CAPÍTULO 31

FILADELFIA, PENSILVANIA

4 de septiembre de 2012

4:27 P.M. EST

El parque industrial está situado en la Gran Avenida, la vía pública principal que comienza una vez pasada la entrada noroeste del aeropuerto de Filadelfia. Al igual que los otros edificios del complejo, el Bloque-22 es una estructura de ladrillo de tres plantas, divididas ocasionalmente por estrechos ventanales rectangulares.

Toda la planta superior del Bloque-22 está alquilada a una entidad llamada Fundación Johnston. Los folletos describen a la organización como una «Unidad Global que aúna esfuerzos para acabar con el sufrimiento infantil». En la portada del folleto se puede ver a un niño africano desnutrido y con el abdomen hinchado, y en la parte de atrás una dirección donde los particulares interesados pueden mandar donaciones deducibles de impuestos. No hay más información sobre el tamaño de esta fundación, o sobre a quiénes están ayudando concretamente.

Charles Wallace, conocido por sus empleados como CW, patrulla en el «toril»: siete filas de terminales, de ocho filas de profundidad. Cada uno de estos terminales está en continuo funcionamiento durante todo la jornada, en turnos de ocho horas, sietes días a la semana, por tres equipos rotativos de técnicos en ordenadores.

«Los primeros», los que hacen el turno de mañana, crean nuevas cuentas de banco en varias instituciones financieras en países no enemigos a lo largo de todo el mundo. «Los segundos», que hacen el turno de tarde, mueven pequeñas cantidades de dinero para dejar un rastro de actividad en las cuentas. «Los terceros», que trabajan de noche, entrelazan juntos grupos de cuentas al azar antes de pasarlas a los «limpiadores», que, desde otro edificio, terminan haciendo «donaciones» a un receptor final.

Junto a la base de cada ordenador hay una caja negra del tamaño de un paquete de cigarrillos. En el caso de surgir algún problema, Wallace podría marcar un número programado en su teléfono móvil, e instantáneamente todos los ficheros de todas las bases de datos de los ordenadores quedarían borrados.

En la primera planta del Bloque-22, dos plantas por debajo de la Fundación Johnston, está la Brewer Travel. Esta agencia tiene el suficiente volumen de negocio como para mantener a su única agente de viajes, Betti Fortier, una mujer de cuarenta años madre de cuatro hijos. A Fortier le gusta su trabajo, y su paga, aunque le preocupa cuánto tiempo podrá mantener el dueño la agencia abierta. La lentitud del negocio nunca pareció preocupar a Lynn Brewer, quien pasaba la mayor parte de su tiempo tras la mesa de su despacho, frente al ordenador, bebiendo a sorbos una Pepsi de vainilla Light tras sus persianas venecianas.

Brewer se autodescribe como «Una Irlandesa Hiperactiva más dura que la piedra». Anteriormente había sido una analista informática de sistemas que había pasado una década yendo de una contrata de defensa a otra, principalmente fabricando misiles, y siempre ganando dinero. Durante los últimos veinte años había programado software de rastreo y persecución de hackers, especializándose en los sistemas bancarios. Durante veintitrés días, la «Reina del COBOL» había estado rastreando al Promis, esperando que el gusano que había diseñado hacía unos meses apareciera por fin en la red.

Exactamente a las 4:53 p.m., su ordenador «parpadeó».

—Vaya, hola muchachote —dice ella, dejando a un lado la novelucha que había estado leyendo para teclear rápidamente una serie de contraseñas y comandos.

La pantalla cambia, comienza a mostrar franjas de datos que van de abajo hacia arriba. Brewer sonríe de satisfacción y marca un número en su móvil.

—¿Señor Keene? Soy Lynn Brewer, de Viajes Brewer. Si aún está interesado en comprar ese paquete para Maui, debería hacerlo pronto, parece que las tarifas aéreas van a subir de precio en breve.

CENTRO DE INTERROGATORIOS MABAHETH

Riad, Arabia Saudí

La celda no tiene ventanas. Una única bombilla cuelga del techo, justo encima de una mesa de madera y unas cuantas sillas plegables. Ace está sentado muy derecho, con los brazos dolorosamente sujetos a la espalda por sus manos esposadas. Su cabeza late allí donde el bastón le ha golpeado, en el cráneo. Tiene el pelo apelmazado por la sangre seca. Le han quitado los zapatos y los calcetines. Sus pies desnudos, con grilletes en los tobillos, están apoyados y sujetos en la superficie de la mesa.

