U.S. Bank Tower
Los Ángeles, California
27 de septiembre de 2012
11:33 P.M. Pacific
Alzándose setenta y tres pisos sobre el nivel del suelo, el U.S. Bank Tower, o como comúnmente es conocido, el Edificio de la Biblioteca, es el rascacielos más alto al oeste de Chicago. Años antes, el público supo (después de los hechos) que aquel edificio había sido el objetivo original de Al-Qaeda durante los ataques del 11 de Septiembre del 2001. Después sufrió un ataque fallido a mediados del 2002. Los controles de seguridad para la gente que visita el edificio son bastante férreos, y a los que trabajan o tienen negocios en él se les aconseja que realicen estudios exhaustivos del curriculum de todos sus nuevos empleados.
La investigación de rutina que la compañía había realizado sobre Omar Kamel Radi había sido redirigida hacia una compañía fraudulenta administrada por el supervisor de Marco Fatiga, Jeff Anders, en la División de Apoyo Estratégico del departamento de Defensa.
Omar se quita el uniforme sucio, y con él su tarjeta identificativa. Sale luego en dirección al vestíbulo principal. Susan Campbell lo estaba esperando.
—¿Cómo ha ido el trabajo?
—El trabajo es trabajo —dice, besando a la instructora de aerobic—. Quiero ducharme antes de cenar, ¿vale?
—Ven conmigo y duchémonos juntos —dice ella, tomando su mano y llevándoselo, delante de Marco Fatiga, que ha estado viendo toda la escena.
PRISIÓN DE INAKESH, ARABIA SAUDÍ
28 de septiembre de 2012
7:45 A.M. Hora local
Ace se levanta al escuchar el escándalo que tiene lugar en el corredor que hay tras su puerta. Se rasca la barba, pensativo, y luego se sienta, dolorosamente, justo cuando la puerta de su celda se abre. Su guardia, un enorme beduino llamado Hasan, le suelta las esposas y le lanza montón de ropa. Es el traje que llevaba en el banco.
«¡Me sueltan! ¡Nahir lo ha conseguido!».
Se viste rápidamente. Su corazón se acelera mientras introduce sus temblorosas piernas a través de las perneras del pantalón. Luego, le esposan de nuevo las manos, esta vez a la espalda, pero cuando sale de su celda, su momento de exultación queda hundido por una ola de ansiedad.
En el corredor de las celdas hay tres prisioneros: dos hombres y una mujer, todos vestidos con trajes de calle, de rodillas, implorando a los guardias que les permitan volver a sus celdas. Los guardias les gritan, les golpean con varas de bambú y los arrastran de los pies hacia los escalones de cemento.
Ace se gira para mirar al guardia. Hasan lo está mirando con una siniestra sonrisa en su rostro.
* * *
Ace es conducido hacia el patio. El sol, en su punto álgido, los castiga desde un cielo azul sin nubes. El calor es abrasador. A los otros ya los han metido en la parte de atrás de un camión. Uno de los guardias cubre la cabeza de Ace con una ghotra negra, bajándosela hasta la parte inferior de la cara antes de ponerle una venda fuertemente sobre los ojos.
Ace siente que las fuerzas abandonan su cuerpo, hasta tal punto que el guardia tiene que cargarlo para llegar al camión. Lo lanza al interior con brutalidad. Ciego y de rodillas, utiliza su frente para encontrar un sitio donde sentarse. Se sube a un asiento que hay junto a otro prisionero mientras el vehículo acelera por el patio de la prisión.
Es la prisionera. Está llorando. Los hombres rezan.
—Marhaba. ¿Puede alguien hablar inglés?
Uno de los hombres contesta.
—¿Americano?
—Sí —dice Ace—. Por favor, dígame, ¿a dónde nos llevan?
—Hoy es viernes. A los que seleccionan los viernes se los llevan a Jiddah para las ejecuciones públicas. Hoy vamos a morir.
Ace se remueve en su asiento. Cada uno de los baches que hay en aquella asimétrica carretera hace que la parte de atrás de su cabeza golpee el interior de aluminio del camión. Las lágrimas caen a través de la venda que cubre sus ojos hasta llegar a su cuello, no porque tema morir, sino por el profundo pesar que siente por sus hijos. Después de perder a su madre, después de ser abandonados… Todo, ¿para qué? Las emociones se le atraviesan en la garganta mientras recuerda la última noche en el lago George, el momento en que abraza a su hijo y le desea buenas noches, y cuando luego promete a su hermana que volverá en unas semanas.
¡De eso hacía ya cuarenta días, tal vez más!
«Les mentiste. Te has mentido a ti mismo».
Lleno de furia, golpea con fuerza la parte de atrás de su cabeza contra el interior de aluminio de nuevo, apretando sus dientes y maldiciendo su existencia.
«¡Debí haberlo sabido! ¡Nunca debí dejarlos! ¿Por qué la escucharía? ¡Te odio Kelli, te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!».
