Auditorio McAlister, Universidad de Tulane
Nueva Orleans, Luisiana
3 de octubre de 2012
8:04 P. M. EST
—Buenas tardes desde la Universidad de Tulane, en la revitalizada ciudad de Nueva Orleans. Soy Katie Couric, y me gustaría darles la bienvenida al primero de los debates presidenciales de este año, en el que participarán la secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton, como candidata por el partido demócrata; el gobernador Ellis Prescott, candidato por el partido republicano, y el senador Edward Mulligan, candidato por el partido verde. Esta noche, el debate se desarrollará durante noventa minutos, siguiendo unas reglas de turnos aprobadas por los representantes de los tres candidatos. Los asuntos a debatir se centrarán en la política de exteriores y la seguridad nacional. Todas las preguntas que se formularán han sido ideadas por mí, y no han sido discutidas con anterioridad con los candidatos. Cada una de estas preguntas tendrá un turno de respuesta de dos minutos, y otro de refutación por parte de los otros dos candidatos de noventa segundos. Además, si yo lo decido así, el tema tendrá una extensión de un minuto más para profundizar en la discusión. Como regla, los candidatos no se podrán realizar preguntas directas entre ellos. El debate terminará con un turno de dos minutos para cerrar temas. Senador Mulligan, la primera pregunta va dirigida a usted.
»Senador, han pasado once años de los ataques de Al-Qaeda en territorio estadounidense. Desde entonces, se han sucedido tres intentos fallidos de derribar aviones comerciales nuestros, y dos intentos de atentando con bombas, uno de ellos hizo explosionar un tren de metro entero. A lo largo de las últimas dos semanas, en Internet se han encontrado extractos de unas memorias no publicadas escritas por la difunta Kelli Doyle, ex Consejera de Seguridad Nacional en la administración Bush, la cual fue asesinada el pasado mes de diciembre. Estos extractos aluden a un ataque nuclear sobre territorio estadounidense que podría preceder a la invasión de Irán. Mi pregunta es, senador: ¿Le da credibilidad a esas memorias? Y si es así, ¿por qué cree que haría un mejor trabajo que el gobernador Prescott y la secretaria Clinton a la hora de prevenir estos ataques?
—Gracias, Katie. Primero, me gustaría decir que todos en Capitol Hill estamos bastante preocupados por la información que ha surgido, así como por las acusaciones vertidas por el movimiento neoconservador. La posibilidad de que una bomba sucia, o un arma biológica, cayera en manos de los terroristas siempre ha sido uno de nuestros mayores temores. Cualquier grupo o individuo que apoye o trabaje para provocar una situación tan horrorosa como ésa debería ser colgado del cuello por traición. En lo que respecta a esa información, es muy difícil darle credibilidad a un informe cuyo autor no se encuentra entre nosotros para poder presentar evidencias de lo que dice. La señora Doyle era una neoconservadora de pura cepa, y esto bien podría ser una táctica diseñada para crear miedo y para influir en nuestra gente. Nuestro ex vicepresidente Cheney nos ha dado claros ejemplos de este tipo de tácticas multitud de veces desde que el presidente Obama subió al poder. ¿Que si creo que podría hacer un mejor trabajo que mis dos directos competidores a la hora de prevenir ese tipo de ataques? Absolutamente. Las últimas dos administraciones nos han estado hablando de lo peligroso que es todo, pero no han querido apoyar económicamente la seguridad de nuestros puertos y aeropuertos de la manera adecuada. Osama bin Laden seguramente ha muerto, y jamás fue capturado, y el Golfo Pérsico sigue siendo un hervidero que sólo ha empeorado desde que invadimos Irak. Como presidente, mi objetivo primordial sería liberarnos de esas tensiones. Primero, ideando una estrategia de salida que sacara a todas nuestras tropas de lo que esencialmente se ha convertido en una guerra civil Sunita-chiita. Segundo, desintoxicaré a la economía estadounidense de su adicción al combustible fósil de una vez por todas. La invasión de Irak no tiene nada que ver con el 11-S, sino más bien con un plan neoconservador que busca controlar todo Medio Oriente y sus reservas de petróleo. Invadiendo Irak, tan sólo hemos aumentado la amenaza que representan los islamistas radicales, si bien después del 11-S podríamos haber hecho uso de la buena voluntad mundial para aislar a los extremistas. Nuestros dos últimos presidentes han hablado de apoyar el uso de energías alternativas durante sus Discursos del Estado de la Unión, aunque finalmente nunca se ha trabajado para conseguir nada parecido, y la legislación vigente ha hecho muy pocos progresos en lo que a consumo de gas se refiere para reducir el calentamiento global, dejándolo siempre todo para más adelante. Al mismo tiempo, los precios de los carburantes siguen subiendo vertiginosamente, y las compañías de petróleo ganan billones de dólares cada semana. Bueno, pues yo tengo otra línea a seguir. Una diferente a entrar en un ejercicio de retórica interminable. Juntos podremos seguir los pasos necesarios para que, de una vez por todas, vivamos en una nación libre de su adicción al petróleo, y eso, Katie, es lo que hará de nuestro país un país más seguro.