Un guardia está observando a Ace desde su altura, apoyado sobre una delgada varilla de bambú. El interrogador sigue haciéndole preguntas.

—¿Para quién trabaja, señor Murphy?

—Ya se lo he dicho, tengo asuntos en distintos negocios: una tienda de souvenirs…

—¿Y qué asuntos tenía que atender en el Banco Nacional?

—Estoy lanzando una nueva línea de productos en Oriente Medio. Un amigo me recomendó que moviera todos mis activos a ese banco. ¿Es acaso un crimen?

—¿Qué es lo que le hizo al subdirector, el señor Al-Kuwaiz?

—Nada, estuvimos hablando, y el tío se quedó como alelado. ¿Ha tenido un ataque o algo?

El interrogador asiente.

El guardia da un paso y se acerca a Ace, sonriendo, para luego darle un latigazo con la varilla de bambú en la planta de los pies.

Ace da un salto, aullando de dolor, mientras su cuerpo se convulsiona.

El interrogador sigue haciendo preguntas de forma tranquila.

—Usted insertó un CD-ROM en la terminal del ordenador del subdirector. ¿Qué era?

La bombilla oscila y se nubla ante la visión de Ace.

—Un videojuego, una simple muestra de mi mercancía. Me pidió… verlo.

El guardia sujeta de nuevo las piernas de Ace contra la mesa, mientras fustiga con la varilla repetidamente la planta de sus pies. Ace grita. Los huesos de sus pies están a punto de romperse. El puente empieza a inflamársele, y el dolor casi le provoca un desmayo.

—Lo llamamos la Falange. Lo que le espera hará que esto que está padeciendo ahora le parezca el abrazo amoroso de una mujer. Quiero serle muy claro, señor Murphy. Va a ser acusado de espionaje. No tiene derechos, ni un abogado, y la embajada americana no recibirá ningún tipo de información respecto a su paradero. Nadie va a intervenir en su favor. No va a haber ningún juicio. La pena por espionaje es la muerte por decapitación. En esta coyuntura en la que está, tiene dos opciones: puede contestar mis preguntas ahora, y ahorrarse una buena cantidad de sufrimiento, o puede seguir haciéndose el tonto. En este último caso, igualmente nos proporcionará la información que le pedimos, sólo que lo hará mientras es desmembrado lentamente.

Ace lanza un escupitajo de saliva al suelo antes de hablar.

—No… soy… un… espía.

El interrogador coge a Ace por el pelo, le echa la cabeza hacia atrás y le mira directamente a los ojos.

—Muy bien, señor Murphy. Esto hasta ahora ha sido el cielo. Ahora va a descender a los infiernos.

Asintiendo de nuevo al guardia, le da una orden.

—Limpiadlo y trasladadlo a Inakesh. Lo quiero en Jiddah antes de que anochezca.

* * *

El viaje dura seis horas. Ace duerme la mayor parte del trayecto en el suelo de la furgoneta. Se dirigen al oeste por una autopista de dos vías que cruza el desierto. Fuera está oscuro, más oscuro que en cualquiera de los sueños de Ace.

Alguien lo despierta de malas maneras, entonces se sienta dolorosamente para ver unos muros altos, imponentes, como los de un palacio. A medida que se acercan, puede ver que estos muros son de cemento, y el palacio, una prisión. Unas puertas de acero enormes se abren y la furgoneta entra. Las luces de los focos de seguridad cortan la noche del desierto, escoltando al vehículo mientras éste realiza un recorrido circular hacia la entrada rectangular de un edificio de tres plantas.

A Ace lo sacan a rastras de la furgoneta, para luego subir los escalones de granito que hay frente a los enormes portones de la cárcel. Dos guardias de la Fuerza Nacional lo desnudan. Luego lo visten con un desgastado uniforme de prisionero. Seguidamente lo conducen a través de una estrecha escalinata de catorce peldaños de cemento hasta un corredor subterráneo. El pasadizo está iluminado por una serie de bombillas desnudas, colgadas del techo, y todo aquello despide un eterno hedor a sudor y heces humanas. Hay celdas a su izquierda y a su derecha, pero Ace no está seguro de si están ocupadas o no.

