PASEO DES ANGLAIS
Niza, Francia
11 de septiembre de 2012
La Riviera francesa, en el mar Mediterráneo, a lo largo de toda la costa suroriental de Francia, es uno de los destinos vacacionales más caros y lujosos del mundo. Conocida por sus azules orillas, sus bellísimas mujeres, las playas de topless, los yates de lujo, las dársenas privadas y, sobre todo, por su vida nocturna, en la que se ven acompasados restaurantes de cinco tenedores y glamurosos casinos, la Riviera francesa se ha convertido en el destino de los ultrarricos y superfamosos, muchos de los cuales se congregan en Cannes cada primavera para asistir al famoso festival de cine.
Scott Swan pasea por el Paseo des Anglais entre parejas vestidas de esmoquin y trajes de noche. Sigue todo el muelle hasta llegar al Hotel Negresco. Construido en 1912, ese palacio de color rosa domina toda la bahía des Anglais. Todas y cada una de sus suites están ambientadas de una manera única, conservando los diferentes estilos de decoración estilo Luis XIII del renacimiento francés.
El Director Ejecutivo entra en el gran vestíbulo, pasando junto a un monstruoso candelabro diseñado originariamente por un zar ruso. Tras comprobar la hora en su reloj, decide hacer una parada rápida y entra en el lavabo de caballeros.
«11 de Septiembre, de todos los días que hay en el año para tener una cita con estos payasos… tiene que ser éste».
El lavabo está sacado directamente de la época napoleónica. Las lámparas de la pared están hechas con cascos. Primero mira el mural que hay representando una batalla, y luego usa el urinario.
«Maldita decadencia europea. Donde se ponga el Hilton de Hawai…».
Ignorando al asistente de las toallas, sale de nuevo al vestíbulo, para luego entrar en el ascensor que le llevará a la última planta.
Swan es recibido por dos miembros de la policía nacional francesa. Uno le cachea buscando armas mientras el otro comprueba su pasaporte. Luego verifican su cita a través de un teléfono de línea cerrada. A continuación, le conducen al final de un largo pasillo, hasta la puerta de una de las suites más caras del hotel.
Un miembro de la guardia nacional saudí lo escolta desde allí hasta el interior de un recibidor decorado al estilo barroco del siglo XVII. Swan lo sigue luego a través de unas puertas que lo llevan finalmente hasta un comedor.
Están sentados alrededor de una enorme mesa de madera de cerezo sobre la cual hay un candelabro de diez brazos. Las paredes están cubiertas de un fino papel color rojo satén. Una única pintura de Napoleón, enmarcada en oro, domina todo la pared principal.
El rey Sultan bin Abdel Aziz está sentado en el extremo de la mesa. Va vestido con un traje negro y lleva un ghotra blanco en la cabeza. Su hijo, el príncipe Bandar bin Sultan, embajador en los Estados Unidos, está a su derecha, y el Ministro saudí de Finanzas a su izquierda. Swan se sorprende al ver que al Ministro le falta la mano izquierda y que tiene el muñón envuelto en unos sanguinolentos vendajes.
El resto de las sillas están ocupadas por tres generales, todos de uniforme. Swan se sienta en una silla que está frente al rey. El tono de piel del hombre es de un gris pastoso, y su expresión hace que por la frente de Scott caigan gotas de sudor. Los contactos de Swan en el Grupo Carlyle han estando enviándole informes diarios respecto a la intranquilidad que reina entre la población de Arabia Saudí, de ahí que el rey eligiera la Riviera francesa para prolongar sus vacaciones.
—Llega usted tarde, señor Swan. ¿Qué es lo que tiene que decir al respecto?
—Le pido disculpas. Nuestro avión se vio retrasado debido a las medidas de seguridad.
—¡Me refiero a nuestro dinero!
Swan toma una profunda bocanada de aire.
—El grupo Carlyle está investigando esa retirada de fondos. Lo que complica el asunto es que todas las contraseñas y códigos han sido robados, y que todas las cantidades han sido redirigidas desde el Banco Nacional Saudí y dispersadas por cuentas desconocidas. Me doy cuenta de que seiscientos ochenta millones de dólares es mucho dinero, sin embargo…
—¡Seiscientos ochenta millones! ¿Cree acaso que estaría gastando tan siquiera mi saliva para hablar de tan nimias cantidades?
El rey Sultan se gira hacia el príncipe Bandar.
—¡Cuéntaselo!
Bandar abre una carpeta y lee un extracto de un documento.
—En los últimos veintidós días se han extraído 493 billones de dólares desde cuentas saudíes, y un tercio de estos fondos desde bancos americanos.
La sangre sube de golpe hacia la cabeza de Scott Swan.
