GARY, INDIANA
29 de septiembre de 2012
1:27 A.M. EST
Un grito rompe la noche y saca a Mitchell Wagner de un profundo sueño. Al hombretón le lleva dos minutos despertarse completamente y salir de la cama para llegar hasta la habitación de invitados, donde se encuentra con su mujer. Para entonces, los dos niños Futrell están llorando.
Yvonne está junto a la cama de la chica, abrazándola con fuerza contra su pecho. Sammy, al ver a su hermana tan asustada, ha comenzado a llorar.
—¿Qué ha pasado?
—Estaba soñando. Llévate a Sam a la cocina para que tome un poco de leche.
—¿Y con qué estaba soñando?
—Sammy, ve con el tío Mitch. Hay brownies recién hechos en la nevera.
—Pero ¿qué ha sido? ¿Una pesadilla?
Yvonne le lanza una mirada a su marido. Una orden silenciosa para que salga de la habitación.
Leigh alza la cabeza, con los ojos enrojecidos por las lágrimas.
—Papá ha muerto.
JIDDAH, ARABIA SAUDÍ
Nahir se sienta en la parte de atrás del camión, con las manos dolorosamente sujetas a su espalda por unas esposas. La capucha negra de su cabeza cae cuando levanta la cabeza.
La puerta trasera se abre. Alguien lanza a Ace Futrell al interior.
Espera a que el vehículo empieza a avanzar camino abajo antes de acercarse.
—¿Ashley?
—¿Nahir?
Se coloca de rodillas y le da la espalda para intentar quitar la venda de los ojos con sus dedos.
Ace la mira, parpadeando a causa de las lágrimas
—Me has salvado.
—Y tú me has salvado a mí.
Se sienta, dolorosamente, retorciéndose entre las cadenas que lo sujetan. Nahir se inclina sobre él hasta que sus mejillas se tocan y sus labios se encuentran. Se besan frenéticamente, no por la pasión, sino por la necesidad primaria de sentir.
De repente, el camión gira bruscamente, haciendo que rueden por el suelo. Ella se acerca a él de nuevo, pero esta vez Ace se aparta. Atormentado por su cercanía a la muerte, está emocionalmente exhausto. Oleadas de náuseas recorren su cuerpo.
—Nahir, no puedo. Te estoy muy agradecido, pero todo lo que ahora puedo ver y sentir es la muerte.
—Necesito sentirte, Ashley, aunque tan sólo sea un momento.
—No puedo.
—¿Preferirías estar muerto?
—Estoy muerto. Estoy muerto para aquellos a los que importo.
—A mí me importas.
—Lo sé. ¿Qué le dijiste al general?
—Le repetí lo que me dijiste en la celda. Sabía que eso le iba a hacer reaccionar. Algunos dicen que la revolución está a la vuelta de la esquina, otros creen que será una invasión. Esos que sirven a la Casa Saud temen las represalias. No estoy segura de qué es lo que el general va a hacer ahora, pero estoy segura de que querrá respuestas. Al final, puede que únicamente te haya causado más perjuicios. Tal vez estarías mejor muerto.
Acercándose aún más, frota su mejilla contra la suya.
—Sin embargo, estoy vivo, eso es lo que cuenta.
FLAGSTAFF, ARIZONA
3 de octubre de 2012
3:20 A.M. MST
Las dos furgonetas de color blanco aceleran mientras se alejan del aparcamiento del EconoLodge. Shane Torrence y Michael Tursi están en uno de los vehículos. Marco Fatiga está en el otro.
Elliot Green espera treinta segundos antes de salir de la habitación de su hotel para seguir a las dos furgonetas en su coche alquilado.
Los dos vehículos blancos se dirigen hacia la ciudad, realizando una tortuosa ruta antes de terminar desviándose hacia un aparcamiento desértico de un antiguo taller de reparaciones. Tiene tres accesos, con cada una de las tres vallas de entrada bajadas. Michael Tursi sale de la furgoneta por la puerta del pasajero y abre la valla de en medio, permitiendo así la entrada a los otros dos vehículos. Mientras éstos entran, el Turco mira a su alrededor, comprobando que están completamente solos. Cuando queda satisfecho, también entra en el aparcamiento. Luego cierra la valla tras él.