—¿Gobernador Prescott?
—Katie, hay una razón muy sencilla por la que nuestro país no ha sufrido un ataque mayor desde el 11 de Septiembre del 2001, y es gracias a la administración Bush, respaldada por el partido republicano y el senado. Durante esa legislatura, se ideó un plan de medidas para ir a por los malos, y nuestra nación permaneció protegida y segura. El presidente Obama canceló muchas de esas medidas, y además cerró la prisión de Guantánamo. Mis oponentes podrán decir que las escuchas y las tarjetas identificativas no son más que una invasión de la privacidad, que esa parte de la Ley Patriótica era una infracción a nuestro derecho a vivir en una sociedad libre, y si usted les cree, entonces el 8 de noviembre debería darle su voto a los demócratas, o desperdiciarlo dándoselo al partido verde. Personalmente, como ciudadano que respeta la ley, les doy las gracias a los republicanos por hacer su trabajo cuando Al-Qaeda estaba herido, y respecto a esos últimos rumores, Kelli Doyle sirvió a su país honorablemente, pero veo demasiado conveniente el adjudicarle esa información a una mujer que ha fallecido, especialmente justo antes de las elecciones presidenciales. Personalmente, creo que esa información ha salido a la luz de la mano de algunas organizaciones libres de impuestos, con lazos dentro del departamento liberal del partido demócrata. Cuando leo un correo electrónico que involucra a patriotas americanos, como el anterior vicepresidente, Dick Cheney, con ataques nucleares… bueno, simplemente me asquea ver que los miembros de nuestro partido y sus familias quedan expuestos por culpa de maniobras políticas deshonestas como ésa.
—¿Secretaria Clinton?
—Como ex primera dama, y como senadora de Nueva York, y tras servir con orgullo como secretaria de Estado junto al presidente Barack Obama durante estos tres largos años, he visto de primera mano cómo la diplomacia, apoyada por un fuerte compromiso con la seguridad nacional, ha mantenido a nuestro país libre, sin que nuestra moralidad se viera afectada. Como presidente, continuaré con la doctrina Obama al mismo tiempo que reforzaré nuestros límites de seguridad.
—¿Senador Mulligan?