Se detienen frente a la penúltima puerta de la izquierda. El guardia abre la puerta de la celda y le muestra un habitáculo de apenas un metro y medio de ancho por dos de largo. En el suelo hay un catre. También hay un retrete, sin tubería de desagüe, simplemente encima de un agujero en el suelo. El olor a descomposición que sale de aquella taza de váter es sobrecogedor.

Un enorme anillo de metal está sujeto a la pared que hay junto a la puerta a la altura del tobillo. El guardia, un beduino de piel oscura que parece un luchador de lucha libre, quita el grillete de la mano izquierda de Ace y lo vuelve a enganchar al anillo de metal.

Una vez hecho esto, el beduino sale de la celda y cierra la puerta tras de sí ruidosamente.

Ace Futrell se enrosca en posición fetal sobre el catre. El miedo hace que su cuerpo se convulsione incontrolablemente. Cierra los ojos para no ver la fría celda iluminada por una única bombilla que cuelga desde el techo encima de su cabeza.

Lentamente, los sonidos se van difuminando hasta desembocar en un silencio sepulcral. Las garras de una alimaña rascan el cemento de alguno de los muros. Los insectos revolotean alrededor de su cabeza, zumbando. Susurros de gente hablando en árabe se filtran a través del ventanuco enrejado de la puerta de acero; son los gemidos de algunos presos y el lamento de los que, comprensiblemente, han perdido el juicio.

Ace ha entrado en su purgatorio, lo que le espera es el infierno.

«Tenemos una idea bastante general de la estructura y las estrategias de la organización terrorista Al-Qaeda. Sabemos y advertimos que este grupo está planeando un ataque a gran escala».

James Pavitt, Director General de Operaciones de la CIA.

«Osama bin Laden no comprende que lo único que consigue con sus acciones es reforzar los intereses americanos… Si uno estudia el mapa de las bases militares americanas construidas para la guerra, se da cuenta del hecho de que siguen una ruta idéntica a la que cubre la red de tuberías petrolíferas que van desde Afganistán hasta el Océano Indico. Si creyera en la teoría de la conspiración, pensaría que Bin Laden es un agente americano. Puesto que no soy uno de estos creyentes, sólo me queda pensar que es una coincidencia».

Uri Averny, antiguo miembro del Knesset Israelí y actual

columnista del Ma'ariv,

14 de febrero de 2002.

Extracto del libro:

Al borde del infierno:

Una disculpa a los supervivientes

Por Kelli Doyle

Consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca

(2002-2008).

El esquema del 11-S, la invasión de Irak del 2003 y el ataque nuclear que está por llegar convergen en dos sucesos: El advenimiento de una crisis del petróleo y el final de la primera guerra del Golfo.

En 1992, el Presidente George H.W. Bush estaba finalizando su primer (y único) periodo legislativo cuando el Subsecretario de Estado, Paul Wolfowitz, un joven neoconservador, supervisó el borrador de una nueva declaración política titulada «Guía de Planificación Defensiva». (GPD). Escrito también por I. Lewis (Scooter). Lobby, el documento era esencialmente un informe detallado de cómo América debería aumentar su ventaja militar respecto al resto del mundo con el fin de evitar el surgimiento de una nueva gran superpotencia. El plan se abrió camino hasta las más altas instancias del Pentágono, y con el tiempo sufrió una «filtración» a la prensa. El secretario de Defensa, Dick Cheney, se vio obligado a «suavizar» algunas partes del documento. Los aliados nombrados en dicho documento como rivales potenciales no quedaron en absoluto satisfechos con este informe, y el Congreso lo etiquetó de exagerado. Con las elecciones encima, el presidente Bush finalmente rechazó implementarlo.

Cuando Bill Clinton ganó su paso a la Casa Blanca, el GPD quedó enterrado por la nueva administración, la cual prefería recortar los gastos en defensa tras el colapso de la Unión Soviética.