Elliot Green mira a través de sus gafas de visión nocturna desde el supermercado de 24 horas que hay al otro lado de la autopista de cuatro vías.
Dentro del aparcamiento, el profesor Eric Mingyuan Bi sale de un bunker subterráneo que hay en el extremo más alejado y sube con dificultad la escalera que asciende desde las profundidades. Está vestido con un traje de protección completo.
—Llegan pronto. Dijeron que la cita era a las cuatro en punto.
Tursi ignora las quejas.
—¿Dónde están las gemelas?
Bi se quita el casco y los guantes, y luego activa el ascensor que tiene a su derecha. Las planchas que sellan el agujero subterráneo se abren y un ascensor con forma de «I» mayúscula asciende desde la parte subterránea.
Sujetas a la plataforma de hierro hay tres cajas de plomo.
Torrence duda.
—¿Qué pasa con la radiación? Nosotros no tenemos trajes de protección.
—Las cajas de plomo minimizan el nivel de exposición. No hay peligro —dice Bi—. Échenme una mano.
Los cuatro aúnan esfuerzos para sacar las dos cajas de metal de sesenta y cinco kilos de peso, así como la tercera, que es algo más pequeña, del ascensor. Los físicos nucleares quitan las tapas de los dos contenedores más pesados. Dentro hay otras dos cajas de metal más pequeñas, de un color verde militar y del tamaño de una taquilla de gimnasio. Una antena telefónica de unos veinte centímetros sobresale de cada una de las bombas.
El profesor Bi sonríe ampliamente.
—Tal y como prometí, dos Explosivos Especiales de Demolición Atómicos. EEDA, para resumir.
Tursi saca una de esas cajas fuera de su contenedor de protección de plomo y abre los cierres, dejando expuesto el interior de la bomba para así poder inspeccionarla.
Dentro hay un dispositivo con forma de campana que alberga una especie de lata cilindrica. Los cables van de la parte superior del dispositivo a la parte de atrás de un teléfono móvil.
El profesor Bi apunta.
—La batería del teléfono está conectada al detonador en el cilindro principal. Cuando se marque el número de teléfono, el tono mandará la suficiente potencia al detonador como para que éste explosione el C-4 que hay dentro del cilindro. Esto reventará un trozo de uranio enriquecido tras otro, comenzando una reacción en cadena que terminará en una explosión nuclear.
Torrence parece preocupado.
—¿Y si alguien, por ejemplo una empresa de telemarketing, marca el número de teléfono de una manera automática?
—Los teléfonos permanecerán apagados hasta que ustedes estén listos para usar el dispositivo. Nadie más tiene acceso a estos números.
—¿Y dónde están los números de teléfono? —pregunta Tursi.
El profesor Bi se desabrocha el traje de protección y saca un sobre de un bolsillo de sus pantalones. Se lo ofrece a Tursi.
—La cuenta de mi banco y mi número de contacto. En cuanto el pago llegue a mi cuenta, los llamaré para darles los números de teléfono.
La cara del Turco se torna roja de ira.
—¿Por qué deberíamos fiarnos de usted?
—No se equivoque, la pregunta correcta es ¿por qué debería fiarme yo de ustedes? Les he entregado las gemelas, tal y como me pidieron. Incluso he incluido un tercer contenedor de elementos radioactivos para que puedan dejar un rastro falso. El éxito de esta misión está en que tanto usted como yo podamos desaparecer en las sombras, y yo quiero que la misión tenga éxito. Recuerde que fue su gente la que «limpió» la mina, pero tenga esto en cuenta: no permitiré que usted me quite a mí de en medio también, no si quiere que las gemelas exploten.
El corazón del científico se acelera, pero se mantiene firme.
El momento es tenso. Los ojos de Tursi se quedan fijos en los del profesor.
—Mañana por la tarde. Será mejor que me dé esos dos números antes de que transcurran dos minutos desde el momento en el que la transferencia se haga efectiva.
—Los tendrá, se lo aseguro.
Tursi se gira hacia Torrence y Fatiga.
—Cargadlas y salgamos de aquí.
Los cuatro hombres llevan la pesada carga hasta las furgonetas. Uno de los EEDA queda bien sujeto dentro del vehículo en el que va Fatiga; el otro, junto con el contenedor pequeño que contiene partes radioactivas, va en la furgoneta de Torrence.