* * *
El camión se detiene. Después de un momento, la puerta de atrás se abre. Espera hasta que uno de los guardias lo saca a rastras del vehículo. Se une a la pequeña procesión mientras los mirones ocasionales observan la escena desde el aparcamiento. Los músculos de sus piernas tiemblan y va dando tropezones por los escalones de piedra. Por la dirección en la que está escuchando el bullicio, puede adivinar que está siendo conducido a través de un enorme mercado.
Reconoce la voz del general Abdul Aziz dando órdenes. Alguien le retira la venda de los ojos, así como el ghotra, y por fin puede volver a ver.
Están en una plataforma alzada, situada justo en el centro de una enorme plaza. Al otro lado de la calle hay un hotel. Los huéspedes miran el espectáculo desde los balcones privados. La gente se reúne alrededor con rapidez, uniéndose a los cientos de mirones que ya había.
A unos tres metros y medio, el verdugo les espera, con una enorme espada de acero afilada y brillante. Es un hombre enorme, con un espeso mostacho, perilla y un par de ojos psicóticos. Su uniforme, de color caqui, tiene manchas de sudor; el ghotra que tiene en su cabeza está también empapado. Por la manera que mira y hace gestos al público, parece disfrutar bastante de su trabajo.
«Por favor, Dios, haz de mí lo que quieras, pero por favor, no permitas que a mis hijos les ocurra nada raro, es todo lo que pido».
Con esto, Ace cierra sus ojos, apagando todos sus sentidos mientras su cuerpo se queda como muerto.
El general se les acerca y elige al hombre que está a la derecha de Ace. Dos guardias lo cogen y lo llevan sujeto por los brazos, arrastrándolo hacia el ejecutor. El hombre cae de rodillas mientras un juez islámico, un clérigo Wahhabi, usa un micrófono para leer los cargos al gentío.
El mercado permanece en silencio. En el aire casi puede notarse el ansia de sangre. La gente incluso se encarama al techo de algunos coches para ver mejor.
El condenado llora, agachando su cabeza en dirección a la Meca.
Ace abre los ojos. No quiere mirar, pero no puede evitarlo.
El verdugo alza su espada por encima de la cabeza y luego, realizando un fortísimo arco hacia abajo, la hoja de la espada pasa por la base del cuello del hombre.
El gentío grita. El cuerpo cae a un lado, mientras que la cabeza rueda hacia el lado contrario. Ace tiene una arcada y mira hacia otro lado. Su interior se retuerce entre espasmos.
A continuación, se leen más acusaciones. La mujer situada a su izquierda llora contra su hombro. El general la empuja al suelo, mostrándola al gentío, y luego le dispara dos veces en la cabeza, salpicando a los mirones más cercanos con una neblina sanguinolenta.
El cadáver de la mujer cae a los pies de Ace.
Nuevamente, una algarabía de gritos resuenan por el aire. Quedan dos prisioneros, y ahora quieren al americano.
Desde un balcón en un segundo piso, Scott Santa informa en directo de la escena al Director de la CIA, David Schall, vía telefónica.
Ace es alzado y llevado ante el ejecutor. Lo colocan de rodillas. Todo sonido cesa. Todos sus músculos tiemblan sin que pueda evitarlo.
Oye el bullicio, los gritos, y, de repente, empieza a susurrar el clásico cántico de ánimo de los Georgia Bulldogs.
—¡Vamos Bulldogs! ¡Vamos Bulldogs! ¡Vamos Bulldogs! ¡Vamos muchachos!
El verdugo se detiene, sin saber muy bien qué hacer.
Ace alza más la voz.
—¡Vamos Bulldogs! ¡Vamos Bulldogs! ¡Vamos Bulldogs! ¡Vamos muchachos!
De repente, una voz de mujer resuena en el interior de su cabeza. Por un momento, se imagina que está con Kelli, sólo que le habla en árabe. Instintivamente, se gira hacia la izquierda.
Nahir le está señalando y le habla rápidamente al general.
El verdugo empieza a tomar posición, colocando la cabeza de Ace. La sombra de la espada que se alza le atraviesa…
«Creo en Dios, pero no como un uno, no como un anciano sentado arriba, en los cielos. Yo creo que lo que la gente llama Dios es algo que todos tenemos en nuestro interior. Creo que todo lo que Jesús, Mahoma y Buda decían era cierto. Lo que pasa es que lo que decían quedó mal traducido».
John Lennon.
«La gente que lleva camisetas con la efigie de Cristo y vota contra los que quieren ayudar a la gente son los mayores hipócritas».
Charlie Melancon, congresista por Luisiana,
después de que la Casa Blanca rechazara una serie de ayudas
para reparar los muelles de Nueva Orleans.
«No temáis lo que vais a padecer. El diablo os encerrará para poneros a prueba».
Apocalipsis 2:10