En los seis años que siguieron, los informes de inteligencia enviados por la división del departamento de la CIA en el Golfo Pérsico me condujeron hasta un núcleo fuerte de Neoconservadores dirigidos por Dick Cheney, Paul Wolfowitz, Richard Pearle, Jeb Bush y Donald Rumsfeld, todos miembros de una organización que se llamaba a sí misma «Proyecto para una Nueva Era Americana». (PNEA). Utilizando la «Guía de Planificación Defensiva» como esquema a seguir hacia un nuevo futuro para América, el grupo creo su propio documento de estrategia militar, titulado «La Reconstrucción de las Defensas Americanas». Además de reprender a la administración Clinton por su adherencia al tratado MAB[47] de 1972 y por recortar el gasto militar, su plan abarcaba una estrategia amplia y estudiada que postulaba una nueva posición para América como única superpotencia. Con el fin de frustrar cualquier tipo de ataque procedente de las «naciones del mal» como Irán, Irak o Corea del Norte, países a los que años después el presidente George W. Bush se referiría como «Eje del Mal», el informe pedía la centralización inmediata del estamento militar, el aumento y expansión del poder nuclear, el desarrollo de plataformas de defensa espaciales con misiles antibalísticos, la reimplantación de bases en el Golfo Pérsico, así como el incremento de la eficiencia militar en el campo de batalla, aumentando el número de tropas desplegadas. De acuerdo con ese documento, los Estados Unidos no tendrían que responder de sus acciones ante nadie, y eso incluía a la OTAN y a la ONU, y, además, se autoadjudicarían la responsabilidad de tomar un papel importante en la seguridad del Golfo Pérsico.

En Septiembre del 2000, el PNEA publicó un informe de noventa y seis páginas titulado «La Reconstrucción de las Defensas de América: Estrategias, Fuerzas y Recursos para una Nueva Era». El capítulo V se titulaba «Crear la fuerza dominante del mañana» y afirmaba, textualmente: «El proceso de transformación, a pesar de los cambios revolucionarios que conllevará, será similar a un largo y catastrófico proceso catalizador, tal y como si se tratara de un nuevo Pearl Harbor».

Meses después, con la ayuda del hermano Jeb en el gobierno de Florida, se malversó el voto de cuarenta mil votantes pertenecientes a minorías, los cuales compartían similitud en sus nombres con delincuentes encarcelados, consiguiendo así desbancar a Al Gore en las elecciones. De esta forma, George W. Bush se convirtió en el siguiente huésped de la Casa Blanca.

En los meses siguientes, el vicepresidente Dick Cheney mantuvo varias reuniones con algunos de los mayores inversores (y contribuyentes) en combustibles fósiles e industria nuclear. Mi papel era el de suministrar mapas de las principales extracciones iraquíes de gas natural y petróleo, así como de la localización de tuberías, refinerías y terminales. Por supuesto, todo tenía que ver con los planes previstos para después de la invasión. Ken Lay, de Enron[48], presionó a la administración para que suavizara los planes de regulación de polución de las plantas de energía, mientras que los ejecutivos de las empresas petroleras se repartían las Zonas Protegidas de la Vida Salvaje del Ártico como si les pertenecieran.

Pero lo que verdaderamente importaba a la mayoría de los participantes en esas reuniones secretas era la cuenca del Mar Caspio.

Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, las mayores compañías de petróleo de los Estados Unidos, entre las que se incluían la Texaco, Unocal, BP Amoco, Exxon Mobil, Shell y la empresa energética Enron, gastaron billones de dólares en donaciones (y sobornos) para asegurar los derechos de equidad de los yacimientos de petróleo y gas de Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajistán, todas naciones de Asia Central. La clave para poder sacar provecho a esas futuras reservas de energía, de las que se preveían unos beneficios que superaban los seis trillones de dólares, era construir y asegurar una red de tuberías que cruzara Afganistán y Pakistán.

Afganistán es una región montañosa cuya principal exportación es la heroína. En aquel entonces, el país estaba controlado por los caciques de la droga y los talibanes, los cuales, ayudados por Arabia Saudí, tomaron la ciudad de Kabul en 1996. Diez años antes, Osama bin Laden y su guerrilla construyeron un sistema de cavernas a través de las montañas para combatir al ejército soviético. El sistema lo realizó el Grupo de Construcción Binladin, sito en Arabia Saudí y fundado en parte por la misma CIA.