Tursi se queda un momento a parte del resto con Marco Fatiga.
—He recibido confirmación de nuestra gente en Bagdad. Han acabado con los hermanos de Omar esta mañana. Los asesinos iban vestidos como soldados americanos. La noticia recorrerá la Hermandad Musulmana hasta llegar a tu chico en un par de días.
—Eso le enseñará a enamorarse en mitad de una misión.
El profesor Bi guarda su traje de protección en un compartimento del aparcamiento.
—He llenado el agujero de TNT y gasolina. Esperaré veinte minutos antes de detonar el dispositivo.
Tursi asiente.
—¡Un momento, por favor! —dice Bi corriendo hacia Tursi mientras éste está abriendo la puerta de la furgoneta de Torrence.
—Los objetivos, ¿cuáles son?
El Turco sonríe y no dice nada.
—Al menos dígame qué día nacerán las gemelas…
Michael Tursi entra dentro de la furgoneta y cierra la puerta de un portazo. Shane Torrence arranca y aprieta el acelerador, y mientras se aleja del lugar, la furgoneta de Marco Fatiga le sigue.
PRISIÓN DE INAKESH, ARABIA SAUDÍ
Los ojos de Ace Futrell casi se salen de sus órbitas y las venas de su cuello se hinchan. Nahir no puede hacer otra cosa que apartar los ojos.
—El general Abdul Aziz le ha perdonado la vida. Ahora quiere saber cuál es su contacto en el Golfo Pérsico.
Ali Shams aprieta aún más la soga. La cuerda empieza a cortar la piel del cuello de Ace y se tensa en sus brazos, los cuales están totalmente doblados sobre su espalda y sujetos hacia arriba por la cuerda de una polea. Una segunda cuerda está atada alrededor del pene de Ace, impidiéndole orinar.
Su vejiga está a punto de estallar.
Su cara está empezando a adquirir un color púrpura. Ace gruñe, apretando los dientes.
La tensión se afloja, y él deja escapar un respiro.
—¿El nombre del contacto?
—Santa —dice apenas sin resuello—. Scott Santa. Ruso-americano, vive en Jiddah, trabaja en Riad. Por favor, libéreme, se lo contaré todo.
Nahir traduce, y el general asiente con la cabeza.
Ace cae sobre sus rodillas cuando queda liberado de las cuerdas. Con dedos temblorosos, le da la espalda a Nahir mientras suelta la sujeción de su pene. Luego suelta una meada sanguinolenta que cae sobre el suelo de cemento.
—El general está esperando.
—Es más alto que yo, caucasiano, pelo oscuro, cejas espesas. La última vez que nos encontramos fue en Nueva York, justo antes de Navidad. Trabaja en el Grupo Vinnell, y ha sido entrenado por la guardia saudí. Ahora trabaja por su cuenta, realizando trabajos como agente liberado para la CIA. Yo sé de petróleo… Santa… sabe de todo.
«El vicepresidente Dick Cheney lanzó varias advertencias respecto a que hay "altas probabilidades" de que los terroristas intenten realizar un ataque biológico o nuclear en los próximos años, añadiendo que teme que la política de la administración Obama provoque que dicho ataque tenga éxito. Cheney defendió inquebrantablemente el apoyo que la administración Bush ofreció a la prisión de Bahía de Guantánamo, así como los interrogatorios realizados a los sospechosos de terrorismo».
Político, 4 de febrero de 2009.
«El Cuerpo de Operaciones Especiales Unificado era una división especial e independiente del Cuerpo de Operaciones Especiales, el cual no tenía supervisión departamental ni congresista. Fue creado después del 11-S, y sus miembros respondían tan sólo ante el vicepresidente Cheney, que los utilizaba como brazo ejecutor asesino, seleccionando qué enemigos de los Estados Unidos debían ser eliminados, tanto dentro como fuera del país. Bajo la autoridad del Presidente Bush, realizaron misiones en el extranjero, sin hablar con el embajador o el jefe de la CIA del lugar. Buscaban a las personas indicadas en una lista, para luego eliminarlas y salir del país».
Seymor Hersh, 11 del marzo de 2009.