestos militares a cambio de no liberar a los rehenes americanos hasta después de las elecciones.

El 21 de octubre, Irán rompió las negociaciones con la administración Carter y dispersó a los rehenes en diferentes localizaciones con el fin de disuadir otro intento de rescate. Dos días después, una carga de ruedas de avión F-4 llegó a Irán desde Israel sin que la administración Carter supiera nada. Reagan ganó las elecciones y los rehenes fueron liberados el 21 de enero de 1981, tan sólo minutos después de que el candidato republicano hubiera jurado su cargo como Presidente.

* * *

Tras dejar la A1A en Palmetto Park Road, Jennifer aparca frente a una charcutería. Entra para encargar un sandwich y un café que le servirán de desayuno, y luego sale a pasear. Llega hasta un pabellón frente al océano para disfrutar de su comida.

Hay una docena de bancos. Uno está ocupado por una pareja que rondará los setenta, otro por una joven corredora apenas vestida que atiende a su perrito en miniatura. Los adolescentes pasean junto a la orilla, observando a los surfistas. Playa abajo está acabando una clase de yoga, con una meditación ante el sol naciente.

Jennifer se sienta en un banco vacío y comienza a comerse su sándwich.

Pasan veinte minutos.

—¿Puedo?

Sin esperar una respuesta, Kenneth Keene Jr. se sienta al otro extremo del banco. Se quita su casco de bicicleta y saca una botella de agua y un plátano de su mochila.

—Pausa para tomar potasio.

—Llegas tarde.

—Hay anuncios del senador Downing cada hora. Es como una puñetera telenovela. Estoy enganchado, no me los puedo perder. El último muestra registros médicos privados del aborto que tuvo su mujer hace seis años, sólo que entonces no era su esposa, sino una bailarina exótica.

—Supongo que un candidato que aboga por la libre elección prefiere limpiar su armario por su cuenta.

—Me sorprende hasta dónde llegan con esas cosas. Es como… es como si pudieran leer su mente.

—¿Algo sobre nuestro chico?

—Nada, tan sólo rumores, nada sólido. Creo que vamos a abandonar, las cosas se están poniendo muy tensas.

La mujer se queda mirando al océano.

—Antes de que lo hagáis, necesito que localices a alguien. Su nombre es Armond Proctor, su apodo es Dale. Caucásico. Acabando los cincuenta, un antiguo marinero que trabajaba con explosivos en instalaciones petrolíferas de ultramar para Dresser Atlas en Luisiana. Iba a trabajar para la NSA como analista de sistemas en el 94. Pasó cinco años en distintos sitios antes de que Diebold lo contratara. Desapareció durante las elecciones del 2000.

—¿Estás segura de que está vivo?

Al oírle, la mujer se pone de pie, apuntándole con un trozo de sándwich.

—Está vivo. Quiero que lo encuentres, antes de las elecciones.

MONUMENTO DE WASHINGTON

WASHINGTON D.C.

6 de octubre de 2012

7:38 A.M. EST

La torre blanca del obelisco mide unos ciento setenta metros. Su imagen se refleja en las aguas del estanque que se extiende hacia el oeste, en dirección al Lincoln Memorial.

Scott Swan ve a Howard Lowe sentado en un banco del parque leyendo un periódico. El director del Departamento de Seguridad Nacional no levanta la vista cuando el contratista de Defensa se sitúa a corta distancia y finge hablar por su teléfono móvil.

—Escucho.

—Tengo información —dice Lowe—, pero tiene un precio.

—Dígalo. Sultan está desesperado.

—No es sobre Sultan. Esto tiene que ver con usted. Doscientos de los grandes.

—¿Doscientos mil? Está loco.

Lowe sigue leyendo.

Swan maldice al teléfono.

—De acuerdo, dígame lo que tiene.

—Hemos calculado que la cifra en fondos robados es casi de un trillón de dólares. La mayor parte es dinero sucio, así que las instituciones siguen calladas, al menos las de occidente. En alguno de estos países, los banqueros están volviendo en bolsas de cadáveres.

—¿Y cómo han sido transferidos los fondos?

—Promis. Alguien ha creado un gusano muy inteligente. ¿Se acuerda de Kelli Doyle?

—¿La del NSA? Pensaba que había sido eliminada.

—Sí, pero no antes de que le pasara el Promis a su marido. Maldita puta sabionda. A él lo hemos pillado dos veces, y las dos se nos ha escapado. Le perdimos la pista en Canadá. No tenemos ni idea de dónde están sus hijos. Hace siete semanas apareció en Riad, en el Banco Nacional.

—¡Maldita sea! ¿Tiene idea de…?

—Sí.

—¿Puede revertirse el proceso? ¿Seguir el rastro del dinero?

—No sin el gusano.

—¿Y ahora, dónde está el marido de Doyle?

—Lo tienen los saudíes. No saben quién es, o lo que ha hecho.

—Dime dónde está ahora.

—En Inakesh.

«Hemos descubierto cómo golpear a los judíos allí donde más les duele. Los judíos aman la vida, así que eso es lo que les quitaremos. La victoria es nuestra, porque ellos aman la vida, y nosotros, la muerte».

Sheik Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá

(la Unión Europea ha rechazado en repetidas ocasiones incluir a

Hezbolá en su lista de organizaciones terroristas).

«Hemos fracasado a la hora de conseguir que nuestros hijos amen la vida. Les hemos enseñado a morir por Alá, pero no les hemos enseñado a vivir en la gloria de Alá».

Abd Al-Hamid Al-Ansari, ex Decano de la Ley Islámica,

Universidad de Qatar, 2005.

«Son un grupo muy persistente. Siguen insistiendo cuando creen que han tenido una buena idea».

Steven Simon, antiguo oficial de Seguridad Nacional de la Casa

Blanca y autor del libro The Next Attack, en referencia a Al-Qaeda y los

yihadistas islamistas, después de su intento fallido de hacer explotar

varios aviones comerciales estadounidenses que salían de Londres.

Newsweek, edición del 21 al 28 de agosto de 2006