—¿Dónde está el señor Baker? ¿Dónde está el señor Bush? ¿Por qué se ignoran mis llamadas telefónicas? Si no les conociera bien, señor Swan, diría que su país se está preparando para una invasión.
—Excelencia, por favor, estoy tan sorprendido como usted ante estas circunstancias. Las cuentas de mis negocios también…
—¿Acaso se cree que soy idiota?
El rey Sultan se pone de pie y avanza lentamente alrededor de la mesa hacia su invitado americano.
—En el 2001, dos días antes del 11 de septiembre, la administración Bush nos hizo llegar un documento de veintisiete páginas de alto secreto en el que se detallaba un plan de batalla para la invasión de Irak. ¿Acaso existe otro documento parecido para la invasión de Arabia Saudí?
—No —dice Swan automáticamente.
—Estos robos están teniendo severas repercusiones en cada institución financiera del reino —dice el Príncipe Bandar—. Los bancos saudíes informan de pérdidas por valor de quinientos billones de dólares. El setenta y tres por ciento de estos fondos están directamente relacionados con la realeza, el dieciocho por ciento afecta a corporaciones privadas. El grupo Bin Laden se ha declarado en bancarrota hace seis días, después de que se realizara una transferencia por valor de veintisiete billones de dólares desde sus cuentas de ahorro. Nuestra economía se está colapsando y, si esto sigue así —dice el rey, poniéndose tras Swam—, tres cuartos de trillón de dólares habrán sido robados, sin poder seguir su rastro, señor Swan, y aun así, el Banco Mundial no ha actuado, y los Estados Unidos no han dicho nada. ¿Por qué? Wall Street no ha sufrido el golpe. Aún no, al menos. Así que éste es el mensaje que quiero que le lleve al vicepresidente Biden: la Tesorería de Estado de los Estados Unidos y el Departamento de Defensa deberán aunar esfuerzos en pos de detener los ataques a nuestras cuentas bancarias, así como garantizar la devolución de cada uno de los dólares extraídos a la casa Saudí, con intereses. Si no se cumplen estas condiciones, el 15 de Octubre la OPEP declarará un embargo de petróleo a occidente, momento en el que exigiremos la retirada de todas las tropas americanas de territorio saudí para que sean reemplazadas por bases militares chinas permanentemente.
—Si la Casa Saudí cae, señor Swan, les vamos a arrastrar con nosotros.
DESPACHO OVAL, CASA BLANCA
Washington D.C.
17 de septiembre de 2012
—Esas cuentas no han sido objetivos al azar —dice Leonard Snyder, el Consejero Jefe de la Casa Blanca—. Al menos la mitad de las cantidades fueron sustraídas de las comisiones que la Casa Saudí se lleva de los contratos armamentísticos. Misiles Patriot, F-15s, AWACS, Fragatas Halifax Canadienses, Torpederos Helec, los contratos Yamama con Gran Bretaña… así como algunos tratos «no oficiales» que datan casi de la era Reagan. El gusano también ha esquilmado cuentas de Hamas y Hezbolá, así como las redes de satélites utilizadas por los musulmanes para ladrar el odio que sienten hacia Israel y Occidente. Naturalmente, los franceses y el resto de la Unión Europea han acusado rápidamente a Israel de ser la mente detrás de toda esta maniobra, sólo se han convencido de lo contrario cuando han visto que los bancos israelíes también han perdido varios billones.
Howard Lowe, el Jefe del Departamento de Seguridad Nacional, da su opinión al respecto.
—Los robos han seguido aun cuando los bancos han transferido los fondos hacia nuevas cuentas con nuevas identificaciones corporativas. Sea lo que sea ese virus-gusano, tiene la habilidad de aferrarse a su objetivo y seguirlo a través de cualquier sistema operativo. Los Directores Ejecutivos de la industria de defensa se han vuelto bastante paranoicos y están sacando todo el efectivo que pueden, tanto bonos, como fondos de pensiones, y eso está causando severos daños en toda la comunidad financiera.
—No lo entiendo —dice Joe Biden—. ¿Cómo pueden desvanecerse un trillón de dólares?
—No se han desvanecido —responde Snyder—. Simplemente, se han extraído electrónicamente, se han limpiado las huellas y luego se han distribuido en vaya-usted-a-saber-donde. Quienquiera que haya sido el autor de todo esto, lo ha dispuesto todo de manera muy inteligente. Cuando le roban a Peter para pagarle a Paul, mantienen las transacciones equilibradas, y es por eso por lo que la mayoría de las instituciones financieras todavía permanecen intactas. Ha sido una operación muy compleja y muy bien planeada. ¿Pueden ser todos esos fondos recolocados? Lo dudo, al menos en esta coyuntura.