—El gobernador acusa a los demócratas de realizar una política deshonesta. Cuando se trata de política deshonesta, Karl Rove escribe el libro, y los republicanos lo publican, y en lo que respecta a la Ley Patriótica, todavía estoy esperando evidencias que indiquen que esas leyes impidieron un ataque, o que ayudasen a la captura de un único terrorista. Lo que la Ley Patriótica ha hecho es reírse de nuestra Constitución. Si el pueblo americano supiera qué es lo que hay escrito en este documento tan difícil de consultar, ya estarían marchando hacia Washington. Simplemente, veámoslo de este modo. La Ley Patriótica legalizó tácticas dignas de la Gestapo, permitiendo que el gobierno federal investigara a cualquiera, por cualquier razón, sin importar las pruebas. Y, si estabas siendo investigado, había una cláusula que te impedía hablar de la investigación. El hecho de que la Ley Patriótica pasase por encima de los miembros de nuestro Congreso sin tener tan siquiera la oportunidad de leerla permitió que la Casa Blanca la utilizara como herramienta para monopolizar su poder. El presidente Obama prometió transparencia en la Casa Blanca cuando salió elegido, pero eso nunca se ha hecho realidad. El gobierno sigue realizando escuchas y actuando en secreto, y todas las páginas web de la administración Obama en las que se detallaba ese estímulo de un trillón de dólares han sido cerradas durante el primer año de mandato.
—¿Gobernador Prescott?
—Una vez más, el senador muestra la diferencia entre la visión liberal del mundo y las acciones necesarias para proteger nuestra democracia de aquellos que nos atacarían. La situación más clara y a la vez temible del mundo en el que vivimos es que hay una secta de islamistas radicales que están listos y dispuestos a atar bombas a su pecho con el fin de matarnos, y eliminar el petróleo de nuestra economía no va a hacer que cambien de opinión. Sabemos de lo que son capaces. Hemos visto más de una vez sus ansias de asesinato y destrucción. Añada a eso un gobierno traicionero y villano como el de Irán, enriqueciendo uranio para crear bombas nucleares, y tendrá la receta precisa para crear un buen desastre. Recuerde, tenemos que afrontar desafíos y superarlos a la perfección, continuamente. Ellos tan sólo tienen que tener éxito una vez. La Ley Patriótica es una herramienta esencial para acabar con los malos, fin de la historia.
SMOKEY HILLS, KANSAS
6:49 P.M. MST
El agente especial Elliot Green está llenando el tanque de gasolina de un Honda Accord en una estación Exxon. Sus ojos están enrojecidos y se mantienen fijos en una furgoneta blanca que avanza hacia la entrada de un McAuto que hay al otro lado de la autopista. Luego ve que un hombre baja corriendo hacia el lavabo de caballeros, dejando la furgoneta en la ventanilla de pago del McAuto.
Cierra el tanque y vuelve al interior del coche alquilado. Una vez dentro, sube el volumen de la radio para escuchar el debate presidencial.
En la calle, la furgoneta sale de la entrada del McAuto y se dirige a la Estatal 83, hacia el sur. El vehículo del agente del FBI se mantiene a siete coches de distancia.
* * *
Elliot Green había estado siguiendo de cerca la furgoneta conducida por Michael Tursi y Shane Torrence durante dieciséis horas. Después de dejar el aparcamiento abandonado de Flagstaff, los dos sospechosos había cogido rumbo este hacia la Interestatal 40, saliendo de Arizona. Para cuando entraron en Nuevo México, Green estaba hablando por teléfono con la oficina del FBI en Phoenix.
Phoenix no era la oficina del FBI más cercana a Flagstaff, pero era en la única que Green confiaba. En julio del 2001, dos meses antes de los ataques del 11-S, Kenneth Williams, un agente especial del Departamento Antiterrorista del FBI de Phoenix, había alertado al cuartel general del FBI de que un grupo radical de musulmanes estaba tomando clases de vuelo en Arizona. El informe de Williams al director Robert Mueller del FBI mencionaba específicamente la posibilidad de que se produjese un secuestro de avión. Williams solicitó la vigilancia de todas las escuelas de aviación del país para intentar discernir un patrón, pero su requerimiento fue rechazado. Durante la subsecuente investigación, el director Mueller clasificaría el informe, negándose a mostrarlo a los miembros de la comisión del 11-S del senado.
Green le había dado al FBI de Phoenix la localización del aparcamiento, junto a la matrícula de la furgoneta. También le había hablado de las llamadas que Schafer, el director del FBI, le había hecho a Michael Tursi.