En diciembre de 1997, algunos inspectores de la Unocal[49] se reunieron con representantes talibanes en Tejas para cerrar el trato de dos billones de dólares respecto a la construcción de la red de tuberías petrolíferas. Tan sólo había una condición: los Estados Unidos deberían reconocer a los talibanes como el gobierno oficial de Afganistán. A pesar de los ruegos del vicepresidente de la Unocal, el Congreso rechazó el trato, y al poco tiempo, Al-Qaeda perpetró sendos atentados en las embajadas americanas de Tanzania y Kenia. La red de tuberías se escurrió rápidamente por el desagüe.

Avancemos ahora hasta mayo de 2001.

El vicepresidente Cheney lanzó su plan de energía nacional, en el cual se anunciaba que los Estados Unidos deberían buscar «Vías alternativas de suministro de petróleo» para así satisfacer las crecientes necesidades de la nación, incluso, a pesar de la posible resistencia extranjera que pudiera encontrarse. Las prospecciones en los estados caspios estaban produciendo una cantidad de petróleo y gas que ni tan siquiera se aproximaba a lo prometido por las compañías estadounidenses, y las negociaciones quedaron definitivamente rotas entre la Unocal y los talibanes que apoyaban a Al-Qaeda.

Tal y como he dicho, Afganistán es el mayor productor de amapolas de opio, utilizadas luego para sintetizar heroína. Se estima que, anualmente, alrededor de quinientos billones de dólares discurren desde los campos de amapolas afganos hacia las calles de los Estados Unidos y otros países occidentales. El dinero resultante de los beneficios se blanquea a través de las redes bancarias del planeta.

Fácil y sencillo. La droga remienda los libros de contabilidad amañados de los bancos, así como la deuda mundial.

A principios de 2001, los talibanes decidieron lanzar un contraataque a la economía de occidente destruyendo sus propias cosechas de opio, y para finales del verano de ese mismo año, el índice Dow Jones estaba por debajo de 7300. Mientras el mercado bursátil caía en picado, las agencias de inteligencia de todo el mundo empezaron a advertir un más que posible ataque de Al-Qaeda contra territorio norteamericano. La inteligencia alemana avisó a nuestros propios servicios de que en una semana tendría lugar el ataque. Putin mandó a una delegación rusa a advertir a la Casa Blanca que el World Trade Center recibiría un ataque por parte de aviones de aerolíneas de transporte comercial secuestrados. Estos avisos no sólo fueron ignorados, sino que nadie de la administración Bush admitió haberlos recibido… incluso después de que Putin apareciera en la MS-NBC, el 15 de septiembre, dando detalles de estas advertencias.

El 2 de agosto de 2001, Christina Rocca, la Directora del Departamento de Estado para Asuntos Asiáticos, se reunió de forma secreta con el embajador talibán, pero de nuevo no se consiguió llegar a un acuerdo respecto al trato de la red de tuberías. Treinta y cinco días después, los aviones impactaron sobre el Pentágono y el World Trade Center y, así, el PNAE ya tuvo su nuevo Pearl Harbor.

Afganistán fue invadido y el régimen Talibán cayó en pocos meses. Uno de los primeros movimientos de la CÍA fue «liberar» a tantos caciques del opio como pudo, siempre que accedieran a «cooperar» con las tropas norteamericanas, a las que se les pedía que hicieran «la vista gorda» ante la producción de los campos de amapolas en suelo afgano, que volvía a estar en marcha. En un año, las exportaciones de heroína aumentaron de la bajísima producción de 180 toneladas del 2001 a las 3700 toneladas del 2002. En el 2003, los registros indicaban que las ventas del opio cosechado daban más beneficios que la ayuda internacional que se estaba recibiendo. Hamid Karzai, un antiguo empleado de la Unocal, se convirtió en el presidente de Afganistán, mientras que otro representante de Unocal, Zalmay Khalizad, asumió el puesto de representante de la administración Bush en Afganistán.

Meses después, George Bush y sus consejeros neoconservadores, todos miembros del PNAE, usaron una serie de falsas pruebas para conectar los sucesos del 11-S con Saddam.

En menos de un año, las tropas norteamericanas estaban invadiendo Irak.