David Schall se masajea el doloroso pulso que punza su cuello mientras piensa a toda velocidad.
«Promis… Futrell… debe de ser él…».
El vicepresidente mira de repente al director de la CIA.
—Director Schall, ¿tiene algo que añadir?
—Perdone, señor, simplemente, estaba pensando… quienesquiera que sean los ladrones, han conseguido dar con cuentas bancarias utilizadas por organizaciones terroristas y cárteles de la droga para blanquear el dinero. Aparte de la situación saudí, puede que podamos darle la vuelta a esto.
—¿Acaso está diciendo que el Grupo Carlye… que los Haliburtons y los Brown, y los Roots del mundo son organizaciones terroristas?
—Por supuesto que no, señor.
—Entonces, volvamos al problema que tenemos entre manos. Wall Street ha encajado el golpe, pero parece que ha surgido otro. La principal emergencia es que solucionemos el asunto del embargo de petróleo. Señora secretaria, ¿cómo propone que mediemos el problema con los saudíes?
La tensión entre Biden y Hillary Clinton es más que palpable en el ambiente. La antigua senadora de Nueva York y ex Primera Dama había sido elegida en lugar del vicepresidente para la candidatura presidencial democrática.
—Arabia Saudí está encarando dos de sus mayores amenazas. Su economía se está colapsando, y la realeza está viéndose amenazada por su propio pueblo. Eso nos da dos opciones. Podemos negociar una serie de préstamos, o podemos dejar que ocurra lo inevitable. A menos que atrapemos a esos ladrones informáticos, negociar una serie de préstamos significa que nada parecido puede volver a ocurrir. Si dejamos que Arabia Saudí se colapse, esto creará un poderoso vacío de poder por el que competirán los radicales islámicos, Irán y Ashraf. Ya que esta situación dejaría a la realeza en la peor de las situaciones, podemos ofrecerles la oportunidad de permanecer en el poder como un gobierno marioneta mientras estabilizamos sus fronteras, de dentro y de fuera.
—Nunca funcionaría —dice Leonard Snyder—. La Casa de Saud le echa las culpas a los Estados Unidos de sus pérdidas.
—Vamos al menos a intentar hacer una negociación al respecto —dice Howard Lowe, volviéndose hacia Joseph Kendle—. En treinta días pueden ocurrir muchas cosas. ¿No está usted de acuerdo, general?
—Sí, señor —dice el secretario de Defensa—. Lo estoy.
FLAGSTAFF, ARIZONA
10:23 PM. MST
Michael Tursi descuelga el teléfono de la cabina después del primer timbrazo.
—Hable.
—La paciente ya está de parto.
—¿Tan pronto?
—Sí, rompió aguas muy pronto. ¿Está listo el doctor para atender el parto?
—Está listo. He oído que son gemelos. ¿En que hospital será?
—St. Mary.
—El St. Mary es muy caro. ¿Quién pagará la factura del hospital?
—Se ocuparán de ella.
Y con esto se corta la comunicación. El Turco sale de la cabina de teléfono mientras su corazón bombea a toda velocidad.
* * *
El sistema de vigilancia graba las últimas palabras que dice el hombre. Elliot Green coloca el pequeño plato en el interior de su coche. Ese agente del FBI corrupto ha estado visitando aquella cabina en Flagstaff desde que llegó a Arizona el 2 de septiembre, y esta noche es la noche clave.
Gracias a una lente telescópica, Green puede conseguir un primer plano de la matrícula del coche de Tursi mientras éste se aleja a toda velocidad. Pacientemente, espera hasta que la nube de polvo se asienta, luego enciende su coche y recuerda en su mente la conversación.
«La paciente… ya está de parto… el ataque seguro que va a ser inminente. ¡Despierta Elliot! ¡Que no se te escape ese tío!».
Una vez en la carretera, acelera para perseguir a su sospechoso.
«Varios investigadores encubiertos compraron los elementos radioactivos necesarios para fabricar una bomba sucia que luego intentaron pasar por los controles aduaneros. Cuando los detectores de radiación del Departamento de Seguridad Nacional dieron la alarma, los investigadores mostraron a los Agentes del Servicio Aduanero falsas licencias gubernamentales. Los agentes miraron en el interior de los coches, revisaron la documentación y, finalmente, dieron a estos investigadores el visto bueno para que pasaran el material dentro del territorio americano».
USA Today,
28 de marzo de 2006.
«No hay aliados ni enemigos permanentes. Lo único que verdaderamente permanece son los intereses».
Lord Parlmerston.
Mandatario Británico del siglo XIX.
«El cambio se precipita sobre nuestras cabezas, y la mayoría de la gente no está en absoluto preparada para soportarlo».
Alvin Toffler.
«Future Shock».