Mientras tanto, la furgoneta seguía su rumbo hacia el norte, entrando en Colorado, zigzagueando y callejeando antes de seguir su camino hacia la Interestatal 70. El director de la oficina de Phoenix había telefoneado a Green para informarle de que el aparcamiento había explotado y ardido hasta los cimientos. Ya que el agente especial había sido suspendido, el director de Phoenix se vio obligado a dar esa misma información a sus propios superiores.
La tarde del miércoles ya estaba dando paso a la noche cuando una furgoneta blanca entraba en Kansas. Por un momento parecía que iba a seguir en la Interestatal 70, pero finalmente el sospechoso sale hacia la 83 y se dirige al sur atravesando Kansas.
Elliot está exhausto. No ha dormido más de dos horas en las últimas semanas, temeroso de que pudiera perderle la pista a Michael Tursi. Se está quedando sin cafeína, sin adrenalina, incluso sin miedo… miedo a una explosión nuclear inminente, miedo a que un solo error pudiera costarle la vida a millones de personas.
Había escuchado una y otra vez la conversación telefónica entre el Director Schafer y Michael Tursi docenas de veces mientras conducía, desesperado por descifrar su clave.
—La paciente ya está de parto.
«Eso significa que el ataque será inminente».
—¿En que hospital será?
—En el Hospital de St.Mary
—¿Tan pronto?
«Eso indica que el nombre del hospital indica la fecha».
—¿Está listo el doctor para atender el parto?
«Se refieren al profesor Bi».
—Está listo. He oído que van a ser gemelas.
«Bi ha construido dos bombas, listas para ser depositadas en los objetivos. Dos furgonetas, dos bombas. Para evitar a la segunda, debo detener la primera».
* * *
La necesidad de orinar se hace insoportable. Elliot aprieta sus piernas, la una contra la otra. Su vejiga parece estar a punto de explotar. Había empezado a echarse a un lado de la carretera, cuando la furgoneta blanca, sin previo aviso, gira hacia la izquierda para dirigirse hacia el este a través de Jayhawk Road.
Entran en un valle desértico conocido como Smoky Hills. Ésta fue la primera zona seleccionada por el Departamento de Interior de los Estados Unidos para declarar reserva natural. Las planicies que la componen datan de un millón de años atrás, del periodo cretácico, cuando Kansas estaba cubierta de aguas revueltas y pobladas por plesiosaurios de quince metros y otros monstruos prehistóricos. Ahora, el valle es un desierto fosilizado, con enormes formaciones calizas que llegan a los doscientos metros de altura mezcladas con colinas y arcos de arenisca.
Elliot mira el calendario que ha comprado hace tres paradas.
«La paciente está de parto… ¿Qué fecha sería? ¿Una festividad?».
Pensando esto, comprueba de nuevo el calendario.
«Tal vez Halloween… espera, el lunes es el Día de la Hispanidad. ¿Tan pronto? ¿Y qué tenía que ver el hospital de St. Mary con el Día de la Hispanidad? Cristóbal Colón. 1492. Tres Naves… ¿Qué nombres tenían? La Pinta, la Niña…».
—¡La Santa María[52]! ¡En el Hospital de St. Mary! ¡El ataque será este mismo lunes!
Casi se sale de la carretera, al mismo tiempo que la furgoneta gira de nuevo, esta vez, en dirección sur. Green sigue adelante. De repente entra en una parte más estrecha de la carretera. La furgoneta y su coche alquilado son los únicos vehículos que hay en las inmediaciones.
«Ten cuidado Elliot…».
Aminora la velocidad, pero no hay ningún lugar en el que ocultarse. Una nube de polvo se retuerce justo delante de él cuando la furgoneta sale de la carretera por un lado.
«Mierda… ¿Se han dado cuenta de que yo…? Demasiado tarde, sigue adelante y date la vuelta cuando puedas».
Green oculta el equipamiento electrónico y las evidencias que incriminan a Schafer bajo su asiento. Luego pisa el acelerador hasta ver pasar a la furgoneta a su izquierda, manteniendo la vista fija hacia delante… sin darse cuenta de la presencia del tirador que está apuntando apoyado sobre una de sus rodillas en el lado derecho.
Una ráfaga de disparos entra por la ventanilla del lado del pasajero. Las balas impactan en la cabeza de Elliot Green, salpicando todo el salpicadero con sus sesos. El coche alquilado termina saliéndose por el lado izquierdo de la carretera y sigue unas cuantas decenas de metros antes de pararse.
Shane Torrence se acerca corriendo hacia el tarmac, uniéndose a Michael Tursi. Los dos oficiales de AE se aproximan al vehículo parado, con las armas apuntando.
Tursi abre la puerta del conductor. Devuelve de un empujón el cadáver hasta su asiento.
Torrence mira la cara ensangrentada de Green. Los ojos del hombre aún están abiertos como platos, por la sorpresa.
—Oh, mierda.
—¿Qué? ¿Conoces a este tipo?
—Es un agente del FBI, el que andaba tras la pista de Bi.
—¿Lo ha enviado Schafer?
—¿Quién si no?
—¡Bastardo incompetente!
El Turco dispara sobre el pecho de Green cuatro veces, haciendo que Torrence se eche a un lado buscando protección.
—¡Tranquilízate Turco!
Con el cañón de su pistola, Torrence rebusca entre las ropas de Green. Finalmente, localiza su teléfono móvil en uno de los bolsillos de su pantalón. Con mucho cuidado, lo extrae y limpia los restos de sangre que tiene en la camiseta del agente muerto.
—Bueno, comprueba las llamadas que ha hecho, veamos con quién ha estado hablando.
—Sí.
Tursi mira a su alrededor. La llanura se extiende interminablemente, rodeando aquí o allí algunas enormes rocas dispersas.
—Deshazte de él mientras cambio la matrícula de la furgoneta —dice Tursi, señalando al sudeste.
Torrence asiente y se pone a buscar en el suelo. Coge varias piedras grandes mientras Tursi se dirige hacia la furgoneta y saca una nueva matrícula envuelta de debajo de su asiento. Es de Ohio. Coge un destornillador de la caja de herramientas, quita la antigua matrícula y la cambia por la de Ohio. Mientras, Torrence arranca el coche de alquiler del policía y ajusta el volante para que se dirija hacia la llanura abierta. Luego, sujeta el acelerador con las piedras que ha recogido y mete la primera marcha, para así mandar los restos de Elliot Green hacia un mar de arena sin fin.
«¿Dónde estaban los militares? El general Richard Myers y Mike Snyder (Portavoz del NORAD[53]) afirmaron que ningún avión militar despegó hasta después del ataque al Pentágono (9:38). Aun así, el vuelo 11 de American Airlines mostró dos de los más claros signos que evidencian un secuestro a las 8:15. Eso significa que los procedimientos que normalmente se ponen en marcha en diez minutos, esta vez no lo hicieron hasta pasados ochenta minutos. Ese enorme retraso sugería una contraorden que cancelaba los procedimientos estándar».
Profesor David Ray Griffin.
«Las Increíbles Historias de la Comisión del 11-S».
«Un informe de Kenneth Mead, inspector general del Departamento de Transporte, decía que el encargado del centro de control de tráfico aéreo de Nueva York pidió a los controladores que hicieran un informe de su experiencia horas después de los ataques, pues creía que podrían ser de ayuda para las autoridades. En algún momento entre diciembre de 2001 y febrero del 2002, un inspector de calidad de la aseguradora de la Administración Federal de Aviación sin identificar estrujó el casete con sus manos y cortó la cinta magnética en pedacitos pequeños que luego desperdigó por diferentes papeleras, según decía su informe. El inspector dijo que había destruido la cinta porque violaba la política de la FAA, en la que se prohibía a los controladores que hubieran intervenido en el accidente de un avión que realizaran cualquier tipo de registro o grabación privada».
Leslie Miller.
Periodista de Associated Press.
6 de mayo de 2004.